Si bien los pueblos originarios fueron reconocidos por San Martín y Belgrano y una copia de la Constitución fue traducida al quechua y al aymará, quedaron relegados del proyecto de país que comenzó a tomar forma en 1816. La oportunidad histórica de reafirmar la Patria Grande. Opinan el antropólogo Fernando Miguel Pepe y la periodista y docente especializada en cuestión indígena, Zulema Enríquez.
Imagen: Ramiro Lopez Crespo
09/07/2020
El 9 de Julio de 1816 en la “Casita” de Tucumán, se firmó el acta de la independencia. Así lo contaron los manuales de historia y así fue replicado en celebraciones oficiales y actos escolares, quienes omitieron que en ese proyecto de país, al menos para un sector, los pueblos originarios estaban en agenda. Su valor fue reconocido por José de San Martín y Manuel Belgrano, llamados con el tiempo a ser los grandes hombres de la Patria. Una copia de la Constitución fue traducida al quechua y al aymará y el propio Belgrano planteó una monarquía constitucional con rey indígena y sede en Cuzco. El proyecto de una Patria grande que murió antes de nacer, que soportó las peores persecuciones y que dos siglos después, vuelve a estar en discusión.
El antes
“La resistencia de los pueblos originarios ante el invasor español data de los mismos tiempos de la conquista y sus cien mil muertos no pudieron callar la transmisión oral”, cuenta a Abraxas el antropólogo Fernando Miguel Pepe. Toda esta tradición caló muy hondo en algunos sectores de la sociedad y se expandió a los revolucionarios de mayo. “Bernardo Monteagudo escribió su tesis sobre Tupac Amaru y tanto él como Mariano Moreno y Juan José Castelli estudiaron en la Universidad de Chuquisaca”, agrega Pepe.
Para entender cómo los pueblos originarios ingresaron en la agenda política de Tucumán hay que centrarse en los días de mayo de 1810. “La revolución llevó a cabo acciones pacíficas, diplomáticas y comerciales con los pueblos originarios de la Argentina e implementó medidas claramente revolucionarias que no tardarían en beneficiar a las comunidades”, sostiene el antropólogo y destaca las figuras de Moreno –como ideólogo desde su cargo de Secretario de Guerra y Gobierno– y de Castelli y Manuel Belgrano, como ejecutores a cargo.
Al mando del ejército del Norte, Castelli dio órdenes de liberar al Alto Perú, declaró en diciembre de 1810 la emancipación y la anulación total del tributo impuesto a los pueblos originarios, equiparó a los nativos con los criollos y los declaró aptos para ocupar todos los cargos del Estado. De acuerdo con Pepe, su política de integración estaba clara. “Tradujo al quechua y al aymará los principales decretos de la junta, abrió escuelas bilingües e implementó el reparto gratuito de tierras para las comunidades”.
Por su parte, el antropólogo apunta que Belgrano, en su misión al Paraguay, “bautizó sus cañones con los nombres de ‘Marangoré’ y ‘Túpac Amaru’ en honor a los héroes originarios que defendieron la libertad en nuestro territorio, e implementó las medidas revolucionarias en las tierras de las misiones jesuíticas”.
En este mismo sentido que hoy llamaríamos progresista, la Asamblea del Año XIII dictaminó la liberación de vientres. También, en pos de una identidad nacional, aprobó la marcha patriótica compuesta por Vicente López y Planes y Blas Parera. Entre sus veinte estrofas, que constituían el antecedente del Himno Nacional Argentino, la cuestión indígena también estaba presente. “Se conmueven del Inca las tumbas /y en sus huesos revive el ardor/ lo que ve renovando a sus hijos /de la Patria el antiguo esplendor”. Estos antecedentes, en combustión con algunas ideas que Belgrano había recogido en su viaje diplomático por tierras europeas, acaloraron las jornadas en el Congreso de Tucumán.
El durante: los días de julio
El 6 de julio Belgrano informa en una sesión secreta del Congreso de Tucumán su experiencia obtenida en Europa a partir de la cual considera que el republicanismo había quedado atrás y se vivía un espíritu de monarquización. “La monarquía atemperada resulta la forma de gobierno más conveniente para estas provincias”, argumenta Belgrano, y prosigue en que el monarca “debe pertenecer a la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono”.
Este imperio tendría su capital en el Cuzco y la corona sería entregada posiblemente a Juan Bautista Túpac Amaru, el hermano menor del legendario José Gabriel Túpac Amaru, líder del levantamiento de 1780. Otro candidato era Dionisio Inca Yupanqui, cercano militar e ideológicamente a San Martín.
“Existía el modelo de pensarnos como pueblo liberado, una América Latina, que es criolla, pero también mestiza, negra, afro e indígena”, interpreta en diálogo con Abraxas Zulema Enríquez, periodista y docente a cargo del área de Pueblos Originarios en la Secretaría de Derechos Humanos de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social en la Universidad Nacional de La Plata.
La Independencia fue proclamada el martes 9 de julio de 1816. Con todos estos debates presentes en las tertulias independentistas, no debe sorprender la traducción del acta a las lenguas quechua y aymará. Lo que llama la atención es la poca difusión que tuvo en los manuales de historia oficial. También, que sea casi lo único que referencie a la cuestión indígena en los procesos revolucionarios. “Desafortunadamente no tenemos muchos registro del accionar de nuestros antepasados en el momento de construcción del Estado nación. No hay nada escrito por la historia oficial y sólo queda lo que se fue transmitiendo oralmente”, apunta Enríquez.
En su libro sobre San Martín, Seamos libres y lo demás no importa nada, Norberto Galasso refleja los debates en Tucumán en torno a la monarquía indígena. Durante los días posteriores a la firma del acta, la proclama belgraniana fue consiguiendo cada vez más adeptos. El diputado catamarqueño Manuel Antonio de Acevedo se manifiesta a favor y luego se suman los representantes del Alto Perú, como José Mariano Serrano (Charcas), José Pacheco de Melo, Mariano Sánchez de Loria y Pedro Ignacio de Rivera.
El 1° de agosto suma su apoyo Tucumán, mientras los representantes de Cuyo se encuentran divididos. Claro que hay una oponente de fuste a la cuestión monárquica y no es otra que Buenos Aires. Tomás de Anchorena es quien levanta la voz contra la monarquía constitucional. “Las diferencias que caracterizan los altos de los llanos del territorio y el hábito y costumbres de unos y otros habitantes”, argumenta en su discurso del 6 de agosto. Bajo esta presunción republicana, su rechazo a la postura de Belgrano encierra otras cuestiones más profundas.
En una carta enviada a Juan Manuel de Rosas y fechada en 1846, Anchorena evoca cómo fue tomada la propuesta de Belgrano en aquella reunión secreta. “Al oír eso, los diputados de Buenos Aires y algunos otros nos quedamos atónitos con lo ridículo y extravagante de la idea”, escribió Anchorena, quien en contrapartida vio “brillar el contento en los diputados cuicos del Alto Perú (…) y en el de las otras provincias”. Es necesario detenerse en la adjetivación “cuicos”, proveniente de “cuica”, que significa lombriz en idioma quechua. “Se asocia a inasible, escurridizo, difícil de agarrar y alcanza un significado despectivo en el sentido de ‘gente sinuosa’”, interpreta Galasso.
Mientras unos se entusiasmaban con la idea, otros no salían de su estupor. Continúa Anchorena: “Tuvimos que callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento, quedando al mismo tiempo admirados de que hubiese salido de la boca del General Belgrano. Se entusiasmó la cuicada y una multitud de provincianos congresales y no congresales con tal calor, que los diputados de Buenos Aires tuvimos que manifestar tocados de igual entusiasmo por evitar una dislocación general en toda la república”.
Más que oponerse a la idea de una monarquía constitucional, lo que alteraba a Anchorena era que el elegido fuera “un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono del monarca”. Tampoco le hacía gracia ampliar la base social de la revolución. Y mucho menos, perder el centralismo y los beneficios de Buenos Aires, acaso la madre de todas las batallas.
¿Qué hubiera pasado si se votaba la propuesta de Belgrano? “Si bien nosotros no realizamos análisis contrafácticos –responde Pepe–, uno quisiera soñar que se hubiera logrado consolidar un territorio, que finalmente se desmembró en varios países debilitando así el sueño bolivariano.” Lo concreto es que la idea fue perdiéndose en discusiones y cuando el Congreso se mudó a Buenos Aires, quedó sepultada bajo las páginas de la historia oficial.
El después
¿Cuándo empezó a derrumbarse el proyecto de un país que incluyera a los pueblos originarios? “Salvo algunos apoyos de Rosas, el proyecto revolucionario va perdiendo fuerza progresivamente hasta llegar al genocidio roquista de 1879”, analiza Pepe. Para ese entonces, el país político, intelectual, científico ya miraba a Europa y los pueblos originarios pasaron de la invisibilización a la persecución y el exterminio. “Había otro mapa político respecto al que diseñó Buenos Aires y que nos enseñaron”, explica Enríquez y agrega: “Ahí nos damos cuenta de la negación de la otredad, siempre inferior, salvaje, en el lado de la barbarie y contraria a la civilización”. Ya nada quedaba del paso indígena por la independencia. Ni siquiera sus menciones en el himno, quitadas durante la segunda presidencia de Roca por considerarlas ofensivas contra el reino español.
El hoy
A 204 de la declaración de la independencia, y a pesar de algunos retrocesos a nivel continental los movimientos indígenas viven una época de reivindicaciones. Una situación que tuvo su germen subterráneo en los movimientos de los contrafestejos por el V Centenario del llamado Descubrimiento de América. Que tuvo un hito en el reconocimiento de la reforma constitucional de 1994 a la preexistencia de los pueblos originarios. Y que tuvo su clímax en los primeros años de este siglo cuando buena parte de la región se alineó nuevamente bajo aquella idea de la Patria grande. “Hubo un contexto latinoamericano que repensó la configuración de sus propios Estados que incorpora los pueblos originarios como sujetos políticos”, sostiene Enríquez.
Este proceso originó un camino de visibilización de las comunidades originarias, que se manifiesta en los grandes centros urbanos y se anima a dar pelea en los ámbitos antes inalcanzables. “Hoy estamos hablando de disputar la política, con representantes de las comunidades en áreas de gestión, en cuestionar la sistematicidad de la educación, de la medicina”, argumenta Enríquez, y destaca dos hechos políticos cargados de simbolismo: el reconocimiento de la traducción de la declaración en lengua quechua que hizo la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el remplazo del monumento de Cristóbal Colón por el de Juana Azurduy.
En tanto Pepe, Coordinador del colectivo GUIAS (Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social) –organización autoconvocada de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata– aporta una síntesis sobre la relación entre las comunidades indígenas y la construcción del Estado argentino. “El principal logro es haber resistido más de 500 años sin rendirse y la mayor deuda del Estado es reconocer el genocidio roquista y reparar económica y territorialmente a las comunidades que aún lo padecen, más después de los últimos cuatro años donde literalmente quedó en las comunidades tierra arrasada”.
“En este tipo de fechas patrias tradicionales siempre está detrás la idea de un estado colonialista, y estamos en un proceso de descolonización y deconstrucción para discutir otras alternativas”, opina Enríquez, con sangre quechua en sus venas y concluye con el gran reclamo de la comunidad originaria: “Estamos esperanzados en que este gobierno declare a la Argentina como un Estado plurinacional”.
Fuente: http://www.agenciaabraxas.com/los-invisibles-de-la-independencia/