“No voy a parar”: el testimonio clave de Nilda Eloy que volvió a resonar frente al TOF 1 de La Plata

La trabajadora del Archivo de la CPM e integrante de la Asociación de ex Detenidos-Desaparecidos falleció en noviembre de 2017 tras haber dedicado la mayor parte de su vida para evitar tantos años de silencio e impunidad. Su testimonio en el primer juicio contra Miguel Osvaldo Etchecolatz, en 2006, fue una pieza central para la condena a reclusión perpetua del ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, y proyectó para los siguientes juicios una potencia probatoria distintiva que se acaba de plasmar, una vez más, frente al TOF 1 de La Plata. Este martes 17, en la cuarta jornada del debate oral y público en torno a los crímenes cometidos en los ex CCD pozos de Banfield y Quilmes, y El Infierno, de Lanús, la voz y el semblante firmes y serenos de Nilda Emma Eloy volvieron a recrear el circuito de traslados y torturas, un “túnel continuo, siempre frío, siempre igual”, sin tiempo, donde las víctimas se hunden y son despojadas hasta de sus nombres.

A sus 19 años Nilda Eloy era instrumentadora quirúrgica, estudiante de Medicina y vivía con sus padres en una casa “tipo chorizo” en la calle 56 entre 12 y 13, de donde fue secuestrada en la medianoche del 1 de octubre de 1976. Su cautiverio transcurrió en 6 centros clandestinos de detención pertenecientes al Circuito Camps, en los que padeció sesiones de tortura con lesiones y quemaduras graves, agresiones sexuales, permanentes amenazas y falsas promesas de liberación por parte de sus captores: “Todo estaba preparado para que uno se cosificara” y perdiera la relación con el día, la hora, el tiempo, el propio nombre, “como si fuera un túnel continuo a pesar de los traslados”.

El testimonio de Nilda Eloy brindado en 2006 durante el primer juicio a Etchecolatz fue exhibido, completo, este martes desde las 10 en la cuarta jornada del histórico megajuicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en los exCCD pozos de Banfield y Quilmes, y El Infierno, de Lanús. Centenares de compañeros y compañeras, familiares y amigos de Nilda acompañaron la transmisión web, mientras que el imputado y genocida con múltiples condenas, alojado en la Unidad Penal Federal 34 con sede en Campo de Mayo, decidió recluirse en su celda y dejar que su defensor oficial oyera a la mujer del testimonio clave.

“Aquella medianoche irrumpió a nuestra casa una patota de, al menos, 20 personas al mando de este sujeto…”, comenzó a narrar la testigo-sobreviviente en 2006 y volvió a hacerlo este martes con la exhibición del video de aquella declaración. Por “sujeto” se refirió a Etchecolatz, de quien pudo conocer su nombre recién en la década del 90, muchos años después de recuperar su libertad, a través de un videograff, o zócalo, en un programa de televisión.

La patota redujo a toda la familia, tabicaron a la joven frente a sus padres y rápidamente se la llevaron en el asiento trasero de un Dodge 1500. En la vivienda permaneció un grupo hasta las 7 de la mañana y los padres de Nilda y su hermano fueron golpeados brutalmente. “Uno de la patota tuvo la ‘deferencia’ de no querer golpear al perro, por lo que le dijo a mi madre que lo cubriera con su propio cuerpo. Entonces la golpeaba a ella y no al perro porque le daba lástima”, describió la testigo.

Su primer destino sería el CCD conocido como La Cacha, en La Plata, donde fue ingresada a una habitación, obligada a desvestirse y torturada con picana eléctrica. Luego, por haber reconocido a un oficial de policía -de apellido Lara, amigo de la familia de la madre-, fue sometida a una segunda sesión de picana eléctrica.

De La Cacha recordó que allí concurría un sacerdote al que los policías y la patota llamaban “Manolete”, y años después Nilda junto a su madre pudieron averiguar que se trataba de Monseñor Callejas, uno de los que atendía y recibía a los familiares de víctimas de la dictadura en la Catedral de La Plata: “Un día, estando yo tirada en un pasillo, me hizo poner las manos adelante, en el piso, para pisármelas”.

Días después, habiendo sido trasladada al Pozo de Quilmes, Emilse Moler -quien la reconoció inmediatamente- y otras detenidas la hicieron “destabicar” (quitar el trapo que cubría sus ojos y rostro) y vio que estaba “toda negra, toda quemada” por las descargas eléctricas sufridas en La Cacha.

Cinco días después, sería llevada, junto a un grupo de detenidos y detenidas, al Pozo de Arana, recorrido sobre el cual recordó que era por pavimento hasta una curva y el ingreso a un camino de tierra, lleno de baches, que hacía que las víctimas se chocaran entre ellas en el interior del camión.

En Arana fue alojada junto a Nora Úngaro y otras cuatro mujeres. En varias ocasiones los guardias les anunciaron que serían liberadas y que, para ello, debían reconocer sus pertenencias en otra habitación: “En un momento, uno de ellos se dirige a mí, y me pide que diga ‘alpiste’. Cuando finalmente lo dije, me respondió: ‘perdiste’”, narró Nilda Eloy, quien pasaría 3 años más de cautiverio desde ese momento.

Entre el 13 y el 15 de octubre de 1976, sin recordar la fecha exacta, vuelve a ocurrir un traslado: junto a un grupo de alrededor de 30 personas, es llevada al CCD El Vesubio, donde volvería a aparecer un personaje apodado El Francés, una tipo de “especialista en interrogatorio” que olía a perfume y hablaba como una persona con mejor preparación que el resto. Nilda Eloy lo había escuchado hablar tanto en La Cacha como en el Pozo de Arana.

El periplo de vejaciones, cautiverio y torturas prosiguió en la Brigada de Lanús, conocida como El Infierno, con asiento en Avellaneda. Fue alojada junto a otras 6 personas en un calabozo de 1,50 por 2 metros, y durante los siguientes 4 o 5 días la puerta estuvo permanentemente cerrada. Las condiciones de detención eran extremas: se turnaban para poder sentarse; cada varios días les pasaban una manguera para tomar un sorbo de agua; y hasta 15 días estuvieron sin comer algo sólido.

El 31 de diciembre de 1976, por la tarde fue sacada, junto a otras víctimas, rumbo a la Comisaría 3 de Lanús, el último sitio de su secuestro y cautiverio antes de ser puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) el 21 de enero, cuando la trasladaron, junto a Emilse Moler, Patricia Miranda y otras mujeres a la cárcel de Devoto.

Como trabajadora de la CPM, Nilda Eloy desarrolló un profundo compromiso en el contacto, en el diálogo y en el acompañamiento a las víctimas que sufrieron la persecución y seguimiento por parte de la exDirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA). El Archivo, que preserva y gestiona la CPM y que contiene decenas de miles de fichas, legajos, y valiosa documentación sobre el accionar represivo en la Provincia y en distintos lugares del país, fue uno de los espacios en los que Nilda pudo transformar el terror padecido y motorizar su vida en la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia.

“Esto de atender a gente que viene a buscar sus legajos al archivo de la DIPPBA funciona como un lugar de apertura de la historia. Son muchísimos los que se acercan. Al principio les cuesta, pero toman confianza y comienzan a contar”, afirmó en una entrevista de octubre de 2006 publicada en la revista Puentes, tras el juicio y la primera condena a Etchecolatz. Aquél juicio en el que el presidente del tribunal, Carlos Rozanski, le propuso un breve descanso al promediar su testimonio, y que ella respondió: “No voy a parar. Fueron muchos años de silencio”.

Cabe aclarar que en esta cuarta jornada de juicio también se exhibió el testimonio de Alcides Chiesa brindado en 2011 en el juicio Circuito Camps. Sobreviviente del Pozo de Quilmes, Chiesa estudiaba cine en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica y fue secuestrado el 15 de octubre de aquél año en la casa de sus padres. Al igual que Nilda Eloy, falleció en 2017.


Fuente: https://www.andaragencia.org/no-voy-a-parar-el-testimonio-clave-de-nilda-eloy-que-volvio-a-resonar-frente-al-tof-1-de-la-plata/

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