La estrella de la esperanza

En una libretita Víctor Jara escribió su última letra que no llegó a canción: “Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo, espanto como el que muero”. Después, sus torturadores saltarían sobre sus manos y se las quebrarían por completo. Creyeron que lo habían callado.

Por Silvana Melo (APe).-

Cincuenta años después de la crueldad inmensa de su muerte, la justicia anduvo poniendo penas largas para los asesinos de Víctor Jara. Aquel hombre de 40 años que vio caer a Salvador Allende y supo que era el principio de una oscuridad infinita, de sangre y mordaza. Aquel que cantó la vida de los pobres y los imaginó cielo de una pirámide invertida. No se lo perdonaron. Y el 16 de septiembre de 1973 le destinaron 44 balazos para poder matarlo. Aunque no pudieron. Y siguió vivo cantando el dolor que vendría.

Necesitó cincuenta años esa patria suya para lograr hacerle justicia.

Fue el brigadier Hernán Chacón Soto quien comandó su asesinato. Vivió tranquilo hasta los 86 años. Y cuando la policía fue a buscarlo para hacerle cumplir la condena a 25 años que cincuenta años después le impuso la Justicia, se suicidó en su casa. Ni un mes, ni un día pagó por el horror.

‘Si molesto con mi canto /alguno q venga a oír /le aseguro q es un gringo /o un dueño de este país’, cantaba Víctor Jara cuando con la guitarra puesta al hombro se despedía de Joan el 11 de septiembre. Sería la última vez que se miraran a los ojos, como cada mañana. El bombardeo a La Moneda rebotaba en cada rincón de Santiago.

Encontraron su cuerpo destrozado en un baldío, cuatro días después.

De la Universidad Técnica del Estado, donde era docente, se lo llevaron junto a otros seiscientos que fueron recolectando desde los nidos de militancia. Los llevaron a todos al Estadio Chile, convertido en un centro de detención y tortura. Los oficiales que lo reconocieron lo dejaron aparte y se ensañaron particularmente con esa voz que era la de aquellos que enmudecerían a palos durante los años que vendrían. Lo golpearon brutalmente. Y él sonreía. Así, hecho un jirón de su propia tierra ensangrentada, lo mostraban –sin darle de comer ni de beber- como una viñeta de la dictadura que comenzaba.

En una libretita Víctor Jara escribió su última letra que no llegó a canción: “Canto que mal que sales cuando tengo que cantar espanto. Espanto como el que vivo, espanto como el que muero”. Después, sus torturadores saltarían sobre sus manos y se las quebrarían por completo. Y le mutilarían lo necesario para cantar. Creyeron que lo habían callado. Pero él pudo esperar cincuenta años vivo en los vientos de un pueblo, que dicen, jamás será vencido. Para un atisbo de justicia que ya no será. Porque su captor y torturador se murió a sí mismo para no sufrir. Y el resto está tan viejo ya, que no cumplirá más que unos meses en la prisión del Chile donde Pinochet no está. Aunque le quedan los herederos acechando ahí no más.

Cuando trasladaron a los prisioneros al Estadio Nacional vieron el cuerpo de Víctor, ya desvivido. Con las manos rotas lo habían obligado a tocar una guitarra. Después se pusieron a jugar a la ruleta rusa con su cabeza. Hasta que una bala le escupió la muerte. Pero por las dudas, todos aportaron gracia en 43 tiros más, diseminados por todo su cuerpo.

El 16 de septiembre encontraron su cuerpo estragado en un baldío.

Creyeron que te /mataban con una orden /de ¡fuego! /Creyeron que te /enterraban /Y lo que hacían /era enterrar una semilla. Así lo dijo Ernesto Cardenal, poeta de la revolución nicaragüense.

Chacón no tuvo la valentía de enfrentar a la Justicia pero sí la tuvo para seleccionar e interrogar a cinco mil prisioneros en el estado Chile. Su muerte es parte de esa miseria. La de Víctor Jara, es emblema de la tragedia de la humanidad. “El sol morirá, morirá /La noche vendrá, vendrá”, vaticinaba.

Hoy, que se baja el telón de los sueños con furia en estos pies del mundo. Hoy, cuando José Antonio Kast es el principal aspirante a la presidencia chilena. Hoy, cuando sus representantes en el Congreso leyeron y celebraron el pronunciamiento golpista de agosto de 1973. Hoy, cuando en la tierra de los genocidas condenados reverbera la noche más noche. Hoy Víctor Jara canta y canta. Con sus manos rotas le dice a la guitarra no me asusta la amenaza, /patrones de la miseria, /la estrella de la esperanza /continuará siendo nuestra.

Para siempre.


Fuente: https://pelotadetrapo.org.ar/la-estrella-de-la-esperanza/

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