A pesar de haber sido actoras importantes en las luchas contra la usurpación territorial y el extractivismo, las mujeres Mapuche son permanentemente invisibilizadas tanto en la historia oficial como en los relatos sobre las resistencias. A la violencia estatal, judicial y latifundista se suma la del racismo y el patriarcado que las discrimina por ser mujeres, indígenas y pobres.
Elisa Avendaño en el Futxa Txawün celebrado recientemente en Curacautín. La lamgen Elisa Avendaño participó activamente en las recuperaciones territoriales durante la Reforma Agraria. Foto: Sebastián Meza Ulloa
01/09/2020
Durante la construcción de las repúblicas de Chile y Argentina, la reducción de las vidas Mapuche ha sido una constante. Ante esta situación, el pueblo Mapuche ha elaborado proyectos de resistencia para combatir las consecuencias de la colonización: la usurpación de tierras, el arrinconamiento, la radicación, y la reorganización sociopolítica, económica y espiritual del pueblo. Asimismo, esto ha devenido en la subvalorización de las experiencias Mapuche, a través de la construcción de imaginarios negativos en torno a su lucha histórica.
En este contexto, las mujeres Mapuche han planteado múltiples formas de subvertir esta deshumanización mediante acciones, disputas y discursos. Memorias y escritos históricos hacen referencia a la participación de las mujeres en la construcción de un horizonte Mapuche común. Mas no sólo eso: hasta la actualidad diversos espacios han sido teñidos por la búsqueda de justicia y dignidad, como registran sus trayectorias. Entonces, ¿por qué no aparecen en la construcción de los relatos históricos? ¿Cuáles son los motivos de la invisibilización de sus nombres y escasa alusión a su participación en la lucha por la tierra, la justicia y la dignidad del pueblo mapuche?
Nuestra intención es dar una mirada de largo alcance a estas resistencias, poniendo especial atención a tres períodos de la historia reciente, en donde la participación de mujeres Mapuche ha sido relegada al anonimato y la pasividad, y sus memorias han sido reducidas en diversos contextos de violencia patronal, estatal y comunitaria. En este sentido, nos interesa subrayar la relevancia que han tenido estas trayectorias anónimas para situarlas en un lugar central, dando cuenta de la importancia que sus memorias tienen en la construcción de la historia mapuche pasada y presente.
Bandera mapuche en el techo de la ruca de la Comunidad Antonio Ñirripil de Temulemu, ciudad de Traiguén, IX Región de la Araucanía sur de Chile. Autora: Carola Pinchulef C.
Las mujeres mapuche en las recuperaciones de tierras durante la Unidad Popular (1970-1973)
Corría la fría mañana del 22 de noviembre de 1971 en la ciudad de Nueva Imperial, cuando 15 Mapuche pertenecientes a la reducción Queipue se alistaban a recuperar el potrero del Fundo Huilío de Gustavo Navarrete Suárez. Llevaron consigo herramientas de trabajo para la tierra, totora para la construcción de casas y alimentos. La demanda principal fue inscrita en el portón de entrada al fundo: ‘‘Queremos recuperar nuestra tierra’’. Estaba firmada como Netuaiñ Mapu, organización mapuche fundada en el contexto de profundización de la Reforma Agraria en Chile. Los hombres, mujeres y niños entraron al fundo convencidos de que aquella tierra debía recuperarse de forma directa, pues los canales institucionales, como las demandas presentadas por sus abuelos ante el Juzgado de Indios, no dieron los frutos que esperaban.
Levantaron los cimientos de lo que sería su futura casa con totora y armaron un fogón en el que prepararían el almuerzo. En paralelo, la patronada liderada por Navarrete y otros latifundistas de Imperial se acercaban en camionetas con escopetas para arremeter contra quienes llevaban a cabo una recuperación efectiva. Durante el almuerzo, irrumpieron por el potrero hombres y mujeres mapuche atravesando el pecho de Francisco Cheuquelen, quien murió de manera inmediata mientras su hermano, Ramón, falleció un día después a causa de los golpes recibidos.
A pesar de su evidente estado de gestación, Berta Pichilen, esposa de Francisco, también falleció en el fundo por los golpes y los impactos de balas, símbolos de una violencia permanente de parte de dueños de fundos sobre cuerpos mapuche. Las balas también impactaron sobre otras mujeres en resistencia, como Sara Pichilen y Elulalia Cuminao que, al igual que Berta, habían tomado la decisión de recuperar las tierras que consideraban propias.
La recuperación de tierras marcó sus cuerpos con huellas imborrables. Sin embargo, la construcción de la historia durante este periodo reciente las redujo al anonimato, sus huellas no han sido consideradas y el lugar principal en la construcción del relato se concedió a los hombres. ¿Será que quienes construyen metarrelatos, que se esfuerzan por elaborar conocimientos, se han convertido en otro patrón, no de fundo, pero sí de la historia? De igual manera, hay otras trayectorias de lucha de mujeres mapuche que se mantienen en los márgenes de la historia, a pesar de estar marcadas por la valentía, la fortaleza y la permanencia de sus resistencias hasta la actualidad.
Tres mujeres en medio de una multitudinaria movilización realizada en Temuco en 1971. Este registro aparece en la Revista Punto Final (Nº 143) en una edición marcada por los múltiples homenajes y protestas por el asesinato de Moisés Huentelaf.
Los pies en la calle, las manos vacías: la violencia dictatorial (1973-1990)
Durante la dictadura militar se violaron sistemáticamente los derechos humanos del pueblo Mapuche por parte del Estado chileno. En este clima de terror, el género fue una dimensión central que enmarcó la inusitada violencia de esta época: una gran mayoría de los asesinados y la totalidad de los desaparecidos son varones, mientras que las mujeres se hicieron cargo de las búsquedas de sus cuerpos y del acceso a la justicia. Las historias de estas mujeres, relacionadas especialmente con las desapariciones forzadas en territorio Mapuche, han sido negadas por la sociedad chilena y por las propias comunidades.
Este es el caso de la papay Mercedes Huiaiquilao, esposa de Gervasio Huaiquil, detenido desaparecido. Históricamente, por los roles de género, la propiedad de las tierras se han traspasado entre hombres, una práctica propia de las sociedades patrilineales. Es por ello que, tras casarse, Mercedes fue a vivir a la comunidad de su marido, en donde todos los vecinos eran familiares de él. Allí tuvieron una ruka, y formaron una familia junto a sus siete hijos. Para el golpe de Estado en septiembre de 1973, la menor de los hijos tenía cinco meses y la mayor 7 años. Una madrugada, llegaron los carabineros a su casa: a la papay la obligaron a acostarse y seguir durmiendo mientras se llevaban a su marido sin ninguna explicación. Luego amarraron la puerta por fuera y le prendieron fuego a la ruka. La papay pudo salvar su vida y la de sus pequeños hijos rompiendo con un hacha la puerta de totora para escapar de las llamas.
En compañía de su hija mayor de 7 años, con su bebé en brazos y con los otros niños al cuidado de una hermana, la papay Mercedes buscó a su marido por todas las comisarías y retenes cercanos. Caminaba hasta 20 kilómetros bajo la lluvia y el frío que envuelven el sur. Pronto fue amenazada y detenida ilegalmente por carabineros de la zona para que abandonara su búsqueda. Con el tiempo, también comenzó a sufrir la humillación y la agresión de la comunidad, que la culpaba por la desaparición de su marido. Con los años, Mercedes fue llevada a aislarse junto a su familia. Allí vivió la pobreza, el hambre, el terror y las vejaciones por ser la esposa de un detenido desaparecido. Hasta la fecha, es señalada por haber recibido una compensación monetaria, como parte de las políticas de reparación de la justicia transicional chilena. A pesar de esta compensación, la papay todavía no encuentra el cuerpo de su esposo ni ha visto en la cárcel a todos los responsables de su desaparición, aun cuando reconoció a tres de ellos aquella madrugada. Sin embargo, a sus 80 años, sigue luchando por la verdad, la recuperación de la memoria y la dignidad de don Gervasio y su familia.
La de papay Mercedes no es una historia aislada. La violencia ejercida desde la comunidad de su esposo coincide con el padecimiento de otras mujeres Mapuche que no tuvieron la posibilidad de continuar en sus propias comunidades debido al despojo y a la falta de acceso a las tierras. Sus trayectorias de resistencia han sido silenciadas históricamente por considerarse sin importancia, anecdóticas y aisladas. Sin embargo, pese a este reduccionismo ellas siguen luchando por conseguir justicia y dignidad en sus vidas.
“Verdad, justicia y libertad”. Marcha de familiares de detenidos desaparecidos y ejecutados políticos de la IX Región de la Araucanía, entre ellas mujeres mapuche. Foto: Fondo Eliana Cofré.
La desterritorialización de la mujer mapuche migrante (1990-2020)
Las tierras localizadas en lo que denominamos Wallmapu, el territorio Mapuche histórico, se convirtieron en el foco principal de las discordias. Primero, las disputas fueron entre el pueblo Mapuche y las tropas españolas y, posteriormente, con el Estado de Chile y los particulares chilenos y extranjeros. De ahí que en nuestros territorios se libraran numerosas resistencias en su defensa, ya que la mapu (tierra) es la base de nuestra existencia como pueblo. Cabe recordar que el Parlamento de Tapiwe en 1825 fue la última negociación política que pactaron las autoridades ancestrales Mapuche con los representantes de la nueva nación. Sin embargo, el Estado chileno decidió romper de manera unilateral el acuerdo. En consecuencia, las tierras Mapuche se vieron sometidas a un constante proceso de despojo a través de abusos, engaños y múltiples violencias, principalmente ejercidas desde el Estado.
No obstante, la codicia por las tierras también surgió al interior de las familias Mapuche. La escasez de terrenos fértiles ha generado rencillas entre padres e hijos y, entre hermanos y hermanas, debido al empobrecimiento material de las comunidades a raíz del despojo territorial. Este escenario visibiliza otras formas de violencia y resistencia a las que se enfrentan las mujeres. En particular, las que se vieron obligadas a migrar del campo a la ciudad en busca de una fuente laboral que les permitiera subsistir y ayudar económicamente a sus familias que quedaron en las comunidades.
Hilda Calfucura tiene 74 años y fue una de las tantas mujeres Mapuche que arribó a la ciudad de Santiago siendo muy joven y consiguió un trabajo de empleada doméstica en una familia chilena de clase acomodada. Su hermano, Andrés Calfucura, usurpó la tierra que le correspondía por herencia. El hecho de ser soltera, no tener hijos y vivir en Santiago son motivos suficientes para que este dirigente comunitario del sector rural Coipuco, ubicado en la Araucanía, se niegue a devolver la tierra a su hermana. El ser hombre y único varón de la familia, como él ha señalado en reiteradas oportunidades a sus cuatro hermanas, lo llevan a afirmar su derecho sobre la tierra familiar.
Hilda no está dispuesta a perder su tierra, intentó en reiteradas oportunidades entrar en diálogo con su hermano, pero se niega a hablar y también ha ejercido violencia verbal y física contra ella. Asimismo, Hilda se acercó a la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI) en busca de asesoramiento judicial en conflictos de tierra. La respuesta fue que debe contratar un abogado particular, a pesar de que ella no cuenta con el dinero para poder hacerlo. Han transcurrido más de 20 años y no ha logrado habitar su tierra, viendo cada día más lejana la posibilidad de hacerlo debido a su avanzada edad y a los delicados problemas de salud que enfrenta. En suma, la tierra también es motivo de disputas al interior de las familias Mapuche y las mujeres enfrentan esta violencia de manera especial.
Las protagonistas de estas historias evidencian la resistencia que ejercen las mujeres en diferentes frentes de lucha a pesar de que el Estado, la sociedad Mapuche y sus familias insisten en confinar sus relatos en la historia.
Camino público rural que colinda con el campo de Hilda Calfucura, en Coipuco, comuna de Nueva Imperial, IX Región de la Araucanía sur de Chile. Foto: Carola Pinchulef C.
Entre la memoria y el olvido: resistencias por la recuperación de nuestras voces Mapuche
Las mujeres Mapuche han tenido un rol protagónico en distintos momentos de la historia, pese a que parte del movimiento Mapuche, liderado principalmente por hombres, no ha mostrado interés en evidenciar el papel desempeñado al momento de narrar la contrahistoria. De este modo, se han mantenido en las sombras sus luchas políticas, territoriales y culturales debido a la violencia de género que permea la vida comunitaria y organizacional Mapuche, y por las prácticas racistas y coloniales del Estado chileno.
La invisibilización de las mujeres en la historia pasada y presente de nuestro pueblo es consecuencia directa de la intersección de violencias que experimentan. Se ha invisibilizado el aporte de las mujeres privilegiando la presencia masculina y, particularmente, la de las autoridades Mapuche que han dejado en el olvido la presencia de mujeres, niñas y niños en los relatos, con el propósito de preservar una cultura que está más interesada en mantener “la tradición”.
Abordar esta problemática requiere pensar en una discriminación múltiple, pues el género es solo una de las fuerzas sociales que conforma la violencia multifacética que viven las mujeres Mapuche por el simple hecho de ser mujeres, indígenas y pobres. Estas violencias se manifiestan a través del Estado, el poder judicial y la fuerza latifundista. Pero también internamente, como los casos que hemos relatado.
Sin embargo, son mujeres que han desestabilizado los diversos sistemas de opresión que se han ejercido sobre ellas, cuestionando los roles de género que se les ha asignado y luchando por modificar las prácticas clasistas, racistas y patriarcales que las rodean. En este sentido, han sido mujeres que no solo han construido memorias de resistencia, sino que también han enfrentado espacios rígidos y establecidos que no les han querido permitir la centralidad de la historia que merecen.
Las mujeres no permitidas expresan una multiplicidad de territorios y proyectos políticos, en donde la presencia de mujeres Mapuche incomoda cuando esta ejerce una voluntad de transformación y resistencia. Mujeres no permitidas por el Estado, en tanto este ha generado una política de exclusión permanente sobre el pueblo Mapuche. No permitidas para la fuerza latifundista en la medida de que estos han construido un poder sobre el territorio Mapuche. Y, por último, mujeres que incomodan las tradiciones y costumbres al interior de las propias comunidades.
María José Lucero Díaz es Magister y Doctoranda en Antropología Social en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de la Ciudad de México. Además es antropóloga por la Universidad Católica de Temuco en Chile. Correo electrónico: ma.joselucero@gmail.com
Carola Pinchulef Calfucura es Doctoranda en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa en México. Integra el Grupo de Trabajo de CLACSO sobre Pueblos Indígenas y Proyectos Extractivos, y es Magister en Ciencias Sociales con mención en Género y Desarrollo por FLACSO Ecuador. Correo electrónico: carolapinchulef@gmail.com
Marie Juliette Urrutia Leiva es Licenciada en Historia por la Universidad de Santiago de Chile. Integrante del Trokiñ Peyepeyen. Correo electrónico: marie.urrutialeiva@gmail.com
Fuente: https://debatesindigenas.org/notas/65-mujeres-historia-mapuche.html