México. Gustavo Esteva: Homenaje a Catherine Walsh (2019)

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Gustavo Esteva:
Homenaje a Catherine Walsh

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GRITOS, GRIETAS Y SIEMBRAS DE NUESTROS TERRITORIOS DEL SUR.
Catherine Walsh y el pensamiento crítico-decolonial en América Latina (*)

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Más allá de la superstición
Gustavo Esteva
Universidad de la Tierra, Oaxaca

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No es fácil participar en un homenaje a Cathy Walsh. No sabe uno por dónde empezar, ante la variedad de sus contribuciones en palabra y obra. Y luego, no hay lenguaje. La tensión que se observa en sus escritos, a la búsqueda de las palabras pertinentes para aludir a las novedades que exige la circunstancia, se presenta aquí también, cuando no hay una manera apropiada de caracterizarla. Es buena la expresión que ella eligió, “intelectual militante”, pero resulta claramente insuficiente. Superstición es una fe fuera de lugar, es un conjunto de creencias sin fundamento. Tengo la impresión de que Cathy logró salir, en forma casi heroica, de todas las supersticiones que la hicieron.

Transterrada

José Gaos, el notable filósofo, acuñó la palabra; se consideró transterrado. No quería referirse a una condición de su vida personal sino a un proyecto vital e intelectual. Le llovieron críticas, especialmente de republicanos españoles que afirmaron hasta la muerte su condición de exiliados y se aferraban al destierro como definición de identidad: se habían quedado sin su tierra. Le atribuían a Gaos un exceso de celo con sus anfitriones y hasta consideraban que su empatriación mexicana (otra expresión que usó Gaos) era una exageración patriótica, una especie de patriotismo militante fuera de lugar, o bien una simple cursilería. Transterrado es, para Gaos, la actitud de quien sale de su tierra, por su propia voluntad o a fuerzas, y llega a otra que no sólo le es afín, sino que llega a quererla tanto o más que a la propia, la de origen. Es la noción que se aplica con claridad a Cathy. En ella, además, adquiere variantes particularmente valiosas.

En Ecuador, Cathy no practicó una empatriación. Su actitud no implicó afiliarse a la patria ecuatoriana, en el sentido que la palabra adquirió en los últimos siglos, cuando tomó un sello patriarcal y el nacionalismo fue herramienta de manipulación y control. Para la gente común, en el siglo XVI, patria era la tierra en la que había nacido: su aldea, su comarca, su ciudad… Poco a poco, sin embargo, el término fue asimilándose al rey y al reino, y cobró otro sentido. Luis González y González se vio obligado a recuperar el antiguo sentido del término matria, el que tenía desde los griegos, para referirse a lo que la gente llamaba en México su “patria chica”, su lugar de nacimiento y pertenencia física y cultural. Cathy se habría enmatriado.

Además, su actitud abarcó varias matrias. Tomó para sí, en la cabeza y el corazón, diversas tierras ecuatorianas, por ejemplo, con las organizaciones indígenas o afrodescendientes o con las mujeres. También hizo suyas las matrias andinas y la del Abya Ayala. Todas juntas forman su actitud profunda, el sentido de su compromiso vital y político, lo que la transterró, tras una escucha atenta.

Enraizada

Cathy echa raíces en donde está. Ha querido vivir enraizada. No deja que sus empeños intelectuales la lleven a tomar por reales las abstracciones. No vive con la mirada puesta en los horizontes que esas abstracciones abren, por encima de la realidad natural y social alrededor.

Cathy piensa y actúa a partir de sus propias luchas, experiencias y prácticas de vida, que le sirven como base de reflexión (2019a). “Pongo mi energía, esfuerzo y atención en lo encarnado, situado y local”, sostiene. Está comprometida con los empeños que desafían, transgreden, interrumpen y desplazan al sistema dominante, porque ahí “se construyen y caminan formas de estar-hacer-ser-sentir-pensar-saber-vivir muy otras” (2017a, p. 82).

Apuesta a esos modos muy otros de ser y de pensar, esas “esperanzas pequeñas”, tras abandonar la compulsión de cambiar o transformar el sis-tema en su conjunto y totalidad. No pierde de vista el horizonte del enemigo “grande”. Quiere un cambio general, un cambio del sistema capitalista/moderno/colonial/heteropatriarcal. Pero abandona radicalmente todas las formas del universalismo de la totalidad. Es el mismo impulso que la lleva a apartar la mirada del Estado, con mayúscula, como orientación, sentido y destino de la lucha; le interesa la que se realiza desde los abajos, a ras de tierra, con muy otras intuiciones y compromisos (2017b, p. 30).

Cathy nació, creció y se formó en la mirada occidental universal y universalizante. Al empezar su migración al sur, hace más de 40 años, tuvo que cuestionar y desafiar su “mirada interna”, el lugar desde el cual enun-ciaba ideas y prácticas. Tuvo que aprender a desaprender y a reaprender, en un proceso profundo de transformación personal que le permitió abrirse a formas de comprensión del mundo pluri-versales e inter-versales, en vez de universales, como ella señaló en su momento.

El cambio no se produjo de un día para otro, entre otras cosas por el hecho de experimentar también, desde su lugar en el sur, los ideales y las violencias de la modernidad occidental, que forman parte de las “miradas internas” y de las lógicas de clasificación que se asumen en todas partes en forma explícita o implícita y crean complicidades insoportables.

Parece haber perdurado en Cathy, hasta hoy, el espíritu de los años sesenta. Ese impulso colectivo de alcance mundial, que buscaba cambiarlo todo, se desató cuando Cathy apenas dejaba de ser niña, pero evidentemente se arraigó en su manera de ser y existir. Experimentó, como adolescente, lo que significaba la notable organización estudiantil Students for a Democratic Society (SDS), cuyo manifiesto de Port Huron, en 1962, puede verse aún como anticipación luminosa de un proyecto político de gran envergadura; ahí, en un grupo de estudio de SDS, empezó su lectura de Franz Fanon, que habría de marcarla para siempre. Ya en la década de 1970 Cathy recibió de las Panteras Negras uno de los primeros “encargos” que definieron su vida. En esa época decidió también experimentar la vida comunal y poner sus manos en la tierra, cultivando su propia comida. Desde muy joven, por tanto, se observan en Cathy los compromisos profundos con la realidad inmediata y con el cambio político radical: su activismo aparece siempre vinculado con formas de pensar y de vivir en las que se compro-mete a fondo, con los pies en la tierra.

Decolonizada

Cathy trae consigo, hasta los huesos, el ímpetu colonizador. Para quien coloniza, particularmente si es norteamericano, es casi imposible percibir la parcialidad de su mirada. Asume casi siempre que su presencia, su prédica y su acción son una bendición para lxs colonizadxs. Se trata de incorporarlxs a un modo de ser y de pensar que considera indudablemente mejores. Toda colonización conquista rápidamente adeptxs en la tierra colonizada, que se convierten en aliadxs y cómplices de la tarea. Adquieren a plenitud el afán de ser incorporadxs. Quieren compartir la fe del colonizador y pueden convertirse en fieles de su religión que lleven su fanatismo a toda suerte de extremos. Se esfuerzan en “ser como ellos”, en adquirir para sí todas las condiciones de la modernidad, el capitalismo, el desarrollo. Pueden participar con pasión y entusiasmo en la destrucción de la cultura propia y de todo lo que existe en el espacio colonizado. Combinan de la mejor manera posible los patrones patriarcales que el colonizador trae consigo con los que ya poseían en su tradición. Algunxs son simples lacayxs, al servicio del colonizador. Otrxs son colonizadxs dóciles. Cierto número consigue tomar parte en la empresa colonizadora desde arriba y compartir sus productos.

Cuando la colonización se realiza desde el lado izquierdo resulta especialmente perniciosa. Parece imposible percibirla como tal. Está formada por doctrinas y prácticas que parecen enteramente destinadas a la liberación de lxs colonizadxs. En general, quien coloniza desde esta posición no parece recibir beneficio alguno del empeño; incluso, puede realizar evidentes sacrificios y hasta poner en peligro su libertad y su vida. Para muchas personas de este signo es prácticamente imposible detectar las raíces racistas, patriarcales y sexistas de las doctrinas convencionales de liberación que forman parte de la colonización que practican, incluso cuando no lo saben o quieren.

Cathy traía consigo esa doble carga: su “mirada interna”, el espacio del que emanaban naturalmente ideas y prácticas por su condición norteamericana, y además su posición política, asociada con doctrinas de clara impronta eurocéntrica, y todo ello revestido de un ímpetu redentor. Cathy venía a “ayudar”, a poner al servicio de otrxs sus conocimientos, su tiempo, sus experiencias, sus prácticas. Recordó reiteradamente que no podía negar el privilegio que portaba, como una mujer percibida como blanca, como inmigrante y como intelectual asociada con la universidad.

Destaco todo esto para subrayar el mérito de Cathy. No se redujo a limpiar su propia mirada, a aprender a desaprender y reaprender, como ha repetido incansablemente, hasta despojarse por completo del ímpetu colonizador. Fue también una de las primeras personas en el mundo que supo apreciar el valor y sentido de las propuestas de Aníbal Quijano sobre decolonialidad. Descubrió claramente que mientras el colonialismo histórico convencional había quedado atrás y no subsistían ya las colonias de los antiguos imperios, persistía una forma colonizada de existencia, reflejada en el pensar lo mismo que en el hacer, la cual afectaba por igual a colonizadores y colonizados.

Cathy ha adquirido justa fama a la cabeza de la corriente decolonial, que no se ha dejado atrapar como moda académica y constituye ya una vigorosa posición filosófica y política que permea capas cada vez más amplias de la sociedad y la cultura en muchas partes del mundo. No parece necesario extenderse aquí en reflexionar sobre las contribuciones específicas de Cathy a la configuración y propagación de esa corriente. Pero es importante subrayar aspectos no siempre aquilatados de esas contribuciones, por haber sido formuladas desde el lugar físico, cultural, intelectual y político del que Cathy venía, que entre otras cosas la hizo padecer racismos a la inversa. Por esa vía, Cathy pudo definir su camino como praxis decolonial; no se trata de un paradigma, una nueva teoría crítica, un nuevo objeto de estudio o una especie de iluminación que ciertas personas tienen y otras no. La decolonialidad trata de un accionar, dice Cathy, una manera de analizar y actuar con respecto a la realidad que estamos viviendo para concentrarse en las prácticas que desafían al sistema dominante.

Desescolarizada

Cathy ha pasado la vida entera en la escuela y la academia. Graduada con honores y con inmenso prestigio como académica, expuesta a la permanente seducción del “claustro del saber”, no estaba cómoda ahí. Lo convirtió también en espacio de lucha, en el que libraba innumerables batallas internas y desde el cual lanzaba toda suerte de empeños. Siempre he dicho que la universidad no es “mi lugar”; trabajo allí pero no es, y nunca ha sido, el lugar de mi sentimiento y pensamiento. […] Cada vez estoy más incómoda en la UNI-versidad, más desobediente con respecto a su disciplina y disciplinamiento, su ethos blanco-mestizo, masculino y heteropatriarcal, su indiferencia intelectual, su ceguera frente a la realidad y sus complicidades crecientes con el sistema violencia-guerra-muerte que hoy es la modernidad/colonialidad/capitalismo global. (Walsh, 2019b, p. 95)

Cathy ha resistido por muchos años los afanes e intereses del poder institucional, sea universitario o estatal. “Tengo claro que mi lugar no es la UNI-versidad”, sostiene. Sigue en la universidad —por un tiempo que se acorta ya— con crecientes dificultades para mantener abiertas las grietas que logró hacer en ella. Llevo casi cuatro décadas trabajando en la institución universitaria, y siempre mi interés ha sido bajar las paredes y abrir las ventanas de esos espacios para que sea posible entrar y salir. Las distintas tareas encomendadas, que han sido parte de mi propia construcción como militante comprometida, tienen que ver con esos espacios. Uno de los primeros encargos vino de las Panteras Negras, al inicio de los años setenta, que consistió en distribuir su periódico en mi universidad. Mi acercamiento a los procesos del Movimiento Indígena acá en Ecuador también tiene que ver con eso de los encargos. (Walsh, 2019a)

Aunque siempre se pensó como pedagoga y enseñar nunca dejó de ser parte de su acción política, la educación no fue su preocupación primaria o su atención principal. Abandonó ese campo hace más de dos décadas, ante el creciente peso que observó en él de la “existencia escolarizada”. Reconoce, parafraseando a Illich, que hace falta desescolarizar no sólo la educación sino la existencia misma. Una parte significativa de su esfuerzo ha consistido en transformar la pedagogía en una praxis que abandone su carga patriarcal y hasta violenta. Durante sus años de colaboración y amistad con Paulo Freire en Estados Unidos, se ocuparon de impulsar la corriente de “pedagogía crítica” que llegó a tener un peso muy significativo en ese país y se extendió por el mundo.

Sin desgarrar su amistad como Paulo, como es costumbre entre personas de izquierda cuando aparecen diferencias ideológicas, Cathy percibió las limitaciones e insuficiencias de las enseñanzas de Freire y tomó su propio camino, más allá de la pedagogía crítica. Es fascinante explorar con ella su “recuperación” de Freire, cuando encuentra en los últimos años de su vida una transformación que los acercó de nuevo (2013).

En la conversa que desde hace años Cathy y yo mantenemos, estos temas aparecen con frecuencia. Su cercanía con Freire la tuve yo con Iván Illich. Fuimos amigos y colaboré con él hasta su muerte. Supe por él de su relación con Paulo, que empezó cuando Iván estuvo mes y medio bajo la tutoría de Helder Cámara, quien le hacía leer cada día un libro de un autor brasileño y en seguida lo ponía a platicar con él.

Así entabló una fuerte amistad con Paulo, que se consolidó cuando tras liberarlo de la cárcel en la que lo habían puesto los militares lo trajo al Centro Intercultural de Documentación, en Cuernavaca, el famoso CIDOC, en donde estuvieron buena parte de los pensadores radicales de la época. Le publicó ahí Pedagogía del oprimido y lo circuló en el mundo entero. En La sociedad desescolarizada celebró lo que los equipos de Freire hacían. Pero sus caminos tomaron rumbos enteramente distintos. Iván reconoció que había estado ladrando al árbol equivocado y pasó de la crítica a la escuela a la crítica de lo que la educación hace a una sociedad; es decir, “promover la idea de que la gente necesita recibir ayuda para poder percibir la realidad, y tiene que recibir ayuda para prepararse a existir o a vivir”.

Iván y Paulo fueron amigos hasta su muerte, pero su distancia era muy clara. Recuerdo a Paulo con inmenso afecto, pero también como una persona que cada vez más trataba de salvar la credibilidad de las actividades educativas, en una época en que mi principal preocupación consistía en cuestionar las condiciones que configuran la educación en cualquier forma, incluyendo la concientización, el psicoanálisis o cualquier otra cosa. Espero que nadie interprete esta separación en nuestros campos de interés, que en cierto momento comenzaron a apartarse, en la estúpida forma política en que se piensa que las gentes se oponen entre sí. Paulo fue para mí un sólido punto de paso en el análisis de la educación escolar ritualizada y graduada y sigue siendo un amigo querido. (Illich en Cayley, 1993, p. 92)

He compartido con Cathy mis distancias de Freire y mis cercanías con Illich. Cuando hace unos 20 años un grupo de amigos y organizaciones indígenas y no indígenas concebimos y pusimos en marcha la Universidad de la Tierra en Oaxaca (Unitierra) buscábamos explícitamente romper con el sistema educativo. Ahí aprendemos haciendo juntos, en libertad, lo que queremos aprender; y para eso no necesitamos clases, profesorxs, currícula, diplomas o cualquier de los dispositivos y rituales de la educación. Para nosotrxs, como quería Iván, el estudio es la actividad gozosa de personas libres. El nuestro es un espacio de libertad sin jerarquías, en que el cuidado de la vida ocupa el centro de la organización, en lucha continua para defender nuestra subsistencia autónoma y comprometidxs a fondo con las comunidades indígenas con las que trabajamos, con sus luchas en defensa de su vida y su territorio, con el zapatismo y con las batallas que libramos constantemente contra el sistema moderno, patriarcal, capitalista, estatista y “democrático” que libra actualmente la guerra sin cuartel en la que tanto Cathy como yo estamos involucrados, en el mismo bando.

A veces, cuando no aceptan nuestra afirmación de que no tenemos pedagogía alguna, comentamos sonriendo que la nuestra es la de lxs bebés, la que se usó con todxs nosotrxs cuando lo fuimos: aprendimos cosas tan complejas como pensar, hablar y caminar sin educadores, maestros o tutores que nos enseñaran a hacerlo o guiaran esas actividades. Reiteramos que la palabra pedagogo nació, entre los griegos, para referirse al esclavo que llevaba a lxs niñxs a un proceso educativo, y que no queríamos continuar esa tradición. Cathy y yo conversamos de eso… y también de otra preocupación.

Según Illich, los cambios técnicos en la impresión de libros que se registraron en la última parte del siglo XII crearon el texto, como algo separado del libro, y en ese molde se concibieron la memoria y el individuo. El individuo se mantuvo encapsulado en un cosmos religioso hasta que el capitalismo lo sustrajo de esa cápsula para dar forma al individuo moderno, el homo economicus, sin género. En vez del recuerdo, de carácter volátil y cambiante, desde una palabra construida con la voz que significa corazón en latín (cor), surgió la memoria. Era componente central de un nuevo espacio mental, en cuya malla de categorías se encuentran, entre otros, los supuestos de que “el habla se puede congelar, que los recuerdos se pueden almacenar y recuperar, que los secretos se pueden grabar en la conciencia y que se puede describir la experiencia”.

El breve texto en que Iván presentó estas ideas ocupó durante varios años sesiones de nuestro conversatorio semanal en Unitierra. Lo utilizábamos para reflexionar sobre el impacto del texto y la alfabetización sobre la civilización oral y cómo se estaba cumpliendo lo que Iván anticipó: el auto-sacrificio de la civilización textual para dar lugar a la era cibernética; si el libro sería metáfora de aquella, la pantalla y el sistema binario lo eran ya de esta (Illich, 1992). Como teníamos trato cotidiano con personas aún arraigadas en la oralidad, era posible encontrar formas encarnadas de lo que se pierde con el paso al texto y las pérdidas aún más graves con el tránsito al régimen binario. Cathy comparte sin duda estas preocupaciones, cuando se lanza a la aventura de registrar por escrito la memoria oral y las tradiciones orales. “Sabemos”, comenta: Que esa es una decisión que puede ser mal leída, mal entendida pero que se la hace frente a este desafío de la historia y la colonialidad del poder, de este avasallamiento de lo que significa la escolarización de nuestros jóvenes y de nuestros niños. Hemos tomado la decisión de hacerlo sabiendo que ya no es tradición oral, vamos a tener que usar mucha reflexión y pensar mucho, casa adentro. Todo eso, la palabra de la memoria y la palabra escrita, es algo todavía nuevo para la comunidad. Tristemente no tenemos mucha gente haciéndolo, poniendo la palabra de la memoria en palabra escrita, repito ahí nos falta mucha reflexión casa adentro. (Walsh & Salazar, 2015, p. 86)

Cathy está consciente de que la escritura se ha empleado para transmitir conocimientos ajenos e intenta hacerlo con los propios. Le parece, con Juan García, que el punto clave es que lo que ponen en un texto no sería conocimiento individual ni las palabras de un solo autor, sino “el colectivo, la reproducción de la memoria de los mayores”. Los dos (Juan García y Cathy) nos preguntamos si la memoria colectiva se convertirá pronto en eso: en letras en una página vaciada de significado ancestral, existencial y vivencial. O si más bien, las letras y su escritura llegarán a ser una forma más de fortalecer el baluarte en contra de la desmemoria, lo que Jerome Branche ha denominado como: “una ética malunga de crear y de participar en estructuras de memoria y alteridad en tensión crítica con las narrativas dominantes e historias oficiales”. Una ética y una práctica –de tipo decolonial– que en vez de (re)ordenar la memoria colectiva para adaptarse a las estructuras de la literatura y la escritura, altera y transforma lo que se conoce —en la sociedad mayor— como literatura y escritura y su relación con la tradición oral. Tal es el desafío, casa adentro y casa afuera, al que nos enfrentamos en el Ecuador hoy, un desafío que posiblemente se encuentra también en otras partes de la diáspora afrolatinoamericana. (Walsh & Salazar, 2015, pp. 96-97)

Como buena parte de las que hace Cathy, se trata de una apuesta muy arriesgada. Nutre bien nuestra conversa continua.

Enmujerada

Es la hora de la mujer, de las mujeres. En el mundo de los llamados “pueblos originarios”, la combinación de los patrones patriarcales tradicionales con el sexismo moderno resultó insoportable para las mujeres, que sintieron la necesidad de dar un paso hacia adelante. En Oaxaca, donde vivo, empezamos a llamar “la feminización de la política” el proceso por el que las mujeres asumieron el liderazgo de movimientos sociales fundamentales. Esa decisión audaz les ha impuesto un alto precio, con el aumento de la violencia doméstica y de los femicidios, lo cual, por cierto, no las ha detenido. Señalan, como sus compañeras zapatistas, “Nos quitaron tanto que hasta el miedo nos quitaron”.

Fuera de la órbita indígena, mujeres de todas las clases sociales han cobrado creciente visibilidad en las movilizaciones, como se observó en Latinoamérica en 2019. En ambos casos no se trata solamente de una lucha de las mujeres contra la opresión y discriminación que sufren. Es también la forma en que expresan su creciente preocupación por la destrucción de la vida que conducen en todas partes los varones. Son las mujeres —dice Cathy— quienes están liderando, pensando y proponiendo una perspectiva de vida muy distinta al mundo masculinizado y patriarcal. Me siento identificada y parte de este proceso, mi responsabilidad como intelectual militante es también asumir la lucha por la vida: en la manera como hago mis cursos, como construyo mi escritura, mis intervenciones en distintos lugares del mundo. (2019a)

Piensa Cathy que el hecho de que sean las mujeres quienes asuman el liderazgo en el actual despertar de protesta no ha sido suficientemente reconocido. Y tampoco se reconoce: El papel de las mujeres en repensar, recrear y sembrar el movimiento, la política, la lucha y la vida de hoy (en Ecuador y la región), o su papel de despertar la resistencia y re-existencia en estos tiempos de opresión capitalista-patriarcal-colonial, de violencia, destrucción y muerte. (2019c, p. 87)

Cathy es una de esas mujeres que está tomando el liderazgo del cambio. Lo hace ahora de manera natural, como expresión de toda una vida dedicada a la lucha. “Escribir gritando —sostiene— es otro modo de confrontar la realidad que estamos viviendo y también mi propia subjetividad como mujer”.

Amiga

Cathy sabe ser amiga. Y sabe bien lo que eso significa hoy. Poco antes de morir, en una plática informal con un grupo de jóvenes, Iván Illich les comentó:No creo que la amistad pueda florecer en la actualidad fuera de la vida política. Si en este mundo de la tecnología queda aún para nosotros algo así como una vida política —comenzaría con la amistad. Mi tarea por tanto consiste en cultivar amistades disciplinadas, cuidadosas, sabrosas, en las que uno se niega a sí mismo… Porque quizás en esto podemos encontrar lo que el bien es… Esto va más allá de cualquier cosa de la que la gente está hablando, diciendo que cada uno de ustedes es responsable por las amistades que puede cultivar, porque la sociedad sólo será tan buena como el resultado político de estas amistades. Pienso que si tuviera que escoger una palabra a la que pueda asociarse la esperanza sería hospitalidad. Practicar la hospitalidad —recuperar el umbral, la mesa, la paciencia, escuchar, y desde ahí generar almácigos de virtud y amistad, por una parte— y por la otra irradiar hacia comunidades posibles, para que la comunidad vuelva a nacer. (Illich en Esteva, 2016, p. 27) 7

Cathy cultiva amistades disciplinadas y sabrosas, en que siempre se niega a sí misma. Soy uno de las muchas y muchos que pueden dar testimonio de lo que significa una amistad profunda, llena de afecto, que nunca escapa del marco del compromiso político igualmente profundo.

San Pablo Etla, diciembre de 2019

Bibliografía

Cayley, D. (1993). Ivan Illich In Conversation “Illich, Goodman, Freire: encuentros y desencuentros. De las conversaciones entre Iván Illich y David Cayley”, Op-ciones, suplemento de El Nacional, 29, 19/02/1993, 8-9 traducido de David Cayle y, Ivan Illich In Conversation, Toronto: Anansi Press, 1992, 206-207.Esteva, G. (2016).
Iván Illich para el México de hoy. Revista Crítica de la cultura del progreso capitalista, 1(1). https://bit.ly/2RPMctfIllich, I. (1992). A Plea for Research on Lay Literacy, In The Mirror of the Past. Lec-tures and Addresses 1978-1990, Nueva York/Londres: Marion Boyars. En español se publicó como “La alfabetización de la mentalidad. Un llamamiento a investigarla”, Cuernavaca, agosto de 1986, en Tecno-política, DOC.86.04.Walsh, C. (Ed.)

(2013). Lo pedagógico y lo decolonial. Entretejiendo caminos. En Pedagogías decoloniales. Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir. Tomo I. Ediciones Abya-Yala.

(2019a). “No me identifico como académica, sino como intelectual-mili-tante”. Entrevista de Alicia Ortega a Catherine Walsh. Revista Sycorax, 1. https://bit.ly/3kEmkwP

(2019b). “Pensar-sentir-actuar desde y con los gritos y las grietas en Amé-rica Latina”. Entrevista de Iván David Sanabria González y Lennon Matos a Catherine Walsh. Revista de Estudos Culturais Ediçao 4. Escola de Artes, Ciências e Humanidades da Universidade de São Paulo (EACH/USP). 7 Cuando escribí esa nota creí que las frases de Iván sobre la amistad habían tenido lugar con un grupo de jóvenes. En realidad, las pronunció en una conversación con Jerry Brown y Carl Mitcham. Carl la incluirá en su informe de sus conversaciones con Iván sobre el fin de la era de las herramientas.

(2019c). El despertar de octubre y el cóndor: Notas desde Ecuador y la región. https://bit.ly/3hYLRPr

(2017a). Entretejiendo lo pedagógico y lo decolonial: luchas, caminos y siembras de reflexión-acción para resistir, (re)existir y (re)vivir. Alter/nativas. Latin American Cultural Studies Journal. Center por Latin American Stu-dies. The Ohio State University. https://bit.ly/33PRBGv

(2017b). Gritos, grietas y siembras de vida. Entretejeres de lo pedagógico y lo decolonial. En Catherine Walsh (Ed.), Pedagogías decoloniales. Prácticas insurgentes de resistir, (re)existir y (re)vivir. Tomo II. Ediciones Abya-Yala.Walsh, C., & García-Salazar, J. (2015). Memoria colectiva, escritura y Estado. Prác-ticas pedagógicas de existencia afroecuatoriana. Cuadernos de Literatura, 19(38), 79-98. http://dx.doi.org/10.11144/Javeriana

fuente:
Libro: Alicia Ortega-Caicedo / Miriam Lang (Editoras). 2020. “GRITOS, GRIETAS Y SIEMBRAS DE NUESTROS TERRITORIOS DEL SUR. Catherine Walsh y el pensamiento crítico-decolonial en América Latina”.

(*) enlace al libro completo:
https://onedrive.live.com/?authkey=%21APerkdfWzg1b7Yo&cid=F7451EDDB7D4EE77&id=F7451EDDB7D4EE77%212478&parId=F7451EDDB7D4EE77%21258&o=OneUp

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