También: Un “no ala guerra” literario

Hoy, durante septiembre del 2024, en medio del delirio belicista €uropeo y ante el genocidio que ejecutan en Gaza y la violencia sistemática del terror de Estado sionista en toda Palestina, también decimos como Azahara Palomeque que “la aniquilación sanguinaria nos repugna”.  De los tantos -urgentes e indispensables- NO a la guerra de esta actualidad deshumanizada, compartimos este no a la guerra literario como un puente más que ayude a extender las autoconvocatorias por una solidaridad sin fronteras contra todo tipo de exterminio social y étnico. Contra los colonialismos y las supremacias despreciables que sólo auguran la extinción generalizada. Red Latina sin fronteras, sept 2024

Un “no a la guerra” literario 

Azahara Palomeque
4 mayo 2024 / Babelia
noviolencia62.blogspot.com/

Hace poco recibi el mensaje de un amigo que vive en Estonia: me reprochaba, respetuosamente, mi postura pacifista ahora que Europa parece prepararse para la III Guerra Mundial, y afirmaba que está entrenando como voluntario en el ejército del país donde reside: su cuerpo se ejercita para la defensa ante un potencial ataque de Putin.

Tras leerlo, se me erizó la piel; las manos me temblaron tanto que, hasta hoy, no he logrado responderle; y es probable que nuestra amistad se haya visto mermada por mi silencio. Simplemente, no concibo la posibilidad de un conflicto a gran escala—me habría gustado contestar—, precisamente porque la guerra me resulta una bestia inaprehensible.

Desde que leí “El peligro de estar cuerda” (2022), ensayo de Rosa Montero, he sabido que quizás yo sea PAS (persona altamente sensible), pero, mas allá del autodiagnóstico, ni mi educación familiar ni vivencias posteriores me han preparado para un salvajismo de tal calibre. De niña, mi madre no apagaba la televisión si salían escenas de sex0, pues argumentaba que, socialmente, hemos desarrollado una tolerancia excesiva hacia la violencia y un puritanismo incomprensible respecto al cariño. Así que crecí libre de miedo al desnudo y las artes amatorias —no vejatorias—, pero censurando cualquier mínima opresión del otro, tratase de un western o la espectacularidad balística de un Tarantino. Sin embargo lo que terminó de reforzar mi repudio a la violencia fue vivir en
Estados Unidos, inmersa en la ubicuidad de las armas, que en varias ocasiones sentí muy cerca: tiroteos en las inmediaciones de mi casa 0 en la universidad.

Ahora que nos atruenan otra vez fantasmas olvidados, pienso en los libros que leí, la recopilación de almas destrozadas transitando una imaginación con la que arcillo mi propia noción de ciudadanía, y ellos laten, indicándome el camino a no seguir en ninguna circunstancia. Surge Thomas Bernhard, cuyos “Relatos autobiográficos” (2023) desecan las flores y las convierten en virutas.

EI genio de las letras alemanas describe en ‘El origen’ como aprendió a identificar sus clases de violín con la voluntad de suicidio y, cuando en mitad de la II Guerra Mundial aún tocaba el instrumento siendo estudiante en un internado, le sobrevino el sarpullido de la “monstruosidad como belleza, y no me producía ningún terror, de repente me enfrentaba con la absoluta brutalidad de la guerra, y al mismo tiempo me fascinaba esa monstruosidad”, probablemente debido a una intención de escapar de ella por sus propios medios.

Bernhard ha sido tachado de nihilista atormentado, aunque en sus páginas rezuma un anti heroísmo poderosísimo que contrapone la ética individual a la masacre colectiva.

Discurrir como sujetos que no quieren morir y, sobre todo, no quieren matar es una constante en las letras europeas, que van desde Günter Grass hasta el arte tan poético de Anselm Kiefer y pasa por obras magnas como “Claus y Lucas”, de Agota Kristof —reeditada en 2019 donde la autora húngara muestra a dos gemelos sumidos en tal crueldad para con ellos mismos y los demás que dan ganas de nunca fabricar una bomba. Exiliada en Suiza, sumergida en una lengua extraña (el francés) durante el escaso tiempo que le dejaba su trabajo en una fábrica, llegó a decir, cuando alguien comentó que los extranjeros siempre andaban haciendo colectas para pagar las coronas de flores de alguna víctima de suicidio, que “cada uno se divierte como puede”.

No es casual que ese rechazo de la guerra se haya producido especialmente en mujeres que la vivieron próxima.

En “Tiempo de llorar” (reeditada en 2021), María Luisa Elio da cuenta de un desarraigo que la perforó desde la infancia y desembocó en el único filme realizado exclusivamente por exiliados españoles, marcado por la temática de sus anhe los: “En el balcón vacio” (1962). Tampoco Mercé Reboreda encontró sosiego en las vicisitudes bélicas, a juzgar por su emotiva novela “La plaza del Diamante”, lanzada el mismo año, y únicamente en la recuperada “Memoria de la melancolía” (2001), María Teresa León experimenta una añoranza de la lid basada en sus robustas convicciones comunistas, las mismas que la condujeron a reivindicar a capa y espada la legitimidad del Gobierno republicano y, bajo un lluvia de metralla, liderar el traslado del Museo del Prado desde Madrid a Valencia, en cuyo salvamento luego la sucedería el pintor Timoteo Pérez Rubio.

Pero, si hay alguien que pueda dar constancia del dolor y transformarlo en hebras con las que tejer un demoledor tapiz, es la premio Nobel Svetlana Aleksiévich, de quien quisiera enfatizar “Los muchachos de zinc” (2016). Esta crónica de la guerra de Afganistán refleja la pérdida de unos ideales que, si bien alimentaron hazañas triunfalistas durante la época de Stalin, al borde de la caída del muro de Berlín ya no convencen a nadie: “¿Por qué he de cumplir unas ordenes estúpidas y criminales? ¿Por qué debo convertirme en asesino?”, interroga uno de los personajes. El libro ejemplifica así una fractura posmoderna que prioriza la vida sobre la necrofilia del Estado, esa que ninguna ideología justifica.

Quizá representativa de esta tendencia, el desgajamiento entre a conflagración y el corpus ideológico que debería sostenerla, sea “La peninsula de las casas vacias” (2024), de David Uclés, una novela loable en ambiciones, contar la Guerra Civil desde el realismo mágico, que produce un giro en la profusa industria cultural alrededor de nuestra matanza fratricida. En ella, el joven autor no puede evitar un distanciamiento abismal con los personajes en forma de narrador entrometido y documentación historica explicita. Este original enfoque desvenda una problemática de raigambre generacional: no logramos deglutir ningún propósito belicista, no nos cabe en el estómago; socializados en el bienestar y el paradigma de los derechos humanos, la aniquilación sanguinaria nos repugna hasta en la elección de un posicionamiento literario. Tal vez Uclés sea PAS igualmente, pero lo cierto es que morir y matar no nos interpela y con eso, ¡ah!, también tendrá que lidiar Europa.

Azahara Palomeque es oscritora. Su útimo libro es “Vivir peor
que nuestros padres” (Anagrama, 2023)

fuente: http://noviolencia62.blogspot.com/2024/09/ordenes-estupidas-y-criminales.html

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Gaza 2024

también editado en https://redlatinasinfronteras.wordpress.com/2024/09/23/tambien-un-no-a-la-guerra-literario/

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