SOBRE CÓMO SE ENSEÑA A ODIAR AL OPRIMIDO Y AMAR AL OPRESOR

Una marcha multitudinaria baja desde la ciudad de El Alto a la ciudad de La Paz. Los marchistas, aymaras alteños y de provincias, exigen la renuncia de Soledad Chapetón, alcaldesa de esa ciudad, Felix Patzi, gobernador de La Paz y Yanine Añez, presidenta ‘de facto’ de Bolivia y, sobre todo, exigen respeto a su dignidad mellada como pueblo indio desde que la Whipala, bandera india andina, fue vejada por la policía y Fernando Camacho en la plaza Murillo. Sin embargo, esta marcha pasa casi desapercibida. A diferencia de los cabildos convocados en Santa Cruz o La Paz por los comités cívicos y el CONADE, recibe poco o nula cobertura mediática. ¿Dónde están los medios?

Evo vivía como un jeque árabe

Los medios están ocupados, en ese mismo instante, transmitiendo en vivo las intimidades del ex-presidente Evo Morales. Hasta ese día, corría el rumor de que Evo Morales había mandado construir una nueva estructura anexa al histórico y pequeño palacio ejecutivo por ínfulas de grandeza y que, en realidad, ese nuevo edificio de apariencia monolítica era su nueva casa. En su interior, se decía, se encontraba una residencia consagrada a la molicie y el exceso que, por fin, ahora la nueva ministra de comunicación, Roxana Lizárraga, osaba mostrar al mundo. En efecto, la ministra estaba ocupadísima describiendo al grupo de periodistas congregados para el caso los lujos que el ex-mandatario disfrutaba en su suite presidencial mientras que allá afuera, a unos cuantos manzanos de distancia, un pueblo entero exigía ser escuchado en sus demandas. La ministra guía al grupo de periodistas a través del departamento, señala los pisos de machimbre que, se supone y según ella, valen muchísimo, no se sabe cuánto, pero valen; los muebles de madera que, también, valen muchísimo, no se sabe cuánto, pero valen; el dormitorio que tiene una cama de dos plazas que, igualmente, no se sabe cuánto, pero vale mucho y así por delante, la cocina, el baño. El departamento, con todo, luce vacío de aquellos lujos largamente denunciados. Está lo esencial, de calidad, es cierto, pero eso parece no importarle a la ministra que comienza a sostener ante los periodistas curiosos, como buena vendedora de bagatelas, que la austeridad del departamento (que se supone también contaba con una gimnasio y sala de masajes) se debe al robo que sufrió en los días previos antes del abandono. La ministra aclara que se llevaron computadoras y otros adornos que decoraban el departamento, que, como todo lo demás, valía muchísimo, no se sabe cuánto, pero valían. Se detiene en su caminar y concluye sentenciando, con tono de infamia: ‘no pudieron llevarse el mármol de las paredes del baño porque no les dio el tiempo’. Comienzan las preguntas y un periodista pregunta: ¿existe algún inventario de las cosas que realmente tenía el departamento? La ministra sin vacilar responde: “No lo conocemos” Pues bien, entonces cabía hacer la pregunta, si no lo conocen, luego, ¿cómo pueden afirmar que este departamento estaba lleno de todas las cosas que usted afirma conocer? La pregunta flotó en el aire, pero nadie se atrevió a formularla. En estos momentos, la prensa hegemónica boliviana no está dispuesta a hacer preguntas de ese tipo.

Según la Defensoría del Pueblo, al día de hoy ya son 32 muertos desde que Yanine Añez tomo el poder de facto. Durante las tres semanas de la revolución de colores que precedieron a la renuncia de Evo Morales, solo murieron dos personas en enfrentamientos entre civiles. Las 32 muertes en cambio, son producto de la represión que la policía y el ejército realizan de modo combinado y artero. Pero eso ahora no importa. Que los medios de prensa se hayan interesado por el ‘destape’ de los aposentos de un “jeque árabe” (en las propias palabras de la ministra) en lugar de ocuparse plenamente de la cobertura de la marcha alteña revela un viraje, una toma de posición a favor de un sujeto político. Una toma de posición que tiene un método. Es necesario pacificar los ánimos y neutralizar la opinión pública en una especie de limbo sin contradicciones para imponer una narrativa: los días difíciles ya terminaron, el dictador (Evo) huyó y triunfó la revolución democrática, por tanto, dediquémonos a exhibir sus vergüenzas para que tomen consciencia de lo malvado que era, las marchas que suceden allá afuera, solo son grupos de personas manipuladas, violentas, ya se cansarán y comprenderán que es mejor llevar la fiesta en paz. Aquí no pasó nada que no tenga que ver con la maldad de Evo. El futuro es brillante.

En Bolivia estamos ante una estrategia comunicacional cuya coherencia, paradójicamente, radica en su incoherencia. No importa saber cuánto realmente vale un departamento ni que realmente contenía, lo que importa es transmitir el mensaje de que ese departamento era carísimo y tenía muchas cosas lujosas, luego la historia es veraz porque confirma una creencia previa: el departamento era carísimo y tenía muchas cosas lujosas. Una tautología que se acepta no porque sea lógica sino porque es discursivamente pertinente a un sistema de afectos que precondicionan cualquier acceso previo a la realidad. La noticia no busca ser un portal de acceso a la realidad, en cambio, busca transmitir un mensaje incoherente que se repite constantemente. No importa el cómo se lo formule ni que sea veraz. El mensaje promete a un deseo, a una corporalidad necesitada su satisfacción. Por eso es tan bien recibido desde una apertura que no cuestiona ni evalúa la cualidad de lo recibido. Esto es, el mensaje crea un receptor mediante el condicionamiento. Condiciona al público mediante una promesa: “todo está bien en medio del caos.” La audiencia comienza a ser condicionada a solo desear buenas nuevas, aunque sean mentiras, aunque sean redundantes, aunque sean parciales. Las audiencias son el perro de Pavlov. Suena la campanilla del mensaje. El perro saliva. Y eso es lo que pretende hacer la prensa hegemónica en Bolivia. Predefine el mensaje al mismo tiempo que produce una audiencia que solo quiere consumir un tipo determinado de mensaje. A esa operación se le llama Cerco Mediático. Mostrar solo lo mínimo de los hechos y lo máximo de programas basura, novelas, deportes y películas que hacen salivar al perro. El fascismo termina por crear un pueblo a su semejanza.

La Masacre de Sacaba y Senkata

No importa que una noticia sea coherente, lo que importa es el mensaje. El pasado 15 de noviembre fueron asesinados en Sacaba, Cochabamba nueve personas. Según la policía, las muertes fueron provocadas por agentes extranjeros que portaban armas letales y que estaban infiltrados entre los propios manifestantes. Esto es, los protestantes se mataron entre ellos. ¿Quién lo dice? La policía que hasta antes del motín era tan mentirosa, como la OEA. Pasó el motín y la institución más corrupta del Estado boliviano ahora es sumamente confiable. La prensa hace eco. Y surgen las pruebas. Sucede que las fuerzas armadas y la policía reprimió porque los supuestos protestantes portaban armas letales. Estas armas fueron decomisadas. Pero la prensa no cuestiona por el cómo llegaron tales armas. Al parecer, fueron incautadas sin resistencia, casi como por arte de magia. No hubo ni un policía muerto ni soldado herido, nada de nada en ese operativo. La prensa solo repite lo que la policía y el ejército transmiten mediante sus comunicados públicos. Si la policía y el ejército dicen que fueron incautados a los protestantes, entonces la prensa infiere automáticamente: “He ahí a los terroristas” y se apoya en un video en el que aparecen hombres que portaban supuestas armas letales, caminando en medio de la ‘horda’ y que por sí mismo no es concluyente. Por el contrario, las crudas imágenes y videos captadas por los mismos protestantes en sus celulares y en las cuales se puede ver, en primer plano, soldados disparando desde un puente o desde un helicóptero, son pasadas de largo. Esas imágenes no aparecen en los mass media y, si lo hacen, aparecen una vez para no hacerlo más. La masacre no aparece en los titulares como represión, ahora el término es ‘enfrentamiento’. Quienes protestan ya no son ciudadanos, ahora son ‘afines al MAS’.

El 19 de noviembre, en la ciudad de El Alto, el ejército y la policía en un operativo conjunto intervienen la planta de procesamiento de combustibles de Senkata. La escasez de combustible es tan fuerte que, al parecer, ni la policía ni el ejército tienen ya reservas suficientes para movilizar sus propias unidades mecanizadas, esenciales para someter las protestas. La ciudad de La Paz, contigua a la de El Alto, sufría también con esa escasez. Pero la planta estaba rodeada de ciudadanos que así expresaban su protesta contra la investidura de facto de Yanine Áñez y su racismo anti-andino. Sin combustible los policías y militares verían reducidas sus capacidades operativas. La intervención era forzosa. Fueron asesinadas nueve personas. La cobertura del evento, como el de Sacaba, parte siempre desde el punto de vista de la policía y el ejército. El mecanismo para justificar la intervención a sangre y fuego es idéntico. Quienes protestaban pacíficamente en realidad no eran pacíficos. Eran suicidas que querían hacer explotar la planta, por eso tumbaron un muro, luego la policía y el ejército intervino porque de otro modo habría sucedido un desastre. ¿Las pruebas? Esa misma noche, casualmente aparece un video (que tiene incoherencias de sonido y espacio) en el cual Evo Morales se comunicó con un ‘narcotraficante’ de poca monta, por celular, para azuzar a la confrontación desde El Alto. Por supuesto, la prensa no cuestiona la coherencia de tal video. A ella solo le importa que transmita un mensaje: “Evo es el culpable de las muertes en Senkata porque incita a la confrontación violenta.” Los videos sobre desastres que atañen a plantas de combustibles también aparecieron como hongos en las redes sociales. Por otro lado, el ministro Justiniano afirmo cínicamente que “el ejército no disparó ni un solo proyectil” Por supuesto, esto tampoco significa nada para la prensa hegemónica. Los videos, las imágenes que circulan profusamente en Facebook, en las que se evidencian militares y policías, de nuevo disparando contra su pueblo son ilusiones. Lo que la prensa hegemónica transmite, en cambio, es la verdad.

¿Quién lo dice? La policía y el ejército. Y la prensa hace eco. Por supuesto, si los cocaleros dicen que no fueron ellos los que se mataron entre sí, entonces mienten. ¿Por qué? Porque son cocaleros, o sea, una especie degradada de ser humano que miente por mentir. Si quienes estaban siendo gasificados y reprimidos en Senkata dicen que no querían hacen explotar la planta entonces mienten y así por delante. En consecuencia, los cocaleros debían ser salvados por los policias, no vaya a ser que terminen matándose entre ellos y los vecinos de Senkata, alias ‘afines al MAS’, por su parte, debían ser disuadidos a balazos para no provocar una catástrofe a su alrededor. Pero esta forma de actuar es ya libreto viejo propio de las dictaduras militares. Hoy se llama post-verdad. Quien estudie mínimamente la historia de los golpes de Estado o, al menos el golpe que Pinochet, advertirá el nefasto papel que le cupo a los medios de comunicación, cuyos dueños pertenecían a la alta burguesía, en la legitimación de la violación sistemática de los derechos humanos. El caso de El Mercurio de Chile después del golpe de Estado de Pinochet contra Allende es paradigmático al respecto. Es célebre el modo como ese periódico inventó dos fuentes extranjeras para crear una realidad invertida en la cual los asesinados en realidad eran los asesinos y los asesinos eran los que se defendían y defendían a la sociedad de las locuras de los asesinados que, al fin, según la prensa, son los asesinos. Se le llama El Caso de los 119[1] porque ese es el número de personas que fueron registradas como desaparecidas por el régimen de Pinochet y de las cuales se desconocía su paradero hasta que el Mercurio hizo público que todas ellas, militantes de izquierda por cierto, fueron asesinadas en Argentina, Colombia, Venezuela, Panamá, México y Francia por los mismos grupos de izquierda a los que pertenecían y que, por tanto, implícitamente el ejército de Chile había tomado el control del gobierno para evitar que tales suicidas y dementes hicieran lo mismo con el país. Conclusión: los militantes de izquierda se matan entre ellos, no tienen noción del bien y del mal, son suicidas, irracionales. El ejército, en cambio, nos salva de ellos. Lo que dice la prensa, lo dice el gobierno, lo dice la policía y el ejército y todos ellos coordinan el ‘dice que’.. A eso se llama post-verdad: la coherencia en afirmar la incoherencia.  Para ello, antes, es necesario desautorizar al antagonista político como interlocutor válido. Importa un bledo lo que digan los asesinados. De antemano están equivocados, son falsos en sus declaraciones orgullosas por lo tanto hay que salvarlos de su locura, de su hibris, incluso a balazos.

Esta prensa se aboca ampliamente a mostrar las contradicciones que surgen al interior de las protestas populares, pero no se molesta, por ejemplo, en abrir un debate sobre los fines de un gobierno transitorio cuyo propósito  debería consistir únicamente en llamar a nuevas elecciones y que, en los hechos, se identifica con una ideología política, toma medidas económicas de fondo, comienza a romper compromisos internacionales y reprime al pueblo. No pone en tela de juicio la autoposesión de Yanine Añez, legalmente cuestionable e ilégitima, no manifiesta el mínimo interés en sus declaraciones racistas ni en los antecedentes éticos de sus ministros. Importa poco que un ministro haya sido antes el defensor de un grupo de jóvenes (llamados La Manada) que fueron acusados de violar a una adolescente. Para ellos el infierno que padece el pueblo no existe. Es una ilusión, ¿por qué? Porque lo dicen ellos.

La mediocracia

En Bolivia, militares y policías no podrían socapar sus bravuconadas si no tuvieran a la prensa como cómplice. Estamos, pues, ante un golpe de Estado también mediático, un experimento que se sirve de los mass media para imponer una ideología, una visión del mundo favorable a una derecha oligárquica y racista. Por eso la frase de Malcon X está hoy más vigente que nunca: “Cuídate de los medios de comunicación porque vas a terminar odiando al oprimido y amando al opresor”

En un artículo publicado por, Thierry Meyssan, Propaganda y postverdad,[2] en el cual reflexiona sobre el modo cómo se empleó la propaganda mediatica para justificar intervenciones extranjeras en  Medio Oriente y posicionar la opinión pública a favor de tales intervencions, sostiene una toma de consciencia racionalista como antídoto para que el mecanismo condicionador de la post-verdad se disuelva. En efecto, Meyssan dice: “El antídoto contra la postverdad no es el llamado fact checking –término de moda para ‎designar la “verificación de los hechos”. La verificación de los hechos ha sido desde siempre la ‎base misma del trabajo de periodistas e historiadores. El verdadero antídoto contra la postverdad ‎es el simple restablecimiento de la lógica.”

Pero hay personas cultas que no logran percibir a la post-verdad; hubo pueblos enteros que marcharon a la muerte de modo consciente y lúcido. La lógica no es la solución para una cuestión ilógica si bien la lógica permite detectar la incoherencia de un mensaje ello no significa que acto seguido el mensaje vaya a perder dejar de mover a la acción. Al menos, la lógica formal no puede hacer eso. El darse cuenta de la incoherencia de un mensaje que se presenta como coherente y por ende real es un primer paso pero es necesario ir al fondo de la cuestión. Si la post-verdad tiene éxito es porque la gente, en el fondo, desea que se reiteren sus creencias, aunque ello significa que le mientan sobre la realidad. El mundo objetivo es subjetivo y que sea así es un hecho objetivo, aunque quien ponga esa objetividad sea alguien intrínsecamente subjetivo. Lo anterior es una forma de formular lo que la física cuántica viene sosteniendo desde décadas atrás: el observador modifica la realidad que observa. Lo objetivo es subjetivo y por tanto, si la inversión de la realidad es efectiva, si los asesinos aparecen como los asesinados y los asesinados como los asesinos, es porque hay una explicación mítica que brinda sentido a un sinsentido: la muerte del hermano como solución al conflicto es la única salida. Esa explicación mítica, a su turno, se apoya en un sistema de afectos pertinentes a tal explicación mítica. Es la vivencia orgiástica de la vida como vitalidad falsa, la abreación fascista de la violencia. Por eso, la post-verdad triunfa. Por eso se termina odiando al oprimido y amando al opresor. No importa si las justificaciones son incoherentes y disconexas. Lo importante es que sean pertinentes a un mito y que sean sentidas y que ese sentimiento, en última instancia, sea el criterio de verdad.

Por ello una democracia real no puede obviar el debate sobre las condiciones que permiten vivir. Creo que esa es la única forma de tratar con los mitos que son condición humana con los sistemas de afectos que tienen todos los seres humanos. Y este debate debe comenzar en torno al mito de la instauración de la muerte como solución para la convivencia. En efecto, cuando la muerte es instaurada como solución para vivir la realidad se disuelve. Los problemas reales no son asumidos.  Y como la realidad no es asumida es necesario crear una realidad paralela, virtual, en el cual la realidad virtual pasa a ser la realidad real. Es necesario crear una realidad que viva alimentándose de la muerte. La realidad real ya no importa. Las contradicciones reales tampoco. Las demandas de la realidad virtual son aquellas que deben ser atendidas. Los asesinados eran, ‘en realidad’, narcotraficantes; los ciudadanos ‘eran’ masistas luego la muerte del hermano no fue un asesinato sino una acción necesaria y antisubversiva. La muerte aparece como vida. Eso es lo que está pasando ahora en Bolivia. Los medios de comunicación están produciendo una realidad virtual que evade sistemáticamente una condición sin la cual la democracia y por ende la convivencia no pueden ser posibles: el reconocimiento del otro como un ser humano y que, por tanto, merece credibilidad y respeto a su dignidad sagrada. Están produciendo una mediocracia que, según el escritor Rafael Bautista, es una “pres-titución”, o sea una institución cuya razón de ser radica en mentir, calumniar, difamar, etc., con tal de que se le pague bien. Relega la realidad para imponer su propia realidad virtual en función de quien se la banque más.

Pero si la realidad virtual puede ser incoherente, los asesinos pueden ser las víctimas y los países que reciben un préstamo del FMI pueden estar siendo, no endeudados, sino salvados por el dios capital; en la realidad real, en cambio eso es imposible. Un país endeudado es un pueblo endeudado y el asesinato del hermano, por mucho que sea interpretado, tiene un efecto negativo. Genera odio, venganza, deshumanización. La muerte del hermano es el pecado fundamental. Es el pecado político fundamental. Es más, se puede afirmar que la política nace en cuanto la humanidad se abstiene de matar.

En términos operativos esto significaría una afirmación del derecho a la información veraz. La libertad de expresión no basta por si sola. Por lo mismo, significaría traer a la mesa de debate el racismo como fundamento del fascismo.

 

Al momento de terminar este escrito, la marcha masiva que descendía desde El Alto, con los féretros de los asesinados en Senkata fue gasificada.

 

Referencias

[1] http://www.memoriaviva.com/Desaparecidos/119.htm

[2] https://www.voltairenet.org/article208232.html

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