Senkata: El muro que no olvida

Masacre en Senkata del 19 de Noviembre del 2019 (El Alto-Bolivia)

Quya Reyna
¡Callate, carajo!, le grita una señora a un perro que de dos aullidos alarma a los vecinos detrás de la planta de gas de Senkata. “¿Por qué le grita? Mejor que aulle, debe estar triste”, le regaño mientras detengo la bicicleta. “No pues, es que es para anunciar más muertos”, me contesta retándome. El perro ha desaparecido con un “¡chusta!”, pero el humo que sale a lo lejos no se disipa, y la hilera de cascos verdes es mucho más fuerte.
La policía ha tomado la planta y ha sustituido el muro de los alteños, por un muro clandestino, no tiene rostro, no tienen pueblo, no conocen ninguno. ¡Circula carajo!, me grita el muro cuando me quedo viéndole por un rato con una cara de asco.
Las calles son silenciosas, cada una más que la otra. El Hospital Japonés está repleto de gente en sus afueras. “¡Ayúdenos por favor, nosotros también les ayudaremos!”, me grita un hombre desesperado cuando quiero hacerle una entrevista para la radio Wayna Tambo. “¡Por favor que nos ayuden, han ocultado a más muertos!”, grita una señora desesperada, tomando mi mano para que le acerque a la boca el celular para grabarle. La vigilia en el hospital es para que les entreguen los muertos… “los están sacando en ambulancias, para hacerlos desaparecer”, me dice un joven, “por eso estamos vigilando”. “No vinieron a dialogar, le han metido bala nomás”, llora una señora. Después de poco, me decido a ir a casa, ya es tarde y la zona está militarizada.
Antes de tomar la bici y marcharme, un coro en llanto se escucha por la puerta del hospital y la multitud se abre para dar paso a un muerto más que es cargado en una camilla y cubierto por una frazada gris. Las mujeres lloran y los hombres gritan ¡QUEREMOS JUSTICIA! ¡CUÁNDO! ¡AHORA!… “¿Dónde se los van a llevar?”, pregunto. “A la capilla, cerca de la posta”, me dice un tío, mascando coca y anunciando a los vecinos el viaje al más allá de otro compañero más: “¡OTRO MUERTO!”. Uno más de los tres que ya hay…
Dicen que los velarán en la avenida principal, para que el mundo vea lo que les hicieron.
El bolero de la muerte suena en Senkata. La canción fúnebre que un día anuncia el silencio de los caídos en la Guerra del Chaco, hoy suena en este lugar. El humo sigue flotando en el aire, las fogatas son más débiles ahora. La caravana que lleva al hermano caído cruza la avenida principal y sus gritos por justicia corrompen el silencio interno que se instaura en todos. Los hombres sentados en ladrillos y otros armando fogatas con las pocas llantas, le siguen a la noche el desvelo. Donde habían balas, ahora no quedan más que muertos. El bolero se esparce en el aire y no suena más el grito alteño. Supongo que la paz para algunos, significa el silencio de otros
Los militares nos gritan que circulemos por atrás de la avenida mayor y las calles se tornan oscuras. Achocalla, a la vista, en la orilla donde se posan nuestros pies, oculta su encanto, resguarda el dolor. Los barrancos por donde tenemos que pasar se hacen largos e interminables. Ahora sólo se camina, no hay paso para andar en bicicleta. Somos siluetas andantes entre esta cortina oscura de poca luz, de poca lucidez, sin ganas de hablar, sólo bajando el rostro, como sin querer mirarnos.
¡Wawa, intindim, amuytasim, wawa! (entiende, hijo), le dice un anciano a un policía al pasar por la planta de gas. La gente se reune ahí, para gritarle o para rogarle a los policías que dejen de matar. Es como un punto fijo de desfogue o de desahogo, para sacar la indignación o para sacar la pena. El anciano grita ya sin clamor, sino con rabia después de que nadie le hacía caso. “¡Disparame entonces, disparanos a todos!”, dice con su voz ya ronca, mientras abre su chamarra y golpea su pecho. “¡Ojalá un día nos vean sin tener vergüenza de lo que hicieron!”, le grito a uno, ya sin poder contener las lágrimas. “Ojalá…”, las ruedas de mi bicicleta avanzan.
Algunas fogatas siguen encendidas en medio de las rutas de la avenida grande. La gente avanza sin detenerse y tenemos que esquivar piedras, alambres y a nosotros mismos. “Ojalá fuera tan fácil esquivarlo todo”, pienso. Ojalá Senkata no fuera tan fuerte y cese el paro. Ojalá Senkata tenga gente cobarde, así escaparían de las balas. Ojalá Senkata perdone o se resigne y vuelva a la normalidad. Ojalá Senkata entienda que este mounstruo es más fuerte que los ha arrinconado a las críticas, al olvido. Ojalá Senkata duerma esta noche sin tenerle que llorar a los muertos. Ojalá a Senkata se le olvide esto y empiece a abrazar policías. Ojalá a Senkata no se le venga a la memoria la herida que nunca sanó. Ojalá… pero no, Senkata es Senkata y su memoria es más fuerte.

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