De la “ekklesia” revolucionaria a la Iglesia del poder. El primer cristianismo contra el Imperio

Imagen: Seis mil seguidores de Espartaco crucificados a lo largo de la Vía Apia, entre Brundisium y Roma, año 71 antes de Cristo. Fotograma de la película «Spartacus» de Stanley Kubrick, de 1960.

Fuente:
https://www.portaloaca.com/historia/otroshistoria/de-la-ekklesia-revolucionaria-a-la-iglesia-del-poder-el-primer-cristianismo-contra-el-imperio/

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Van y vienen de la iglesia y olvidan los mandamientos.
(Violeta Parra, «La carta»)

Jesús fue un terrorista, enemigo del Estado;
así es como lo etiquetaron y fue ejecutado.
(Jello Biafra, «Jesus was a terrorist»)

El que tenga una doctrina que se la coma,
antes de que se la coma el templo.

(León Felipe, «Parábola»)

  1. Introducción
  2. Brevísimos apuntes históricos
  3. Diferentes autores sobre el primer cristianismo
  4. Algunas reflexiones
  5. El templo, el camello y la aguja (poesía)

1. Introduccion

Podríamos asumir como deber seguir la recomendación clásica «Conócete a ti mismo», y también podríamos asumir que los seres humanos tenemos una dimensión histórica fundamental, que nos constituye. Esto nos pondría en disposición de estudiar la historia, tratar de aprender y entender sobre «qué ha pasado» y «cómo hemos llegado hasta aquí» para aprender y entender sobre nosotros mismos.

También, en los tiempos que corren, podemos mirar de buscar en nuestra historia como especie aquellas partes más dignas e inspiradoras, de las que podamos sacar aprendizajes, orgullo y coraje para tener más fuerza y criterio en la necesaria tarea de intentar remar en alguna dirección diferente al rumbo autodestructivo desastroso que sigue la sociedad actual. Como «la historia la escriben los vencedores», no podemos esperar que sean ellos quienes nos expliquen la historia más digna de los vencidos.

Cuando empecé a leer sobre el primer cristianismo –también llamado cristianismo primitivo, aunque a veces «primitivo» puede parecer que tenga una connotación negativa– como movimiento popular revolucionario, me fascinó y fui recopilando diferentes escritos sobre el tema que me parecieron relevantes, entre los que hay autores como Engels o Kropotkin, pensadores destacados de las corrientes socialistas que tuvieron fuerza en los siglos XIX y XX.

El cristianismo ha sido, para bien y para mal, un fenómeno –o, más bien, un conjunto de fenómenos, diversos, contradictorios y opuestos– de una relevancia indiscutible en la historia de los últimos dos mil años en Occidente. Sin entender mínimamente su naturaleza original, sus contradicciones, su evolución… nos estaremos perdiendo una parte muy importante de nuestra historia, al hacer sobre esto una lectura insuficiente y parcial.

No tendría por qué decirlo, pero no soy una persona creyente. Podría serlo, y lo que aquí recojo y expreso tendría el mismo valor, pero no es el caso. Del primer cristianismo me interesan sus aportaciones a nivel ético, filosófico, político, social… También las lecciones que podemos sacar de cómo una corriente perseguida y popular pasó a ser una corriente perseguidora y estatal. No indagaré en las cuestiones de las creencias metafísicas, divinas, religiosas o sobrenaturales.

2. Brevísimos apuntes históricos

Jesús de Nazaret se dice que nació unos años «antes de Cristo». Se considera que murió entre el 30 y el 33 d.C. crucificado, es decir, torturado y ejecutado por el Estado romano.

En el siglo III el cristianismo, como movimiento sedicioso de masas, resulta una amenaza muy real para el Estado romano, y este lleva a cabo gran cantidad de persecuciones y de matanzas contra quienes lo conforman.

La persecución de Diocleciano o «Gran Persecución», que empieza el año 303, dura una década y hay quien la considera la última persecución destacada de cristianos en el Imperio Romano.

En el año 311 se emite el Edicto de Tolerancia de Nicomedia y en el año 313 el Edicto de Milano. Estos ponen fin a la persecución del cristianismo.

En el año 325 tiene lugar el Primer Concilio de Nicea, convocado por el Emperador Constantino. Se considera el momento fundacional de la Iglesia Católica tal como la conocemos hoy en día.

En el año 380 se decreta el Edicto de Tesalónica, con el que el cristianismo pasa a ser la religión oficial del Imperio Romano.

En el año 480 se disuelve el Imperio Romano de Occidente, dando lugar a la Edad Media –en su primer período, la Alta Edad Media–.

3. Diversos autores sobre el primer cristianismo

Como aproximación a lo que fue el primer cristianismo, recojo las palabras de algunos autores en diferentes obras o ponencias. Las palabras en negrita las he destacado yo, las que no están en cursiva –lo estaban originalmente– las destacan los autores.

Friedrich Engels, referente ideológico del marxismo –escribió «El Manifiesto Comunista» junto con Karl Marx– explica en 1894 en «Contribución a la historia del cristianismo primitivo»:

La historia del cristianismo primitivo ofrece curiosos puntos de contacto con el movimiento obrero moderno. Como éste, el cristianismo era en su origen el movimiento de los oprimidos: apareció primero como la religión de los esclavos y los libertos, de los pobres y los hombres privados de derechos, de los pueblos sometidos o dispersados por Roma. Ambos, el cristianismo y el socialismo obrero, predican una próxima liberación de la servidumbre y la miseria; el cristianismo traslada esta liberación al más allá, a una vida después de la muerte, en el cielo; el socialismo la sitúa en este mundo, en una transformación de la sociedad. Ambos son perseguidos y acosados, sus seguidores son proscritos y sometidos a leyes de excepción, unos como enemigos del género humano, los otros como enemigos del gobierno, la religión, la familia, el orden social.

(…) Estos pasajes de las cartas indican claramente el fenómeno común a todas las épocas profundamente convulsas, a saber: que al mismo tiempo que se rompen todas las barreras, se busca relajar los vínculos tradicionales de las relaciones sexuales. Del mismo modo, en los primeros siglos cristianos, paralelamente al ascetismo que mortifica la carne, se manifiesta bastante a menudo la tendencia a extender la libertad cristiana a las relaciones, más o menos libres de trabas, entre hombres y mujeres. Lo mismo ocurrió en el socialismo moderno.

(…) Hasta tal punto estaba nuestro autor, en el año 69 de nuestra era, lejos de dudar de que representara una fase totalmente nueva de la evolución religiosa, llamada a transformarse en uno de los elementos más revolucionarios en la historia del espíritu humano.

Como se puede ver, ese cristianismo de entonces, que todavía no tenía consciencia de sí, estaba a mil leguas de la religión universal, dogmáticamente asentada por el concilio de Nicea; imposible reconocer a ésta en aquél. Ni la dogmática ni la ética del cristianismo posterior se encuentran en él; en cambio, existe el sentimiento de que se está en lucha contra todo un mundo, y que de esta lucha se saldrá vencedor. Un ardor guerrero y una certeza de vencer que han desaparecido completamente entre los cristianos de nuestros días y no se encuentran ya más que en el otro polo de la sociedad, entre los socialistas.

(…) ¿Entre qué personas se reclutaron los primeros cristianos? Principalmente, entre los laboriosos y agobiados que pertenecían a las capas más bajas del pueblo, tal como conviene al elemento revolucionario.

Karl Kautsky, padre ideológico de la Segunda Internacional y del Partido Socialdemócrata de Alemania, escribe en 1908 en «Orígenes y fundamentos del cristianismo»:

En primer lugar, hay un odio salvaje de clase contra el rico. Este odio de clase se ve con claridad en el Evangelio de San Lucas, que fue escrito a principios del siglo II, particularmente en la historia de Lázaro, que encontramos sólo en este Evangelio (XVI, 19 y siguientes). En este pasaje, el rico va al Infierno y el pobre al seno de Abraham, no porque el primero sea un pecador y el último un justo; de esto no se nos dice nada. El rico es condenado por la simple razón de que es rico.

Piotr Kropotkin, destacado referente teórico del socialismo libertario o anarquismo, dice en «Ética. Origen y evolución de la moral», uno de sus últimos escritos publicado en 1921 después de morir:

El otro rasgo fundamental del Cristianismo, al cual ha debido éste en gran medida su omnipotencia, fue el principio de que el hombre no aspira a su bien personal, sino al bien de la comunidad. El Cristianismo predicó, en efecto, un ideal social merecedor del sacrificio de la vida (véanse, por ejemplo, los capítulos X y XIII del Evangelio según San Marcos). El ideal del Cristianismo consistió, pues, no en la vida tranquila a la cual aspiraba el sabio griego, ni en las hazañas militares de los héroes de la Grecia antigua y de Roma, sino en predicar que hay que erguirse contra las injusticias sociales de cada época y saber morir por la fe –es decir por la justicia y por el reconocimiento de la igualdad de derechos entre todos los hombres– y en afirmar la necesidad de hacer el bien a propios y extraños y de perdonar las injurias a nuestros semejantes, todo lo cual estaba en contradicción con la regla general de la época que establecía la venganza obligatoria.

(…) Pero lo peor era que al transformarse en una Iglesia de Estado, el Cristianismo oficial olvidó la distinción fundamental que existía entre esta religión y las precedentes, a excepción como ya hemos dicho del Budismo: olvidó el perdón de las injurias y se vengó como los déspotas orientales. En fin, los representantes de la Iglesia no tardaron en convertirse en ricos poseedores de esclavos, igual que los nobles, y en adquirir un poder político análogo al de los soberanos y señores feudales, que ejercieron con igual avidez y crueldad que ellos.

Rudolf Rocker, anarcosindicalista alemán y también pensador destacado del socialismo libertario, dedica al cristianismo dos partes de su ensayo «La maldición del practicismo»:

Echad una ojeada al gran movimiento de las masas que se preparó hace dos mil años sobre el Asia Menor, Europa y el África del Norte. Amenazó las piedras angulares del imperialismo romano, que extendía sus brazos de pólipo por toda la tierra conocida y absorbía como un gigantesco vampiro la sangre de las venas de todo un mundo. Roma había encadenado naciones y pueblos; a sus muros acudían todas las riquezas de la tierra; su voluntad era la suprema ley. Se hicieron incontables ensayos de los pueblos oprimidos para romper sus cadenas, corrieron a la muerte contra esa voluntad férrea, que pareció insuperable como el poder de los Césares.

Entonces surgió aquel raro movimiento que ciertamente no mostró ninguna unidad programática, pero que en todas partes fue conducido por los mismos objetivos: resistir a Roma y socavar su poder.

Pequeñas comunas, nuevas fraternidades, sectas extrañas y movimientos revolucionarios se desarrollaron en todas partes y se difundieron con insospechada celeridad entre los parias y los oprimidos del imperio romano. Combatieron el derecho y el poder romanos, asaltaron los baluartes de la esclavitud, predicaron la liberación de la mujer y escribieron en sus banderas la Igualdad de todos los seres humanos.

Como dinamita obró el nuevo movimiento en los fundamentos del cesarismo romano. Comenzó la gran transformación de todos los valores. Los viejos dioses perdieron su influencia y ningún poder sacerdotal fue en lo sucesivo capaz de rehabilitar su desaparecida omnipotencia, la fe en la invariabilidad de lo existente nació del alma humana, y esperanzas nunca abrigadas se abrieron camino desde las honduras.

¡Qué importó entonces la rabia ciega de los emperadores! ¡Qué importó que se arrojase a aquellos «cristianos», como se les llamaba despreciativamente, a las bestias del desierto y del bosque; que un loco furioso los emplease como antorchas vivientes para alumbrar Roma! La sangre de los mártires hizo milagros, irradió nuevo espíritu en el mundo y puso fuego desde las tumbas y desde la cruz a las chispas rebeldes en el corazón de los humildes y de los débiles. La cruz se convirtió en un símbolo y su visión impulsó más y más masas nuevas al movimiento que, por fin, derribó todos los diques e inundó el viejo mundo.

En las cavernas subterráneas y en las galerías de las catacumbas de Roma se reunió la nueva comuna, la nueva alianza de los proscritos y de los desterrados. Un miembro se integró al otro, bajo sangre y lágrimas lúe soldada una nueva comunidad, cuyos portadores fueron inflamados por puro entusiasmo sobrehumano. Desde allí emigraron millares de hombres y de mujeres a todos los países a difundir la nueva doctrina y a anunciar a los esclavizados de esta tierra que se aproximaba el tiempo de la redención.

¿Qué valieron las artes de tortura de brutales verdugos y la cólera furiosa de los Césares? Se había formado una fe que podía trasladar montañas y que se atrajo masas en las que ardía en clara llama el obscuro deseo. La orgullosa Roma, que fue un tiempo alimentada con la leche de una loba, había resistido hasta entonces todas las tempestades.

(…) Entonces maduró la doctrina cristiana justamente para la Iglesia. El practicismo de los pájaros carpinteros ¡haba vencido mortalmente a los viejos Ideales. Un nuevo cesarismo, que tomó las formas de su dominación al despotismo oriental, se levantó en el «trono de Pedro». La evolución ¡había terminado. De la doctrina de un movimiento originariamente revolucionario se había hecho un instrumento para la dominación y esclavización de las masas.

Federico Urales –Joan Montseny i Carret–, importante pensador del anarquismo ibérico, padre de la destacada militante anarcosindicalista Frederica Montseny, escribe en 1932 en «Los municipios libres»:

Y sobre todo no ha habido grandes ideales que no hayan tenido por base la comunidad de bienes. Tampoco importa que, como el cristianismo, haya fracasado en el propósito o se haya reducido a una comunión de elegidos. La cuestión es que el anhelo de poseer en común los bienes, persiste, y la cuestión es, también, buscar las causas del fracaso. Nosotros ya las hemos encontrado. Es el sacerdocio. Y al decir sacerdocio, no decimos precisamente sacerdote. Decimos pastor, jefe, caudillo, los verdaderos enemigos de la libertad y de la igualdad.

Si se ponen en común los bienes, pero se mantienen las categorías sociales e intelectuales, los bienes del común pasarán a manos del sacerdote, del amo, del jefe, del «¡confiad en mí!», del «¡yo procuraré por todos!», y empezará de nuevo la explotación del hombre por el hombre.

Jacques Ellul, profesor, filósofo, teólego y sociólego francés, afirma en 1988 en «Anarquía y cristianismo»:

Tratemos de determinar cuál podía ser la actitud de los cristianos de las dos primeras generaciones hacia el poder. Tomemos el Apocalipsis porque es uno de los textos (escrito entre 100 y 130 después de Cristo) más violentos, que se inscribe en la línea de las palabras de Jesús, pero más duro (32). Es un texto que se dirige evidentemente a Roma (pero no sólo a la presencia de los romanos en Judea: se trata del poder central, imperial, de Roma misma). En todo el conjunto del libro hay una oposición radical entre la Majestad de Dios y todas las potencias y poderes de la tierra (de ahí el considerable error de quienes dicen que hay continuidad entre el poder divino y los poderes terrestres o, también, como sucedió bajo la monarquía, que a un Dios único, todopoderoso, que reina en el cielo, debe corresponder en la tierra un Rey único, igualmente todopoderoso; el Apocalipsis dice exactamente lo contrario). En todo el conjunto de ese libro hay un cuestionamiento del poder político. Sólo retendré de él dos grandes imágenes: la primera es la de las «dos bestias» –que retoma una imagen de los últimos profetas– que, en efecto, representa los poderes políticos de su tiempo como bestias. La primera es «la bestia que sube del mar» (probablemente Roma, cuyas tropas llegaban por mar). Ella tiene un «trono» que le es dado por el Dragón (caps. 12 y 13) (el Dragón representa al anti-Dios), quien le atribuyó «toda autoridad a la Bestia». Los hombres la adoran y declaran: «¿Quién puede combatir contra ella?» Le fue dada «toda autoridad y poder sobre toda tribu, todo pueblo, toda lengua y toda nación». Creo que no se puede ser más explícito para designar al poder político que tiene autoridad, fuerza militar y que exige la adoración (en consecuencia, la obediencia absoluta). A esta Bestia la crea el Dragón (misma relación que ya encontramos entre el poder político y el diabolos). Lo que confirma la idea de que la Bestia es el Estado, que al final del Apocalipsis aparece como la Gran Babilonia (Roma) que es destruida (cap. 28). (…) Creo que no hay en las primeras generaciones cristianas ninguna otra posición global. El cristianismo es en ese momento completamente hostil al Estado.

El estadounidense Kenneth Rexroth, considerado «uno de los padres de la contracultura norteamericana», escribe en 1974 en «Communalism. From its Origins to the Twentieth Century»:

Desde que el cristianismo se convirtió en una Iglesia, tal como entendemos la palabra, una estructura de poder, los doctores de la Iglesia han minimizado o negado la naturaleza comunitaria del cristianismo primigenio. Por otro lado, los radicales sociales han tratado mucho la cuestión, y de las estrechas conexiones, incluso de la identidad, de la Iglesia primitiva con los esenios. Un lector sin prejuicios, no implicado en esta controversia, leyendo el Nuevo Testamento por primera vez, sin duda tendría la impresión que el cristianismo primitivo era comunista y que su «vida comunitaria» perduró durante todo el ministerio de Pablo y, si los leía, a través del tiempo de los padres apostólicos. Las declaraciones en los Hechos son indiscutibles.

Gonzalo Puente Ojea, ensayista y diplomático, autor de muchos libros sobre historia de la religión, escribe en 1974 en «Ideología e Historia. La formación del cristianismo como fenómeno ideológico»:

La ideología revolucionaria que inspiraba la acción de Jesús aparece con nitidez bajo los velos con que la teología de los evangelios canónicos se propuso ocultarla. (…)

Esta ética de fraternidad radical era el cauce práctico para la purificación personal y el arrepentimiento como pruebas tangibles de la obediencia a la voluntad divina, en cuanto condictío síne qua non de la instauración del reino mesiánico. El altruismo era la norma en el interior de la sodalitas mesiánica, como anticipación práctica y prenda de la ética de amor imperturbable en la Nueva Jerusalén. Pero esta ética sodalicia sólo ostentaba una pretensión de vigencia interna y se perfilaba en oposición a los enemigos de Israel y su Dios; es decir, la ética fraternal se inscribía en una ética de hostilidad al mundo pagano, de guerra a las gentes opresoras del pueblo judío. El evangelio original presentaba así una ética interna de fraternidad, en el contexto de una ética externa de radical y activa hostilidad a las potencias –naturales y sobrenaturales– que disputaban la soberanía al Dios de Israel. (…)

El sentido revolucionario de la conducta de Jesús y de la Urgemeinde se manifiesta sin equívocos en multitud de pasajes evangélicos. En Mateo, dice Jesús: «no penséis que he venido a poner paz en la tierra; no vine a poner paz, sino espada» (331). Y en otro lugar exclama: «desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos es objeto de violencia, y los violentos lo toman por la fuerza» (332). Al describir los tiempos de la tribulación premesiánica, anuncia que se oirá «hablar de guerras y rumores de guerra, pero no os turbéis, porque es necesario que esto suceda» (333). En su visita a Isabel, María describe al Salvador como el que «derribó a los potentados de sus tronos y ensalzó a los humildes» (334); y utilizando un texto de Isaías, declaraba Jesús que Dios lo «envió a predicar a los cautivos la libertad…; para poner en libertad a los oprimidos» (335). (…)

La naturaleza terrestre del reino mesiánico, el odio a Roma y el espíritu de venganza alcanzan expresión extrema en el Apocalipsis de Juan. Este escrito siempre ha sido un grave escollo para la ética de la Iglesia, pues está en neto contraste con la orientación ideológica del cristianismo oficial. Eusebio de Cesárea (338) ha dejado constancia de los apasionados debates, todavía en el siglo IV, que precedieron a la inclusión final del Apocalipsis en el canon del Nuevo Testamento. Precisamente por el carácter de este documento, tan comprometedor para una visión pacifista y espiritualista del mensaje cristiano, existe aún hoy gran polémica sobre la fecha de su composición.

Rafael Altamira publicó en 1890 la tesis doctoral «Historia de la propiedad comunal». Una de las partes del primer capítulo la llama «Las doctrinas económicas del Cristianismo» y la dedica a la importancia que éstas tuvieron en la historia del comunalismo:

Hubo, además, realmente, práctica del comunismo entre los cristianos; y se ha dado demasiada importancia a este punto, que en verdad la tiene, sobre todo por las consecuencias originadas, para que sea permitido, aun rompiendo con toda otra consideración, el pasarlo por alto.

Preciso es no ver el Cristianismo –para adquirir cierto sentido de su historia– como hecho aislado, nacido ex nihilo, con una solución de continuidad respecto de los hechos anteriores y coetáneos, ni como producido de una vez, con la unidad y cuerpo de doctrina estadizo con que hoy se nos ofrece. Prodújose la doctrina en un tiempo de verdadera revolución social, muy cerca de la región que era entonces núcleo de un renacimiento de cultura y de vida extraordinario, y en un pueblo que estaba en plena germinación de doctrinas, escuelas y sectas-la de Judá, la de Juan, los essenios, fariseos, etcétera -obedeciendo todas ellas a dos principios que se enlazan: 1.° El mesianismo; 2.° La revolución social de pobres contra ricos; es decir bajo el primero, un movimiento nacionalista, y dentro de él, un segundo movimiento interior, que procedía de la época de los profetas Enoch, Amós é Isaías.

Recuérdese la desigualdad a que habían llegado los hebreos, por el olvido de la antigua organización y el desuso de las reglas de vida a ella inherentes. El egoísmo y la avaricia dominaban, y el mal venía de antiguo. No hay sino leer los textos de los profetas, mantenedores de las tradiciones y penetrados de un alto sentido político y social que escapaba a sus contemporáneos. Isaías truena contra los acumuladores de propiedad, «que se hacen así los solos dueños de la tierra» (c. v, ver. 8); Amós se pronuncia contra la soberbia e injusticia de los ricos, bien manifiesta (cap. II y especialmente vers. 6 a 8), y lo mismo se repite en otros pasajes de la Biblia. El sentimiento contra los ricos lleva a concebir a Dios como el vengador de los pobres, y esta idea es mantenida en la época de Jesús, por muchas sectas.

Los essenios vivían en comunidades rurales, dedicados a la agricultura «y a la fabricación de objetos de primera necesidad». «No tenían esclavos y consideraban la esclavitud como impía y contraria a la naturaleza. — Despreciaban las riquezas, no acumulaban el oro ni la plata, aprendían a contentarse con poco. — Sus bienes eran comunes y administrados por ecónomos.

(…) El Cristianismo, no obstante, sobrepasó mucho las doctrinas de las sectas contemporáneas. Al nacionalismo opuso el humanitarismo, al formalismo su amor espiritualista delicado (su gran concepción del Dios Padre), al egoísmo y casuismo, el desinterés, la fraternidad. (…) Jesús no predicaba un curso de economía social, como, han hecho los comunistas de nuestros días; pero es una consecuencia lógica é indeclinable de sus principios, cuya deducción no dejaron de hacer la mayor parte de los intérpretes. Así la comunidad de bienes era un resultado mixto de dos principios cristianos: 1.°, el desprecio de las riquezas; 2.°, el sentimiento de la igualdad (…)

David Algarra Bascón, que en 2015 publicó «El comú català. La història dels que no surten a la història» –y en 2018 se publicó una edición en castellano–, explica:

Es probable que las primeras iglesias cristianas tuvieran, también, una función múltiple, donde la asamblea para tratar sobre lo común fuera una actividad importante dentro de la comunidad de bienes, como aparece en el libro Hechos de los apóstoles. De hecho, la iglesia (en griego ἐκκλησία, en latín ecclesia) en Grecia era la principal asamblea de la democracia ateniense. Por otro lado, el lugar consagrado para el culto de la religión romana era el templum, que tenía una arquitectura diferente de la basílica y se construía al lado del foro. Que los edificios paleocristianos se inspirasen en la basílica romana multifuncional, en vez de inspirarse en el templum, destinado a las religiones paganas, es bastante significativo.

Carmen Bernabé Ubieta, teóloga y profesora, sobre la importancia de las mujeres y de los valores de igualdad entre mujeres y hombres en el cristianismo primitivo, en la ponencia de 2019 «Mujeres y ministerios en el cristianismo primitivo, su impacto social en la sociedad imperial»:

Ser mujer en la Iglesia hoy es ser considerada menor de edad a perpetuidad. Igual que en la antigüedad greco-romana, allí donde se decide el destino y la organización de la comunidad, somos las mujeres siempre representadas y nunca podemos representar. Llama la atención que el cristianismo se visibilice como una religión de hombres, cuando en sus inicios los paganos la consideraban poco digna de crédito debido precisamente a la presencia femenina en las comunidades, y al protagonismo que tenían en ellas. Celso, un filósofo griego del siglo II, acusaba el cristianismo de no poder ni querer persuadir más que a necios, plebeyos y estúpidos, esclavos, mujeres y niños, y de otorgar a éstas –a las mujeres– un protagonismo sospechoso (…)

Es imposible que cualquiera que piense un poco y conozca algunos textos, datos… pueda pensar que las mujeres [en el cristianismo primitivo] solo recibían lo que hacían los hombres creyentes. Aunque son pocas, las huellas que perviven en los escritos cristianos de los primeros siglos, y en algunos otros de autores paganos, evidencian que ellas participaron de forma activa en la vida comunitaria en todos sus ámbitos: en el organizativo, en el educativo, en el misional, en el apostólico y en el del culto. Y que algunas de estas mujeres ejercieron funciones de liderazgo en cada uno de estos ámbitos.

Régine Pernoud, historiadora medievalista francesa, escribe también sobre la cuestión en 1980 en «La mujer en el tiempo de las catedrales»:

Para comprender lo que fue en sus orígenes la liberación de la mujer conviene saber lo que era la condición femenina en Occidente, es decir en el mundo romano, en el siglo I de nuestra era: juristas e historiadores del derecho nos informan sobre el tema con toda claridad. (…) En lo que a la mujer se refiere, lo esencial de este derecho [el romano] fue expuesto luminosamente por el jurista Robert Villers: «En Roma, la mujer, sin exageración ni paradoja, no era sujeto de derecho… Su condición personal, la religión de la mujer con sus padres o con su marido son competencia de la domus, de la que el padre, el suegro o el marido son jefes todopoderosos… La mujer es únicamente un objeto» (3). Aun cuando su condición se mejora bajo el Imperio, cuando el poder absoluto del padre se hace menos riguroso, los historiadores constatan: “La idea que prevalece entre los juristas del Imperio es la de una inferioridad natural de la mujer, y en este aspecto no hacen otra cosa que expresar el sentimiento común de los romanos”. Así es como la mujer no ejerce ninguna función oficial en la vida política y no puede cumplir ninguna función administrativa: ni en la asamblea de los ciudadanos, ni en la magistratura, ni en los tribunales. (…)

Entre los tiempos de los apóstoles y el de los Padres de la Iglesia, durante esos trescientos años de enraizamiento, de vida subterránea resumido en la imagen de las “catacumbas”, ¿la Iglesia es un asunto de quién? De las mujeres. (…)

San Pablo lo había dicho: «Ya no hay griego, ni judío, ni hombre ni mujer»; lo que en adelante cuenta es la «persona». Hasta aquella época persona era la máscara que se usaba en el teatro e identificaba al personaje. A partir de entonces el término se carga con una significación nueva que responde a una realidad nueva: es que los cristianos tuvieron que forjarse un vocabulario para predicar el Evangelio; y así como bajo la influencia de la Buena Nueva o para difundirla se conciben los términos salvación, gracia, caridad, eucaristía, o se renuevan en su significado, así también aparece este concepto y este término de persona. En adelante no solamente la mujer sino tambien el niño y el esclavo serían personas. (…)

Es asombroso que no se haya puesto más de relieve la transformación que representa la desaparición de la esclavitud. Los manuales escolares callan acerca de un hecho social cuya importancia primordial parece haber escapado en parte a los historiadores. Y sin embargo, la vuelta de la esclavitud en la época del Renacimiento debieran haber atraído su atención sobre el proceso inverso que se inició desde el siglo IV. El esclavo completamente despojado de todo derecho, el esclavo-objeto, como era el del mundo romano, no podía sobrevivir mucho tiempo a la difusión del Evangelio.

4. Algunas reflexiones

Una bifurcación

En sus orígenes, la naturaleza del cristianismo era la de un movimiento popular con vocación revolucionaria, es decir, de llevar a cabo una transformación social profunda, cambiando las instituciones y los valores dominantes de la sociedad existente. Después de perseguir y reprimir el movimiento, asesinando incontables miembros de este, el poder apuesta por la opción de absorberlo y asimilarlo, tergiversándolo totalmente.

Así pues, a partir del Concilio de Nicea, con el Emperador Constantino, la historia del cristianismo se bifurca, sufre una escisión que transforma su naturaleza, pasando esta escisión de ser una ideología contra el Estado a ser una ideología de Estado.

Así pues, tendríamos una corriente del cristianismo que formaría parte de las tradiciones emancipadoras, de la autonomía [1] o de la «civilización democrática» [2], y una corriente del cristianismo que formaría parte de las tradiciones de la dominación, de la heteronomía [1] o de la «civilización estatal» [2]. Siendo el segundo una escisión del primero, los restos de lo positivo que tuviera el segundo los sacaría del primero, los debería a éste.

La cruz

Me impactó un día pensar sobre una obviedad: la cruz, principal símbolo del cristianismo, no deja de ser el medio de tortura y ejecución por parte de un Estado contra aquellos que condenaba, muchas veces por ser disidentes políticos, como hizo, por ejemplo, con miles de seguidores de Espartaco. Podría ser una horca, un garrote vil, una silla eléctrica… Es tan obvio que originalmente es un símbolo de resistencia contra las estructuras de poder, que necesitan siempre la represión para mantenerse… Pero ha sido recuperado por este tipo de estructuras y en nuestro territorio ha tenido mucha vigencia hasta no hace tanto, por ejemplo, asociándose al régimen franquista y su nacionalcatolicismo.

Las palabras

Las estructuras de poder, siguiendo sus lógicas, además de reprimir y marginar los movimientos contestatarios, también los cooptan, y consiguen tergiversar el sentido y significado de algunas palabras importantes. Así pues, la Iglesia católica y las demás Iglesias jerárquicas y vinculadas al poder quedan lejos de la «ekklesia» como palabra griega que significara asamblea, un espacio de encuentro, deliberación y toma de decisiones en base a la igualdad formal de sus integrantes, que podría haber sido uno de los cimientos de un orden social diferente del romano imperial. También la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, siglos más tarde, cooptó y tergiversó el concepto «soviet» y «soviético», ya que los soviets eran asambleas populares de base que ya existían y fueron pisadas por el «Estado soviético» al cabo de poco tiempo de que el partido bolchevique tomara el poder [3].

Derecha, izquierda, arriba y abajo

Hoy en día, hay personas que desde «la derecha» reivindican valores que consideran positivos del cristianismo o el catolicismo, al mismo tiempo que validan y defienden las instituciones pilares del statu quo actual. Pasan por alto que el sistema actual está en total contradicción con los valores positivos del cristianismo, como lo están las propias estructuras eclesiásticas jerárquicas, empezando por la Iglesia Católica, que son enemigas históricas del cristianismo original.

También hay personas que desde «la izquierda», ignorando las aportaciones de muchos pensadores clásicos antes mencionados, pasan por alto la vertiente positiva histórica del cristianismo y acaban cayendo en un anticlericalismo/anticristianismo que lo pone todo en el mismo saco, sin entender la historia. De este modo, en realidad, favorecen las estructuras eclesiásticas jerárquicas, ya que contribuyen a encubrir la tergiversación histórica que llevaron a cabo, y también dejan de lado una corriente de la que se podrían buscar aprendizajes de cara a construir un movimiento popular emancipador.

Un almirante del ejército de los EEUU, Hyman Rickover, explicaba en un discurso que «el cristianismo condenó la institución tradicional del esclavismo» y que a medida que se extendió por el Imperio Romano «los amos liberaron sus esclavos» [4]. Un ejemplo de persona que pone en valor el primer cristianismo, al mismo tiempo que forma parte de uno de los principales aparatos de dominación a nivel mundial actuales, el aparato militar yanqui. Los Estados Unidos, al ser un Estado y defender la dominación política y la dominación económica –e ideológica, etc.– son herederos y discípulos de Roma, no del primer cristianismo. Son herederos y discípulos de las estructuras de poder del pasado, cuyos representantes, en el caso de las eclesiásticas posteriores al Concilio de Nicea, «no tardaron en convertirse en ricos poseedores de esclavos», como afirmaba Kropotkin.

También tenemos el caso de Santiago Armesilla –que se define como ateo católico–, que valora lo positivo de la herencia y la huella cultural católica en nuestra civilización, y lo quiere aprovechar para relanzar un proyecto civilizatorio imperial «iberófono» [5]. Pero, como decía, lo que tuviera de positivo a nivel de valores civilizatorios la Iglesia Católica históricamente, lo debía a los valores del cristianismo original, que traicionó. Éste era claramente antiimperialista y no apostaba por la creación o fortalecimiento de las estructuras estatales centralistas y de poder concentrado, sino por un proyecto de organización social donde no reinara la dominación del ser humano sobre el ser humano. Puestos a rescatar lo mejor de nuestra cultura, y de la herencia del cristianismo, podría hacer justicia a los orígenes de éste y abandonar los anhelos imperiales.

El amor y la ética como fundamento

Pienso que un aprendizaje y una inspiración que se puede extraer del cristianismo auténtico es la importancia de la transformación del individuo para el proyecto de la transformación social, poniendo énfasis en valores universales como el amor –que no excluye el combate militante contra la injusticia–, la compasión, el desinterés…

Sin una transformación del sistema de valores dominante y de las personas, no puede haber transformación social, porque un sistema diferente necesitaría individuos diferentes, tanto para implementarlo como para mantenerlo. Una cosa va ligada a la otra. La cuestión de la ética y de la transformación profunda del individuo y del sistema de valores tiene que ocupar un lugar central en el programa revolucionario que necesitamos [6]. A su vez, claro, sin transformaciones en las estructuras sociales, los cambios individuales y en los valores también tienen límites importantes.

El principio del amor al prójimo pone contra las cuerdas todas las estructuras de dominación, porque donde hay estructuras de dominación no hay amor al prójimo, y donde hay amor al prójimo no hay estructuras de dominación, ya sean políticas, económicas, militares, etc. Dividir la sociedad entre quienes mandan y quienes obedecen, quienes poseen muchísimo y quienes no poseen nada, quienes gobiernan y quienes son gobernados… es una clara falta de amor y a la vez un claro impedimento para el amor.

También es necesaria la fortaleza individual. El cristianismo no salió de la nada, y bebía, por ejemplo, del estoicismo a nivel filosófico. Sin cultivar la fortaleza y la disposición a aceptar el sufrimiento que conlleva la lucha contra el poder establecido, no hay posibilidad de combatirlo. Dice Juan en el Apocalipsis: «No tengas ningún miedo de los sufrimientos que te esperan».

5. El templo, el camello y la aguja

Para acabar, un poco de poesía.

León Felipe escribió el poema «Parábola», donde habla sobre cómo las doctrinas que crean las personas se pueden acabar convirtiendo en templos que un día acaban engullendo la doctrina original y las personas que la habían creado. Una advertencia contra la construcción de ideologías dogmáticas y de estructuras de poder concentrado, religiosas o de cualquier tipo. Lo empieza con dos citas bíblicas:

Mas Él hablaba del templo de su cuerpo
San Juan, II:21

Y tomé el libro de las manos del ángel y me lo comí.
Apocalipsis X: 9, 10

Había un hombre que tenía una doctrina.
Una doctrina que llevaba en el pecho,
(junto al pecho, no dentro del pecho),
una doctrina escrita que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Y la doctrina creció. Y tuvo que meterla en un arca,
en un arca como la del Viejo Testamento.
Y el arca creció. Y tuvo que llevarla a una casa muy grande.
Entonces nació el templo.
Y el templo creció. Y se comió al arca, al hombre
y a la doctrina escrita que guardaba
en el bolsillo interno del chaleco.
Luego vino otro hombre que dijo:
El que tenga una doctrina que se la coma,
antes de que se la coma el templo;
que la vierta, que la disuelva en su sangre,
que la haga carne de su cuerpo…
y que su cuerpo sea
bolsillo,
arca
y templo.

El mismo autor también escribió «La insignia», en el año 1937, una larga y épica «alocución poemática» recitada durante la Guerra Civil, ante la caída de Málaga a manos de los golpistas. El texto fue publicado por las Oficinas de Propaganda de CNT-FAI. Un fragmento habla de los valores originales del cristianismo y dice así:

Es la época de los héroes.
De los héroes contra los raposos.
Es la época en que todo se deforma y se revuelve.
Las exégesis se cambian del revés,
los presagios de los grandes poetas, se hacen realidad;
aparecen nuevos cristos,
y las viejas parábolas evangélicas se escapan de la ingenua retórica de los versículos, para venirse a mover y organizar nuestra vida.

Ahí están, ¡miradlas!
Ahí están en el aire todavía,
temblando de emoción,
cruzando los cielos desde hace veinte siglos,
en la curva evangélica de una parábola poética,
estas palabras revolucionarias,
estas palabras anarquistas:
Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que entre un rico en el reino de los cielos.

Los curas las han estado escupiendo.
Vomitando desde los púlpitos,
centuria tras centuria,
año tras año,
domingo tras domingo.
Los prelados y los obispos las han llevado
de catedral en catedral,
de iglesia en iglesia,
de plática en plática,
y han acabado siempre por sentarse, después de los sermones, a la mesa de este rico de tan dudosa [salvación, para decir así, de una manera abierta y paladina:
El Evangelio no es más que una manera
lírica de hablar,
metáforas,
metáforas retóricas,
retórica todo,
hecha sólo para adornar el sermón melifluo y dominical de los predicadores elegantes.
¿Qué otra cosa podría ser? –dice el raposo.
¿Qué otra cosa podría ser? –dice el hombre doméstico.
Pero he aquí que llegan ahora unos hombres extraños,
los revolucionarios españoles,
los anarquistas ibéricos,
los anarquistas angélicos y adámicos,
el hombre heroico que dice:
No hay retóricas.
El hombre heroico que afirma y que sostiene
que el verbo lírico de Cristo y de todos los poetas
no es una quimera
sino un índice luminoso que nos invita a la acción y al heroísmo, y que esta metáfora del camello y de la aguja, del pobre y del rico, tiene un sentido que, desentrañado y realizado, puede llenar, sino de alegría, de dignidad, la vida del hombre.

¡Contra las Iglesias, los dogmas y todas las Romas,
nazcan «ekklesias» y crezca el amor entre las personas!

Pol Font,
5 de enero de 2023

Fuente: https://polfont.wordpress.com/2023/01/05/primer-cristianisme/

NOTAS:

[1] Autonomía y heteronomía son dos conceptos utilizados por Cornelius Castoriadis y Takis Fotopoulos. Se refieren a dos tradiciones políticas contrapuestas: autodeterminarse, darse a sí mismo las propias leyes y normas –a nivel individual y social–, o ser determinado por leyes o normas dadas desde el exterior –desde instituciones separadas del cuerpo social–.

[2] Civilización democrática y civilización estatal son conceptos utilizados por Abdullah Öcalan para describir también estas dos tradiciones o corrientes históricas y sociales contrapuestas. Ver «Manifiesto por una Civilización Democrática. Volumen III: La ecología de la libertad».

[3] «Rusia se ha convertido en una República Soviética sólo de nombre», afirma, con razón, Kropotkin en una carta a Lenin del 4 de marzo de 1920. También explica Carlos Taibo en «Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío»: «El partido, el Estado y la burocracia dirigente (…) acabaron también con la comuna rural y, al poco, con los soviets como instancias autónomas, e hicieron lo propio, a la postre, con la perspectiva de una revolución social.». También es interesante «Los bolcheviques y el control obrero, 1917-1921. El Estado y la contrarrevolución» de Maurice Brinton o «La revolución desconocida» de Volin.

[4] El discurso del almirante Hyman Rickover es de 1957 y está recogido en el blog «The Oil Crash» de Antonio Turiel.
https://crashoil.blogspot.com/2022/05/discurso-del-almirante-hyman-g-rickover.html

[5] armesilla.org

[6] Sobre esto, me parece muy inspiradora, por ejemplo, la lectura de «Breve tratado de Ética. Una introducción a la teoría de la moral» (Heleno Saña, 2009).
https://polfont.wordpress.com/2020/03/01/etica-heleno-sana

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