Palestina: Voces palestinas a 30 años de los Acuerdos de Oslo

Voces palestinas a 30 años de los Acuerdos de Oslo – 2

Esta es la segunda entrega, según anuncié en la anterior (Voces palestinas a 30 años de los Acuerdos de Oslo – 1), sobre este aniversario que nos recuerda las tres décadas perdidas desde que la dirigencia palestina cayó en la trampa tendida por Israel y EE.UU. para desarticular la primera intifada, legitimar ante la comunidad internacional al régimen ilegal de ocupación colonial y apartheid israelí, y afianzar su control sobre la totalidad del territorio palestino.
Entre las muchas opciones posibles, he preferido priorizar voces palestinas jóvenes -y femeninas-, porque en los ambientes dominantes -y en especial en América Latina- suelen ser las menos conocidas y escuchadas. El escenario -incluso de solidaridad y simpatía con la causa palestina- está dominado, generalmente, por el obsoleto y falaz discurso oficial palestino, articulado precisamente para legitimar el proceso de Oslo.
Además del artículo de Yumna Patel publicado antes, comparto a continuación el de Inès Abdel Razek (que concluye con tres recomendaciones concretas sobre lo , al que seguirán los siguientes:
Oslo vive. Muera Oslo, por Faris Giacaman
Para la generación Oslo, la“paz” es una promesa vacía, por Yara Hawari

Fueron planeados para derrotarnos”. Reflexiones palestinas
a 30 años de los Acuerdos de Oslo

Aunque los Acuerdos de Oslo y sus signatarios hicieron muchas promesas al pueblo palestino, en realidad dividieron Palestina en bantustanes y guetos, con una autonomía limitada, en una minúscula porción de su territorio.

Yumna Patel

El 13 de septiembre de 1993, el primer ministro israelí Isaac Rabin y el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) Yasser Arafat se estrechaban la mano ante un eufórico presidente estadounidense Bill Clinton en el jardín de la Casa Blanca. La imagen de ese apretón de manos se convirtió en una de las más famosas de todos los tiempos, y representa uno de los momentos decisivos de la historia palestina reciente.

Ese día se firmó la Declaración de Principios (DP), o el primer Acuerdo de Oslo (Oslo I), dando el pistoletazo de salida al llamado proceso de paz que debía culminar con la “paz” en la región y resolver el llamado “conflicto”.

Pero los Acuerdos de Oslo nunca prometieron realmente un Estado palestino independiente, ni siquiera algo que se le pareciera remotamente. En realidad, dividieron el territorio palestino ocupado en bantustanes, dándole al pueblo palestino una autonomía limitada en una minúscula porción de su patria. Oslo allanó el camino para que Israel engullera más tierras y recursos palestinos, y reforzara su control sobre las fronteras y las personas que viven dentro de ellas.

Ni siquiera las promesas que se hicieron –el freno a la construcción de colonias, la retirada israelí de ciertas zonas del territorio ocupado y la eventual transferencia del control de Cisjordania a la Autoridad Nacional Palestina (ANP)– llegaron a cumplirse.

Hoy se cumplen 30 años de la firma de los primeros Acuerdos de Oslo. Y aunque las negociaciones sobre el estatuto definitivo de Palestina han fracasado repetidamente durante tres décadas, los Acuerdos de Oslo han seguido en vigor, creando sobre el terreno una situación singular para el pueblo palestino.

La ANP, que fue creada como gobierno provisional, se ha convertido en permanente, y sus dirigentes no han cambiado en 17 años. Tanto la ANP, dominada por Fatah en Cisjordania, como Hamás en Gaza, se han convertido en regímenes autoritarios, lo que ha llevado a la mayor parte de la juventud palestina a afirmar que sus autoridades son “subcontratistas de la ocupación israelí”.

Por su parte, Israel ejerce un control más estricto que nunca sobre la vida y la tierra palestinas, con Gaza sometida a un férreo bloqueo y Cisjordania dividida en pequeños cantones o “bantustanes”, como dicen los analistas.

Cada año que pasa el régimen israelí se ha vuelto cada vez más derechista, batiendo sus propios récords de violencia contra las comunidades palestinas y de construcción de colonias ilegales en lo más profundo de Cisjordania y Jerusalén ocupadas.

Decir que la realidad sobre el terreno es desesperante sería quedarse corto. Y muchos jóvenes palestinos, que crecieron a la sombra de los acuerdos y de todas sus falsas promesas, culpan a “Oslo” (como se les llama localmente) por la situación en la que se encuentran hoy.

Preparando el terreno

Antes de aquel fatídico día de 1993 en el jardín de la Casa Blanca, pasaban muchas cosas tanto dentro como fuera de Palestina. Entre 1987 y 1993, las calles palestinas estaban convulsionadas; habían pasado dos décadas desde que Israel ocupara Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza, y la gente estaba harta. La “primera Intifada” o levantamiento palestino tomó a Israel y al mundo por sorpresa: una campaña de desobediencia civil masiva arrasó el país y desembocó en años de protestas, con la consiguiente y brutal represión israelí.

A pesar de la violencia que asolaba las calles palestinas, la gente albergaba la esperanza de que enfrentando a la ocupación podrían cambiar su realidad. Entonces, en otoño de 1991, el mundo se reunió en Madrid para una “conferencia de paz”; patrocinada por EEUU y la Unión Soviética, era la primera vez que Israel y los palestinos iban a entablar negociaciones directas.

Pero la OLP, reconocida internacionalmente como representante del pueblo palestino, operaba en el exilio desde Túnez y se le prohibió asistir a la conferencia. En su lugar, se encargó a una delegación conjunta jordano-palestina que representara al pueblo palestino.

La Dra. Hanan Ashrawi fue una de las asesoras de la delegación. “Fuimos con un sentido de misión, de que estábamos representando a un pueblo que tiene dignidad, que tiene derechos, que tiene coraje, que ha desafiado esta ocupación militar. Y vamos a presentarnos al mundo, y vamos a obtener nuestros derechos”, dijo Ashrawi a Mondoweiss, reflexionando sobre el momento histórico que la lanzó a la escena mundial. “Fue un periodo, aunque de corta duración, de esperanza, optimismo y confianza, quizá de ingenuidad, si se quiere”, añadió.

La conferencia de Madrid sentó las bases para años de negociaciones de paz facilitadas por Washington y Moscú. A pesar de sus defectos, quienes participaron en la conferencia de Madrid, como Ashrawi, parecían esperanzados en que las negociaciones pudieran conducir realmente a alguna parte. “Y cuando volvimos, la gente creía que podríamos lograr la liberación mediante un proceso político; pero después esas esperanzas se desvanecieron por completo.”

Negociaciones a puerta cerrada

En los meses posteriores a la conferencia de Madrid, mientras en el escenario mundial se celebraban negociaciones públicas, otro tipo de negociaciones tenían lugar a puerta cerrada entre dos socios inverosímiles: en Oslo, Israel y la OLP entablaron conversaciones a puerta cerrada que desembocaron en una conciliación sin precedentes.

La OLP, una organización de liberación armada, reconoció el Estado de Israel y su “derecho a existir en paz y seguridad”. A cambio, Israel reconoció a la OLP como “representante del pueblo palestino”, sin llegar a reconocer realmente su derecho a la soberanía.

Tras meses de negociaciones secretas, Rabin y Arafat se dieron la mano en septiembre de 1993, tras la firma de los primeros Acuerdos de Oslo. La decisión conmocionó a muchos palestinos y palestinas, incluyendo quienes llevaban años participando en negociaciones públicas, y que al parecer desconocían el acuerdo secreto que se estaba materializando entre bastidores.

“La firma de la DP fue una verdadera decepción”, dijo Ashrawi a Mondoweiss. “No me molestó ni me perturbó que hubiera conversaciones a puerta cerrada de las que no formáramos parte, ni que se firmara a nuestras espaldas. Dije abiertamente que no me importaba quién lo firmara o quién lo negociara. Me importa lo que hay en él, lo que hay en el acuerdo.”

Cuando Ashrawi leyó el acuerdo, dijo que estaba “extremadamente decepcionada” y preocupada por lo que describió como “defectos incorporados”, que en aquel momento dijo que creía que acabarían volviéndose en contra de los intereses palestinos. “Porque [los acuerdos] no cuestionaban la realidad de la ocupación ni abordaban las cuestiones fundamentales, las causas del conflicto en sí. Se excluyó la totalidad de la experiencia palestina. Se mantuvo la fragmentación, se mantuvo el enfoque por fases, se mantuvo el control efectivo israelí sobre el terreno, y todas las cuestiones aplazadas no tenían garantías, ni supervisión.”

La Dra. Yara Hawari, analista política del think tank palestino Al-Shabaka, afirmó que los Acuerdos de Oslo “siempre estuvieron preparados para fracasar”. “[Se crearon] para que el pueblo palestino saliera perdiendo en lo que supuestamente eran negociaciones de paz, y tres décadas después hemos visto que en realidad han significado una capitulación total.”

¿Qué decían los Acuerdos?

Los Acuerdos de Oslo fueron una serie de documentos firmados entre 1993 y 1995 que sentaron las bases de un supuesto proceso de paz que, a lo largo de cinco años, debía culminar en un tratado de paz que pusiera fin al “conflicto” palestino-israelí. ¿Qué decían exactamente esos acuerdos? ¿Y por qué fueron tan controvertidos?

“Al pueblo palestino se le dijo que sería un proceso de paz y que, durante un periodo de transición, le conduciría hacia una eventual condición de Estado. Y se diseñó como un proceso por fases, de modo que en cada etapa se le iría concediendo más soberanía”, dijo Hawari. “Pero en realidad, lo que vimos fue que Cisjordania fue totalmente dividida en bantustanes; la Franja de Gaza y Cisjordania fueron totalmente separadas entre sí; la dirigencia palestina fue convertida en un órgano con funciones de servicio; y se privó al pueblo palestino de una autonomía plena.”

Aunque trazaban acuerdos económicos y de seguridad, y la creación de una ANP provisional con una autonomía limitada en Cisjordania y Gaza, los Acuerdos nunca llegaron a abordar ninguna de las cuestiones fundamentales que determinan la vida y la lucha palestinas: las fronteras de su futuro Estado, el retiro de las colonias ilegales israelíes de Cisjordania, el regreso de la población palestina refugiada a sus hogares y el estatuto de Jerusalén como su futura capital. Nunca hubo realmente intención de aceptar ningún tipo de soberanía o autodeterminación para el pueblo palestino.

Las consecuencias

En los años posteriores a la firma de la DP, la nueva ANP se puso en marcha, formó su gobierno provisional y dio la bienvenida a cientos de compatriotas que vivían en el exilio. Pero en 1999, cuando finalizó el periodo provisional de cinco años previsto en los Acuerdos, poco se había logrado en cuanto a las negociaciones sobre el estatuto definitivo del país.

Israel no había cumplido su promesa de retirarse totalmente de zonas de Cisjordania y Gaza y, a pesar de sus promesas de hacer un alto, seguía construyendo más y más colonias exclusivamente judías sobre tierras palestinas.

Y en 2000, incitada por la incendiaria visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, estalló la “segunda Intifada”. El ejército israelí reocupó toda Cisjordania, y los años siguientes estuvieron marcados por detenciones y asesinatos masivos y la construcción de un muro ilegal que separó a familias y comunidades y anexionó más tierras palestinas. Los restos que pudieran quedar del proceso de paz se desvanecieron.

Las colonias y la contracción del espacio

En medio de la segunda Intifada, los intentos de EEUU de reactivar el proceso de paz con la cumbre de Camp David en 2000 resultaron inútiles. Sin embargo, aunque el proceso de paz estaba muerto, el marco establecido por los Acuerdos de Oslo siguió vigente. Eso significó que se mantuvo el gobierno palestino que debía ser temporal, pero sin un Estado independiente al que gobernar. Mediante la fuerza militar, Israel siguió controlando las fronteras, los recursos naturales palestinos y, de hecho, las vidas de millones de personas.

“La promesa clave de Oslo era el Estado palestino, y sabemos que obviamente no se ha logrado”, dijo Hawari a Mondoweiss. “En su lugar, lo que vemos son estos pequeños nichos de falsa autonomía en Cisjordania. También se hicieron muchas otras promesas relacionadas con la economía, con el control de los recursos, y en realidad ninguna de ellas se ha cumplido. El único que ha salido ganando con los Acuerdos es el régimen israelí, que ahora controla Cisjordania en su totalidad, mantiene a Gaza bloqueada, y básicamente ha saqueado todos los recursos palestinos. Y esto se estableció en los Acuerdos de Oslo.”

En los años que siguieron a la firma de los Acuerdos de Oslo, la población palestina fue testigo de cómo sus espacios se reducían rápidamente, a medida que Israel avanzaba en la construcción de vastos asentamientos coloniales en lo más profundo de Cisjordania y de Jerusalén ocupadas. Entre la firma de los Acuerdos de Oslo y el estallido de la primera Intifada, el número de colonos israelíes en Cisjordania aumentó casi un 100%.

En el año 2000, la población colona en Cisjordania era poco más de 190.000 personas. Hoy, hay más de 500.000 colonos ilegales asentados en el territorio palestino, en violación del derecho internacional.  Incluyendo a la que vive ilegalmente en Jerusalén Este, la población colona en los territorios palestinos ocupados ha superado las 700.000 personas.

Ese aumento de la población colona, combinado con un gobierno israelí de extrema derecha, ha supuesto un incremento significativo de la violencia colonial y ha dejado a la población civil palestina en primera línea. En los primeros ocho meses de 2023, la ONU documentó más de 700 ataques de colonos armados. Los ataques han provocado daños en viviendas, propiedades, tierras de cultivo, lesiones físicas e incluso muertes.

Debido a la fragmentación territorial establecida en los Acuerdos de Oslo, la ANP y sus fuerzas de seguridad sólo tienen jurisdicción sobre el 18% de Cisjordania, lo que significa que, ante un ataque de los colonos, la gran mayoría de la población civil palestina queda abandonada a su suerte.

Una juventud desilusionada

Tras los Acuerdos de Oslo nació una nueva generación palestina que se conocería como la “Generación Oslo”, y que creció marcada por las falsas promesas y la pérdida de la vida, la tierra y el poder de elegir su propio futuro.

“Somos testigos a diario de cómo matan y detienen a nuestros familiares y amigos. Nos humillan en los controles militares cada vez que intentamos salir o entrar en nuestras ciudades o pueblos. Y vemos cómo expulsan a nuestra gente de sus tierras mientras se construyen cada vez más colonias en su lugar”, declaró a Mondoweiss Zaid Amali, activista palestino de Ramala.

Al preguntarle qué pensaba de que los dirigentes palestinos e internacionales siguieran promoviendo la solución de los dos Estados y las “negociaciones de paz” en la escena mundial, Amali respondió: “Puede que les resulte más cómodo aferrarse a ese marco, pero es muy poco realista, e ingenuo, seguir aferrándose a él porque Israel ha destruido sistemáticamente la solución de dos Estados. Y a nosotros también nos parece insultante e irrespetuoso seguir hablando de esto en teoría, cuando en realidad, sobre el terreno, lo que está ocurriendo es todo lo contrario.”

En los 30 años transcurridos desde la firma de los primeros acuerdos, la ANP, que debía ser un gobierno provisional, se ha convertido en permanente. Y sin embargo en estas tres décadas sólo se han celebrado elecciones dos veces. Todos los intentos realizados en los últimos 16 años para realizar elecciones o reanudar las conversaciones de reconciliación entre las facciones políticas rivales han sido malgastados.

Los dirigentes de la ANP en Cisjordania y los de Hamás en Gaza han consolidado el poder en manos de unas pocas élites, al tiempo que han ido aumentando su autoritarismo, reprimiendo la disidencia, censurando a los medios de comunicación, encarcelando e incluso asesinando a disidentes.

“El sistema se ha convertido, en la actualidad, en algo bastante decepcionante”, declaró Ashrawi a Mondoweiss. Sin dar nombres, continuó: “Terminaron preocupándose más por el poder, por el control, que por el servicio. [Se volvieron] más preocupados por su propio interés, su influencia y los adornos del poder que por la idea de contribuir y servir al pueblo.”

Al preguntarle cómo se deterioraron las cosas hasta llegar a la situación actual, Ashrawi lo atribuyó a un “abuso de poder” generalizado. “Poco a poco se fueron reduciendo los espacios para las libertades y los derechos; en última instancia, ahora ni siquiera hay un poder legislativo. Incluso el poder judicial quedó subyugado al ejecutivo. Y el ejecutivo se concentró en manos de unos pocos; y así se ha distorsionado cualquier atisbo de la democracia que pudimos tener o intentamos establecer aún bajo la ocupación”, afirmó. “No culpo a la ocupación de todo. Hay cosas bajo nuestro control de las que se ha abusado y que se han distorsionado.”

La concentración de poder en manos de figuras autoritarias como el presidente Mahmud Abbas ha hecho que toda una generación ronde o supere los 30 años sin haber participado nunca en una elección nacional. Zaid Amali, de 25, afirma que es una realidad extremadamente frustrante para los jóvenes palestinos como él. “Es frustrante porque deberíamos poder elegir nuestro propio gobierno de forma democrática”, dijo.

“Este gobierno debería reflejar nuestros intereses, atender las necesidades del pueblo palestino y representarnos de verdad. Pero en realidad está sirviendo a los intereses de unos pocos a expensas de la mayoría. Y si hablamos de la juventud, constituimos la mayoría de la población palestina. Así que para nosotros es muy frustrante ver que este gobierno no está trabajando realmente en nuestro interés. Por desgracia, a menudo lo hace en nuestra contra.”

La vuelta a la resistencia armada

Quienes nacieron el año en que se firmaron los Acuerdos de Oslo cumplen 30 años en 2023. Hasta hoy, ninguno ha tenido la oportunidad de participar en la vida política. Económicamente, sus oportunidades son muy escasas. El desempleo en toda la Palestina ocupada se acerca al 25%, mientras que en Gaza ronda el 50%.

Mientras tanto, el control de Israel sobre la vida palestina es cada vez más férreo. 2022 y 2023 han sido años récord de violencia israelí contra la población ocupada, así como de expansión de las colonias. La situación sobre el terreno se ha vuelto desesperada, lo que ha llevado a muchos jóvenes palestinos a tomar el asunto en sus manos.

Desde 2022 se ha dado un resurgimiento de la resistencia armada en Cisjordania, con milicias dirigidas por jóvenes de tan sólo 18 años. Muchos de esos grupos armados, algunos de los cuales operan bajo la bandera de la unidad en desafío a las rivalidades entre facciones, cuentan con un apoyo popular masivo.

Pero tanto el gobierno israelí como el palestino han considerado a estas milicias armadas como una amenaza para el statu quo cimentado tras los Acuerdos de Oslo. Como parte de su política de “coordinación de la seguridad” con Israel, establecida en los Acuerdos, en los últimos meses la ANP ha encarcelado a decenas de combatientes palestinos, así como a disidentes políticos, activistas, periodistas y estudiantes universitarios. Aunque algunos combatientes han aceptado el indulto y han entregado sus armas voluntariamente, los que no lo han hecho están siendo perseguidos y detenidos.

 “No sabemos quién está contra nosotros, si la Autoridad [Palestina] o el ejército israelí”, dijo a Mondoweiss un joven del campo de refugiados de Yenín, pocos días después de la visita al lugar del presidente palestino Mahmud Abbas (la primera en 11 años). “Durante cuatro años antes de ser detenido [por los israelíes], también me estuvo buscando la ANP. No nos sentimos seguros en absoluto con su presencia.”

“Ahora mismo, en realidad están trabajando contra nosotros”, dijo el joven, refiriéndose a la campaña de detenciones que la ANP lleva a cabo contra los combatientes en zonas como Yenín y Nablus. “Es una sola operación con el ejército y los servicios de inteligencia israelíes. Cuando éstos vienen a atacarnos, la ANP va y se esconde en sus recintos.” “Ellos [la ANP] intentan que nos entreguemos y entreguemos nuestras armas, y que renunciemos a esta causa por la que luchamos. Pero no nos rendiremos, pase lo que pase.”

En efecto, los intentos de la ANP de frenar la resistencia parecen estar resultando contraproducentes. Las encuestas de opinión pública de este año muestran que el 68% de la población palestina apoya a los grupos de resistencia armada, y cerca del 90% cree que la ANP no tiene derecho a detenerlos. Además, más de la mitad de la población cree que la existencia de la ANP sirve a los intereses de Israel, no a los del pueblo palestino.

“Se trata de una dirigencia que nos ha llevado a una situación en la que vivimos esencialmente en bantustanes y guetos, en Cisjordania, Gaza y la Palestina colonizada”, afirmó Hawari. “Así que tenemos que reconocerlo, y ese es el trabajo interno en el que tenemos que enfocarnos. Para tener un futuro mejor, tenemos que analizar muy bien a nuestra dirigencia y reconsiderar cómo queremos que sea. ¿Queremos una dirigencia que capitule y colabore con nuestros opresores? ¿O queremos una dirigencia que sea revolucionaria y centre su narrativa en nuestra liberación?”

Publicado en Mondoweiss el 14/9/23. Traducción: María Landi.

 

Además, invito a leer (en inglés) otros materiales interesantes sobre el tema:
From Oslo to the end of Israeli settler-colonialism – Joseph Massad
Entrevista de Meron Rappaport a Hanan Ashrawi 
Understanding Oslo is crucial for moving forward – Miko Peled
The Oslo trap: How the PLO signed its own death warrant – Raef Zreik 
The shift: Oslo at 30 – Michael Arria
The contradictory afterlives of Oslo – Dahlia Scheindlin
Oslo after thirty: A paradigm beyond partition  – Lex Takkenberg

Pertenezco a la generación Oslo, criada en la mentira de la “paz”

La comunidad internacional debe reconocer la inutilidad del marco del “proceso de paz”, que garantiza a Israel impunidad para su robo de tierras palestinasInès Abdel Razek

El mundo entero fue testigo del histórico apretón de manos entre Yasser Arafat e Isaac Rabin en el jardín de la Casa Blanca, junto a Bill Clinton, hace exactamente 30 años, un momento considerado uno de los acontecimientos geopolíticos fundamentales del siglo XX.

Yo tenía entonces cinco años, vivía en Francia y lo recuerdo principalmente por la televisión, y más tarde por los libros de historia.

Poco después, mi familia se trasladó a Gaza, ya que mi padre, refugiado palestino, pudo por fin entrar en su país por primera vez, junto a otros miles de palestinos y palestinas. Nuestra vuelta a casa coincidió con el regreso del difunto Yasser Arafat.

Etiquetada infamemente como la “Generación Oslo”, formada por palestinos/as de entre 30 y 40 años, somos hijas e hijos de los negociadores o de los líderes de la primera Intifada. Toda nuestra vida ha estado marcada por las decisiones tomadas en secreto entre los entonces dirigentes de la OLP y el gobierno israelí.

Durante esas tres décadas, se nos animó –y se nos sigue animando– a participar en los llamados “coros de paz”, campamentos de verano u otras instancias de “diálogo” para mezclarnos con los israelíes. Esas instancias, de hecho, sólo hacían que ellos y ellas se sintieran bien consigo mismos; los mismos israelíes que después servían en el ejército, sin luchar contra el sistema racista y colonial del que formaban parte.

Hemos sido testigos de la construcción de un muro de apartheid de 700 km, que separa a vecinas y amigos de sus familiares o de sus árboles frutales. Hemos visto la fragmentación y el bloqueo de nuestras ciudades, rodeadas como están de puestos de control militares. Y hemos visto el crecimiento exponencial de las colonias judías y las carreteras segregadas, que convierten cada viaje en coche en una empresa peligrosa.

Este llamado “proceso de paz” –con acuerdos provisionales que se suponía que sólo durarían cinco años– de hecho ha otorgado a Israel carta blanca para ampliar su control y expansión coloniales, al tiempo que impone su dominación racista de apartheid sobre la población palestina.

Cumbres inútiles

Esta desilusión condujo a la segunda Intifada y a la rebeldía masiva que vemos hoy entre las generaciones más jóvenes. El resentimiento apunta en gran medida hacia los gobernantes palestinos, que siguieron aceptando cumbres de paz y rondas de negociaciones inútiles, mientras nos imponían su propio sistema de sometimiento.

El proceso de Oslo estaba intrínsecamente condenado al fracaso desde el principio. Cimentó la idea de que las negociaciones bilaterales en el marco de una agenda liberal de “consolidación de la paz” eran una vía política viable, en contraposición a la búsqueda de la paz mediante la descolonización, el fin de la ocupación militar y la defensa de los derechos humanos y colectivos de acuerdo con el derecho internacional.

En primer lugar, las negociaciones nunca se llevaron a cabo de buena fe, y el desequilibrio de poder siempre iba a favorecer a Israel. El ex negociador israelí Yossi Beilin reconoció recientemente que el mayor error cometido por los palestinos fue creer en el compromiso de Israel de congelar la construcción de colonias.

Rabin, en su discurso de 1995 ante la Knesset sobre los Acuerdos de Oslo, indicó que la “solución permanente” implicaría “el establecimiento de colonias en Judea y Samaria” [Cisjordania], y la construcción de asentamientos coloniales continuó durante los períodos de negociación.

Los negociadores israelíes también evitaron referirse al derecho internacional, excepto como “base para futuras negociaciones”, eludiendo así cualquier responsabilidad o compromiso firme de poner fin a la ocupación y respetar los derechos palestinos. Hasta el día día de hoy, Israel no ha reconocido al pueblo palestino como grupo nacional ni ha reconocido nuestro derecho a la autodeterminación.

En segundo lugar, el pueblo palestino fue excluido de las negociaciones secretas, y los negociadores palestinos estaban mal preparados para garantizar que se cumplieran sus demandas. De hecho, la Autoridad Palestina (AP), creada en virtud de los Acuerdos, fue diseñada para desempeñar un papel de contrainsurgencia en la pacificación y el control de los palestinos, en lugar de actuar como la entidad soberana que nos conduce a la libertad y la independencia.

La OLP cambió así la lucha por la liberación palestina por un autogobierno limitado dentro de nuestra tierra, totalmente dependiente de Israel.

La AP actúa ahora como ejecutor local de nuestra propia subyugación, con una clase dirigente que intensifica la represión contra la juventud disidente que ha perdido la confianza en la capacidad de su sistema de gobierno para liberarnos de la opresión.

La farsa de las negociaciones bilaterales

En tercer lugar, cualquier proceso mediado por Estados Unidos, y apoyado por sus aliados occidentales, estaba condenado a favorecer los intereses israelíes.

Como señaló en 2019 el ex ministro de Exteriores egipcio Nabil Fahmy, la administración de Bill Clinton “borró la distinción entre los intereses y prioridades estadounidenses e israelíes”. En la actualidad, EEUU sigue siendo el principal patrocinador del ejército israelí, al que provee 3.800 millones de dólares anuales.

Desde 1972, EEUU ha vetado más de 44 resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU que condenaban las acciones ilegales israelíes, contribuyendo a la cultura de impunidad en la que opera Israel en la actualidad. Estas acciones nocivas continúan hoy con la promoción de la normalización árabe con Israel a través de los Acuerdos de Abraham.

Las pocas veces que la AP han intentado alejarse de la farsa de las negociaciones bilaterales, como al recurrir a las convenciones de la ONU o a la Corte Penal Internacional (CPI), Israel y sus aliados las han tachado de medidas “unilaterales” que “perjudicarían la paz”, culpando a las víctimas –los palestinos– de ser quienes rechazan siempre las ‘ofertas de paz’.

A menudo me preguntan si la solución de los dos Estados está muerta, o si abogamos por la solución de un solo Estado. Esto pasa por alto la pregunta crucial y necesaria para avanzar. La fijación en la cuestión del Estado y la defensa ‘de boquilla’ de la solución de dos Estados ha desempoderado a nuestro pueblo, ha consolidado los aparatos burocráticos y de seguridad y ha blanqueado los crímenes israelíes.

La verdadera pregunta debería ser: ¿cómo podemos lograr una paz justa y un futuro de libertad en todo el territorio de la Palestina histórica? No es razonable esperar que el pueblo palestino esté dispuesto a negociar su libertad y sus derechos fundamentales.

Necesitamos que la comunidad internacional modifique su enfoque y reconozca la necesidad de un cambio radical en la dinámica de poder.

En primer lugar, debe reconocer la inutilidad e insuficiencia del encuadre del “proceso de paz” y, en su lugar, concentrarse en un proceso político centrado en la realización de los derechos humanos.

Debe apoyar los esfuerzos palestinos por recuperar su sistema político y su representación, promoviendo la construcción de consenso entre todos los segmentos de la sociedad.

Y lo que es más importante, debe exigir responsabilidades a Israel por sus crímenes y poner fin al comercio, la cooperación y las alianzas amistosas con uno de los pocos regímenes coloniales que quedan en la Tierra.

Publicado en Middle East Eye el 12/9/2023. Traducción: María Landi.
Leer también de la autora un análisis exhaustivo y contundente publicado en este blog cuando se cumplieron 30 años de la Conferencia de Madrid: Treinta años después: la artimaña del Proceso de Paz en Oriente Medio.

fuente: https://mariaenpalestina.wordpress.com/

 

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