Brasil: Chico Mendes, un día abrasador de Diciembre

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Brasil

CHICO MENDES, UN DÍA ABRASADOR DE DICIEMBRE

Jorge Montero
22 de diciembre de 2022

“Al principio pensaba que estaba luchando para salvar a los trabajadores del caucho, después pensé que luchaba para salvar la selva amazónica. Ahora percibo que estoy luchando por la humanidad”.   Chico Mendes.

“A Chico le gustaba mucho jugar al dominó. Llevaba jugando desde las cuatro de la tarde. A las seis y media le pedí que parase, para servir la cena -cuenta Ilzamar Gadelha, su compañera que entonces tenía 24 años-. Entonces se levantó de la mesa, dijo que iba a ducharse y me preguntó si podía usar la toalla que le había regalado por su cumpleaños. Le dije que sí, tomó la toalla y se dirigió hacia la puerta. Abrió una rendija, vio que estaba oscuro y volvió. Tomó una linterna, abrió la puerta y entonces le dispararon”.

El 22 de diciembre de 1988, cuando acababa de cumplir 44 años, fue asesinado por pistoleros al servicio de grandes terratenientes brasileños, Francisco Alves Mendes Filho -Chico Mendes- hijo y habitante de la selva amazónica, recolector de caucho, forjador de una Coalición de los Pueblos de la Selva, herramienta para batallar por su preservación y en contra de quienes son sus devastadores.

Chico nació el 15 de diciembre de 1944 en el siringal Porto Rico, en Xapuri en el Estado El Acre, territorio amazónico de Brasil, fronterizo con Bolivia y Perú. Su padre, Francisco Mendes, inmigrante nordestino, había llegado a la región en 1926 para trabajar como cauchero. Realizaba la labor diaria de “desangrar” un centenar de árboles de caucho, recoger la savia lechosa y procesarla en su casa a fuego lento hasta convertirla en una bola de caucho. Iraci Lopes Filho, hija y nieta de siringueros, fue la compañera de Francisco y madre de Chico Mendes.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial la miseria aumentó en las zonas productoras de caucho del Brasil, porque se redujo la demanda del látex que tan necesario había sido durante la confrontación bélica. Como consecuencia cayeron los precios y por fuerza del hambre y la desnutrición murieron unos 25 mil caucheros. En un ambiente de miseria y carencias se crió Chico Mendes. Fue un sobreviviente porque todavía en la década de 1960, de cada 1.000 niños que nacían en El Acre 838 morían durante el parto o su primer año de vida.

Igual que su padre, Chico se hizo también siringuero desde niño. Como en las plantaciones de caucho no existían escuelas, nunca tuvo contacto con las letras. Que los trabajadores fueran iletrados era un objetivo de los terratenientes para explotarlos y asegurar el control sobre la tierra y la fuerza de trabajo. Su escuela fue la selva, de la que aprendió lo fundamental para sobrevivir, a través del trabajo cotidiano que empezó a realizar acompañando a Francisco en las labores de desangrar los arboles de caucho. Aprendió a distinguir las plantas, los sonidos de los pájaros y de los animales, a conocer los ritmos, ruidos y silencios de la jungla, a distinguir las plantas útiles de las nocivas…

A los 14 años de edad, Chico Mendes tuvo una experiencia que le cambió la vida, porque aprendió a leer y a escribir y recibió las primeras lecciones de política y marxismo. A la región llegó Euclides Fernando Tavora, un perseguido político que se refugió en la selva, cerca del hogar de la familia Mendes, personaje que le proporcionó los rudimentos de la alfabetización. Tavora contaba con una dilatada trayectoria como luchador revolucionario, ya que había participado en el levantamiento de Luis Carlos Prestes en 1935, en la Revolución de Bolivia de 1952 y había conocido la cárcel y el destierro. Esa influencia marxista fue decisiva para que Chico Mendes pudiera discernir las razones sociales y económicas de la desigualdad y la explotación.

Además de enseñarle a leer y a escribir, Tavora le mostró periódicos en los que se hablaba de los problemas de Brasil y del mundo, y en una pequeña radio escuchaban programas de emisoras de varios lugares del planeta. Su mentor le repetía que los caucheros tenían derechos como los demás habitantes de Brasil y debían organizarse para defenderlos. Esa lucha no podía ser individual, sino que se necesitaba de una acción colectiva que los llevara a crear sus propias organizaciones. Por primera vez que en este lugar de la selva amazónica del Brasil se pronunció la palabra sindicato.

La teología de la liberación fue otra influencia política que recibió en su juventud Chico Mendes, por medio de la palabra y acción de sacerdotes que en plena dictadura se convirtieron en un foco de resistencia y oposición, y promovieron la organización de la gente pobre en las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Sin mucho entusiasmo religioso, rápidamente Chico Mendes se integró a una CEB, desbordante de fervor político. Con numerosos sacerdotes, participó en actividades de concientización política de los habitantes de la selva e inició su lucha como sindicalista, que lo llevó a fundar y ser escogido como el primer secretario del Sindicato de Trabajadores Rurales de Brasileia en 1975.

Los habitantes de la selva amazónica se vieron confrontados desde mediados de la década de 1960 a la destrucción de su hábitat natural, de sus condiciones de vida y de trabajo, como resultado de la política de colonización que impulsaba la dictadura militar (1964-1985) y que significó la expropiación de seis millones de hectáreas de tierra a los indígenas y siringueros. La deforestación era alabada como una política de poblamiento, bajo el slogan de que la selva era una “tierra sin hombres para los hombres sin tierra” que era necesario ocupar, poblar y colonizar para integrar todo el territorio nacional.

Como parte de ese proyecto se planeó la construcción de la carretera Transamazónica de 5.000 kilómetros de extensión, alrededor de la cual se ofrecía a los colonos una tierra que se anunciaba como fértil, productiva y deshabitada. Nada de esto era verdad, porque el suelo de la selva es muy frágil y no es adecuado ni para la agricultura intensiva ni para la ganadería, y cuando llueve el agua arrastra la delgada capa vegetal dejando al suelo yermo y desértico, y, además, sí que estaba habitado por comunidades indígenas y por caucheros. La construcción de la carretera impactó en forma directa a 96 grupos tribales, que resultaron completamente diezmados.
La construcción de carreteras venía precedida de la deforestación y de los incendios, que eran producidos en forma consciente para despejar el terreno y sustituir el bosque milenario por “modernas haciendas”, en las cuales se criaba ganado vacuno, con el objetivo de producir carne como materia prima para las hamburguesas de McDonald’s. Junto con el fuego, los terratenientes organizaron bandas de asesinos para obligar a los indígenas y siringueros a desocupar la tierra. El despojo también se cubría con un manto en apariencia legal, puesto que se obligaba a los caucheros a firmar papeles de venta. Chico Mendes los exhortaba a no caer en esta trampa de falsa legalidad cuando les decía: “No firméis nada Esta tierra es vuestra. Cuando la transformáis en dinero, perdéis la posibilidad de sobrevivir. La tierra es la vida”.

La quema de la selva amazónica adquirió un carácter dantesco en 1987, cuando se causaron 200 mil incendios. Tal fue la magnitud de la catástrofe que las fotografías de los satélites registraban las llamas que consumían el bosque tropical. En ese contexto de destrucción de la selva y de persecución de sus habitantes, Chico Mendes puso en práctica las lecciones aprendidas años atrás sobre organización sindical y política y junto con otros siringueros, entre ellos Wilson de Souza Pinheiro (también asesinado por sicarios) participó en la fundación del primer sindicato de Trabajadores Rurales en Acre, el primer paso que sigue en los años siguientes con la fundación de otro sindicato en Xapurí, el lugar donde vivían Chico Mendes y su familia. Así mismo, en 1985 participó activamente en la creación del Conselho Nacional dos Seringueiros (CNS).

Durante este período de febril actividad política y sindical, Chico Mendes militó en diversas organizaciones de izquierda y resultó elegido como concejal a la Cámara Municipal de Xapuri en 1977, en representación del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), la única oposición legal tolerada por el régimen militar. En el desempeño de ese cargo cumplió un notable papel de denuncia sobre la destrucción de la selva y la persecución de los indígenas y los caucheros y abrió ese espacio a la participación de sindicalistas y sacerdotes. Sin el apoyo del MDB, no cesó en su labor de denuncia, en razón de lo cual se le acusó de realizar actividades comunistas y subversivas. Fue encarcelado en varias ocasiones y torturado. Durante este período participó activamente en la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT) y del Partido de los Trabajadores (PT).

La concepción ecosocialista de Chico, quien desde niño aprendió a respetar la selva, a no destruirla ni contaminarla; en procura de cobijo, alimento y bienestar, se manifestó en el programa de lucha que emprendieron los sindicatos de trabajadores rurales en los que participó y orientó, cuyo objetivo primigenio se centraba en impedir la deforestación de la selva, porque con ella se asesinaba también a sus habitantes. El “empate” (término que en portugués significa suspender o estorbar) pasó a ser el principal instrumento de lucha de los trabajadores del caucho. Un dispositivo pacífico de resistencia con el cual los trabajadores se oponían al accionar depredador de terratenientes y empresarios, mediante la ocupación colectiva del lugar que iba a ser devastado. Los trabajadores se tendían en el suelo, abrazaban los árboles de caucho y construían barricadas humanas en los sitios por donde iban a pasar las máquinas devoradoras de selva. De esta manera, se enfrentaban a las retroexcavadoras, a las motosierras, y al armamento que portaban los encargados de matar a la selva y a sus habitantes. “No hay defensa de la selva sin la defensa de los pueblos de la selva”, sostenía.

Esta concepción enaltecía la vida y labor del siringuero, en la que se reivindicaba no su relación con la tierra -como en los campesinos y colonos– sino con el monte, con la selva, como fuente de vida y subsistencia. Por esta razón, Chico Mendes y los sindicatos rurales no aspiraban a que se les entregara tierra, ya que ellos luchaban por preservar la selva como medio de trabajo. El empate, como forma de lucha para proteger la selva y el trabajo de los caucheros, no era una ocurrencia retrograda contra el progreso y la modernización de la que tanto presumían los militares y los terratenientes –y junto con ellos las empresas transnacionales y los promotores de los agronegocios– sino un mecanismo de defensa que se sustentaba en el conocimiento de la selva y sus ciclos de vida, así como en la convicción política de preservar la fuente de sustento de los trabajadores del caucho. Por eso, decía Chico Mendes: “Los que amenazan el Amazonas son los grandes terratenientes, la política de especulación territorial y la deforestación masiva cuyo objetivo es la sustitución del hombre por el ganado”.

Su lucha tenía un profundo significado porque involucraba cuestiones políticas, sociales, económicas, laborales y ambientales, con lo que se evidenciaba que la destrucción de la selva afectaba el presente y el futuro no solamente de las comunidades que allí habitaban sino de toda la humanidad. Algunos de estas luchas, por supuesto, no alcanzaron sus objetivos de preservación, y tuvieron un alto costo en vidas, pero el solo hecho de que se llevaran a cabo demostraba que la selva si tenía habitantes y que una parte de ellos estaban en disposición de defender su hogar.

En el año 1985 se efectuó el primer encuentro nacional de caucheros. Allí se anunció el objetivo de lograr la expropiación de la tierra para evitar la colonización agrícola y la deforestación, y convertir esa tierra recuperada en reserva, en la que los siringueros e indígenas siguieran realizando sus actividades tradicionales. No se trataba de convertirlos en propietarios individuales, como en las clásicas luchas de los campesinos, sino de oponerse al estilo de desarrollo depredador que impulsan los terratenientes y agroindustriales del Brasil. Con las reservas se quería hacer uso de la selva en forma racional, sin destruirla, y éstas pertenecerían a las comunidades, que tendrían el usufructo, pero no la propiedad. En esas “reservas” se aprovecharía el caucho, los frutos y los saberes relacionados con la medicina silvestre, ya que existen miles de plantas de la selva que contienen propiedades para combatir múltiples enfermedades. En términos estrictamente económicos y cuantitativos, los impulsores de las “reservas” demostraron que una hectárea de selva resulta más productiva si se le deja tal y como es que si se destina a la ganadería, además se regenera constantemente, a diferencia de esta última actividad que erosiona los suelos.

Chico Mendes explicaba con claridad los fines de su propuesta: “Los siringueros no estamos interesados ni queremos títulos de propiedad, no queremos ser dueños de nuestra tierra […] Estamos presentando una alternativa económicamente viable, que da prioridad a los productos de extracción que existen en la Amazonía, lo que hoy en día están amenazados y que nunca fueron tenidos en cuenta por el gobierno brasileño”. Esta propuesta comunitaria nació al calor de la lucha colectiva, y no al margen ni fuera de ella.

La de Chico Mendes era una muerte anunciada, porque estaba claro que los terratenientes no iban a tolerar que prosperara la lucha en la que él participaba y de la cual era un ejemplo y un símbolo. Chico Mendes era consciente de ese hecho, como lo manifestó el 6 de diciembre de 1988 –dos semanas antes de caer asesinado– cuando en la Universidad de San Pablo manifestó: “No quiero flores en mi tumba porque sé que irán a arrancarlas a la selva. Sólo quiero que mi muerte sirva para acabar con la impunidad de los matones que cuentan con la protección de la policía de Acre y que desde 1975 han matado en la zona rural a más de 50 personas como yo, líderes siringueros empeñados en salvar la selva amazónica y en demostrar que el progreso sin destrucción es posible”.

En efecto, los latifundistas, los promotores de los agronegocios, los empresarios de la madera, los ganaderos eran declarados enemigos de Chico Mendes y de los trabajadores organizados, a cuyos principales activistas y dirigentes persiguieron y asesinaron desde el mismo momento en que empezaron a luchar. Organizados en la Unión Democrática Ruralista, esta fracción política de extrema derecha, continúa activamente auspiciando y financiando la formación de grupos de sicarios para asesinar a los que considera ‘opuestos al progreso’, ‘voceros del comunismo internacional’ y ‘enemigos de Brasil’. Con un peso decisivo en la reciente elección brasileña y en la consagración del fascista Jair Bolsonaro como mandatario, desde la llamada “bancada del buey” sus mandantes se postulan para ponerse al frente de los ministerios de Agricultura y Medio Ambiente, profundizando una política depredadora que anualmente destruye 20 mil kilómetros cuadrados de selva. Amenazando con un apocalipsis medioambiental en la Amazonia y en el resto del planeta.

Chico Mendes fue a la vez socialista y ecologista. Ni un tecnócrata ambiental al servicio del capitalismo, ni un burócrata sindical que reduce su accionar a las operaciones puramente reivindicativas, ni un político socialista que se desentiende de la destrucción de la naturaleza, como si esa no fuera una disputa política. La radicalidad anticapitalista de su lucha, algo que se esconde y tergiversa, amalgamó lo local y lo global, lo rojo y lo verde, lo social y lo ecológico. Para ello construyó un frente de lucha y resistencia contra los terratenientes y la agroindustria, como fue la Coalición de Pueblos en defensa de la Amazonia. Y un día abrasador de diciembre, hace justo treinta años, fue asesinado.

Simultáneamente, a más de 7.000 kilómetros de distancia e ignominia, en Oviedo, atravesada por una fría ventisca, el autor chileno Luis Sepúlveda escribía: “Esta novela ya nunca llegará a tus manos, Chico Mendes, querido amigo de pocas palabras y muchas acciones…”. Acababa de recibir el Premio Tigre Juan, por su novela “Un viejo que leía novelas de amor”, y se la dedicaba.

Ambientada en El Idilio, un pueblo remoto en la región amazónica, remataba: “…Antonio José Bolívar Proaño se quitó la dentadura postiza, la guardó envuelta en el pañuelo y, sin dejar de maldecir al gringo inaugurador de la tragedia, al alcalde, a los buscadores de oro, a todos los que emputecían la virginidad de su amazonia, cortó de un machetazo una gruesa rama, y apoyado en ella se echó a andar en pos de El Idilio, de su choza, y de sus novelas que hablaban del amor con palabras tan hermosas que a veces le hacían olvidar la barbarie humana”.

fuentes: https://www.facebook.com/cecilia.arte.35
                  https://www.facebook.com/jorge.montero.524381

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también editado en https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2023/01/01/brasil-chico-mendes-un-dia-abrasador-de-diciembre/

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