Cada día Oriente Próximo nos trae una desdicha
Esta vez son los “beepers”. Pero no por la derrota ―enteramente previsible, con la vía elegida― de los enemigos de Israel; desastre tan repetido que ha hecho callo.
Lo penoso es que por cosas como esta los pueblos se apegan a la idea de que los genocidas son invencibles y que lo máximo que se puede desear es que su turno ―el de cada uno―, no sea el siguiente, y que el genocidio que le toque sea un poco menos atroz.
La vía elegida es la que lleva la derrota en su mochila. Es como mandar sucesivos batallones a tomar un fuerte inexpugnable (¡Galípoli!): morirán todos, sean héroes o trastornados: eso a las balas no les importa.
La estrategia es lo esencial para cortar la racha. Lo primero, la conciencia de los pueblos; que sepan quiénes son sus enemigos y quiénes sus amigos. Lo segundo, que solo se puede vencer a la internacional de los genocidas construyendo una internacional de los pueblos que tenga bien enfocados sus intereses, como los tienen sus enemigos.
Hay más, por supuesto, pero no es el tema de hoy. Que es este: Hamas, Hezbolá e Irán son tan repulsivos que solo seudoizquierdistas, carentes de integridad y principios, pueden valorarlos como los contrincantes adecuados de EE.UU., Israel y demás.
“¡Ah!” —dirán tales oportunistas—, “¡pero esos son los que están luchando!”.
Si esos son los que están luchando, entonces, ¡afrontémoslo!, no hay nadie luchando contra los genocidas y explotadores. Dicho de otro modo, no hay nadie luchando por una sociedad ética, donde las mayorías no sean oprimidas ni alucinadas; una sociedad que encarne libertad, justicia, democracia y, por consiguiente, pan para todos.
Esos que “están luchando” no son la antítesis de los países (las ¡“democracias”!) que están asesinando y saqueando al resto de los países del globo (cada uno a su turno), sino que son sus competidores.
Y, aunque esté dicho mil veces, es necesario decirlo tantas veces como haga falta: el enemigo de nuestro enemigo no es, automáticamente, nuestro amigo. Este falso amigo puede ser, incluso, más pernicioso. Y lo será si no somos muy metódicos al escarbar en las ideas, antecedentes y propósitos de esos horribles “enemigos de nuestros enemigos” que siempre aparecen cuando los pueblos, desorientados, no toman el timón con sus manos.
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