Ana Careaga, entre las marcas en el cuerpo y el poder del testimonio

La sobreviviente Ana Maria Careaga declaró en la audiencia 12 de ABO V. Su historia familiar esta vinculada al genocidio y atraviesa a tres generaciones: Es hija de una de las tres Madres de Plaza de Mayo desaparecidas, y su hija Anita sufre consecuencias por las torturas durante el embarazo. Recordó con detalles su cautiverio y una llamada entre la vida y la muerte.

Redacción: Camila Cataneo (LR) / Fernando Tebele (LR). Textuales: Alejandro Volkind (RP). Edición: Pedro Ramírez Otero (LR). Foto: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia.

En 1977 se produjo un quiebre en la vida de la familia Careaga. El día 13 de junio de ese año secuestraron y desaparecieron a Ana Maria cuando tenía 16 años y estaba embarazada de tres meses. En el cautiverio, fue brutalmente torturada. Luego de tres meses recuperó su libertad y logró exiliarse. Allí tuvo a su hija pero ese mismo día se enteró por teléfono que su mamá había sido secuestrada y desaparecida. La historia de Ana Maria está marcada por diferentes tipos de violencias, que quedaron marcadas en su cuerpo.

Desde el Juicio a las Juntas, Ana María ha brindado su testimonio en diferentes instancias. 45 años después, la sobreviviente volvió a contar su historia. Esta vez en la audiencia 12 del quinto juicio por los crímenes cometidos en el Circuito Atlético Banco Olimpo. Antes de comenzar, el juez Gorini le recordó que su declaración en tramos anteriores ya están incorporadas en este juicio. Sin embargo, Careaga se esmera por no dejar afuera de este momento ningún hecho significativo. Mucho menos alguna compañera o compañero sin nombrar.

Era esperado su testimonio. Durante la audiencia se la notó firme. Su relato fue crudo y con gran cantidad de detalles. Ana María comenzó su testimonio contando cómo fue ese día cuando la interceptaron en Avenida Corrientes y Juan B. Justo. “Me agarraron por la fuerza, me metieron en la parte de atrás de un vehículo, me acostaron sobre el asiento y me vendaron los ojos”, dijo. Estuvo en cautiverio en el Centro Clandestino de Detención Club Atlético y comentó que la “bajaron por una escalera al sótano de un edificio de suministros de la Policía Federal”.

Luego se refirió a cómo fueron los días en los que estuvo en cautiverio: “La tortura fue fundamentalmente con picana electrica. Me quemaban con cigarrillos y me tiraron kerosene y nafta en los ojos, en las orejas y en la nariz”,  y manifestó que “toda la vida en el centro clandestino de detención era una tortura permanente; además, las mujeres eramos sometidas a crimenes sexuales”. La sobreviviente expresó que entre las torturas, además de las violaciones a las que podían ser sometidas las mujeres (aunque no solamente, porque también hubo violaciones a varones, aclaró) otras maneras de delitos sexuales eran “introducir la picana eléctrica en la vagina y  manoseos cuando nos llevaban al baño”.

Sus ojos brillaban mientras continuaba con su relato: “Me taparon la cara con un plástico y cuando yo ya no podía más me lo sacaban y me torturaban con picana. Como yo aguantaba la respiración, pensaban que era yoga, y me aumentaban los voltios”.

Ana Maria hizo referencia al día la llevaron a la enfermería porque le rompieron un tímpano. La sobreviviente recordó que fue atendida por un médico llamado Gerónimo (Rubén Raúl Medina), quien estaba secuestrado y al que hacían trabajar de manera esclava. Su esposa, Laura Graciela Pérez Rey, también embarazada, estaba en la misma situación. Mientras daba detalles acerca del lugar, contó que al principio no decía que estaba embarazada para proteger al bebé. “Cada vez que le tocaba la guardia al represor que estaba a cargo de mi caso (…) venía, me pegaba, me amenazaba, me decía: ‘¿por qué no dijiste que estabas embarazada? ¿Querés que te abra de piernas y te haga abortar?’ Me insultaba”, dijo.

Además puntualizó que las condiciones de vida en cautiverio eran infrahumanas. “El hambre era desesperante, el frío insoportable. Estaba prohibida cualquier tipo de expresión humana, de sentimiento, de necesidad, no se podía hablar, no se podía reír, no se podía llorar, no se podía pedir, no se podía uno mover en la celda, no se podía pedir permiso para ir al baño. Cualquier tipo de interacción humana era castigada”, relató Careaga. Durante todo su secuestro permaneció en pequeñas celdas con los ojos vendados y los pies encadenados. Ana contó que “más o menos una vez por mes había traslados y cada vez que había iban como reacomodando a las personas que estaban ahí”. Los traslados eran, ya se sabe, un eufemismo de la muerte.

Un llamado

A Ana María la liberaron el 30 de septiembre de 1977. “Cuando salimos de acá mi mamá nos acompañó primero a Uruguay y de ahí nos fuimos a Brasil. De ahí nos refugiamos bajo la protección de la ACNUR, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. El primer país que nos dio asilo fue Suecia”, contó en la audiencia. El 11 de diciembre nació su hija y tuvo graves secuelas. Le tuvieron que extraer un ovario y parte del otro a raíz de la formación de teratoma, “que son tumores que se crean cuando el feto está en formación. La tortura más brutal fue cuando yo todavía no tenía tres meses de embarazo y los teratoma se forman con material genético”, explicó Careaga.

Ese día logró hacer un llamado a la Argentina. Ana María contó que en ese entonces no era fácil comunicarse con otros países. Entonces eligieron con cuidado los momentos. El primer llamado fue para avisar que habían llegado bien a Suecia; el otro lo reservaron para cuando nació su hija. Pero ese llamado cargado de alegría se convirtió de un segundo a otro en una tristeza profunda: su madre había sido secuestrada, le devolvieron desde Buenos Aires.

La sobreviviente salió del infierno de su secuestro, pero la vida y los genocidas la sumergieron en otro. Su madre, Esther Ballestrino de Careaga, decidió volver a la Plaza de Mayo a pesar de su liberación: “Cuando a mí me dejan en libertad, mi mamá volvió a la Plaza de Mayo a la que se había incorporado acompañando a la madre de mi cuñado Pancho. Después, cuando terminó mi búsqueda, ella volvió y cuando las Madres le dijeron: ‘¿Qué hacés acá?’, ella les respondió: ‘Yo me quedo hasta que aparezcan todos, porque todos son mis hijos”. Será la única vez en toda la jornada que la seguridad en la voz de Careaga se nuble por la congoja. Entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, 12 personas fueron secuestradas en diferentes operativos. El objetivo fue un grupo de familiares y de Madres que se reunían en la Iglesia de la Santa Cruz. Entre ellas estaba Esther, junto a las monjas francesas Alice Domon y Leonie Duquet; otras dos Madres de Plaza de Mayo: María Eugenia Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de Vincenti; Angela Auad, Raquel Bulit, Eduardo Gabriel Horane, José Julio Fondovilla, Patricia Cristina Oviedo, Horacio Aníbal Elbert y Remo Berardo también cayeron en la redada. Alfredo Astiz, marino de la ESMA condenado a prisión perpetua, se había infiltrado en ese grupo que juntaba fondos para pagar una solicitada en un diario. Astiz se hizo pasar por un familiar de desaparecido. Incluso obligaba a ir con él a una joven cautiva en la ESMA: Silvia Labayrú. Se sabe que los y las 12 de la Santa Cruz estuvieron en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Los restos de parte del grupo fueron hallados enterrados como NN en el Cementerio de General Lavalle. Habían aparecido en las costas, víctimas de los Vuelos de la Muerte. 

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Marcas en el cuerpo

Ya en el exilio, fue atendida en Suecia por médicos de Amnistía Internacional, y le dieron un certificado médico que evidenciaba las marcas de la tortura en su cuerpo. Al llegar a Argentina le hicieron un peritaje del cuerpo médico forense. Esto sucedió en 1984 para el Juicio a las Juntas. “Aún conservo las marcas y lesiones en el cuerpo, producto de la tortura en distintas partes del cuerpo, también en la zona genital”, expresó la sobreviviente. En ese juicio declaró por primera vez y entregó los listados con los nombres de los represores que estuvieron en el centro clandestino cuando ella estaba en cautiverio. Fue un trabajo durante muchos años para reconstruir aquella historia.

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Presentes en su relato

A lo largo de su relató recordó que en el Centro Clandestino estuvieron: Maria Isabel Valoy de Guagnini, Diego Guagnini y su hijo Emilio, que tenía un año y medio y fue entregado a su tío militar (“Teté” había estado allí con Diego, cuando a mí me  secuestraron él ya no estaba). Una psicóloga de 40 años, Leila Belkys Sade El Juri, quien fue secuestrada junto a Elena Codan, que estaba con su hija Paula, y Marta Beatriz Prieto de Di Vito “Yoli”, que también estaba con su hijo, Pablo Di Vito (el papá de Pablo, Gabriel Di Vito, fue desaparecido en el año 1974). Las tres fueron secuestradas en un micro de la empresa Pluna que iba rumbo a Brasil, en el que también fue secuestrada una señora, Rosa. Además había una chica embarazada llamada Liliana Clelia Fontana, “Paty” y su esposo Pedro Fabián Sandoval, “Erico”, hermano de Juan Carlos Sandoval. El hijo de la pareja, Alejandro Sandoval Fontana, fue restituido. Enrique Bustamante, apodado “El Lobo” e Iris Nélida García Soler, apodada “La Lobita”. Su hijo Jose Bustamante, nació en Esma y luego fue restituido. Los ya nombrados Medina y Pérez Rey, “Soledad”, ambos fueron sometidos a trabajo esclavo en la enfermería. Ella estaba embarazada y ese nieto o nieta aún no ha sido encontrado/a. La abogada Teresa Israel,  Miguel Angel D’ Agostino, Ricardo Clare, José Daniel Tocco; José Beláustegui Herrera, “Julián” y Electra Lareu, “Lila”; Eva Ullman de Casoy, “Silvia”; Daniel Alberto Dinella, “Pascua”; Pablo Pavich, “Pascual”; Ana María Loriente, “Blanca”; Hugo Orlando Miedán, “Sebastián”; Adriana Marandet de Ruibal, “Pacha”; Liliana Mansilla, “Amanda” y Edith Zeitlin , “Liliana”, entre otros.

Otras personas que supo que estuvieron en el “Club Atlético”: Laura Elgueta Díaz y Sonia Díaz Ureta (de nacionalidad chilenas), María Susana Ursi, Marcelo Eggers, Gustavo Zampicchiatti, Virginia Brizuela, Ana María y Eduardo Franconetti.

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Fuente: https://laretaguardia.com.ar/2022/12/ana-careaga-entre-las-marcas-en-el-cuerpo-y-el-poder-del-testimonio.html

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