La fe del pueblo armenio

Durante siglos, la fe ha sido central en la vida e identidad del pueblo armenio. La fe cristiana ha sido la que ha construido las iglesias y catedrales que sirven de huella de armenidad en Anatolia, el Caúcaso y todo el mundo. Sin embargo hoy, esa fe, ya no necesariamente cristiana sino fe en cuanto a esperanza, es un camino minado.

Hace 2 años, una “revolución de terciopelo” refrescó el ambiente político armenio y trajo a Nikol Pashinyan al poder. Sin dudas, esto abrió una luz de esperanza de renovación y mejora de la vida en Armenia, que venía de años con sistemas políticos manchados con autoritarismo y corrupción. Pashinyan se convirtió en una figura de expectativa de que una Armenia diferente y mejor era posible. Inequívocamente, lo que Pashinyan sí trajo fue un liderazgo que estaba legitimizado por la población de Armenia, como un resultado consumado de la “revolución”. Así, los pasos que tomaba el gobierno tenían la confianza de que eran pasos respaldados por el pueblo, acciones que representaban el querer y desear del pueblo armenio.

Esto es sin dudas central, ya que del otro lado del conflicto actual en Nagorno Karabagh, el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, viene de un sistema autoritario y nepotista. Pero el hecho de que la democracia de Azerbaiyán no sea muy ejemplar, no significa que las acciones de Aliyev, y en especial en estos momentos de guerra, no representen ni guíen el sentir y querer actual del pueblo azerí.

La guerra en el territorio que se está dando entre Armenia y Azerbaiyán tiene también un escenario de voces virtuales. Aunque el contexto mundial de pandemia ha mermado el potencial máximo de las protestas o marchas presenciales, que las hay y muchas, las diásporas como los ciudadanos de ambos países también han llevado sus activismos y las intenciones de impactar a las redes sociales. Una lucha de propaganda y discursos de odio y fanatismo se da en cualquier espacio que trate el tema, adornada con trolls y el conflicto indio-pakistaní que hace un cameo pintoresco de vez en cuando.

Hay mucha pasión y fanatismo en ambos lados. Posiciones encontradas que parecieran hacer imposible un entendimiento y resolución pacífica del conflicto. Esta semana, Pashinyan dijo que ya no era posible una solución diplomática al conflicto. No sólo eso, dijo que era todo o nada, y llamaba a cada armenio a levantar las armas para defender Armenia. Hay una épica dentro y fuera de Armenia que está transformando este conflicto en una epopeya de sobrevivencia del pueblo armenio. Una epopeya donde no necesariamente hay un héroe carismático, sino decenas y centenas de jóvenes armenios que cada día pierden su vida. Pero estos mártires no son sólo defensores de los armenios de Nagorno Karabagh, ni de “el pueblo armenio”. Son jóvenes que tienen familias, familias que están gestando generaciones de trauma, familias rotas, y lo mismo sucede en Azerbaiyán. Al principio del conflicto leía que los mercenarios sirios del lado azerí estaban siendo usados como carne de cañón. Hoy, siento que ya todos son carne de cañón. Las pérdidas de vidas son tremendas en ambos lados; para Armenia, los alrededor de 1000 muertos ya significan en proporción a la población de Armenia el equivalente a los 60,000 estadounidenses fallecidos en la Guerra de Vietnam, que duró 20 años. Esta guerra lleva sólo un mes. En un país de apenas 3 millones de habitantes, en unos días o semanas seguramente todos los armenios tendrán un familiar o cercano que haya fallecido en el conflicto.

El costo de la guerra en Nagorno Karabagh/Artsakh no puede ser una generación entera de trauma. El pueblo armenio ya tiene la marca del genocidio en su historia y no se puede permitir otro genocidio de su generación de hombres jóvenes en pos de una victoria incierta. Hay realidades que los armenios, y en especial su diáspora, tienen que ver y aceptar. Armenia va a seguir siendo vecina de Azerbaiyán, y de Turquía. Va a seguir estando entre Georgia e Irán. Nagorno Karabagh puede “ser Armenia”, pero hay 7 provincias a su alrededor que están ocupadas por las fuerzas armenias y que tenían población azerí –casi medio millón de habitantes- que fue desplazada, y que hasta el día de hoy no pueden volver a sus casas (en muchos casos además, sus casas y pueblos han sido demolidos). Principalmente en estas 7 provincias es donde hoy en día están muriendo los jóvenes armenios. Artsakh se transformó en el imaginario armenio en un territorio mucho más grande lo que es Nagorno Karabagh, ignorando así el sufrimiento del pueblo azerí que fue desplazado.

Sí, es cierto que también hay cientos de miles de armenios que fueron desplazados y cientos asesinados en Baku, Sumgait, y otros lugares de Azerbaiyán a finales de los ‘80. Pero también al mismo tiempo fueron desplazados cientos de miles azeríes de Kapan, Sisian, y otros lugares de Armenia. Así, la historia de odio entre Armenia y Azerbaiyán parece interminable, un constante ojo por ojo, diente por diente. Estos desplazados armenios y azeríes tienen que tener voz en la búsqueda de soluciones pacíficas y de convivencia futura. Ellos son justamente el ejemplo viviente de cómo en algún momento sí vivieron juntos. Como el título de un documental que recomiendo a todos ver, son todas “Partes de un círculo” vicioso de violencia, que se está repitiendo hoy en día en la guerra actual. Se bombardean civiles en Ganja (ni quiero entrar en la conspiranoia de la deshumanización del otro que plantea un auto-atentado) en respuesta al bombardeo constante de Stepanakert o al del hospital de Martakert, hasta esperar que Azerbaiyán vuelva a bombardear civiles armenios en respuesta. Nadie se va a guardar el lujo de no responder.

La esperanza (¿y la estrategia?) de los armenios parece estar en que haya presión internacional para “frenar” a Azerbaiyán (y Turquía). Tienen una velita prendida a Rusia (que durante la reciente revolución muchos denostaban), a EEUU (ocupado con sus elecciones), y a no sé quién más. Ni hablar de la vela prendida a la nieve, donde se espera que la crudeza del invierno detenga las ofensivas, como si después del invierno no llegara la primavera. ¿Piensan que habrá más compasión o empatía de occidente porque son un pueblo cristiano? Eso no importó en Afrin, no importó en Tal Tamer, no importó en Kessab; lugares con alta población cristiana -y armenia- invadidos por Turquía en el norte de Siria.

Durante 30 años, Armenia vio cómo Azerbaiyán se enriquecía –y enriquecía su capacidad militar- sin pensar en que eso significaba que el status quo iba a cambiar. A principios de agosto, Pashinyan visitó Nagorno Karabagh y exclamó que se debía unificar con Armenia. Hoy en día, parte de su “militancia” y de muchos armenios es que se reconozca la independencia de Artsakh, que ni Armenia reconoce todavía. Yo me pregunto, si la comunidad internacional todavía no hizo nada (más allá de que Canadá le dejó de vender webcams a Turquía), ¿Qué están esperando? ¿Están esperando que haya una gran masacre de civiles armenios en algún lugar que conmueva a alguien de la comunidad internacional? Pashinyan y la retórica de “todo o nada” está llevando a Armenia a un camino en el cual si no se llega al todo, se tendrá nada; Nagorno Karabagh quedará vacía de habitantes armenios, desplazados por la guerra, será parte de Azerbaiyán, y los armenios traumatizados verán como perdieron familiares, mientras por la ventana ven cómo el acervo cultural es destrozado, como en Julfa. Y si se llega al “todo”, será la semilla de una continuación del conflicto, porque el medio millón de azeríes desplazados por la guerra de los 90 sigue existiendo y siendo parte de la sociedad azerí contemporánea, y porque las 7 provincias colindantes seguirán siendo consideradas bajo ocupación, ya que nunca fueron parte siquiera del óblast autónomo de Nagorno Karabagh durante la época soviética. La fe en una guerra liberadora es el peor camino para Armenia. Armenia tiene que reconocer que tiene que negociar, que tiene que reconocer a Azerbaiyán y los azeríes como un actor serio (y no un dictador loco sobre un pueblo fanatizado), y apostar a un futuro de convivencia, porque ese es el único futuro de la República de Armenia. Ya existen propuestas de paz que sugerían devolver las 7 provincias colindantes a Azerbaiyán y discutir el status de Nagorno Karabagh más adelante. Y Armenia ha puesto más trabas que Azerbaiyán en acordar. Sin ir más lejos, Levon Ter Petrosyan, presidente de Armenia entre 1991 y 1998, originario de Nagorno Karabagh y líder a fines de los 80 del movimiento artasají de unificación con Armenia, tuvo que renunciar a la presidencia por presiones internas tras haber avanzado mucho en el proceso de un acuerdo de paz con Azerbaiyán que acordaba cesiones de territorio, entre otros puntos.

Si Armenia consiguió un líder carismático en Pashinyan que termine la corrupción, tiene que reclamar en él o en otra persona un líder que los lleve a la paz, no a la guerra. Tiene que haber espacios donde voces armenias puedan pedir por la paz, no por la guerra. Generar soluciones, no más conflicto. Y lo mismo voces azeríes. Tiene que haber diálogo, empatía y reconocimiento del otro. Es cierto que la guerra la empezó Azerbaiyán. Pero la dura realidad es que la guerra nunca terminó, sólo había una tregua que duró muchos años. Los armenios cometieron el error de no negociar cuando tenían las cartas a su favor. Ahora, con las cartas en contra, la estrategia no puede ser la fe en los otros (que Azerbaiyán no ataque, que Rusia ayude, que Turquía no asista, que EEUU diga algo) en vez de en sí mismos por una solución pacífica, no en sí mismos en cuanto a la valentía de los soldados que morirán en pos de una epopeya que se recordará en 200 años en un monumento, pero arruinará el presente de millones de armenios. Y ese debe ser el interés de los armenios y la diáspora. El bienestar de los armenios, en la república de Armenia, en Nagorno Karabagh, en Georgia, en Turquía, y en tantos otros lugares.

 

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