Desgranamiento poblacional en comunidades de Iruya: un proceso lento pero constante

Desde épocas en que los ingenios azucareros del norte del país necesitaron mano de obra barata, las comunidades iruyenses fueron perdiendo habitantes. Un proceso que siguió constante, pero que experimentó un fuerte aceleramiento en los últimos 20 años.

Rodeo Colorado

30/05/2021

En la primera mitad del siglo XX, comienza a generarse un proceso de lento abandono en las comunidades de Iruya, relacionado con el traslado de muchos pobladores en busca de trabajo en los ingenios azucareros. Este movimiento, que en primer lugar fue de los hombres adultos, luego generó un segundo momento de traslado familiar, afincándose las familias de manera definitiva en distintas ciudades de la provincia tales como Orán, General Güemes y Salta, entre otras.

Desde aquel entonces, el desgranamiento poblacional fue lento pero constante. Sin embargo, en los últimos 20 años se vislumbró con celeridad sorprendente y alarmante, un despoblamiento aun mayor que obedece a causas sociales, políticas y económicas.

Migrar/partir

Raúl Viveros es coordinador de la Comunidad Indígena del Pueblo Kolla, es de la Comunidad Finca Santiago, del Ayllu Colanzuli. Su trabajo en la Secretaría de Agricultura Familiar le permite recorrer muchísimas comunidades. Desde hace años avizora la problemática poblacional que se da en Iruya: “Las poblaciones fueron migrando sobre todo a los centros urbanos por distintos motivos: la comunicación, que en estos tiempos es muy importante, el acceso a la educación, por la mayor posibilidad de trabajo, pero sobre todo, migran por el tema de la accesibilidad. Hay que tener en cuenta que en nuestra zona, a muchas comunidades se accede por caminos de herradura que implican, ocho, nueve, diez o doce horas de caminata. Y esto resulta mucho esfuerzo y sacrificio. También influye que la falta de accesibilidad no da posibilidades de vender los productos. Los caminos en muchos casos son huellas. Entonces la gente migra a un lugar donde tenga más conexión”.

Los desplazamientos se dan hacia diferentes ciudades, no existe un solo punto de migración, tal como lo explica Raúl: “En primer término muchos llegan al pueblo de Iruya, y los que ya viven en el pueblo, se van a Salta, por ejemplo. Otros parten a Humahuaca o Jujuy, están dispersos, no hay un foco especial”.

Ivana Taritolay es docente en el departamento Iruya hace más de 15 años. Vivió en carne propia la migración de alumnos y familias con las que supo compartir momentos a partir de la educación y la convivencia: “Al principio el desarraigo les cuesta, ellos ahí se criaron, hicieron sus trabajos, tienen sus cosas, pero no les queda otra y se van adaptando de a poco al nuevo lugar. Se van a probar suerte. Por ejemplo, van a Humahuaca, hacen su casita. Ahí en ese nuevo lugar tratan de seguir sosteniendo lo cultural, la tradición. Al principio vuelven al pueblo, porque les cuesta dejar su tierra y persisten. Vuelven, intentan, pero después ya la abandonan, porque es muy difícil trasladarse”.

Ivana encuentra variadas razones por las cuales los pobladores migran, reconociendo sobre todo la complejidad de la zona y los escasos recursos con los que las familias cuentan: “Se van a la ciudad porque buscan sobrellevar mejor la economía familiar. Más allá de que tengan una economía de subsistencia, buscan algo de progreso, una proyección de futuro”.

Adelina López pertenece a Qullamarka, la Coordinadora de Organizaciones Kollas Autónomas de Salta. Agrupa más de 90 comunidades en toda la zona y sigue de cerca el proceso de traslado poblacional en la región. “Hay un desmembramiento de las comunidades, lo vemos a diario, se nota mucho. Yo recorrí bastante las comunidades y lo vi. A Iruya pueblo se van muchos, a Humahuaca, a Jujuy, a Salta. Sobre todo los grupos etarios jóvenes se han ido la mayor parte (…), es una cadena de migración, porque primero las comunidades, sobre todo más alejadas con pocos caminos carreteros, fueron yéndose a lugares como Iruya pueblo, y después a otras ciudades”.

El factor turismo

Cuando se indaga en las razones por las cuales se desarrolla este proceso de migración, aparecen diversas variables. Una de las que emerge centralmente, es el turismo. Lejos de pensar a la actividad como algo estrictamente negativo, los referentes comunitarios reflexionan sobre la cuestión planteando otras variables y alternativas.

Adelina López describe la situación. “Iruya se hizo muy famoso turísticamente a partir del 2001, 2002. Entonces mucha gente se vino a vivir a Iruya por el turismo. Se han armado barrios alrededor, se han hecho muchos negocios, se han creado muchos restaurantes, muchos alojamientos. En el año 2000, prácticamente no había nada de turismo. A partir de 2001, 2002 comenzaron a llegar entre doce y catorce micros por día, que son 500 turistas por día. Esos turistas comen, se alojan, requieren lugares para salir y sobre todo, consumo. Entonces la gente vio esa posibilidad de ir trasladándose a Iruya. Luego al pueblo llegó 24 horas la luz, llegó internet, llegó el cable. Eso hizo que muchos de los jóvenes insistieran en irse a Iruya”.

Raúl Viveros agrega y complejiza el tema, “en la pandemia muchos de los que tenían emprendimientos vinculados con el turismo tuvieron que volver a sus comunidades a producir, porque no se podía trabajar con turismo. Yo pienso que el turismo viene a complementar la actividad que se hace en el lugar, aunque muchos del sector lo caracterizan como la actividad principal. En la pandemia se notó que tiene que ser complementaria, y tiene que fortalecer las cuestiones territoriales, el arraigo territorial. Iruya no es una gran ciudad, es un pueblito en donde se concentra toda la actividad turística. Los demás pueblos son lugares de paso y de tránsito. Esto generó que muchas comunidades se despoblen para realizar estas actividades en los lugares donde hay turismo. Diferente hubiera sido si se trabajaba un turismo agrícola, ecoturismo o turismo rural comunitario que fortalezca los procesos organizativos y económicos de las comunidades. Hubieran sido diferentes los resultados en estas zonas. Ahí uno se da cuenta de la importancia que tuvo la suspensión, la no inauguración de la hostería en Nazareno. Ahora ellos están trabajando el turismo comunitario”.

La experiencia de Nazareno resultó un mojón de resistencia para muchas comunidades de la Puna salteña. Un hito que se remonta a 2008, cuando al intentar inaugurar una hostería de alta montaña, la población se opuso literalmente al corte de cinta forzando un plebiscito. A pesar de los artilugios gubernamentales, entre ellos el de hacer debutar el voto electrónico en poblaciones con tan poco conocimiento de este tipo de tecnología, el rechazo ganó, convirtiendo el edificio en un albergue estudiantil.

Hoy Nazareno apuesta a otro tipo de turismo en consonancia con sus comunidades.

Escuelas que cierran

Como un claro ejemplo del proceso de despoblamiento en las comunidades, las matrículas escolares son un fiel reflejo de esta realidad. En los últimos años, muchas escuelas sufrieron cierres por falta de alumnado, dejando atrás uno de los pocos lugares de agrupamiento comunitario.

La docente Taritolay comenta: “ya en el año 2000 se cerró una escuela. La directora quedó en disponibilidad por falta de matrícula. De a poco se van cerrando cargos. Donde había cuatro o cinco docentes quedan dos o uno. Otras escuelas, como Campo Luján, tienen 3 alumnos y dos niños van a 7°. Va a quedar uno solo en breve. Esta escuela posiblemente cierre”.

Raúl Viveros comenta al respecto: “se cerraron escuelas y hay otras de cierre inminente porque hay muy poco chicos. Existen claros indicios de que en tres o cuatro años en esas comunidades van a desaparecer las escuelas porque son muy pocos chicos (…). Las comunidades están envejecidas. Eso da la pauta que tienden a quedarse sin educación, y al no haber una escuelita en esos lugares, todo es más difícil. Con la pandemia se notó clarísimo que la comunicación no es un lujo sino una necesidad básica, si no los chicos no pueden estudiar, no pueden mandar las tareas. También el tema de los accesos para que los docentes lleguen es clave, son muy complejos y no hay reparo desde el Estado provincial y nacional”.

Ivana, que es docente en el pueblo de Rodeo Colorado, opina: “para no migrar, al menos necesitan los servicios básicos. Si bien hay agua, que nace de una vertiente en el cerro, no hay luz, por ejemplo. Entonces no hay internet, no hay señal de teléfono, no hay servicios esenciales. Ahora con la pandemia, en la escuela donde trabajo, se daban clases virtuales. Y es tal el desinterés político, que la misma gente se organizó porque estaban incomunicados. Nosotros necesitábamos mandar tarea y ellos se movieron y lo lograron. Instalaron su propia internet, aunque sea 3 horas. Toda la comunidad se preocupa por los niños”.

“Hay comunidades que han desaparecido. Antes de la pandemia se cerraron tres escuelas, y las dos o tres familias tuvieron que trasladarse por obligación, porque no tenían escuela. Tres escuelas en menos de un año por falta de matrícula. Al gobierno tampoco le interesa el tema, no le conviene pagar esos docentes”, comenta Adelina, referente del Pueblo Kolla.

Escuchar a las comunidades

Los relatos abundan en la inexistencia de una política que acompañe e impulse la permanencia en las comunidades. El poco diálogo y la abundancia de políticas verticales y asistencialistas generan un abandono forzado del territorio y, con ello, la desolación para aquellos parajes de riquezas naturales difíciles de mensurar.

Toritolay relata situaciones de migración que vivenció en primera persona: “la gente deja las casas cuando se va. En Las Trancas, un paraje de la zona, la escuela tenía dos ordenanzas, y esas dos ordenanzas van a parar a mi escuela porque quedan en disponibilidad al cerrar la escuela. Entones son reubicados allí, y estas personas tenían que dejar sus cosas. En los primeros años volvieron, pero ahora ya están haciendo sus casas en Rodeo Colorado, ya se instalaron. A lo sumo van una vez al mes, o en la época de los duraznos. Van a ver sus plantas, sus cosas, a mirar, pero prácticamente ya no viven”.

Ivana comenta con dolor aquello. “Trancas ya se convirtió en un pueblo fantasma, porque de por sí había poca población, pero al irse la escuela, que es la vida del pueblo… se mudaron los ordenanzas que son un poco los que sostienen la vida de estos pueblos, porque reciben un sueldo fijo, compran, van, vienen. Ya dejaron sus casas abandonadas”.

Adelina López pone énfasis en el sentir de los pobladores. “La gente no se va porque quiere irse, y menos con esta pandemia. La ciudad no está para sobrevivir fácilmente, entonces no hay nada mejor que estar acá. Pero es difícil ver una población sin habitantes. Las casas abandonadas… por ahí las familias que sostienen esas comunidades son las que tienen animales. Entonces aunque no vive gente, es una zona de pastoreo de los animales, y es una forma de conservar la casita que quedó. Van volviendo cada tanto, quizás una vez al año. Es lo que queda”.

Raúl Viveros pone énfasis en la responsabilidad gubernamental, que muchas veces transfiere discursivamente al poblador el motivo del abandono territorial. “Vemos que hay una clara política del Estado municipal, provincial y nacional de despoblar las comunidades, al menos hasta ahora. Las viviendas y las rutas se hacen en las grandes ciudades. Para los que vivimos en esta zona, se nos da el último peso que queda. Se necesita entonces una política que fortalezca el arraigo, no una política de clientelismo y paternalismo”.

Otra Iruya posible

Viveros expone la problemática y contrapone algunos casos que, dentro del departamento Iruya, demuestran que la permanencia en el territorio es posible: “la vivienda rural, los accesos, los caminos, son clave. Fortalecer las actividades que hace la gente en la zona es fundamental. Tiene que haber una redefinición de las políticas públicas hacia los sectores rurales. Si se soluciona eso, la gente se queda. En lugares donde hay conectividad, caminos, transporte público, hay una tendencia a quedarse. Por ejemplo, la comunidad de Colanzuli es una de las comunidades de Iruya que mayor independencia económica tiene porque vende muchos productos a Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Mendoza y Tucumán. Vende todo lo que son cultivos andinos. Y esas condiciones se dan porque hay acceso a vehículos. Existe también una incipiente conectividad a internet, dos escuelas primarias. Hay crecimiento”.

Raúl comenta con énfasis otro ejemplo de lo que se puede generar positivamente, con un poco de compromiso gubernamental hacia las comunidades de la Puna salteña. “Una comunidad joven, es la comunidad de Volcán Higueras, que hace 10 años atrás estaba a punto de desaparecer. Pero con el acceso del camino carretero, permitió que la gente se quedara y hoy en día es una de las comunidades con más población joven”.

Con todas las dificultas y las limitantes que implica vivir en la zona, comunidades como estas, son la otra cara de Iruya.

“Iruya tiene un potencial muy grande a futuro. El tema es cómo potenciamos los trabajos, los emprendimientos, como sostenemos. Por ejemplo, en la zona baja no acceden fácilmente los vehículos. Allí hay lugares donde crece buena fruta, y la fruta está en verano, pero no se puede comercializar en verano porque los ríos están sumamente crecidos, no se puede transitar. Entonces ¿qué hacemos con esa fruta? Habría que ver la manera, son las cosas que van pasando y hay que resolver (…). Después, tenemos cantidad de maíces, variedad de papas, habas, arvejas, ahora también empieza a nacer el cítrico en la zona baja, naranja, lima, mandarina, pomelo, palta… todo tendría que ir a un lugar como Iruya y de ahí salir”, comenta con un gran conocimiento de cada una de las zonas, Adelina López.

La maestra Ivana se emociona al relatar el esfuerzo diario de cada uno de los pobladores con los que les tocó vivir y cada zona que le tocó caminar. Describe con claridad parajes que resultan de un acceso difícil de comprender: “trabajé en la escuela de El Porongal, que se entraba por el pueblo de Iruya, de ahí caminabas por el río y después una subida. Es un camino que lleva doce horas. ¡Yo tardaba casi veinte!”, recuerda Ivana mientras se ríe de aquellas experiencias vividas. “Volvía a mi casa cada dos o tres meses, porque no es fácil ir y volver. Trabajábamos de lunes a viernes y la caminata sola ocupa el fin de semana. Entonces a veces nos tomábamos algún día por el mes completo trabajado, juntábamos días y podíamos al menos llegar a Salta un domingo, estar lunes y martes para volver al trabajo”.

Tanto Ivana relatando su experiencia de aprendizaje como docente, así como Adelina y Raúl aportando la mirada como pobladores, referentes y conocedores de la realidad a cada paso, dejan claro la potencia viva que perdura en aquellos parajes.

A pesar de las complicaciones territoriales, del sistemático olvido oficial y de la mirada esquiva de una sociedad de consumo, los pobladores de Iruya resisten culturalmente en sus territorios.

Perdidos en un mapa que solo aparece para el turismo, sufriendo cambios que nunca motorizaron, hacen frente al proceso migratorio en los pueblos del tiempo sin tiempo como guardianes de la tierra y la sabiduría ancestral.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/344826-desgranamiento-poblacional-en-comunidades-de-iruya

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