La construcción de lo “extranjero” o “apátrida” como justificación política de los genocidios separados por cien años. Las cruzadas civilizatorias como respuesta a los “indios salvajes” y la “otredad inhumana” del revolucionario de los ’60 y ’70. El Ejército Argentino y las aristocracias camperas, una línea de conducta.
23/03/2019
Tres años después de hacerse con el poder, la última dictadura militar y cívica se consagró a conmemorar la Campaña al Desierto. Entre otros acontecimientos y como ya comentara “En estos días”, impulsó la realización de un congreso en General Roca, con la organización de la Academia Nacional de la Historia. El cónclave se llevó a cabo en noviembre y contó con palabras inaugurales de Albano Harguindeguy, ministro del Interior de triste memoria. El general de División llamó al episodio genocida “una de las epopeyas más trascendentes de nuestra historia”.
Al momento de producirse su deceso en 2012, Harguindeguy estaba procesado por delitos de lesa humanidad, de manera que el homenaje que quiso prodigar a sus predecesores resulta comprensible. No era el militar un improvisado: “en nuestra historia, lo que se ha dado en llamar la Conquista del Desierto ofrece, como pocos, la característica de un proceso que, iniciándose con la llegada al Río de la Plata de los colonizadores españoles, marca su impronta en los años 70 del siglo XVIII, cuando el virrey Ceballos reconoce la existencia de una frontera interior, determinada por la oposición del salvaje al avance de la civilización, y finaliza en 1913, cuando el teniente coronel Rostagno encabeza la última expedición al Chaco”.
Recordemos que la irrupción los militares en la Casa Rosada recibió la pomposa denominación de Proceso de Reorganización Nacional y como veremos, sus ejecutores se sintieran herederos de aquel otro “proceso”, que se iniciara con “la llegada al Río de la Plata de los colonizadores españoles”, más bien invasores de territorios ajenos. Seguramente sin quererlo, Harguindeguy admitió en su apología que España nunca pudo ir más allá del río Salado y aceptó la existencia de una frontera que separaba sus posesiones del territorio de pueblos ajenos a su soberanía. Hasta el concepto de “nación” aparece en los tratados que desde mediados del siglo XVIII, celebró Buenos Aires con varios loncos mapuches y tehuelches. La farsa de la “frontera interior” fue una creación intelectual muy endeble que maduró mucho tiempo después del virrey Ceballos.
A pesar de ese reconocimiento implícito, Harguindeguy afirmó en la oportunidad que “la Conquista del Desierto fue la respuesta de la Nación a un desafío geopolítico, económico y social. La campaña de 1879 logró desalojar al indio extranjero que incursionaba en nuestras pampas, dominar política y económicamente el territorio, multiplicar las empresas y los rendimientos del trabajo, asegurar la frontera sur, poblar el interior”. Adviértase en la caracterización del militar el discurso de la extranjería mapuche, aunque párrafos antes había descripto la llegada de los españoles a espacios que ya estaban ocupados por invencibles “salvajes” que asumían la incivilizada costumbre de defender su libertad.
En la línea del presidente
En nuestros días, el actual presidente suele ubicar el comienzo de las desgracias del presente 70 años atrás, en coincidencia con el surgimiento del peronismo. En su inteligencia, antes de 1945 la Argentina vivía una suerte de esplendor que irradiaba hacia adentro y afuera. Es la misma línea de pensamiento que orientaba el accionar de la Junta de Comandantes. “La sola recuperación de tantas leguas de territorio no refleja demasiado sin tener en cuenta que, pocos años después la población creció de 1.800.000 habitantes a 7.880.000, los ferrocarriles de 732 Km a 33.478 o los pueblos pampeanos de 28 a 328. En 50 años, la República se desarrolló hasta ser uno de los primeros países del mundo, por la gracia de Dios y la visión y acción de sus hombres”. La República de Harguindeguy era la conservadora, que se cimentó en simultaneidad a la Campaña al Desierto a través del fraude y el contubernio, esquema que se restauró a partir del golpe de 1930 con el derrocamiento de Yrigoyen. La de la inmigración europea y la entrega del antiguo territorio mapuche – tehuelche a empresas como la Compañía de Tierras del Sud Argentino, hoy propiedad de la corporación Benetton y por entonces, de capitales ingleses. Al igual que los ferrocarriles de crecimiento vertiginoso… Llamativa la gracia de aquel dios, que consintió asesinatos a gente cautiva, mutilaciones a hombres y mujeres, torturas indescriptibles, la muerte por inanición o frío de centenares de bebés, entre otras consecuencias que generó la “acción de sus hombres”.
También acompañó el inicio de aquel congreso el contraalmirante Julio Alberto Acuña, gobernador militar de Río Negro que 11 años atrás, participaba de las movilizaciones que convocaba Cecilia Pando, todavía enseñaba en la Escuela de Guerra y figuraba como asesor del Centro de Estudios Estratégicos de las Fuerzas Armadas. En la primavera valletana de 1979 se ufanó de que Río Negro atesorara “dentro de sus límites el sitio histórico donde el general Julio Argentino Roca culminó su gesta”. En realidad, no es tan así. El tucumano retornó a Buenos Aires después de que su columna alcanzara la confluencia entre los ríos Neuquén y Limay, pero las últimas operaciones de la Campaña al Desierto se desarrollaron en la actual jurisdicción de Chubut, con el combate de Apeleg (23 de febrero de 1883) y la masacre de arroyo Genoa (primavera de 1884). Al concretarse el último, hacía cuatro años que Roca calentaba el Sillón de Rivadavia. Acuña quiso adjudicarse el dudoso honor, sin reparar en el rigor histórico.
Evocar la proeza
El gobernador rionegrino de entonces aprovechó la oportunidad para reclamar inversiones en la Patagonia. “La evocación de tal proeza me alienta a definir la misión que incumbe a nuestras generaciones, si deseamos ser dignos herederos de los vencedores del desierto. Ella es la de incorporar al patrimonio nacional las zonas patagónicas despobladas e insuficientemente explotadas, a fin de consolidar la soberanía e integración territorial”. Por las dudas, aclaraba el marino: “cuando hablamos de desarrollo o inversiones, automáticamente pensamos –por una deformación mental acumulada durante casi 40 años- en un estado con milagrosa capacidad para obtener bienes sin afectar los ingresos de alguien”. No se confundan el lector y la lectora, las líneas anteriores no fueron obra de alguna candidata o candidato de Cambiemos, sino el pensamiento de un funcionario de la dictadura militar que procuró ser digno heredero de los conquistadores del desierto. “Como esto es falso, aceptemos que el costo del desarrollo patagónico debe ser soportado por todos los argentinos, los que en definitiva serán sus beneficiarios”, completaba Acuña. En realidad, fue a la inversa, como se encargó de musicalizar Marcelo Berbel en “El embudo”.
Con sus conceptos, el marino quiso rendir “homenaje a Roca y a quienes lo acompañaron en su campaña, a los gobernadores y a la generación que en 1879 alentó y posibilitó desde todos los confines del país la acción del Ejército de línea, a los precursores del despertar patagónico y a sus hijos, los actuales pobladores, que mantienen la llama que alumbra la ruta por la que, inexorablemente, continuará transitando el progreso”. El contraalmirante no hizo explicitaciones, pero está claro al progreso de qué sectores se refería.
Como no podía ser de otra manera, participaron de aquel congreso en carácter de delegados, conspicuos partícipes del pensamiento colonialista, que consagraron sus trabajos a justificar el despojo. Allí expusieron Rodolfo Casamiquela, Raúl Entraigas, Pablo Fermín Oreja (Río Negro); Juan Mario Raone (Neuquén) y Clemente Dumrauf (Chubut), todos edificadores de la extranjería mapuche y la pretendida argentinidad tehuelche. Previsible…
Pero llamará la atención observar que también estuvieron allí académicos que gozan de considerable prestigio en la actualidad, como Susana Bandieri de Mena; Orietta Favaro de Cartier; Gladys Varela de Fernández (Neuquén). ¿Pecados de juventud? Hasta no hace mucho, la primera todavía utilizaba la imposición “araucanos” para referirse al pueblo mapuche y afirmaba que recién hubo comunidades mapuches al sur del río Limay después de la Campaña al Desierto, falsedad que contribuyó a deslegitimar los reclamos territoriales mapuches en Río Negro y Chubut. 40 años después del cónclave roquense, no son pocos los argentinos y argentinas que caracterizan a “una de las epopeyas más trascendentes de nuestra historia” como un genocidio. Al permanecer impune hasta hoy, engendró uno más entre 1976 y 1983. Obra de “dignos herederos”.