Como sabemos, la policía y la Justicia, cuando agarran a un delincuente flagrante, aprovechan para endilgarle diecisiete delitos que no han resuelto, o que son tropelías de sus amigotes/socios.
En política rige el mismo mecanismo: cuando se pone en la mira a un enemigo, se aprovecha para sacar tajada e imputarle todos los males de este mundo: pasados, presentes y futuros.
Así está pasando con Putin. Toda la prensa mundial amiga (véase en Infobae*) se hace eco de que el Programa Mundial de Alimentos de la ONU ha señalado las consecuencias que tendrán los bloqueos de los puertos ucranianos por parte de Rusia: “No abrir el puerto de Odesa es una declaración de guerra a la seguridad alimentaria mundial”, dice.
“Seguridad alimentaria”, amenazada: dicha en un programa cómico esta expresión debería ser rubricada por risotadas.
En este contexto es una afrenta: el año pasado, antes de todo bloqueo, 815 millones de personas padecían malnutrición en el mundo, y eso era la causa de muerte del 45 % de los fallecimientos de niños menores de cinco años. Por el mismo motivo, uno de cada cuatro niños en el mundo sufre de retraso en el crecimiento: la única seguridad para estos niños —y sus hijos— es que, como están las cosas, el hambre los perseguirá durante todas sus vidas.
Esa tragedia es la condición habitual del mundo de nuestros días y, por cierto, de la historia humana, aunque las razones de Estado no hagan necesario en otros momentos que se la lance al público como una pedrada contra el cristal.
Es más, si se quisiera, podría detectarse un rasgo común a ese flagelo: sus víctimas son siempre los explotados. Jamás los poderosos. Pero ese dato se les escapa a los comunicadores, y en el ajedrez político nunca se lo concibe como una pieza que se puede mover.
En suma: ni el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, ni Infobae, reparan que la Argentina, a) “produce alimentos para 400 millones de personas” (no es tan así), y b) no está afectada por los bloqueos de Putin. Y, sin embargo, en el granero del mundo, más del 40 % de los niños pasan hambre o están malnutridos.
Tenemos muchas cuentas que pedirle al asqueroso señor Putin. Pero, para la del hambre, los hambrientos de justicia no necesitamos irnos tan lejos.