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El capitalismo “verde” en crisis: fin de una quimera
por Eder Peña
misionverdad.com/
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El capitalismo parte de una mirada en la que la naturaleza se considera un capital o un activo, algo a lo que podemos poner precio y comerciar en el mercado
Este intercambio se realiza en los mercados financieros, a través de la creación de créditos de carbono…
Ante la crisis climática global, que ya se hace evidente en la fuerza destructiva de los eventos meteorológicos, surge de nuevo la pregunta de cómo enfrentar este fenómeno cuyas causas están asociadas al modelo civilizatorio que se ha extendido desde EEUU y Europa al resto del mundo.
Los gobiernos occidentales, en particular esos que llamamos potencias, están atrapados entre intentar inflar la crisis para que predomine la doctrina del shock o crear una depresión económica en cascada a partir del impago, mayor que cualquier cosa que se recuerde. Ya no es posible seguir pidiendo más moneda nueva prestada para pagar la deuda actual porque una economía real con limitaciones energéticas no puede crecer mucho más, y porque el Norte Global llegó al «pico de deuda».
Tanto las grandes crisis económicas del siglo pasado (años 30 y 70) como las de este (luego de 2005 y la actual) fueron provocadas por la escasez de energía y el aumento del costo de todo lo demás en la economía y su respectivo disparo inflacionario.
PERO HABLEMOS DE «CAMBIO CLIMÁTICO»
Se ha instrumentado por parte de los medios el uso del llamado «cambio climático» para explicar algunos de los eventos que en realidad se derivan de un sistema en proceso de implosión masiva y multidimensional. Tal es el caso de la guerra provocada en Siria o los llamados «refugiados climáticos» de una nación desvalijada como Somalia.
Cabe destacar que, a principios de la década de 2000, el «estratega» republicano Frank Luntz le bautizó como «cambio» porque se podía crear la impresión de que había algún «debate» sobre este tema, además llenaría de dudas y negaciones las decisiones que debían tomarse. Mientras que «crisis» era peligroso y aterrador, obligaba a preguntar las causas estructurales del problema. Luego de varios años, y del valioso tiempo perdido, no se habla de olas de calor sino de «cúpulas de calor», «megaincendios» o «megainundaciones».
La crisis climática es el resultado directo de que hay demasiado dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera, por lo que la solución consistiría en dejar de emitir más e incluso eliminar parte de él. Esta idea es fundamental en el plan actual del mundo para evitar la catástrofe. Algunos hitos descritos en un documento por un grupo de veteranos científicos del clima:
– En junio de 1988, James Hansen, administrador del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la Nasa, dio un testimonio ante el Congreso de los EEUU y presentó de forma forense las pruebas de que el clima de la Tierra se estaba calentando y que los «seres humanos» (nunca las élites) eran la causa principal.
– A mediados de los años 90, la mayor parte de la atención se centró en el aumento de la eficiencia energética y el cambio de energía (como el paso del carbón al gas en el Reino Unido) y en el potencial de la energía nuclear para suministrar grandes cantidades de electricidad libre de carbono.
– En la primera década del siglo XXI se implementaron los Modelos de Evaluación Integrada que permitían a los modelizadores relacionar la actividad económica con el clima, por ejemplo, explorando cómo los cambios en las inversiones y la tecnología podían provocar cambios en las emisiones de gases de efecto invernadero. Se convirtieron en una guía clave para la política climática pero eliminaron la necesidad de un pensamiento crítico profundo.
– Los modelos permitieron postular un futuro con más árboles como sumideros de carbono atmosférico para compensar la quema de carbón, petróleo y gas, por ello se asume que la forestación es clave para captar el CO2 emitido.
– La captura y el almacenamiento de carbono (CAC) ofrecían el giro de que, en lugar de utilizar el dióxido de carbono para extraer más petróleo, el gas se dejaría bajo tierra y se eliminaría de la atmósfera. Este prometido avance tecnológico permitiría un carbón respetuoso con el clima y, por tanto, el uso continuado de este combustible fósil.
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Climeworks es uno de los pocos proyectos de demostración en funcionamiento para capturar el dióxido de carbono del aire en el techo de una planta incineradora de residuos en Hinwil, Suiza
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– Cuando la «comunidad internacional del cambio climático» se reunió en Copenhague en 2009, estaba claro que la CAC no iba a ser suficiente porque no había instalaciones en funcionamiento en ninguna central eléctrica de carbón, no había ninguna perspectiva de que la tecnología fuera a tener algún impacto en el aumento de las emisiones por el incremento del uso del carbón en un futuro previsible y, no menos importante, el costo.
– Como la comunidad de modelización climática-económica ya podía incluir en sus modelos los sumideros de carbono de origen vegetal y el almacenamiento geológico de carbono (CAC), entonces adoptó cada vez más la «solución» de combinar ambos.
– Surgió así la captura y el almacenamiento de carbono en la bioenergía, o BECCS, consistente en quemar biomasa «reemplazable», como madera, cultivos y residuos agrícolas, en lugar de carbón en las centrales eléctricas, y al capturar el dióxido de carbono de la chimenea de la central y almacenarlo bajo tierra, la BECCS podría producir electricidad al mismo tiempo que eliminaba el CO2 de la atmósfera.
– La BECCS tendría que eliminar 12 mil millones de toneladas de dióxido de carbono cada año y, a esa escala, requeriría planes de plantaciones a escala industrial dedicadas a la cosecha regular de bioenergía, en lugar del carbono almacenado en los troncos, las raíces y los suelos de los bosques.
– Se ha calculado que la BECCS exigiría entre 0,4 y 1,2 mil millones de hectáreas de tierra. Eso supone entre 25% y 80% de toda la tierra actualmente cultivada. Se preguntan los científicos: ¿Cómo se conseguirá eso al mismo tiempo que se alimentan entre 8 mil y 10 mil millones de personas a mediados de siglo o sin destruir la vegetación autóctona y la biodiversidad?
– Otra de las ideas más investigadas de geoingeniería es la gestión de la radiación solar: la inyección de millones de toneladas de ácido sulfúrico en la estratósfera que reflejará parte de la energía del Sol lejos de la Tierra. Aunque suene absurda y riesgosa, para esta idea la Academia Nacional de Ciencias de EEUU ha recomendado asignar hasta 200 millones de dólares en los próximos cinco años para explorar cómo podría desplegarse y regularse la geoingeniería.
Y así va la «comunidad científica», a medida que desaparece el espejismo de cada solución técnica mágica, aparece otra alternativa igualmente inviable para ocupar su lugar.
¿RENUNCIAR AL PETRÓLEO? HE AHÍ LA CUESTIÓN
Siete de cada ocho personas habrán muerto en un año si quitamos los fertilizantes sintéticos, los pesticidas y los herbicidas a base de petróleo y los barcos, aviones, trenes y camiones que transportan los alimentos del campo a la mesa; no pareciera una cifra absurda. Una muestra es la crisis que experimentan algunos países de Europa ante la escasez de gas y el aumento de los precios, que ya son anteriores a la guerra en Ucrania, desde que la fiebre neoliberal europea les llevara a privatizar la energía.
Sin embargo, muchos son los sectores que afirman o se preguntan si se podrán «descarbonizar» los sistemas energéticos que nos permiten desarrollar las actividades diarias, pero también mantener un flujo de capital y renta hacia una minoría rica.
En un litro de petróleo se esconden 30 millones de joules de energía. Esto equivale al trabajo desplegado por una persona durante 83 horas seguidas sin parar o a mover un carro (peso medio entre 700 kilos y 1 tonelada) hasta 20 kilómetros. Si se habla de la gasolina o el diésel (refinados), pueden proporcionar hasta un 30% más de potencia.
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Los bancos con compromisos de cero emisiones el año pasado en Glasgow también financiaron a las 20 principales empresas de expansión de petróleo y gas (Foto: Informe Banking on Fossil Fuels, 2022)
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A su vez, un tercio de la energía que se consume en todo el mundo proviene del petróleo y ha permitido sostener el andamiaje económico de «libre mercado» por unos 200 años.
El petróleo permite el intercambio de mercancías alrededor del mundo, por lo que la debilidad actual del capitalismo no consta solo de la deuda o la financiarización sino de los límites biofísicos del planeta.
Pero dentro de esos límites está la cantidad de yacimientos de petróleo, cuyas facilidades para extraer son cada vez menores. En 2006 fue alcanzado su punto de máximo extracción, es decir, se llegó al pico del petróleo (peak oil). Esto significa que vamos a disponer cada vez menos del líquido y el capitalismo no va a poder seguir creciendo de forma infinita en un planeta con recursos finitos y cada vez más escasos.
Como es contaminante, tiene efecto invernadero y se está agotando. Desde hace años muchos organismos internacionales proponen el cambio en la manera de producir la energía que mueve la economía mundial.
Pero la realidad, que es más rica que la teoría, dice otra cosa: la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) advierte que, aunque perderá peso progresivamente en la matriz energética mundial, eso no significaría ni mucho menos su muerte o extinción temprana.
Las Perspectivas Mundiales de Petróleo 2021 de la OPEP (World Oil Outlook 2045) son que la demanda de petróleo aumentaría a largo plazo de 82,5 millones de barriles por día (bpd) en 2020 a 99 millones bpd en 2045. Su demanda crecería menos que antes en la segunda parte del período proyectado (2020-2045) y, aunque otras fuentes de energía como las renovables, el gas y la nuclear, crecerían con fuerza, se espera que el petróleo conserve la mayor participación en la matriz energética mundial durante los próximos 25 años.
En 2020, el petróleo representó 30% de las necesidades energéticas globales. Junto con la recuperación de su demanda posterior al coronavirus, se prevé que su cuota de participación alcance 28,1% para 2045.
La razón es que no todos los países son desarrollados aunque nos vendan la promesa de que lo seremos. Se espera que la demanda en los países emergentes, llamados no desarrollados, alcance de 46,3 millones de bpd en 2020 a 70.3 millones de bpd en 2045, con un crecimiento de 1.7% anual en el periodo proyectado. El crecimiento de la demanda de petróleo en estos países se atribuye, principalmente, al aumento de la población y la expansión de las economías en Asia, África y Oriente Medio.
En cambio, en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), llamados desarrollados, la demanda de petróleo disminuirá a largo plazo pasando de 36,3 millones de bpd en 2020 a 28,7 millones de bpd en 2045, con un crecimiento anual de -0.9%. Esto puede deberse a un mayor desajuste del crecimiento económico debido a cambios estructurales y un impulso político que continúa poniendo mayor énfasis en la eficiencia energética y el despliegue de tecnologías bajas en carbono, dicen los informes. Además, la demanda total de petróleo alcanzará este año un promedio de 100,3 millones bpd y para el año 2023 se espera que la demanda sea en promedio algo mayor, es decir, 103 millones de bpd.
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La demanda de países emergentes como China e India marcará la pauta en el futuro del petróleo, aunque hoy se espera que las demandas globales de petróleo disminuyan.
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Alemania, desarrollada a partir de energía y materia prima barata como todo el Norte Global, respondió a su crisis energética reactivando el consumo de carbón antes de la destrucción a los gasoductos Nord Stream 1 y 2, mientras que China tiene prevista la construcción de nuevas centrales eléctricas a carbón y la reciente instalación de una plataforma petrolera no tripulada en el mar meridional.
Nadie, ni los científicos ni los políticos, pueden imaginarse que se pueda alcanzar el objetivo de 1.5°C de aumento en la temperatura media mundial y la descarbonización de la economía. Los acuerdos de París (2015) son apenas un recuerdo mientras que los de la cumbre de Glasgow (2021) parecen extinguirse con las sanciones impuestas por Washington y Bruselas al petróleo y gas ruso.
EEUU ha abandonado el Acuerdo de París y la Unión Europea (UE) decidió incluir en la clasificación o taxonomía verde al gas natural (energía fósil) y la energía nuclear. Por su parte, el presidente chino Xi Jinping ya advirtió en enero pasado contra una transición energética que interfiera con la «vida normal» de los chinos.
DESPERTANDO DE UNA QUIMERA
El Norte Global se erigió en poder a partir de la energía barata; no será fácil que ningún país detenga lo que considera es su derecho al desarrollo, ni los desarrollados ni los que aspiran a hacerlo. Caerse de la cama del progreso infinito tiene sus conflictos y es lo que, en el fondo, está experimentando el mundo moderno hoy.
Como se embarcó en decirle «cambio» a una crisis, la llamada «comunidad» internacional postergó el tiempo para detener el uso acelerado de los combustibles fósiles repartiendo equitativamente las emisiones futuras.
Los modelos utilizados por la «comunidad» científica (si se permite el abuso de comillas) representan a la sociedad «como una red de compradores y vendedores idealizados y sin emociones», dicho así por el grupo de científicos preocupados. No aparecen en esos modelos, porque no es posible, las complejas realidades sociales y políticas ni la diversidad biocultural de cada nación.
La promesa mesiánica de que los enfoques basados en el mercado siempre funcionarán se ha estrellado con un reacomodo del mundo que está en proceso pero que pareciera ir a más de lo que hay, pero repartido. El mundo científico prefirió elegir que los debates sobre las políticas se limitaran a las más convenientes para los políticos y calló ante la inviabilidad de acuerdos como el de París.
Curioso que un patrón de conocimiento basado en la verdad demostrable siga fantaseando con aumentos de 1,5ºC o con sembrar hasta 1,2 mil millones de hectáreas de árboles maderables, en lugar de permitir que los ecosistemas se recuperen de los impactos humanos y que los bosques vuelvan a crecer.
Hicieron que la especie humana soñara que era «cambio» y no crisis, que cabría todo aquel en modelos muy complicados, que la deuda era dinero. Hoy pareciera que el mundo va a la guerra decepcionado y con una tremenda resaca.
EL CAPITALISMO VERDE EN CRISIS (SEGUNDA PARTE)
El sistema agro-urbano-industrial moderno y el megabingo financiero globalista apuntalan al capitalismo y narran sobre un desarrollo que no está hecho para todos los habitantes del planeta. Se escucha en todas partes que, si quisiéramos vivir al estilo de la clase media estadounidense, necesitaríamos hasta 3,5 planetas.
Lo que poca gente se pregunta es cuántos planetas se requerirían para vivir en un mundo «verde». El capitalismo verde no cuestiona al poder tal cual se ejerce en la llamada «aldea global», mucho menos los niveles de dependencia tecnológica y cultural que este poder corporativo impone.
RENOVABLES, ALTERNATIVAS, PERO… ¿A QUÉ COSTO?
Desde el Acuerdo de París en 2015, se lanzó con gran entusiasmo la «transición» energética hacia las energías renovables, mientras se decía que el uso de las energías fósiles (petróleo, carbón y gas) podría acabar en 2050. Un informe liderado por la Universidad de Stanford (2017), en el que han participado otras universidades de EEUU y Europa, señala que:
El uso de las renovables abastecería a 139 países que actualmente suponen 99% del consumo mundial.
Dichas energías crearían 52 millones de puestos de trabajo y compensarían con creces los empleos perdidos con la transición energética.
Se proyectaba que la demanda de otras energías renovables (solar fotovoltáica y eólica, principalmente) se expandiera de 6,8 millones de barriles equivalentes por día en 2020 a 36,6 millones de bpd en 2045.
Son las fuentes de energía de más rápido crecimiento con una cuota de participación estimada de 10,4% en el mix global en 2045, frente a solo 2,5 % en 2020.
Sin embargo, a este significativo avance, el consumo de las energías fósiles, representará según la propia OPEP, un 69,9% (petróleo: 28,1%, carbón: 17,4% y gas: 24,4%) en la matriz energética mundial en 2045.
Se trata de un esfuerzo muy costoso y complicado en el que los diferentes países y regiones se verán afectados de manera desigual, así lo han dicho analistas y pronosticadores durante años, por muy lenta y ordenada que sea, una transición de un mundo injusto también en lo energético a otro igualmente injusto, invita a cuestionarse el valor del esfuerzo.
Con planteamientos contradictorios en el diseño de mundo que pretenden, las élites apuntalan términos como «el Gran Reinicio», «el nuevo acuerdo verde» o «la cuarta revolución industrial». Saben que las tecnologías «verdes» dependen de complejas cadenas de suministro mundiales alimentadas por combustibles fósiles en cada etapa de su fabricación, transporte, despliegue, mantenimiento y desmantelamiento.
Otro informe sobre la generación de electricidad y su evolución a lo largo de estos primeros años de «transición» demuestra que las renovables, de momento, solo acompañan al crecimiento del consumo de electricidad, pero no están sustituyendo ni el gas, ni el carbón, que siguen creciendo.
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En China el aumento de la implementación de energías “verdes” como la eólica (azul) y solar (amarillo) ha sido evidente, tanto como el vertiginoso aumento del uso de fuentes fósiles como el carbón (coal).
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Pocos cuestionan la meta prometeica del crecimiento económico y el aumento del nivel de vida para el Norte, porque en su imaginario está predestinado a ser universales. Dice Tim Watkins, autor de La conciencia de las ovejas, que hubo dos periodos en la historia de Europa en los que sus antepasados se acercaron a la cima de lo que era tecnológicamente posible, utilizando únicamente energías renovables:
1.El Imperio Romano del siglo I, que alcanzó un nivel de tecnología que no se volvería a ver hasta el siglo XVII.
2.El sistema atlántico de comercio de esclavos y mercancías en el siglo XVII, fundado también en el saqueo y la piratería.
Ambos dependían de una masa de esclavos para mantener el sistema en funcionamiento. La supremacía lograda por el eje euroatlántico, y que ahora han replicado otras potencias emergentes, siempre tienen la energía «renovable» y endosomática de los esclavos y soldados que ponemos los pobres. También sistemas de mercado basados en el saqueo total, en que los recursos no se compensan en términos equivalentes.
PREOCUPACIONES POR LA TRANSICIÓN «VERDE»
Los foros internacionales están preocupados por que algunas industrias y países pagarán un costo más alto para transformarse a «cero neto» que otros, por el riesgo de una transición «apresurada y desordenada» que haría que los mercados y los precios de la energía fueran aún más volátiles de lo que son ahora. Esto generaría riesgos de interrupciones en el suministro de energía y un crecimiento económico más lento.
Seguramente también están preocupados por las vidas que se perderán si todo sale distinto a los modelos que hablamos en la parte I de esta investigación, pero no les da tiempo de hablar de «vida» cuando el «crecimiento» y los mercados están delante. Ellos nos convencen todos los días de que el crecimiento y la estabilidad de los mercados equivalen a mejor calidad de vida, y será así mientras «calidad de vida» sea consumo, y mientras consumo sea deterioro de la vida humana y extrahumana.
La consultora McKinsey & Company ha analizado datos en su nuevo informe:
La transición requerida para que el mundo alcance emisiones netas cero para 2050 necesitaría un gasto de 275 billones de dólares entre 2021 y 2050, o 9,2 billones en gasto promedio anual en activos físicos, un 10% del PIB mundial. Esta media anual incluye la inversión en los sectores de energía, movilidad, industria, edificación, agricultura y silvicultura y otros usos del suelo. El gasto estimado en todo eso debe ser de 3,5 billones de dólares por año más que hoy. El 20% del producto interno bruto (PIB) mundial se encuentra en el sector de los combustibles fósiles y el sector automotriz. Si se descarbonizan, los costos de producción de acero y cemento aumentarían alrededor de un 30% y un 45%, respectivamente, para 2050, en comparación con la actualidad.
Por otra parte, también les preocupa que los altos precios de las materias primas de los metales clave de la transición energética (litio, níquel, aluminio, cobre y cobalto) puedan desbaratar años de reducción de costos y retrasar los proyectos de energías renovables y los objetivos de los vehículos eléctricos debido a las crisis de los precios de las materias primas.
Cuando reconocen que hay «crisis» es porque parecieran avizorar el fin de los tiempos en que esas materias primas eran baratas. Según la última publicación de Rystad Energy, una prestigiosa empresa noruega de investigación energética, peligra 25% de los paneles solares y de las baterías que se producen en el mercado europeo.
El informe explica que los fabricantes de bajas emisiones de carbono basaron su capacidad de producción en precios de energía estables y baratos, una ecuación que se rompió en este 2022: si el precio de la electricidad (proveniente mayormente del gas ruso) no baja y se estabiliza, la producción y la competitividad de la «energía verde» de Europa está en serio riesgo.
Si no es trampa, lo parece.
NET ZERO: «QUEME AHORA Y PAGUE DESPUÉS»
Pero la «comunidad internacional» y el mecanicismo que acompaña a nuestro patrón de conocimiento científico ya tienen más soluciones bañadas de magia y de deber ser. Están íntimamente ligadas y se llaman «Cero neto de emisiones» (o Net Zero) y «Soluciones Basadas en la Naturaleza» (SBN), ambas basadas en las compensaciones de carbono. Su planteamiento es sencillo: si los árboles capturan carbono, se puede financiar la siembra de muchos más o crear áreas protegidas para compensar la cantidad de CO2 u otros gases de efecto invernadero (GEI) que se emiten.
Se parte de una mirada en la que la «naturaleza» se considera un capital o un activo, algo a lo que podemos poner precio y comerciar en el mercado. Este intercambio se realiza en los mercados financieros, a través de la creación de créditos de carbono. Y es lo que los gobiernos quieren decir con «cero neto»: en realidad no tienen la intención de reducir sus emisiones a cero, simplemente pretenden «compensar» esas emisiones en otro lugar, pagando para que así parezca.
Net Zero es el punto en el que cualquier emisión residual de GEI se equilibra con las tecnologías que los eliminan de la atmósfera, en la práctica contribuye a perpetuar la creencia en la salvación tecnológica y disminuye la sensación de urgencia en torno a la necesidad de frenar las emisiones ahora. Mientras todos deseemos lo suficiente, podríamos reemplazar todo el carbón, el gas y el petróleo con luz solar, viento y quizás escarchas celestiales. Y al hacerlo, nada cambiaría realmente.
Las compensaciones de carbono parten de mecanicismos que ponen el peso en iniciativas que disminuyen la sensación de urgencia en torno a la necesidad de frenar las emisiones ahora
Para ser productivo, Net Zero tendría que generar más energía excedente para la economía en general que la actualmente disponible en los combustibles fósiles, a su vez han estado sufriendo una disminución de la energía excedente desde la década de 1970 y que ha llegado a un peak oil, como se ha dicho.
En Europa, las renovables tienen más bien una relación parasitaria con la economía, ya que absorben el excedente de energía a través de subsidios, mientras que simultáneamente socavan el sistema energético en general. Los gobiernos de Alemania y el Reino Unido optaron por cerrar el carbón y la energía nuclear (también costosa y subsidiada) mucho antes de que nadie hubiera inventado una solución de almacenamiento o una alternativa viable (no de hidrógeno) al gas para equilibrar la intermitencia.
Las tecnologías «renovables» no estaban listas para dos años de lockout económico por la pandemia, para la desconexión del gas ruso, ni para el desmontaje de los subsidios a los combustibles fósiles. Aún si hoy sus políticos, envueltos en medidas como la prohibición de calderas, límites de velocidad de 20 kph y burbujas verdes especulativas, dieran un giro de 180 grados como lo piden las multitudes que protestan en Europa, puede que no quede tanto petróleo y gas barato por producir.
El gasto en la economía Net Zero se distribuirá de manera desigual en todo el mundo. Los mismos países «en desarrollo», productores de combustibles fósiles y minerales, pero también los más expuestos a los efectos del cambio climático, tendrán que gastar más como porcentaje de su PIB que otros países. En el caso de África Subsahariana, América Latina, India y otras naciones asiáticas, este gasto sería aproximadamente 1,5 veces mayor que el de las economías avanzadas, o más, según McKinsey.
Nadie se atreve a decir que lo que necesita el sistema para no naufragar es que las clases trabajadoras renuncien a su «calidad de vida» en las ciudades. Gran parte del consumo (cada vez más basado en la deuda) ha hecho crecer la economía financiarizada (lo que llamamos megabingo) en las últimas tres décadas; eso tendría que desaparecer.
Es necesario repensar un sistema en el que la acumulación de unos pocos, directamente proporcional al crecimiento, no sea la meta ulterior. La mayor parte del trabajo tendrá que volver a centrarse en actividades realmente esenciales, como el cultivo de alimentos y el transporte de productos básicos. Pero nadie está preparado para esa conversación.
SBN: LA QUIMERA DE UN COMPLEJO INDUSTRIAL «VERDE»
Gobiernos y mega-corporaciones como Nestlé, BP, Chevron, Equinor, Total, Shell, Eni, BHP, Dow Chemical Company, Bayer, Boeing, Microsoft, Novartis, Olam, Coca-Cola, Danone, Unilever, etc., sumados a un entramado de ONGs conservacionistas (o Complejo Industrial de la Conservación), casi siempre financiadas por esas corporaciones, impulsaron las SBN en la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático (COP26), que se realizó en Glasgow, Escocia, en 2021. Sin embargo, fueron clasificadas como una «peligrosa estafa» por 257 organizaciones, redes y movimientos de 61 países.
«Es un concepto que el gobierno del Reino Unido, las mayores empresas contaminadoras del mundo y la industria de la conservación intentan vender», declararon en un comunicado.
Las megacorporaciones y sus ONGs «verdes» luchan por conseguir el bienestar corporativo a través de las subvenciones y las ayudas del gobierno, por que para eso es el neoliberalismo. Entre fraudes de financiación colectiva falsamente verdes, como las carreteras solares y las turbinas eólicas Savonius con forma de árbol, que consumen mucha más energía de la que pueden producir, quieren hacernos creer que están luchando contra los intereses creados a escala global para salvar a las generaciones futuras de la catástrofe.
La fabricación de los rotores eólicos consume más energía de la que puede producir, además, cada 3 megavatios requieren altas cantidades de concreto, acero, cobre, aluminio, tierras raras, zinc y molibdeno .
Se trata de un interés global que actualmente vale unos 900 mil millones de dólares y que se espera que aumente a 1 billón 200 millones en 2030. Sumando el espectro de la inversión medioambiental, social y de gobernanza (ESG) hay unos 50 mil millones de dólares en la actualidad, que aumentarán a 160 mil millones en la próxima década.
Las SBN aparecieron por primera vez en 2009, en un documento preparado por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) para las negociaciones climáticas globales, el concepto fue descrito por el Complejo Industrial de la Conservación como la «solución olvidada» al cambio climático. El planteamiento: la naturaleza tiene las soluciones a nuestras diversas crisis ambientales y, en el caso del cambio climático, podemos mitigarlo evitando más emisiones de los ecosistemas naturales y agrícolas creando más Áreas Protegidas (AP) y/o aumentando secuestro de carbono (dentro o fuera de ellas) sembrando árboles o restaurando bosques.
LA DELGADA LÍNEA DEL COLONIALISMO CLIMÁTICO
En lugar de enfrentar la crisis (¿o cambio?), los gobiernos, las empresas y las grandes ONG conservacionistas están pidiendo ayuda al sector financiero porque 30% de la mitigación del clima global se puede lograr a través de SBN, según los debates globales sobre el clima y la biodiversidad.
Según las estimaciones de 2017, la (re)forestación representa casi la mitad del potencial de mitigación climática, pero requeriría plantar árboles en un área estimada de casi 700 millones de hectáreas, casi el tamaño de Australia. ¿Dónde se va a encontrar esa tierra? ¿En Francia o el Reino Unido (partidarios de las SBN)?
El riesgo claro es que muchos pueblos indígenas y comunidades locales, en cuyas tierras se encuentra 80% de la biodiversidad y los menos responsables de la crisis climática, pierdan sus tierras; también que los bosques biodiversos generalmente sean reemplazados con plantaciones de monocultivos, algunos transgénicos.
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Según el Movimiento Mundial por los Bosques, las plantaciones industriales de árboles transgénicos aceleran el agotamiento del agua, la contaminación con agrotóxicos, la destrucción de la biodiversidad y la pérdida de los medios de vida tradicionales.
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Una nueva iniciativa de biodiversidad de la Comisión de la Unión Europea llamada NaturAfrica trata las AP como un sumidero masivo de carbono, que puede «brindar oportunidades interesantes para generar flujos de ingresos para las comunidades a través de créditos de carbono». Varias organizaciones de derechos humanos e investigaciones independientes han demostrado durante años cómo la creación de AP, especialmente en África y Asia, se hace sin el consentimiento de las comunidades indígenas o locales, que pierden el acceso total a sus tierras ancestrales, y van acompañadas de un aumento de la militarización y la violencia.
La industria de la conservación impulsa las SBN porque pueden hacer grandes sumas vendiendo créditos de carbono de las AP que administran para financiar nuevas AP y pagar salarios de más de 1 millón de dólares a sus directores ejecutivos. Entretanto obvian la explotación de la naturaleza humana y extrahumana para obtener ganancias y acelerar el consumo excesivo, impulsado por el Norte Global.
De las 20 metas del anterior plan de acción mundial sobre biodiversidad, que cubría el período 2010-2020, la única alcanzada fue aumentar a 17% la superficie de la Tierra designada como AP, sin embargo, la biodiversidad ha disminuido cada vez más rápido durante el mismo período.
Un estudio de la Universidad de Cambridge publicado en 2019, que analizó más de 12 mil AP en 152 países, reveló que, con algunas excepciones individuales, no se ha logrado reducir la presión humana sobre la vida silvestre.
BONOS DE SANGRE
En otras iniciativas de supuestos sumideros de carbono, la vegetación existente debe ser talada y, además de que las nuevas plantaciones son más susceptibles a los incendios, la mayoría se cosechan en unos pocos años para fabricar papel y carbón que devuelven rápidamente todo el carbono capturado a la atmósfera. Los bosques reales de árboles nativos necesitarían crecer durante décadas antes de comenzar a absorber mucho carbono.
Uno de los casos cercanos y emblemáticos es el de los Montes de María, al norte de Colombia, donde hubo 40 masacres con 115 muertes entre 1991 y 2003 ejecutadas por grupos paramilitares. Tales hechos hicieron que más de 470 mil sobrevivientes se desplazaran de sus hogares vendiendo, regalando o abandonando sus tierras.
Mediante un acto denominado por su defensa como «de buena fe», la cementera Argos compró en 2005 unas 1 mil hectáreas de 26 fincas a las víctimas del conflicto, luego de la desmovilización del Bloque Héroes de Los Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), pero en medio de la acción de otros grupos ilegales. Luego compró otras 5 mil más y comenzó a utilizar esas tierras para la siembra y posterior comercialización de madera de árbol teca (Tectona grandis), como parte de un proyecto ambiental con el que aún respaldan la emisión de bonos «verdes».
La misma empresa, demandada por las víctimas del conflicto, realiza negocios de compensación de carbono emitiendo bonos con alta demanda y declara que ha sembrado hasta 114 millones de árboles voluntariamente, entre otras medidas que calificarían como SBN.
El impacto ambiental y social global de las élites ricas sobre la naturaleza humana y extrahumana ha sido tal que se ha llamado Antropoceno al período posterior a la Revolución Industrial, el bienestar humano y planetario simultáneo, y que a largo plazo no se logrará revertirlo si continúan la acumulación y el consumo excesivo de los ricos.
El nombre más adecuado debería ser Capitaloceno, estimulado por sistemas económicos y mecanismos de comercio internacional que permiten que el Norte Global desplace ese impacto hacia los pobres del mundo.
Es un reto lograr un desacoplamiento suficiente de esos impactos ambientales y sociales perjudiciales del crecimiento económico solo mediante la innovación tecnológica, sino que el mecanismo impulsado por las ganancias de los sistemas económicos predominantes impide la necesaria reducción de los impactos y la utilización de recursos per se.
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