La dimensión de esta atrocidad

Los casos de Nora Codina y Esteban José Sumich estuvieron presentes en la novena y décima audiencia de ABO V, el juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito conformado por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”.

Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente) / Camila Cataneo (La Retaguardia). Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia). Fotos: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia

Nora Codina fue secuestrada de su casa el 8 de septiembre de 1977. En ese entonces tenía 25 años y estaba casada con Eduardo Alfredo Goldar quien era médico genetista y simpatizaba con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Él no militaba mucho, yo nunca milité”, afirmó.

La sobreviviente contó que entraron a su casa a las tres de la mañana: “Me hacharon la puerta, literalmente”. En ese momento, la vecina llamó a la mamá de Nora, que se comunicó con su hijo —el hermano de Nora—, que vivía en el mismo edificio y logró quedarse con Nicolás.

A Nora la llevaron a El Atlético. “Me hicieron bajar por una escalera caracol. Me dieron un número. Estuve vendada y atada de pies y manos”, recordó. La metieron en la “Leonera”, donde había muchísima gente detenida. “Me torturaron y me golpearon muchísimo los oídos hasta romperme el tímpano. Me preguntaron a qué me dedicaba y les contesté que me dedicaba a la danza clásica y contemporánea. Para escuchar menos hice una coreografía en mi cabeza”, dijo.

Horas después escuchó llegar a Eduardo, su marido, cuyos apodos eran “Barba” y “Oreste”. Nora contó que “él trabajaba en el Hospital de Moreno y los sábados trabajaba en una salita que curaba a los niños de la villa. Eduardo tenía una imprenta en casa, nunca usó un arma”.

Continuó con su declaración: “A él lo torturaron muchísimo. Nunca nos dejaron estar juntos.  Un día me llevaron donde estaban torturando a Eduardo, me sacaron la venda y me dijeron miralo. Yo no abrí los ojos”.

En El Atlético estuvo unos 10 o 12 días. “Llegué a pesar 35 kilos. Estuve encadenada y vendada siempre”, afirmó. A fines de septiembre, la liberaron. “Me dejaron a unas 25 cuadras de San Cristóbal y me fui caminando”, relató. Luego expresó: “A mí me siguieron dos años después de que me liberaron. Me enteré por los informes a los que pude acceder (…) Fue una experiencia muy dura, pero tuve un instinto de conservación natural. E hice una coreografía. Creo que el arte me salvó. Y luego me pude reconstruir, con toda la humildad del mundo”.

Esa noche

En 1977, Pablo y Nora vivían en el mismo edificio, en distintos departamentos y tenían un vínculo cotidiano. El día de la desaparición de Nora habían cenado juntos. Estaban Pablo; su esposa; su hija de ocho meses, junto a Nora y Nicolás; y el hijo de Nora y Eduardo, quien por entonces tenía dos años.

En la madrugada, la vecina de Nora llamó a Pablo y le avisó que en el departamento de su hermana había ruidos raros. “Bajo por las escaleras, me encuentro con el grupo de tareas, me tiran al piso, me apuntan, me pisan la cabeza y me preguntan dónde está Eduardo”, relató Pablo en la décima audiencia. “Escucho que se llevan a Nora, que sale caminando. Me tienen un rato ahí. Me hacen pasar al departamento, donde habían destruido la puerta y los sofás y sillones estaban cortados con cuchillo. Ahí me encuentro con mi sobrino, que estaba sentadito en la mesa del comedor”, agregó.

Pablo contó que quien aparentemente dirigía el operativo era una persona rubia, delgada y alta. “Me pregunta donde estaba Eduardo. Les dije que no sabía y que la criatura que tenían ahí era mi sobrino y que yo me lo iba a llevar. Me dicen que sí”, contó. A él no lo detuvieron. “Yo no estaba en el listado”, dijo.

“¿A donde llevaron a mi hermana?”, preguntó. “Le vamos a hacer algunas preguntas y luego va a recuperar la libertad”, relató el momento donde se llevaron a Nora.

En el edificio dejaron una consigna por varios días, según recordó Pablo: “Pese a que nos habíamos mudado por unos días a la casa de mis padres, yo pasaba por la puerta del edificio y vi que habían dejado una consigna. Era una persona gorda, de pelo largo, con barba, no muy alta, que estuvo de civil varios días en la puerta del edificio”.

Durante el secuestro de Nora y Pablo. sus padres presentaron los correspondientes habeas corpus. “Salieron todos negativos. Yo estaba cursando últimas materias de Derecho y tenía un compañero cuyo padre era un marino retirado, le cuento y él, por gestiones de su padre, me consigue una entrevista con un secretario de (Jorge Rafael) Videla a quien yo voy a ver a la Casa Rosada, Villarreal creo que era el nombre. ‘¿Por quién me viene a preguntar?’. Por Nora Codina y por Eduardo Goldar Parodi. ´Espere que voy a averiguar ́, me dice. Se retira, y cuando vuelve nos dice: ‘Nora Codina va a recuperar la libertad en pocos días. Del otro, no me pregunte’. Y así fue. A los 4 o 5 días, mi hermana recupera la libertad del domicilio de mis padres, o sea que sabían dónde la estaban dejando”. relató.

Al momento de liberarla los represores le dijeron a Nora: “Disculpanos, errar es humano flaquita”. Pablo aseguró: “Con esto puedo confirmar que no hubo excesos, estaba todo planificado”.

El recuerdo del hijo

Luego de dos semanas se realizó la décima audiencia del juicio. Allí declaró Nicolás Goldar Parodi Codina, hijo de Nora y Eduardo.

Pablo tenía 8 meses cuando secuestraron a su mamá y a su papá. Años después pudo comenzar a reconstruir su historia: “Yo me quedé con mi tío, vivimos en la casa de mis abuelos”. A los meses liberaron a Nora y Nicolas recordó que le impactó mucho verla rapada”.

A lo largo del tiempo, Nicolás comenzó a conocer la historia de su padre. “Eduardo era médico, en ese momento trabajaba en el hospital de San Isidro. Era simpatizante del PRT-ERP. Hacía acciones que tenían que ver con su actividad en las villas. Estaba convencido del cambio de paradigma”, dijo.

Luego habló de lo que logró saber del día del secuestro de Eduardo: “El 9 septiembre de 1977 estaba en un congreso con el presidente de la Fundación de Genética Humana. Esa noche regresaban de Misiones en un auto. Eran tres personas y por lo que se sabe mi viejo no se resistió cuando lo secuestraron”.

Nicolás comentó que en septiembre de 1977 estaban cayendo muchos trabajadores de la salud que tenían vinculación con el grupo de militancia de su padre. “Todas esas personas fueron secuestradas y llevadas al Atlético”, dijo.

Continuó con su relato: “Sabemos que los dos estuvieron en el Atlético. Ella recordaba una avenida y una distancia corta entre Serrano (la calle donde vivían) y el centro clandestino. En el 2003 o 2004, recibimos un llamado del Equipo Argentino de Antropología Forense que nos entregó un informe de inteligencia de aparatos represivos. En ese informe hablaba de mis papas”.

Hace unos años, Nora y Nicolas pudieron ir al Sitio de Memoria el Atlético. “Mi mamá empezó a reconstruir cuando fue al sitio. Su recuerdo coincide con la mecánica que tenían en ese centro clandestino”, contó.

Al finalizar su testimonio afirmó que su tío y la novia, Malena Gallardo, desaparecieron cuando estaban haciendo una pintada. También recordó tres nombres de médicos cercanos a su papá que desaparecieron en esa época: “Vallejos, Savignone y Gonil”

Respecto a las consecuencias que quedaron en su familia, Nicolas expresó: “Si mi tío no bajaba —haciendo referencia al día del secuestro de Nora— yo podría ser un nieto apropiado, o no se. (…) Mucho tiempo viví con miedo”. Por último, dijo: “Queremos justicia, condenas firmes y construir memoria”.

La historia de Esteban

Luego declaró Esteban José Sumich, quien fue privado ilegalmente de su libertad el 23 de julio de 1978. Lo fueron a buscar en la madrugada cuando estaba en el departamento donde vivía. Luego fue llevado al Centro Clandestino “El Banco” y posteriormente al “Olimpo” hasta el día 9 de noviembre de 1978, fecha en que fue liberado.

Esteban comenzó relatando el día de su secuestro: “Yo trabajaba en la Municipalidad.  Por entonces militares entraron a casa mientras estaba trabajando. Abro la puerta y un arma me apunta. Me vendan los ojos y me atan las manos. Revisan mi casa, encuentran una carta de una amiga que vivía en Cordoba, en Salsipuedes. ’¿Y esta carta?’, me pregunta alguien que después me entero que se llama Cortez”.

Esa noche lo llevan a “El Banco”: “Lo que más recuerdo es el piso, que se parecía a un tablero de ajedrez. Y me ponen P 65. Ahí me dijeron ‘su vida va a estar en nuestras manos, le pedimos colaboración porque si no la va a pasar muy mal’”.

Luego contó cómo fue la primera vez que lo interrogaron: “Dígame su historia política. Quién era Eduardo Castaño, que estaba en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Cuando escucharon esa palabra me llenaron de golpes. Era tal el horror que sentía. Me tiraron en un calabozo que tenía el colchón totalmente mojado”.

Siguió con su relato: “Me llamaron una mañana y escuché el ruido de la carretera. Hacía muchísimo frío. Escuchaba el ruido de los camiones. Esta es la Richieri, pensé sin dudarlo. Cortez me dice ‘¿qué pasa con Tito?’. Al único que conocí es a Daniel Pancrasi. Al final de mi primer día secuestrado aparece Humberto Loria, ‘Tito’. Alcancé a escuchar el interrogatorio que estaba haciendo el Turco. Loria le dice ‘sí, yo hacía labores comunitarios con Pocho Rearte’, y ahí lo empiezan a golpear”.

“Yo estaba engrillado en los pies y en las manos. Se empiezan a abrir las puertas y cuando llegan a la mía dicen ‘a este no que está incomunicado’”, recordó el sobreviviente. “El papá y la mamá de Tito estaban en un tubo y Tito en otro (…) Los padres de Humberto Loria contrajeron hepatitis, Tito era asmático, y cuando caía en crisis asmáticas me daban permiso para ayudarlo. A Tito finalmente lo liberan. Y se suicida unos años más tarde. No aguantó”, contó.

El paso de un centro clandestino a otro

“El 22 de agosto nos mudaron. Nos metieron en el camión. Nos metieron en un calabozo”, aseguró Esteban. “Salvador Mole, Toto, era mi compañero de calabozo. Era de Mataderos, los padres tenían una panadería llamada La Delicias. Él trabajaba en una fábrica, estaba en un grupo que era ‘Poder Obrero’, o algo obrero, no recuerdo (…) Ese día vio a Calculín. Y coincidía la fecha con Trelew, y esa noche dejaron en libertad, justo el día de su cumpleaños, a una chica que tenía 9 años de novicia. Y Calculín le dice, acá te traemos una torta y un dulce”, recordó.

“Después conocí a Francisco, a Mariano, que nos servían la comida. A las chicas que se encargaban de la limpieza, eran prácticamente esclavas. Cómo atendían ellas era una cosa digna de admiración (…) En el calabozo de enfrente tenía una chica embarazada, se llamaba Cuca. Una muy buena persona, muy educada. Había varias chicas embarazadas, Pata y Chala, que él era de Mar del plata y ella estaba embarazada. También estaba Anteojito. Recuerdo a la chilena, una señora chiquita. La tenían como un trofeo. Fue tan maltratada. Era una dirigente de la izquierda revolucionaria”, siguió contando. Esteban se quebró. “Tengo que seguir, debo continuar”, dijo.

“Estaba ‘Chino’ Villanueva, tenía rango militar, e iba a hablar con el Turco Julián, quien le preguntó: ‘¿Qué opinás de la hija de (Armando) Lambruschini?’y el Chino le dijo que era un hecho político importante”.

Esteban contó que logró confirmar quien era una persona que estaba con él en cautiverio cuando empezó a trabajar en aerolíneas. “Era un ingeniero, que tenía el ojo desviado, que se encargaba de reparar los transmisores de los Montoneros, y también lo hacían reparar en el centro clandestino. Dos años después, cuando estaba trabajando en Aerolíneas Argentinas, estamos cargando un transceptor, en los 70 los guerrilleros habían robado ese transceptor”.

Siguió su relato: “En ese tiempo pido hablar con Cortez, y no me atiende. Pido hablar con el Turco Julián. Me llevan y le digo: mire, ¿hay alguna forma de mandarle una cartita a mi viejo?. ‘Quedate tranquilo pelotudo, esto es política’, me dijo el Turco y luego dice: ‘Cortez está borrado, es un asno. No es como nosotros, los policías´” ‘.

Aparece Cortez

Esteban contó que entró un señor, con aspecto mesopotámico. Le preguntó cómo estaba la comida. “Yo soy nuevo, tengo una concesión”, le dijo. El sobreviviente lo describió como un tipo muy alto, de tez negra, que se encargaba de hacer los trabajos pesados, trasladar a la gente que estaba en los tubos.

“También conocí a uno que le decían La Morsa, que era un tipo muy cruel, y otro El Nene, que era muy alto. Y estaba otro guardiacárcel, que a través de otra compañera llamada Claudia, que trabajaba en caramelos Mu Mu, no recuerdo bien el apellido pero creo que era Quiroga”, agregó.

Lo liberan

“En ese momento, algún movimiento interno hubo. Se fue Calculín y apareció Paco, quien me dice: ‘Hoy es 8 de noviembre, acordate que hoy es el día que volviste a nacer porque hoy te dejamos en libertad’. Me deja un papel con números: ‘Cualquier cosa que veas, nos llamas. Cualquier cagada que hagas, te vamos a cepillar’”, contó acerca del momento antes de que lo liberen.

Continuó: “La madrugada siguiente éramos varias personas. Aparece el Turco Julián, diciéndole uno por uno su historia. Éramos seis muchachos, nos dejaron en libertad en un Ford Falcon. Yo estaba en el asiento de atrás, en el piso, con dos muchachos más. Nos bajan, pensamos que nos iban a fusilar. Uno de los detenidos le dice: ‘Yo voy a terminar de estudiar derecho y voy a hacer justicia para poder dar con el paradero del señor Oscar Smith, sindicalista de Luz y Fuerza’. Finalmente se van. Vamos caminando hasta una avenida. Nos detiene la policía. Nos llevan a la comisaría, y nos vuelven a torturar. Finalmente nos liberan”.

Reconocimiento

Al finalizar su testimonio reconoció a detenidos que estuvieron secuestrados en el Olimpo: “Guaricho; Eduardo Raul Cataneo, Chester, era rengo; Cuca, muy buena persona, estaba embarazada; la Chilena; un señor que estaba con la señora. A él le dieron tanta máquina que se lo llevaron. Calculín le dijo. La señora, la gallega le decían. Un niño, pero si le tapo los ojos, es un compañero del Olimpo, el servía la comida. Toto, el gran Toto, gran tipo. Me leía los libros que no podía leer. Serenata. Mariano, servía la comida, muy educado, estudió en escuela católica, hacía canto gregoriano. El Chino Villanueva, el tenía un grado militar dentro de Montoneros. Anteojito, la utilizaban para el lavado, tarea administrativa. No descansaban estas mujeres. En el Olimpo yo recuerdo noches en las que se escuchaba música muy fuerte, lo que recuerdo es que había una señora, le decían la alemana, la estuvieron torturando con la presencia de su hija. Quiroga se llevaba un par de veces a Claudia, la chica que trabajaba en caramelos Mu Mu”.

Desde 1996 Esteban vive en Panamá. En 2018 volvió al Olimpo, hoy convertido en Espacio de Memoria, con su esposa y su hija mayor. “Ahí me encuentro con Elsa Lopardo, les pude mostrar el lugar donde estuve, donde estábamos con Toto”, contó en su testimonio. Y concluyó: “No entiendo la dimensión de esta atrocidad”.


Fuente: https://laretaguardia.com.ar/2022/10/la-dimension-de-esta-atrocidad.html

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