Ellas: transformando el dolor en fuerza colectiva

“…estamos acá, tenemos el poder, juntas podemos cambiar el mundo y lo vamos a hacer, si hay que gritar, se grita, si hay que romper se rompe y si hay que quemar se quema, pero acá vamos a estar”

Ellas: transformando el dolor en una fuerza colectiva

En un sistema que a menudo abandona y revictimiza a las mujeres que han vivido violencias sexuales, el apoyo comunitario emerge como un refugio vital. La contención emocional y las redes de acompañamiento no solo salvan vidas y aceleran la recuperación, sino que también transforman el dolor en una fuerza colectiva.

Texto: Alexia Galanakis
Imagen: Susanna Martín
pikaramagazine.com/

Entre los días 26 y 27 de cada mes, Andrea, de 22 años —prefiere ocultar su apellido— recibe una llamada desde las Instituciones Penitenciarias: “Estos días tienes que estar pendiente”, se le dice. Su abusador, 17 años mayor, tiene cuatro días al mes de libertad por buena conducta. Tiene una orden de alejamiento válida durante 20 años, pero la casa de Andrea y su agresor distan de pocas manzanas, están en el mismo barrio. Mientras él tiene beneficios como reo, ella tiene que apañárselas, cada mes, para no encontrarse con él.

El aislamiento es ya una característica del trastorno del estrés postraumático y de la violencia de género, explica la psicóloga Ana Laura Gómez, responsable del voluntariado internacional y terapias grupales de Fundación Ana Bella, trastorno que puede acrecentarse ante el abandono institucional y, con ello, agravar la situación de vulnerabilidad. La comunidad puede paliar esto. Según manifiesta Gómez el acompañamiento, la contención social, el “te creo” y la validación dan dopamina en un contexto donde la mayoría de las víctimas se sienten solas.

“Para mí todo se simplifica en el poder escuchar o ser escuchada, el poder sentirse arropada, el poder llorar con una hermana si es necesario y tender un abrazo”, dice Florencia López, uruguaya de 36 años y parte de la comisión migrante Antirracista, lo que para ella se traduce en un “acá estamos, acá somos grupo, acá somos una colectividad, sabemos por lo que estamos pasando y estoy”.

Me cuidan mis hermanas, no la policía

Fueron seis años de juicio, con al menos cinco diferentes profesionales en psicología distintos, dos abogados, un perito informático pagado por la madre de Andrea y una psicóloga escolar en conocimiento de la relación que mantenía a los 15 años con el amigo de su hermana, que tenía 32. Andrea, nacida y crecida en Madrid, es ejemplo de la individualización y abandono comunitario ante las violencias sexuales, del vaivén entre letrados y de la revictimización de pasar de terapeuta en terapeuta por la nula organización de los servicios sociales.

Mientras la encargada de salud mental de su instituto callaba una relación que Andrea explícitamente le había comentado, su hermana, al revisar la factura telefónica, se percató de que solo llamaba a un número, uno que ella conocía. Su hermana se acercó a ella y puso en común su experiencia de abuso. “Yo estaba cagada de miedo, no entendía nada. Gracias a Dios, mi madre y mis hermanas estaban conmigo, y me intentaron explicar todo este tipo de cosas, porque yo en ese momento pensaba que él estaba enamorado de mí”, reconoce Andrea. Él también abusaba psicológicamente de ella, a través de la manipulación lograba las llamadas entre ellos solo proviniesen del celular de Andrea, que eliminara todas las conversaciones o que le viera a escondidas para mantener intacta la relación de amistad con la hermana de Andrea, según le decía. Esto se tradujo en que sus amigos no testificaran en el juicio, por estar en el mismo círculo social que el agresor, y que incluso la amenazaran y hostigaran para bajar su denuncia.

La psicóloga Gómez lamenta la cantidad de pacientes que nunca han recibido apoyo adecuado. Tajantemente denuncia que existe una falta de apoyo de la comunidad de salud mental. “Hay muchos psicólogos y psicólogas que no tienen idea de cómo atender a las víctimas de violencia”, afirma.

Hasta que habló con otras mujeres, Florencia, como Andrea, no se dio cuenta de que había sido violada en aquel trabajo de hostelería en el municipio de La Algaba, Sevilla. Admite que fue coaccionada por no tener papeles. Su compañero de trabajo le dijo que se “tenía que callar la boca” porque, si no, él la denunciaría “por cualquier cosa a la Guardia Civil” y la deportarían”. Florencia es migrante uruguaya y actualmente está nacionalizada, pero en ese entonces tenía 20 años y ninguna red de apoyo familiar.

La Ley Orgánica 4/2000 sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social, en su Artículo 31 bis, establece que a las mujeres migrantes en situación irregular que sean víctimas de violencia de género o de violencias sexuales no se les abrirá un expediente sancionador y, de existir uno, será suspendido. Así mismo, recoge que la víctima podrá solicitar una autorización de residencia temporal y trabajo por circunstancias excepcionales. Sin embargo, no todas las personas migrantes están en conocimiento de esto, principalmente por falta de redes y apoyo institucional.

Al compartir la experiencia, muchas se dan cuenta de que han sufrido violencia

“La educación es nuestra mejor arma de defensa contra el maltrato”, explica Gómez, tanto para las concepciones de violencia como frente a las exigencias de las instituciones. En las terapias grupales que entrega la Fundación Ana Bella, una de las primeras preguntas es “¿Ha sido víctima de violencia?”. Muchas contestan que no hasta que, al compartir, se dan cuenta de que sí y no lo sabían. La psicóloga explica que en la puesta en común hay factores psicológicos como la imitación o el aprendizaje vicario, que permite reflejarse en las historias de otras y concientizar aquello que se vive.

Cuando Andrea fue a denunciar a pocas horas de mantener relaciones sexuales con su abusador, le dijeron que la llevarían al Hospital la Paz para realizarle exámenes. Tenía 15 años, aun sin edad de consentimiento. “Me dijeron que iban a llamar a ver si estaba el médico, pero si no había nadie tenía que irme a casa”, cuenta Andrea.

Según Ley Orgánica 10/2022 de garantía integral de la libertad sexual en su artículo 48, las víctimas de violencia sexual pueden acudir a cualquier centro sanitario y tienen derecho a que los y las profesionales recojan y custodien las muestras biológicas necesarias sin que sea necesario poner una denuncia. Sin embargo, a Andrea, no le tomaron ninguna muestra y la prueba contundente de abuso no existió. El proceso duró más de media década, le costó mucho dinero y terminó con un acuerdo, porque “las pruebas nunca eran suficientes”, dice.

Un mal acompañamiento psicológico o institucional puede llevar a que las víctimas callen más, explica Gómez. También comenta el caso de una de sus pacientes, una mujer mexicana que participa en sus terapias grupales desde su país: “A ella le internaban en el psiquiatra cada vez que denunciaba la violencia y solamente la dejaban salir cuando se retractaba. Le diagnosticaron bipolaridad y trastorno límite de la personalidad, la tenían hipermedicada para que ella negara sus acusaciones”. Gómez cree firmemente que, en este caso, el abusador de su víctima tenía gran incidencia en el centro médico.

Grita ‘fuego’ no ‘socorro’

El abandono institucional y comunitario se puede resumir en aquella frase que enseña Zenib Laari Inoune (زينب العري إينون) en las clases de autodefensa personal: “Grita ‘fuego’, no ‘socorro’”. La coordinadora del área de Ciudadanía y Diversidad de la Fundación Ibn Battuta, ex campeona del mundo en Kenpo en técnicas de defensa personal y subcampeona del mundo en armas, explica que fue la propia policía la que le alertó de que esta es la mejor herramienta para ser auxiliada por la gente.

“Hay individualismo en todo. Tienes un problema en la calle, la gente pasa de ti, estás llorando en mitad de la vía pública, la gente te ignora, ese concepto de no involucrarse”, dice Laari. Para ilustrarlo, recuerda la escena donde la actriz Blanca Suárez sale de una alcantarilla en la Gran Vía madrileña en la película El Bar (2017), con la calle llena de gente real, sin actores ni actrices, donde nadie se acerca a preguntarle si está bien. “No podemos ser receptores de derechos si nosotros no lo practicamos”, reflexiona por su parte Beltrán Uriarte, coordinador de la Asociación People. Para él, las violencias se resolverían muchas veces al hacer comunidad: “Es una necesidad social que hemos abandonado, que lo vemos como un extra”.

Las señales de alerta pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte

Las señales de alerta pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte de una persona o de sus hijas e hijos, apunta Gómez. En su caso, la alerta vino de un familiar de su ex pareja: “Mi médico dijo: ‘Te puede matar’”.

Nadie está exento de vivir violencia, “los maltratadores no llegan un día y deciden maltratarte, ellos generan un condicionamiento, es prácticamente un entrenamiento para hacer que tú toleres esto, a base de premios y castigos, tanto físicos como emocionales. El maltratador va moldeando la conducta de la víctima, te dejan de hablar, te insultan, te bloquean, se niegan a acompañarte o te dan regalos, te entregan palabras de cariño, sexo, etcétera”, explica Gómez. Cuando te premian, tu cerebro recibe dopamina. Es un condicionamiento operante, también conocido por el experimento de la caja de Skinner, por parte de la persona agresora. Esto provoca que la víctima genere una dependencia emocional muy parecida a una adicción, según cataloga Gómez, lo que se ve acentuado por la falta de redes y uso de gaslighting.

“Las víctimas son juzgadas porque piensan que solamente no quieren salir de ahí. Entonces, la sociedad te aísla. De las primeras cosas que hace un maltratador para poder abusar de ti, es alejarte de tu red de apoyo o ponerla en tu contra, porque es una amenaza” finaliza la psicóloga.

Nifa, trabajadora sexual ecuatoriana, indica que el aislamiento es mayor si te dedicas a la prostitución y recuerda el lema ‘las putas no pueden ser violadas’: “La mayor violencia no viene de nuestros clientes, porque con ellos tenemos pactos. Pactamos el servicio, el tiempo, los limites. En cambio, son con nuestras parejas que validamos agresiones bajo el nombre del amor”.

Acompañamiento basado en las Brigadas Internacionales de la Paz

“Temía de mi propia sombra”, dice Aura Portilla, colombiana de 45 años, que dejó todo por lo que cataloga como “el engaño del amor”. Migró a Valencia y dejó en su país de origen a su hijo, que entonces tenía 13 años. No fue hasta llegar a Valencia que empezó a sufrir violencia por parte de su pareja. Sola y aterrada, trabajaba en limpieza por las noches y se sentía insignificante. En medio de su inestabilidad emocional, perdió sus documentos y la denuncia. No podría regresar a Colombia por estar en situación irregular y la pandemia golpeó el mundo.

La Fundación Ana Bella le brindó apoyo con reuniones online y canastas de productos, aunque el miedo la hacía pensar que eran enviadas por su agresor. Vivía en estado de hipervigilancia. Hoy, Portilla es voluntaria en la misma fundación que la ayudó a salir adelante y donde vio que otras como ella sí eran felices. Gómez explica que esto se debe al modelo mixto de terapia grupal junto al programa de acompañamiento de las voluntarias “ellas se jalan unas a otras”.

“En terapia grupal veo avances desde la tercera sesión”

En cada plan de abordaje terapéutico, la psicóloga trabaja con cuatro ejes: psicoeducación, para reconocer las manifestaciones y el ciclo de violencia; el condicionamiento y rastreo de pensamientos; la reestructuración cognitiva, trabajando con análisis de modificación de la conducta para reconocer las creencias centrales, y el establecimiento e identificación de relaciones sanas. “Normalmente en el protocolo de tratamiento, que toma doce sesiones, podía ver avances desde la octava, trabajando de manera individual. En terapia grupal veo avances desde la tercera”, cuenta Gómez.

En el proceso de acompañamiento de la Asociación People se reúne un grupo específico de entre tres y diez personas por víctima. El objetivo es “dar afecto”. La asociación se basa en los modelos de acompañamiento a personas defensoras de derechos humanos que Uriarte conoció trabajando en las Brigadas Internacionales de la Paz en Latinoamérica: “Cuando se unen y hacen un trabajo en un marco conjunto, la ciudadanía tiene un efecto de protección de sus vidas, un paraguas de seguridad invisible pero maravilloso”.

En la Asociación People no solo derivan a profesionales especialistas, sino que el grupo de voluntarias se ocupa de acompañar a la víctima a las y los profesionales que se requiera, de irle a buscar a su casa, a dejar a sus terapias, de ir a tomar cafés, de mandar mensajes de buenos días, de ayudarle a levantarse o incluso salir de casa. “Acompañamiento afectivo, personalizado y coordinado”, categoriza Uriarte.

“El afecto es universal, es lo que nos une como personas, pero en estos casos es más fundamental porque las víctimas vienen de procesos de autodestrucción personal, entonces el cariño es la herramienta que nos permite acercarnos y complementar la labor profesional para que esa persona se recupere mejor y más rápidamente”, completa el coordinador de la asociación.

Transformar el dolor en sostén colectivo

Con el acompañamiento, Aura se dio cuenta de que no estaba tan sola como pensaba. Decidió cambiar su propósito de vida para especializarse y acompañar: “Vi que mi testimonio podía ayudar a otras mujeres”. Florencia no pudo tratar su trauma, ceder a la compañía y aceptar su violación hasta mucho después. Recuerda la etapa que la empoderó: “A mí me movió mucho el movimiento Me Too, nos liberó y dejamos de tener miedo, vergüenza a que te hayan profanado como mujer”. También hace mención de la agresión sexual múltiple ocurrida en Pamplona para San Fermín en 2016, “salimos todas a manifestarnos, desorganizadamente, pero juntas”, dice Florencia.

Como trabajo final de su máster en psicología positiva, Aura llevó a cabo un estudio de crecimiento postraumático en violencia de género con 50 mujeres de la Fundación Ana Bella en donde demostró que el acompañamiento tuvo principalmente impacto positivo en desarrollar la fuerza personal, una percepción de fuerza interior que no sabían que tenían y que les permite contemplar nuevas posibilidades.

La atención comunitaria permite actuar ante alertas

El apoyo comunitario impulsa el mejoramiento de las víctimas de violencias sexuales y de género, pero también las prevé, ya que la atención del otro permite actuar ante alertas y que ciertas situaciones no se mantengan en el tiempo. Así mismo, expone situaciones comunes que conceden la fuerza para cambiar el statu quo, la concientización y la legislación.

Cuando una “físicamente comparte la lucha, tienes un aura que te rodea y es como decir: estamos acá tenemos el poder, juntas podemos cambiar el mundo y lo vamos a hacer, si hay que gritar, se grita, si hay que romper se rompe y si hay que quemar se quema, pero acá vamos a estar”, dice Florencia. Lo hace en medio de la comisión migrante y antirracista del 8M de Madrid, durante la tarde del 8 de marzo. De fondo suena Cariñito, de Los Hijos del Sol.

fuente: https://www.pikaramagazine.com/2025/05/ellas-jalan-unas-otras/

transformando el dolor en fuerza colectiva

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