Por Lucía Alegria, para ANRed | Hoy, a 48 años de las manifestaciones de Stonewall, se celebra el Día Internacional del Orgullo Gay. En varios lugares del mundo se hicieron marchas durante el fin de semana en conmemoración. No fue nuestro caso porque, en Argentina, la marcha tiene lugar en noviembre. Sistemáticamente surgen las preguntas: ¿por qué un día del orgullo gay? ¿Por qué no, entonces, un día del orgullo hétero? ¿Por qué, aún hoy, con tantos derechos adquiridos, lo seguimos celebrando?
Parece increíble que todos los años haya que explicarlo pero no deja de ser preciso. Es simple: no existe el día del orgullo heterosexual porque no es necesario. Nadie es asesinado por ser heterosexual, nadie es golpeado, discriminado, humillado por ser heterosexual. A ningún hombre y a ninguna mujer heterosexual se los viola para corregirlos y volverlos gay. Ningún padre rechaza un hijo por ser heterosexual. Ningún heterosexual siente la necesidad de esconder su heterosexualidad. A ningún heterosexual se le dice que tiene una “condición”. En ningún país está prohibida la heterosexualidad. La homosexualidad es considerada ilegal en 76 países y es castigada con pena de muerte en diez.
Sé que me gustan las mujeres desde los trece, hace quince años. En ese tiempo recibí insultos, amenazas, fui discriminada, fui excluida, me sentí obligada a ocultarlo, mentí, me obligué a salir con hombres ¿Algún heterosexual sintió que debía ocultarle su sexualidad a todos? ¿Algún heterosexual se sintió presionado a acostarse con alguien de su mismo sexo?
Antes creía que mi sexualidad no me definía. Hoy en día, muy por el contrario, estoy segura que sí, reconocerme torta, decirlo, exponerlo, es una respuesta política. No lo sería en un mundo en el que la distinción homosexualidad/heterosexualidad no existiera. Pero existe y nos atraviesa. Sentirse orgulloso es afirmarse, quererse, es perder el miedo a la mirada reprobatoria. Es decirle al mundo que el problema no lo tenemos nosotros, lo tienen los que nos rechazan, los que nos oprimen, los que buscan ocultarnos, los que quieren que nos sintamos avergonzados.
Las marchas del orgullo son festivas, son explosivas, son descontroladas porque reconocernos y asumirnos es una fiesta, porque la alegría de poder ser nos rebalsa. Porque oponemos felicidad a la agresión del afuera.
Porque queremos ser visibles, bien visibles, que todos se enteren que acá estamos y vamos a seguir estando.
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