Argentina_Guevaristas: “EL MINUTO” Investigaciòn sobre una historia napolitana en la Buenos Aires de los militares”
El 14 de septiembre se ha cumplido un nuevo aniversario del secuestro y desapariciòn en 1976 de jòvenes de la Juventud Guevarista del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Argentina y de su responsable, Eduardo Merbilhaá, que era miembro del Burò Polìtico del PRT.
El grupo napolitano “El Minuto” ofrece la versiòn en castellano del libro que han titulado “EL MINUTO” Investigaciòn sobre una historia napolitana en la Buenos Aires de los militares”
enviado por elabajero@yahoo.com
autor Pino Narducci
director Giuseppe Klain
LOS GUEVARISTAS
UNA HISTORIA NAPOLETANA
María Rosaria Grillo y Venancio Domingo Basanta fueron secuestrados por hombres de la policía federal el 14 de septiembre de 1976 en Buenos Aires, en casa de Luigi, padre de Rosaria , en la avenida Olazábal 5125, séptimo piso.
Eran militantes de la Juventud Guevarista, la organización juvenil del Partido Revolucionario de los Trabajadores de Mario Santucho.
Rosaria tenía 25 años y su nombre de batalla era “Irene”
Venancio tenía 22 años y su nombre de batalla era “el Cholo”.
Estaban prisioneros en el centro clandestino de detención “Campo de Mayo” en la provincia de Buenos Aires.
Estaban todavía vivos en octubre de 1976 porque Patricia Erb, militante de la Juventud Guevarista, secuestrada en septiembre de 1976, conoció a Rosaria en “Campo de Mayo”, mientras Venancio era torturado; Irene le confesó a Patricia que estaba embarazada y que temía que los militares pudieran descubrir su embarazo; antes de separarse se animaron y decidieron que habrían seguido las instrucciones del dirigente del PRT Domingo Menna detenido en “Campo de Mayo”: Hablar con los militares sin decir nada de importante.
A partir de ese momento, Rosaria y Venancio desaparecieron y no se sabe ni siquiera la suerte que corrió el hijo de Rosaria si lo hubiera dado a luz en el centro de detención.
María Rosaria Grillo ciudadana italiana había nacido en Nápoles el 8 de agosto de 1951 en el popular barrio de Barra.
Al año siguiente, viajando a bordo del “Santa Fe” con su madre y tres hermanas se reunió con su padre que había emigrado en Argentina ya por el año 1946.
María Rosaria Grillo estaba matriculada en Ciencias Económicas en la Universidad de Buenos Aires y era la responsable del grupo de la Juventud Guevarista de la Facultad.
Venancio Domingo Basanta, nacido el 17 de febrero de 1954 en Ramos Mejía, estaba matriculado en la misma universidad y que, por razones de militancia política, había frecuentado la zona de Tucumán y de la ciudad de Córdoba.
Se casaron en el 1975 y se fueron a vivir a un departamento en el barrio Enrique Santos Discépolo n.3931 (ex. Salónica), en el cual, en los años 1974 y 1976, tuvieron lugar diversas reuniones de la Juventud Guevarista.
En septiembre de 1976, Rosaria ayudada por su padre, estuvo a punto de huir para regresar a Nápoles pero no pudo salvarse.
Además de estudiar, trabajaba como empleada en la empresa MUBA asociados S.R.L. en la calle Blanco Encalada n.2463, oficina 1 Capital Federal.
Su compañero de trabajo era Rubén Osvaldo Morresi, llamado “Quique”, militante de la Juventud Guevarista y estudiante de arquitectura de la Facultad de Buenos Aires.
Una hora antes del secuestro de Rosaria y de Venancio , que ocurrió en la zona de Villa Urquiza, Quique fue capturado por los militares a las 3 de la madrugada del 14 de septiembre de 1976 en la Avenida Segurola 3881, 2° piso, dpto. 9, en Villa Devoto.
Junto a él también fueron llevados otros tres militantes de la Juventud Guevarista:
Norberto Daniel Sant’ Angelo, llamado “Tony”, estudiante de Ciencias Económicas, María Eugenia López Calvo, llamada “Cecilia”, estudiante de psicología, y Susana Beatriz Porta, llamada “Lía” estudiante de arquitectura nacida en Ramos Mejía, la misma ciudad de Venancio Basanta.
Norberto Daniel y María Eugenia fueron vistos por Patricia Erb en Campo de Mayo, los mismos días en los que encontraba a Rosaria Grillo.
A lo mejor, Patricia Erb también encontró a Susana Beatriz en el mismo centro de detención.
Seguramente, Quique, Cecilia, Tony y Lía fueron los miembros de la Juventud Guevarista que estuvieron más cerca de Rosaria y Venancio durante la militancia política.
Aquella mañana de invierno, inició la desaparición de los guevaristas de Buenos Aires.
Si tienen alguna noticia sobre Rosario Grillo y Venancio Basanta por favor escribanos al correo electrònico:
perrosariagrillo@gmail.com
fuente: https://vimeo.com/157912023
Índice
Prefacio
Introducción a la edición en italiano
Introducción a la edición en castellano
Prólogo
Cap. I Avenida Olazábal
Cap. II Nápoles – Buenos Aires
Cap. III Años tempestuosos
Cap. IV “Cholo”, el ERP, Tucumán
Cap. V El Minuto
Cap. VI Los jóvenes del Frente Universitario
Cap. VII Lucha a los subversivos
Cap. VIII Grupos de tareas
Cap. IX El secuestro de “Julia”, la clandestinidad
Cap. X Desde marzo hasta septiembre
Cap. XI El secuestro de “Cindy”
Cap. XII El secuestro de “Irene” y de “Cholo”
Cap. XIII Avenida Segurola
Cap. XIV El Campito
Cap. XV La búsqueda
Cap. XVI La batalla por la verdad
Cap. XVII Un solo hilo
Cap. XVIII Verdugos y cómplices
Cap. XIX Una hipótesis
Conclusión
Postfación
prefacio por Julio Santucho
postfación por Diego Ortolani Delfino
traducción por Vera Port
prólogo por Abel Bohoslavsky
diseño gráfico por Giuseppe Klain
A los ideales de mis padres
– Podíamos vencer, Espartaco. Podíamos haber vencido…
– El habernos rebelado ya ha sido una victoria. Aunque uno solo dijera “No, no quiero”, Roma empieza a temblar. Fuimos diez mil en decir no. Ese fue el prodigio. Haber visto a los esclavos alzar la frente del polvo, saltar con coraje, con una canción en los labios, bajar de la montaña gritando. Haberlos oído cantar abajo, por la llanura.
– Y ahora están muertos…”
De la película Espartaco (1960) de Stanley Kubrik
“Quien nombra, llama. Y alguien acude, sin cita previa, sin explicaciones, al lugar donde su nombre, dicho o pensado, lo está llamando. Cuando eso ocurre, uno tiene el derecho de creer que nadie se va del todo mientras no muera la palabra que, llamando, llameando, lo trae”
Eduardo Galeano “Palabras andantes”
Prefacio
Una lìnea recta en el laberinto argentino
por Julio Santucho*
Es muy buena esta iniciativa de Pino Narducci de escribir un libro sobre la Juventud Guevarista y, en particular, sobre la participación italiana y napolitana en el Partido Revolucionario de los Trabajadores y en la Juventud Guevarista de Argentina.
Coincido con Pino en que en Italia es poco conocida la historia de los movimientos revolucionarios de los años 60 y 70 de la Argentina y esto es, en gran parte, por la complicidad de la P2 y sectores políticos y mediáticos italianos con la dictadura militar argentina. Nuestra experiencia como militantes argentinos en el exilio en Italia nos enseñó que en cada lugar en el que lográbamos comunicar con los ciudadanos y con las organizaciones de base de los partidos y sindicatos, incluso de la democracia cristiana, obteníamos una respuesta de fuerte solidaridad con la lucha antidictatorial del pueblo argentino. Pero los argentinos en Italia contábamos con muy pocos espacios institucionales para denunciar los crímenes de la dictadura. Nunca logramos constituir un comité Italia-Argentina como sí se logró en el caso chileno. Incluso en los festivales de la Unitá teníamos dificultades para llevar nuestro mensaje porque el Stand de Argentina estaba hegemonizado por el Partido Comunista Argentino que, en cierto modo, apoyaba a
la dictadura con el discurso de que existía, en el ejército, un ala pinochetista más fascista que Videla.
Hoy se sabe perfectamente que la cúpula de las Fuerzas Armadas Argentinas convocó a todos los oficiales a una deliberación acerca de la conveniencia de adoptar un método de represión clandestina. Había dos argumentos centrales.
El primero es que en 1973 el parlamento elegido democráticamente había decretado una amnistía general que puso en libertad a todos los guerrilleros detenidos en las cárceles del país. Eso no podía volver a suceder.
El segundo argumento era que el gobierno de Pinochet en Chile había quedado completamente aislado a nivel mundial, incluso por parte de los gobiernos democráticos occidentales, a causa de la clausura de todos los partidos políticos, del encarcelamiento en lugares públicos como el estadio nacional y la expulsión de los opositores.
Por informes de inteligencia, el PRT tuvo conocimiento ya en octubre de 1975 de que la junta Militar encabezada por Videla había decidido dar un golpe de estado en Marzo de 1976 basado, en primer lugar, en el respeto de la legalidad de todos los partidos tradicionales, incluso el Partido Comunista (el periodista de Rai 3 Italo Moretti pudo entrevistar a los dirigentes del PCA en la sede del Partido de Avenida Callao en plena dictadura); en segundo lugar, la represión habría de basarse en el método del secuestro, desaparición forzada y campos de concentración para torturar y asesinar a los subversivos en forma clandestina.
El pacto de silencio entre los oficiales de las fuerzas armadas, la jerarquía eclesiástica y los principales grupos empresarios del país para ocultar toda información relativa al destino de los desaparecidos, más de 40 años después sigue todavía en pie.
A nivel internacional, durante su existencia, la dictadura militar gozó de importantes apoyos no sólo por parte del gobierno de los Estados Unidos, a partir de la presidencia de Ronald Reagan, sino también de varios gobiernos europeos e incluso de la Union Sovietica que bloqueaban las sanciones a la dictadura militar argentina por violación de los derechos humanos en los organismos de las Naciones Unidas.
Los gobiernos europeos, y en particular el italiano, tenían pleno conocimiento de que en la Argentina se estaba llevando a cabo una represión ilegal. Además, se produjeron muchas denuncias de ciudadanos italianos, franceses y de otros países acerca de la desaparición de sus familiares en la Argentina.
En el caso de los militantes de la Juventud Guevarista que describe este libro, el padre de Maria Rosario Grillo movió cielo y tierra para denunciar la desaparición de su hija, sin mayores resultados. Está documentado también, entre otros, el caso de Yves Domergue, desaparecido a fines de 1976 en Rosario, cuyos padres ya instalados en Francia
regresaron a la Argentina y chocaron contra un muro de silencio y complicidad por parte de las autoridades y de la embajada francesa.
Puede decirse que, a partir de 1996, el pueblo argentino dio vuelta la pagina, se sacudió de encima el terror impuesto por la dictadura e inició un camino signado por la lucha contra la impunidad, la condena del genocidio ejecutado por el terrorismo de Estado, el compromiso con la memoria, la verdad y la justicia y la reivindicación de la generación
de los años 60 y 70.
Esta victoria del pueblo argentino ha sido compartida por el compromiso y la acción solidaria de muchos ciudadanos extranjeros, en particular de muchos italianos. Hemos vivido en carne propia la solidaridad militante de los ciudadanos de Sarzana, Farigliano, Ivrea y Palazzolo del Garda que acogieron con entusiasmo las escuelas políticas del PRT en el exilio. Para no dejar afuera injustamente a nadie, no voy a dar nombres de los centenares y miles de compañeros y amigos, periodistas, magistrados, sindicalistas, personalidades de la cultura que hicieron propia la lucha del pueblo argentino por la justicia. Hago la excepción de mencionar al Presidente Sandro Pertini quien fue el primer representante del gobierno italiano que pidió explicaciones a la dictadura militar por la desaparición de ciudadanos italianos y luego recibió a los familiares de los desaparecidos, entre ellos a mis padres Francisco Santucho y Manuela Juarez.
Este libro de Pino Narducci se inscribe entre esos gestos de solidaridad militante con la lucha de los organismos de derechos humanos de Argentina. En particular, hace un aporte significativo a la investigación de los responsables de la desaparición de siete militantes de la juventud guevarista que tuvo lugar en la noche entre el 13 y el 14 de
septiembre 1976 en dos operativos realizados, en forma coordinada, en sendos barrios de la ciudad de Buenos Aires.
La lucha por la verdad, la memoria y la justicia, si bien en forma tardía, ha conseguido importantes éxitos en nuestro país. Según datos de la Superintendencia para delitos de Lesa Humanidad dependiente de la Corte Suprema de Justicia de La Nación, en enero de 2017 se habían dictado más de 150 sentencias, con un saldo de 921 condenas, la
mayoría de las cuales recayeron sobre personal de las fuerzas de seguridad. Hay un pequeño número de cómplices civiles que también han sido condenados o que se encuentran bajo proceso, entre los cuales se encuentran empresarios, jueces y miembros de la iglesia.
Esta victoria se debe también, en parte, a la solidaridad activa de los centenares de italianos a los que hemos hecho referencia y auspiciamos que la investigación encabezada por Pino Narducci pueda contribuir al esclarecimiento de los hechos que aquí se denuncian.
En cuanto a la valoración histórica de los hechos que relata este libro, la conclusión es clara. En el transcurso del siglo XX, entre Italia y Argentina hubo vasos comunicantes entre dos sectores de la sociedad y de la política: la Italia antifascista y la Argentina democrática y revolucionaria, por un lado, y la dictadura cívico militar argentina y la
Italia corrupta, mafiosa, la de Licio Gelli y las tramas secretas que en los años 70 condicionaban fuertemente el sistema político.
Esto nos lleva a evaluar el significado que tuvo la rebelión de los años 60 y 70 en América Latina y, en particular, en Argentina, en términos de fascismo y democracia, capitalismo salvaje y revolución socialista: la ética siempre triunfa en la historia, aunque el camino está hecho de marchas y contra marchas.
Históricamente, la victoria de las ideas avanzadas fueron seguidas de grandes retrocesos, como sucedió con las revoluciones francesa y bolchevique. Y muchas veces las derrotas de los revolucionarios sirvieron de semillas para hacer germinar grandes movimientos emancipatorios.
Como dijo Osvaldo Bayer, Mario Roberto Santucho ha sido una línea recta en el laberinto argentino.
Maria Rosaria Grillo y los militantes de la Juventud Guevarista, como parte de esa abnegada generación latinoamericana a la que pertenecieron, proyectan su rebelión y su entusiasmo, en línea recta, hacia un futuro de libertad.
Buenos Aires, 15 de marzo 2017
*Julio Santucho, hermano del Secretario General del PRT Mario Roberto Santucho, en los ’70 fue director de la escuela política de cuadros, miembro del Comité Central y responsable de la política internacional del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Después del exilio de 1976, vivió por largo tiempo en Italia,
participando en las actividades del Comité Antifascista contra la represión en Argentina-CAFRA. Enseñó literatura hispanoamericana en la Universidad de Calabria. Hoy día vive en Buenos Aires y es el Presidente del Instituto Multimedial de Derechos Humanos en América latina y del Festival Internacional de Derechos
Humanos que, cada año, se desarrolla en la capital argentina. Es el autor del libro “Los últimos guevaristas. La guerrilla marxista en la Argentina”, aún inédito en Italia.
Introducción a la edición en italiano
La investigación narrada en este libro ha empezado hace algunos años, durante una velada romana pasada con el periodista Pablo Llonto, defensor de los familiares de desaparecidos en los juicios por delictos de lesa humanidad, y con exiliados argentinos llegados a nuestro país alrededor de cuarenta años atrás.
Me preguntaron si conocía la historia de una chica napolitana desaparecida desde 1976. Respondí que ningún napolitano jamás ha oído hablar de esta historia. Así comenzó a tomar cuerpo una investigación histórica sobre los hechos ocurridos en 1976, en Buenos Aires, e iniciados muchísimo tiempo antes, también en Italia.
Los acontecimientos que conciernen a los años de terrorismo de estado argentino, por definición, son impenetrables, secretos, cubiertos por un pacto de silencio entre militares y cómplices civiles que resiste desde aquella época y dificulta descubrir aunque solo sea fragmentos de verdad.
Muchos protagonistas o testigos de aquellos acontecimientos han desaparecido por razones biológicas, como los padres de los chicos secuestrados en septiembre de 1976. Muchos otros, aún con vida, resultan muy difíciles de ubicar. No todos quieren recordar y hablar. Algunos rechazaron relatar sus propias experiencias.
En la Argentina del Presidente Macri vuelven las sombras del pasado y avanza, nuevamente, la petición de impunidad para los genocidas, procesados y condenados en estos años.
Quieren cancelar el largo periodo durante el cual fue irreprimible la lucha por los derechos humanos.
Tal vez, como teme un amigo mío de Buenos Aires, militante de la Juventud Guevarista en los años 70, aguarden que en Argentina vuelva a abrirse el huevo de la serpiente. Sin embargo, de vez en cuando, una luz de esperanza vuelve a encenderse. La representan, sobre todo, chicas y mujeres argentinas. Fueron ellos, en los años 70, los adversarios más inflexibles del fascismo. Aún siguen siendo, después de 40 años, los combatientes más tenaces en la lucha para
impedir el olvido y lograr, a cualquier precio, la verdad y la justicia.
Nosotros también hemos conocido a algunas de estas mujeres, como a las hermanas o las sobrinas de algunos chicos protagonistas de nuestra investigación. La investigación ha sido dirigida desde Italia y el libro es fruto de un trabajo colectivo de un grupo de personas que ha indagado en el campo, en Argentina y en nuestro país, para hallar documentos, testimonios y rastros de aquellos acontecimientos.
Al autor le ha tocado la tarea de ilustrar los resultados del trabajo de todos. A decir verdad, como en todas las historias de desaparición, la investigación no está realmente concluida y, en un futuro, probablemente, otros pedazos se añadirán a los ya descritos en las páginas siguientes.
Quizás, los magistrados de ese país también escribirán una página de verdad judicial.
Advertía, sin embargo, que, aunque pasados cuarenta años, ya estaba maduro el tiempo de que conocieran, en Italia antes que nada, y también los argentinos, una extraordinaria página de historia, personal y colectiva, compuesta en la irrepetible y dramática década del ‘70 en América latina.
Aquella época histórica se había abierto, a principios de los años ’60, con el fuego de la liberación que ardía, en todo el continente, después de la victoria de la revolución cubana y que no se había apagado ni siquiera con la muerte de Ernesto Guevara en el ’67, en la sierra boliviana.
Los años ’70 empezaron, aún, con el sueño de una transformación radical de los países, los latinoamericanos, marcados por las más inaceptables desigualdades sociales y por el arbitrio absoluto de las oligarquías económicas, políticas y de las elites militares, todas expresiones de una única clase social.
Esa aspiración no se desvaneció ni siquiera después del violento derrocamiento del gobierno chileno de Unidad Popular en septiembre del ’73 y la toma del poder por parte de las fuerzas armadas, en el mismo año, también en Uruguay.
Finalmente, el sueño cesó, a finales de los años ’70, cuando los militares y sus cómplices civiles extendieron por todo el continente (Chile, Uruguay, Paraguay, Perú, Argentina, Brasil, Bolivia) también por medio de un pacto oculto, el Operativo Cóndor, ideado en Santiago de Chile, Asunción del Paraguay y Buenos Aires y apoyado activamente por la
CIA.
Para todos aquellos que confrontaban las oligarquías económicas y el poder militar, no se trató solamente de una irremediable derrota política. Aquel resultado significó, literalmente, la destrucción de todos los movimientos de
liberación surgidos en América latina a lo largo de dos décadas y, sobre todo, la destrucción física, individual, de la gran mayoría de hombres y mujeres que habían creído y luchado por una sociedad de hombres libres e iguales.
Ya estaban apresados o muertos los dirigentes y los militantes de los partidos hermanados: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria de Chile-MIR, el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros uruguayo y el Ejército de Liberación Nacional-Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia.
En tierras argentinas resistieron y, entre marzo de 1976 y mayo de 1977, finalmente fueron diezmados hombres y mujeres del Partido Revolucionario de los Trabajadores- Ejército Revolucionario del Pueblo-Juventud Guevarista, los últimos guevaristas latinoamericanos, según la risueña definición de Julio Santucho.
Los genocidas argentinos utilizaron un verbo, sumamente eficaz, para describir el método que emplearon en la lucha antisubversiva, “aniquilar”, y ese objetivo, aniquilar, en tiempos de pseudo democracia constitucional, fue estampado jurídicamente por un decreto del gobierno de Isabel Perón en 1975.
Para los terroristas de estado, “aniquilar” la subversión se convierte no sólo en reprimir individuos y grupos a través de operaciones de seguridad o conducir acciones militares contra la guerrilla, sino también, más exactamente – en esa experiencia histórica, hacia los militantes populares, sindicalistas, cuadros o dirigentes políticos, población civil –
destruir físicamente, inferir tormentos y sufrimientos, aniquilar, matar, exterminar al enemigo. Y sobre todo, hacerlo desaparecer. Ni vivos ni muertos, como afirmaba Videla, sino desaparecidos.
Cuando este resultado se alcanzó, produjo, en Argentina, uno de los más gigantescos genocidios en la historia del ‘900, una parte del más amplio exterminio que se consumó en el continente latinoamericano. Desde este punto de vista, los militares de los ’70 heredaron la ideología de la naciente oligarquía argentina y su Ejército en el siglo XIX, es decir cuando la llamada “Campaña al desierto” significó el exterminio de las comunidades aborígenes de las pampas y la Patagonia.
Sin embargo, esta tragedia no fue estudiada por investigadores e historiadores de nuestro país y, sobre todo, no se contó a los chicos y a los jóvenes en las escuelas y universidades italianas.
Un silencio que dura desde hace 40 años, como aquel que, aún hoy, impide, por ejemplo, a todos nosotros saber que, en ‘900, en Europa, antes de la segunda guerra mundial, hubo otra espantosa masacre: la cometida por franquistas españoles contra los republicanos derrotados en 1939.
Un día le pregunté a una mujer, Diana Cruces, que en los años ’70 había militado en el PRT y había padecido inclusive el encierro en la cárcel, que me ayudara a buscar personas con quienes hablar de los hechos que son la cuestión de nuestra investigación. Me respondió – sin rodeos y con palabras que me sobrecogieron – que había acontecido una masacre: “… El PRT fue diezmado por el gobierno militar. En Montoneros quedaron muchos con vida, en el PRT quedaron muy pocos con vida…”.
Cuando me preguntan por qué me ocupo de la historia argentina de los años ’60 y ’70 y frecuento los ambientes de los exiliados que viven en Italia, respondo que lo hago porque he decidido empezar a pagar, por mi parte, una vieja deuda colectiva que tenemos con esa tierra.
En aquellas dos décadas, Europa y el mundo fueron atravesados por impulsos ideales por movimientos, no sólo juveniles, que demuestran ímpetu y solidaridad internacional hacia tantos pueblos que luchaban para conquistar la independencia nacional o que estaban oprimidos por regímenes fascistas: de Cuba a Vietnam y Palestina, de la Grecia de los Coroneles a la España de Franco, que todavía usaba en 1975 el garrote contra los opositores, hasta el Chile democrático ultrajado por Pinochet.
Dimos la espalda a la Argentina que, en 1974/75, ya estaba a la merced del fascismo mientras la gobernaban Isabelita Perón y el masón López Rega y que, luego, se hundió en el horror del genocidio en los años siguientes al golpe del 24 de marzo de 1976. Es suficiente recordar, en este sentido, que, en mayo de 1974, el general Juan Perón, ya siendo presidente por tercera vez, recibió con todos los honores al dictador chileno Augusto Pinochet.
No nos contaron que en Buenos Aires como en Córdoba, en La Plata como en Tucumán cientos de chicas y chicos, también italianos o de origen italiano, fueron secuestrados, torturados de un modo salvaje, violados, asesinados a sangre fría por las calles o conducidos a un centro clandestino de detención y luego lanzados vivos de un avión, en
el inmenso Río de la Plata o en el Océano Atlántico. Esos chicos eran hijos, nietos o bisnietos de millones de italianos que escaparon de la miseria de nuestro país y emigraron a Argentina por casi un siglo, desde mediados del
‘800 hasta principios de los años ’50 del ‘900.
Nuestro país no salvó las vidas de esos chicos y, aún hoy, muchos años después del fin de la dictadura, continúa sin ayudar a los familiares para que obtengan verdad y justicia.
Aquella deuda histórica colectiva todavía se tiene que saldar y, como se sabe, estas deudas jamás prescriben. Nuestro país todavía puede honrarlo.
Los protagonistas de estas páginas son nueve chicos que, a principios de los años ’70, estudiaban en la Universidad de Buenos Aires. Todos eran militantes de la Juventud Guevarista. Sus nombres de guerra eran Cholo, Cecilia, Cindy, Irene, Julia, Lía, Quique, Toni y Vera. Irene era napolitana. Toni era hijo de una napolitana.
Pero en las historia de los demás hallamos un nexo que los unen a Italia. La vida de cada uno de ellos se entrecruzó con la de los otros siendo quebrada, finalmente, en el tremendo septiembre del ’76. Sólo Cindy logró salvarse.
Atribuyo a sus palabras la explicación del título de este libro. “El minuto” – ya no es una medida de tiempo, sino la unidad de medida de la militancia política en Argentina de los años ’70 – resume acabadamente la experiencia de vida que estos jóvenes vivieron durante los años dramáticos previos a la dictadura cívico- militar de Videla y Martínez de Hoz y nos hace comprender cuán obtusa y superficial es una visión histórica según la cual la agonía argentina empezó sólo en marzo de 1976.
Siempre he sostenido que es importante informar que el genocidio produjo 30.000 asesinatos/desaparecidos, alrededor de 8.000 presos políticos encarcelados, unos 500 hijos robados por los militares a las madres detenidas y un incalculable número de exiliados.
Pero, sin embargo, solas, las cifras no logran transmitir el sentido real de la tragedia.
Cada número de estas cifras desmedidas, en realidad, corresponden a una persona, a un hombre o a una mujer con un nombre y una vida, carne viva, sangre y sudor en el momento del suplicio.
Por eso creo que es importante, en la investigación histórica y en la transmisión de la memoria, lograr que aflore y contar la vida de las personas, devolverles un nombre y una identidad a cada uno de esos números, que conozcan quiénes eran esos chicos y chicas, que surjan del olvido – como un día me dijo uno de los testigos encontrados en la
investigación – historias por todos olvidadas.
En el fondo, creo en las palabras de Svetlana Aleksievic, extraordinaria narradora bielorusa: “…Escribo la historia de los sentimientos…la historia del alma…No la historia de la Guerra ni del Estado ni de las Vidas de los héroes, sino la historia del pequeño ser humano arrojado, de su pequeña existencia que conducía, a los épicos abismos de un
evento colosal. A la gran Historia”.
Nápoles, noviembre de 2016
Introducción a la edición en castellano
En la introducción de la edición italiana de “El Minuto” escribí que esta investigación no se había concluído y que, en un futuro, seguramente habríamos descubierto otros fragmentos de verdad sobre la vida y desaparición de los jóvenes guevaristas secuestrados en 1976. Esta previsión se ha cumplido mucho antes de lo que podía imaginarme.
Unos días después de la publicación del libro, en abril de 2017, junto a los familiares de los chicos desaparecidos, participé, en Buenos Aires, a la colocación de una “baldosa”, en Plaza Devoto, que rinde homenaje a Susana Porta, Norberto Sant’Angelo, María Eugenia López Calvo, Ruben Morresi y Silvia Zugazti.
Tuve la ocasión de conocer a otros testigos y viejos compañeros de militancia de los chicos, ex miembros de la Juventud Guevarista que, por 40 años, habían custodiado la memoria de aquella época histórica en sus propios corazones sin compartir aquellos recuerdos con nadie.
Me enteré, entonces, de algunos nuevos hechos y, en esta edición argentina, cuento lo que descubrí después de la salida italiana del libro. Así se enriquece la narración acerca de la vida y del secuestro de Laura Creatore y de
Carlos Capitman, como también la de Norberto Sant’Angelo, Silvia Zugazti, la casa de Avenida Segurola, Domingo Menna. Sobre todo, también surge nítidamente la intensa historia de Eduardo Raúl Merbilhaá, importantísimo dirigente del PRT, cuya desaparición está estrechamente vinculada a la de los chicos de Villa Devoto.
Las historias contadas en estas páginas confirman que, durante el terrorismo de Estado, la secuencia secuestro-tortura-desaparición produjo consecuencias devastadoras y representó el método por medio del cual los militares arrollaron toda forma de resistencia y obtuvieron cualquier tipo de información. En un cierto punto, esta secuencia se volvió casi invencible. Junto a ella funcionó la técnica de la infiltración y el clima de terror incluso impulsó a una generalizada delación. Ambos métodos produjeron consecuencias nefastas.
Escribe lúcidamente Pilar Calverio en su “Poder y desaparición”: “…recuerda Grass que los militares sostenían que el exterminio y la desaparición definitiva tenían una finalidad mayor: sus efectos expansivos, es decir, el terror generalizado…”.
Las vidas de los chicos protagonistas de esta historia fueron, en muchísimos aspectos, parecidas a las de tantos jóvenes de los años ’70, con las mismas ansias, con idénticas inclinaciones y un igual fuerte compromiso político. Escuchaban a los Beatles y el rock, iban a bailar y, en el cine, miraban las mismas películas que se proyectaban en Roma y en Nueva York.
Muchas y muchos, combinaban eso cultivando el folclore argentino, con sus guitarras y bombos y se alegraban en peñas entre empanadas y vino. Y los de origen italiano ni siquiera renunciaban al ritual del almuerzo de los domingos a base de ravioles, canelones o tallarines. En definitiva, sus vidas no eran heroicas ni fuera de lo común.
Sin embargo, los hechos tumultuosos que marcaron la vida de Argentina, ya a finales de 1973, es decir, la progresiva incubación de los gérmenes del terrorismo de Estado, al final rindieron sus existencias muy diferentes de las vividas por un joven europeo.
La opción de la militancia política en la más importante organización de la izquierda revolucionaria latinoamericana, el PRT, transformó radicalmente esas vidas empujándolas en la dirección de la dedicación absoluta hacia los demás y, finalmente, de la total abnegación.
La “abnegada generación de los ‘60”, así la ha definido Osvaldo Bayer. Aquellos chicos fueron jóvenes revolucionarios no porque empuñaron armas, sino porque dedicaron sus vidas, absolutamente, a la causa del rescate y de la emancipación del género humano.
Eligieron esto a través de comportamientos cotidianos como, por ejemplo, participar en la actividad de alfabetización de chicos y de personas que vivían en las villas miserias de Buenos Aires o en la distribución de alimentos de primera necesidad, libros y útiles escolares, siempre en los barrios populares de Capital Federal y en muchas provincias.
Amaron la vida, jamás se echaron atrás, ni siquiera ante la posibilidad, altísima ya en ‘74/’75, de poder ser secuestrados, torturados y asesinados. En resumen, fueron coherentemente guevaristas: “¡En una revolución, si es verdadera, se triunfa o se muere!”
En los últimos veinticinco años, en Argentina, ha florecido una vasta producción histórica sobre el PRT-ERP y también se han producido varias películas y documentales.
La investigación histórica, no obstante, no ha hecho lo mismo en la dirección del estudio de la brevísima experiencia de vida de la Juventud Guevarista, aún más breve que la del PRT-ERP. Espero que este libro reavive el interés de los historiadores y el de todos los que quieran contar la vida de los chicos y chicas de la organización juvenil del partido de Santucho.
En la Argentina de hoy, el negacionismo histórico y el revanchismo de los cómplices de los militares cuestionan algunos principios fundamentales que se han establecido durante la época en la que los Derechos Humanos han sido reconocidos como los cimientos en los que se ha construído la Argentina moderna.
El macrismo y una parte importante de los viejos partidos tradicionales de Argentina, persisten en negar el genocidio o tienden a redimensionarlo relatando la historia como una suerte de “guerra de aparatos”. Resurge así, peligrosamente, la “teoría de los dos demonios”, propalada durante la restauración constitucional de 1983, que pretende la equiparación entre las acciones de la guerrilla y las de los militares genocidas, ocultando la represión dirigida contra el movimiento obrero y una gran parte de la intelectualidad, con métodos de guerra civil.
Mejor dicho, en su relanzamiento en el tercer milenio, esta teoría asume aspectos aún más insidiosos: el intento de calificar como delitos de lesa humanidad, por lo tanto imprescriptibles, incluso las acciones armadas de las organizaciones revolucionarias argentinas.
En definitiva, es como equiparar a los partisanos italianos, los maquis franceses o los milicianos republicanos españoles con las tropas de Mussolini, Hitler y Franco.
Vale la pena recordar las palabras que las organizaciones por los Derechos Humanos han pronunciado para desestimar esta engañosa operación histórica y jurídica: “Un crimen, para ser calificado de lesa humanidad, tiene que formar parte de un ataque generalizado y sistemático a la población civil y dicho crimen tiene que ser cometido por el Estado o con su apoyo o aquiescencia”, palabras que la Corte de Casación Penal argentina
ha aplicado declarando el cierre del caso judicial sobre la muerte, en 1975, del coronel Larrabure.
La perpetración de un genocidio es parte también de una guerra, como lo fue durante la acción del nazi-fascismo. En síntesis, la propaganda oficial pretende sutilmente “admitir” que hubo crímenes de lesa humanidad repartiendo “culpas” con los insurgentes, para ocultar precisamente que la acción bélica de la dictadura fue dirigida con un sentido de clase–propietaria contra la clase trabajadora.
Sectores del poder y de la sociedad tratan de cancelar algunas categorías que han pasado a ser patrimonio común de los argentinos: terrorismo de Estado, dictadura cívico-militar-eclesiástico, genocidio, crímenes contra la Humanidad.
Conservar la memoria, continuar investigando y contar historias de militancia y de desaparición, no cesar de transmitir estas experiencias aún constituye la única forma de derrotar el revisionismo histórico y político y para proseguir el camino de la verdad y de la justicia.
Nápoles, septiembre de 2019
Prólogo
Minuto conspirativo
por Abel Bohoslavsky
Nunca hubiese imaginado que un libro escrito por un desconocido a miles de kilómetros contuviese tantas cosas que conocía. En primer lugar, la Historia. Una parte de la Historia de Argentina y una parte de lo que fue una verdadera epopeya. Cada quien accede a conocer la Historia desde algún ángulo en particular, por alguna motivación propia muy especial. El tano Pino Narducci fue sacudido cuando supo que entre las y los desaparecidos – ya casi un argentinismo – había unas cuantas tanas y unos cuantos tanos. Pero no fue un hallazgo casual. Por razones muy personales, ya tenía una identificación con esa generación de la que formó parte esa militancia de lo que fue la
Juventud Guevarista. Y tuvo la muy buena idea de bucear en las biografías de esas y esos jóvenes, para que jóvenes de hoy puedan conocer lo que la historia oficial les ha ocultado. Muchísimas cosas de sus vidas cotidianas, de sus familias, de sus trabajos y estudios, de sus gustos por una música o una comida. Y su relato recupera ese compromiso y entrega tan difíciles de entender hoy por tanta gente, de cómo y por qué asumieron un ideal, que no tenía ni tiene nada de idealista ni de utópico. Es la Historia de una juventud revolucionaria, que aspiró a transformar de raíz una sociedad que enajena y oprime, porque está basada en la explotación. Solo así se puede entender los
tramos de heroísmo que contiene este relato.
* Ese heroísmo contrasta con la criminalidad de los ejecutores del terrorismo estatal que Pino va descubriendo en una trama propia de un investigador de crímenes (nunca mejor aplicado este adjetivo calificativo a su oficio de jurista penalista). Y así nos permite conocer con nombres, apellidos y rangos militares o policiales a una tropa de cobardes
encargada por el aparato estatal para perpetrar el exterminio. Pino, conocedor de la historia del fascismo en su Italia natal, redescubre las características de un régimen que reprodujo y amplió esa características en la Argentina a la que tantas familias italianas acudieron en busca de un mejor horizonte, escapando de calamidades económicas y
políticas de su época.
* Una meticulosa investigación criminal, nos permite conocer la naturaleza de una dictadura terrorista, su entramado bélico, sus complicidades políticas, judiciales y diplomáticas y, al mismo tiempo, la vida de quienes dieron sus vidas para enfrentarla. No puedo dejar de señalar dos cosas. Una es el título que le estampó a esta investigación
con formato de libro novelado: El Minuto. Para quienes de entrada no puedan entenderlo, les comparto las mismas explicaciones que le dí al propio Pino cuando me interrogó al respecto, cuando ya estaba publicado el libro en su versión italiana.
* El minuto era en realidad la abreviación del “minuto conspirativo”, al que se le quitó en la tradición oral militante el calificativo de conspirativo, por lo “quemante” y delatante que es esa palabra. El minuto era sinónimo de coartada. Y reemplazaba esta otra palabra que también es muy “deschavante” que en nuestro lunfardo es sinónimo de “delatante”. Es probable que gran parte de la militancia ingresada después de 1973 ni siquiera conociese el origen de esto del minuto conspirativo. Se tomó de una tradición conspirativa revolucionaria europea, creo que de la época de la Segunda Guerra. Yo lo aprendí en 1969 y cada quien lo iba incorporando en su vida militante. De todas maneras, el aparato represivo conoció bastante tempranamente que la militancia usaba un minuto. Ocurrió algunas veces que al momento de capturar a militantes, los represores les preguntaran “¿cuál es el minuto?”.
* Tratándose de un grupo de la Juventud Guevarista, uno presupone que formaban un “equipo” (palabra que se usaba para reemplazar la “célula”, también mucho más delatante). Como cada equipo se reunía con mucha frecuencia, se armaba un minuto general para justificar qué estábamos haciendo juntos en ese momento. Tenía que
ser consistente, como para ser creíble para los represores, al menos por un tiempo breve. Por ejemplo, un equipo de la JG seguramente estaba compuesto por jóvenes estudiantes secundarios o universitarios ¿Qué pueden estar haciendo juntos en una casa esas y esos jóvenes? Formando un grupo de música, para lo cual, algunos al menos, deben saber tocar un instrumento y tener una guitarra, una batería, etc. Si son de la Ciudad de Buenos Aires puede ser de rock. Si son de Córdoba u otra ciudad que los porteños llaman “el interior”, folklore. Si lo de la música no va porque son ajenos a eso, se puede poner un minuto deportivo: se juntan a ver o practicar algún deporte, o se
conocen de la tribuna de tal o cual club de fútbol (o basket si son de Córdoba o Bahía Blanca). A ese minuto general hay que darle una coherencia, una historia, que todos deben dominar bien, porque hay que pensar que si son capturados, van a ser interrogados individualmente. Y todos deben repetir el mismo minuto, pero sin que parezca un minuto. Ejemplo: se conocen desde hace tres meses, en el colegio tal, o en el club tal. Al grupo lo formaron primero tres (A, B y C) y después se sumaron otros tres (D, E y F). Hay que establecer quiénes se conocieron primero y quiénes se conocieron e integraron después. Hay que establecer una especie de rutina que justifique que se reúnen una vez por semana (o dos, o tres, o cada 15 días). Hay que establecer el lugar habitual de reunión (la casa de A y la casa de B). Esas reuniones tienen que tener una constatación por terceras personas: padres, hermanos, etc. que si son interrogados por los represores, puedan contestar – aún sin saber nada de lo que el equipo hace – que
efectivamente se reúnen en tal lado con cierta periodicidad. Hay que coordinarse de cómo y cuándo se conocen A con B, o D con F. Lo mejor son vínculos del colegio o del club y en algunos casos (muy pocos) familiares.
* Pero el minuto puede fallar, porque los capturaron con “las manos en la masa”: volantes, periódicos, otros materiales, etc. Al equipo hay que inventarle un “responsable” si los represores detectan rápidamente que son un equipo de la JG. Porque los represores saben siempre que hay algún responsable que los dirige, que viene “del Partido”. A este personaje hay que inventarlo. Todos lo conocen por un nombre o apodo (Alberto, Negro, Cacho, Flaco, etc.). Y hay que inventarle una fisonomía que todos conozcan. Por ejemplo, la de un cantante juvenil o un actor conocido por todos. Cuando les preguntan a cada uno por separado, todos describen al mismo personaje. Por
ejemplo: “Alberto es un tipo alto, más o menos 1,80 m de estatura, morocho, pelo castaño…”. Siempre con la imagen del actor, cantante o jugador de fútbol conocido por todos. Y siempre echarle la culpa de todo.Este minuto debe ser recordado al comenzar cada reunión. Uno o dos integrantes del equipo lo repiten en voz alta. Pero Si te capturan en la calle, o frente a un colegio o una fábrica, cada uno debe tener un minuto propio que justifique qué estaba haciendo allí y un recorrido previo, porque te van a preguntar “¿de dónde venís?”, “¿a dónde ibas?”. De todo esto, hay cientos de variantes que cada grupo puede inventar.
Nada mejor que haber titulado El Minuto a esta historia.
* Otra cosa que me impactó cuando conocí el libro, es que Pino lo precede con una referencia al célebre personaje de Espartaco. El nombre de ese luchador líder de la sublevación de los esclavos en la Roma imperial, es una tradición revolucionaria.
¿Entonces, de dónde el impacto? En el lejano 1966, en la Córdoba que incubaba la insurgencia, un grupo de universitarios – algunos también con experiencia sindical – formamos una agrupación con ideales y objeticos socialistas. A la hora de ponerle el nombre, se me ocurrió eludir la costumbre de ponerle siglas y propuse: Espartaco.
Inmediatamente, un compañero a quien no conocía, apoyó resueltamente esa propuesta que, algunos veteranos no compartían. Ese compañero era Domingo Menna, un tano- tano, venido a la Argentina en su infancia junto a su hermanita Raquel, traídos por su madre, la costurera Irma Ferrara y su padre Pánfilo, el sastre. Venían del Abruzzo. Así nos conocimos. Mingo ya era reciente militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores, el mismo partido que años después fundará la Juventud Guevarista. El mismo que se haría mundialmente famoso, cuando estando en prisión en 1972 en la cárcel de Rawson, en plena Patagonia argentina, protagonizó una espectacular fuga con
otros combatientes, llegando hasta Trelew, capturando un avión y escapando hacia Chile. El Mingo como le decían en su casa, también aparece en El Minuto. No dejen de leerlo.
Postfación
Una huella en la memoria
por Diego Ortolani Delfino*
Leer “El Minuto”, de Pino Narducci, en las circunstancias en que lo he leído, dejará seguramente una huella indeleble en mi memoria, una más en esa larga cadena de huellas de las experiencias que uno, habiéndole tocado en suerte cierta trayectoria vital, no puede evitar, y de las que tiene que hacerse cargo por los senderos que van trazando.
Senderos que se bifurcan y luego vuelven a confluir, a veces coherente, otras caprichosamente; a veces de modo elegido, otras de modo indecidible. El signo, el valor de nuestra subjetividad y sus decursos resultan de los intrincados entrecruzamientos implícitos, y de las inevitables elecciones vitales que debemos tomar en sus encrucijadas.
En ellas la conciencia, el razonamiento, la lucidez, son fundamentales, pero no menos esenciales son la voluntad, la fe, las fuerzas del corazón y aquellas elementales de un cuerpo que, insospechadamente, así como una vez decaen, otras se reactivan.
Leer este libro entonces, en una situación precisa, no puede no dejar una huella. Llegué a Napoli por una feliz serie de circunstancias, que me portaron en definitiva a encarar una investigación sobre ese laboratorio de creatividad sociopolítica que es la ciudad ahora mismo, plena de la actividad bullente de los movimientos políticos, sociales y
culturales que la hacen erupcionar de un modo tan interesante, algunas de cuyas experiencias pude compartir.
Encontrarme, conocer y comenzar una amistad con Pino y sus compas napolitanos, en estas circunstancias, no puede sino haber acrecentado la alegría de todos esos encuentros, que seguramente nacen de las afinidades electivas y que, como decía Spinoza, incrementan la potencia del existir.
Quizás estas circunstancias, y las fuerzas (personales y colectivas) que las traman, sean las que propicien que, entre todos los sentimientos y pulsiones que estas páginas evocan (épica y drama, admiración y dolor, aliento y circunspección), tiendan a primar aquellas vitales y alentadoras. En ese sentido, un primer agradecimiento, a los contextos de lectura y sus protagonistas, por ese soplo de aliento vital.
Una parábola se traza casi por si sola entrecruzando estas experiencias, el libro de Pino y la evocación de ese bellísimo film de Francesco Patierno que es “Naples 44” (que tuve ocasión de ver, con mi familia, junto a Giuseppe Klain, otro amigo napolitano y compañero de ruta de Pino). Porque si en una ciudad así de devastada por el fascismo y la guerra como la que muestra el filme, la potencia y el ingenio popular se mantenían vivas incluso en aquellas durísimas circunstancias, y las reencontramos (todo lo cambiadas y devenidas que se quiera) en las acciones y pasiones de los movimientos napolitanos contemporáneos, las esperanzas de que hay vida después de la tragedia se actualizan. También nosotros en Argentina y en América Latina tuvimos nuestros Naples 44, nuestra devastación, y también nosotros hemos redescubierto la potencia de los movimientos y de la rebeldía después del dolor (o incluso en el dolor, como se ve en el libro, por ejemplo en el aliento inolvidable del Gringo Menna a sus compas, en aquellas terribles circunstancias). Pensar y sentir lo que surge del entrecruzamiento de estas parábolas, de estas posibilidades, es toda una inspiración, compleja y simple a la vez.
En una reseña sobre el libro “Los doblados”, de Ricardo Ragendorfer, sobre los agentes de la inteligencia militar infiltrados en la guerrilla, el columnista se preguntaba cual podía ser el valor de un libro, otro más, de los ya casi incontables que se han escrito sobre los 70 argentinos. Después de tanta tinta, y tanto tiempo, qué interés puede suscitar un libro más ahora. En ese caso, lo encontraba en esto y lo otro, en el tono, en la maestría de la escritura, en sus rejuegos con el asunto (el enfoque) bastante novedoso del tema, en su voluntad de memoria y reactualización.
Si nos preguntamos lo mismo sobre “El Minuto”, surgen muchas razones. Seguramente una no menor es aquella de recordar la historia de los 70 argentinos al lector italiano, la del genocidio pero también la de las luchas y sus potencias. Pino y sus compañeros vienen desarrollando una sostenida labor de rescate de la memoria histórica, un aporte (invaluable como lo son todos, los pequeños y los grandes) a la lucha contra la impunidad y el olvido, a través de páginas en internet, de exposiciones, de proyecciones, de la promoción de un Día oficial italiano por la memoria de las y los desaparecidos argentinos de origen italiano.
Creo que este libro condensa y relanza toda esa actividad. Lo dicho: un aporte muy valioso, que esperamos trascienda y se disemine, por medio de esa potencia perviviente de la lectura, de la reflexión y la emoción que suscita. Por supuesto, ojalá ese efecto se multiplique por medio de la traducción y la circulación entre nosotros, lectores latinoamericanos.
Se ha escrito ya (pero vale recordarlo aquí), sobre la singularidad de la lucha argentina por la memoria, la verdad y la justicia. Esa lucha, en su inigualable extensión e insistencia, ha nutrido las fuerzas para la apertura de las brechas en la dominación que nos legó el terrorismo de Estado, ha estado en la base de las emergencias populares que han cuestionado ese dominio, devenido neoliberalismo en la posdictadura, y por su ejemplaridad no tiene parangón casi en la historia contemporánea, por lo cual ha sido y sigue siendo una inspiración universal. Creo que de alguna manera este libro viene a inscribirse en esos afanes, y a su modo y según sus posibilidades, a alentarlos.
Porque se verá que este libro, hablando de la trayectoria vital de una ragazza napolitana guevarista y perretiana, no habla sólo de ella, sino también de las vidas de sus compañeros y compañeras, de las luchas de su generación y de su época. No es sólo una denuncia y un clamor por verdad y justicia (irrenunciables y siempre necesarios), sino también evocación de las potencias de aquellas luchas. Siento que en este libro se despliegan la habilidad y los recursos de un investigador como Pino, y a la vez también un sentido compromiso histórico y afectivo con los protagonistas, con sus sueños y esfuerzos revolucionarios.
Recuerdo cuando era pequeño y veía, en las paredes de mi casa del exilio cubano (que ya no sería luego exilio sino segunda patria), los posters de los comités italianos de solidaridad con las víctimas del terrorismo de Estado argentino. Las primeras palabras que conocí y aprendí del italiano (unas pocas) las vi en esos posters. Luego sabría que la solidaridad italiana con las luchas argentinas contra la impunidad, por la denuncia del genocidio y todo ello, había sido casi única en su intensidad (si bien insuficiente ante la indiferencia oficial del Estado italiano). Sabría que muchas veces, en muchos otros contextos, hubo desconocimiento u olvido del drama argentino, y que fue en Italia donde la solidaridad fue más activa. Creo que este libro prolonga de alguna manera aquella solidaridad inolvidable pero poco conocida, sobre lo cual espero que estos esfuerzos contemporáneos la desempolven y contribuyan a darle su merecido lugar en nuestra historia.
Con todo lo que cuesta hablar desde lo personal frente a una lectura como esta, no puedo dejar de sentir y expresar una gran emoción por la mención de mi madre, Liliana Delfino, del Robi Santucho, del “tío Alberto” (Eduardo Merbilhaá) y de otros familiares y presencias de mi más tierna infancia, más que hermanados con María Rosaria y sus compañeros en los sueños y los sacrificios. Como lo estuvo también mi padre, Luis Ortolani, recientemente fallecido pero fiel siempre a esta historia dura y luminosa a la vez. En un momento especial del cruce de la historia con lo personal (una vez más, y en varios sentidos ahora de manera nuevamente conmocionante), me cuesta dejar este sentimiento de lado.
Hay algo específico en este libro que se insinúa y que puede resguardar un interés particular. En la historización sobre los 70 se ha escrito sobre cuestiones tan interesantes, por ejemplo, como aquellas de en qué modo, en la vida cotidiana de las organizaciones revolucionarias, en sus espacios y tiempos concretos (las casas clandestinas, las escuelas de formación, las relaciones sociales e interpersonales, etcétera), se ensayaban formas de vida (la cuestión del “hombre nuevo”), una producción de subjetividades emancipadas de modo performático, se diría, y varias cuestiones de interés similar. No sin tensiones éticas, morales y afectivas de todo tipo, también. En ese sentido, el tema de la juventud, ese modo de ser social que emerge con fuerza en los 60 y los 70, poniéndose a sí misma como categoría sociológica y teórica incluso -de manera similar a los estudiantes-, planea sobre estas páginas y deja varias hebras que seguir y pensar. Los protagonistas de esta historia no eran sólo militantes revolucionarios, eran también jóvenes militantes de los 60 y los 70.
En su obra “Formas de vida: el arte moderno y la invención de sí”, Nicolás Bourriaud, con respecto a la evocación, al recuento y la historización de las vanguardias artísticas del siglo XX, de sus decursos críticos y revolucionarios (desde el asunto de la puesta en cuestión del lugar de la institución arte y sus formas, hasta el enunciado de la identificación del arte con la vida, como una praxis transformadora indiscernible de la vida, tan en diálogo con aquel otro del hombre nuevo), se pregunta por qué valor puede tener tal evocación en una época en la cual el capitalismo tiende a subsumir al arte en la lógica mercantil/neoliberal, a tornarlo mero gadget publicitario, repetición al infinito de invenciones ingeniosas que parecen no tener capacidad crítica casi, ingeniosidades para las que la historia de las vanguardias funcionan como un catálogo de estériles sugerencias y guiños. Bourriaud se responde que es en la evocación misma de las preguntas de las vanguardias, de la historia vivida y enraizada de las cuales surgieron, de las potencias críticas y creativas que pusieron en juego y laten en esa historia, donde asoma el valor de tal recuento, operación que habilita siempre un diálogo genuino con el presente, a condición de que este inspire el soplo crítico y revolucionario de tal historia, y no lo deje morir. Probablemente algo similar nos podamos preguntar con respecto a las vanguardias políticas, parte de cuya historia (en un contexto preciso), de sus sueños y sus tragedias, se evoca en estas páginas. Quizás ese sea en una medida el sentido de las bellas palabras de Eduardo Galeano que nos recuerda Pino, sobre nombrar y traer de vuelta.
Mucho se ha discutido en Argentina, debates que con distintos énfasis y tonos se han dado de modo similar en tantos otros contextos latinoamericanos, sobre los problemas de estrategias y tácticas políticas de las vanguardias revolucionarias de los 70. Algunos de aquellos debates (que nos acaloraron tanto a tantos, en los 70 y también después) hoy son inactuales y estériles. Otros conservan probablemente su actualidad. Frente al estado actual de nuestro mundo, en todo caso, hay algo fundamental de esos debates que se reactualiza casi solo, aquello de la posibilidad de la transformación profunda de una realidad injusta que está en estado prácticamente de catástrofe civilizatoria. La vida no es sólo revolución, como nos cuentan las mismas historias de María Rosaria y sus compañeros, plenas de humanidad, de alegrías y desventuras cotidianas, sencillas y vivaces como las de cualquier ser humano. Pero también puede serlo, nos dicen quizás, nombradas y traídas -como quería Galeano- por este libro. Otra cosa es cuáles pueden ser sus caminos hoy, pero nombrar y traer permite recordarlo. De modo que el aniquilamiento, ese específico y razonado objetivo del genocidio, que el libro enfoca con avisada mirada, no se consume definitivamente.
Gracias a su autor y a sus colaboradores por este empeño, por entretejer unos hilos que unen a Napoli, a Italia, a Argentina, a América Latina.
*Diego Ortolani Delfino es hijo de dos importantes dirigentes del PRT, Luis Ortolani y Liliana Delfino, desaparecida en 1976. Exiliado con su familia adoptiva Santucho ese mismo 1976 en Cuba, a los 6 años, creció en la isla compartiendo la suerte del pueblo y la revolución cubana. Se licenció en Biología en la Universidad de La Habana. En 1993 retornó al sur y participó en las luchas contra la impunidad y por la memoria, militando en las agrupaciones Hijos y en la Comisión Funa en Chile. También participó en otros ámbitos activistas, colaborando en Argentina con el Colectivo El Mate, la Cátedra Libre Ché Guevara de la UBA, con el colectivo de investigación militante Situaciones y la editorial Tinta Limón, así como en Chile con diversos espacios militantes. Actualmente vive en Santiago de Chile con su familia, escribe y colabora con redes activistas.