Hay una emergencia hídrica inédita en la cuenca del Plata

La frecuencia y extensión de las sequías y las bajantes cada vez mayores de los ríos Paraná, Paraguay e Iguazú han llevado a tomar medidas de emergencia en Argentina, Brasil y Paraguay.

Por Víctor L. Bacchetta
Sudestada
20/8/2021

El 26 de julio último, Argentina decretó la “emergencia hídrica” por seis meses para las cuencas de los ríos Paraná, Paraguay e Iguazú. En los últimos días, el Paraná estaba a 46 centímetros por debajo del cero de escala en el puerto de Paraná, la capital de la provincia de Entre Ríos, y seguía bajando. La última vez que se registró un nivel tan por debajo del cero fue en 1944 cuando marcó menos 1,40 metros.

El subgerente del Instituto Nacional del Agua (INA), Juan Borús, advirtió que “todavía la bajante no se ha declarado fuertemente por dos razones”, unas lluvias en la cuenca del Iguazú aliviaron algo la situación y Brasil ha liberado parte de sus reservas por lo que el nivel del agua en territorio argentino aún no es tan bajo como se preveía. Para Borús, la solución sería “esperar a que se normalicen las lluvias”, pero indicó que por el momento no se avizora una normalización de las precipitaciones.

En Paraguay, la Ley N° 6767 del 8 de julio declaró “estado de emergencia” por el presente año para la navegación en los ríos Paraguay, Paraná y Apa, ante las históricas bajantes de los tres ríos y los pronósticos que proyectan una hidrometría escasa para los próximos meses. La normativa faculta al Poder Ejecutivo a realizar acciones de urgencia y disponer de los recursos necesarios para financiar las tareas de dragado y asegurar la navegabilidad en los ríos mencionados.

A su vez, en Brasil, mientras los ríos de la Amazonia alcanzaron en julio unos niveles de agua no vistos en muchos años, el caudal del Paraná estaba casi nueve metros por debajo del nivel esperado en estas fechas. El sur y el sudeste de Brasil sufren la peor sequía en casi un siglo, hacía 91 años que no llovía tan poco. La tendencia es que la situación empeore hasta que empiece la temporada de lluvias en el verano.

El 27 de mayo, el Sistema Nacional de Meteorología (SNM) de Brasil, que reúne a un conjunto de entidades federales, declaró la primera “emergencia hídrica” en la Cuenca del Paraná porque previó que, desde junio a setiembre de este año, se registraría un grave cuadro de sequía, y en particular de carencia de agua en las represas, en los estados de Minas Gerais, Goiás, Mato Grosso do Sul, São Paulo y Paraná.

La declaración de emergencia hídrica habilita a aplicar restricciones en la extracción de agua de los ríos en la región involucrada. Según el Operador Nacional del Sistema Eléctrico (ONSE) brasileño, los embalses de ocho represas de la región llegarían a quedar prácticamente vacíos en noviembre. Se lo denomina “pérdida del control hidráulico” e implica restricciones en el suministro de energía eléctrica.

La crisis afecta actividades esenciales como el abastecimiento humano, la generación de energía, la navegación, el riego en la agricultura y otros usos productivos. Mientras Brasil procura “asegurar el agua” en sus embalses para evitar mayores restricciones, Argentina, Paraguay y Uruguay, aguas abajo de esos grandes ríos, necesitan que el gigante del norte libere las represas para no agravarles sus condiciones.

En Uruguay, “por ahora estamos en monitoreo y sin grandes afectaciones”, comentó a Sudestada el director del Sistema Nacional de Emergencias (SINAE), Cnel. (R) Sergio Rico. A fines del año pasado, la situación en la represa de Salto Grande se calificó de “estiaje severo”, donde se cuida el agua y se libera un caudal mínimo. Las grandes represas brasileñas en el alto Uruguay moderan los estiajes pues regulan el caudal del río aguas abajo, aunque los embalses de esas represas se encontraban en ese momento entre el 10% y el 50% del volumen considerado normal.

Magnitud y causas de la sequía

La actual emergencia hídrica en Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay no es un fenómeno de este año ni del anterior. De acuerdo con una investigación del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), con sede en Mendoza, desde hace 12 años el centro sureste de Sudamérica padece una crisis hídrica que es una mega-sequía, la más prolongada en los últimos 600 años.

“La actual sequía presenta valores inusuales por lo prolongados en el tiempo y lo extendidos en el territorio, aunque haya habido otras de mayor intensidad (1968/1969 y 1998, por ejemplo)”, afirmó Mariano Morales, investigador del IANIGLA. Esta mega-sequía se inició en 2010 según los mapas del Atlas Sudamericano de Sequía (SADA), que contiene datos de los últimos 600 años hasta el verano 2019/2020.

Los registros meteorológicos fiables no tienen más de 50 años en la región pero, a falta de instrumentos, los anillos del tronco de los árboles permiten conocer la historia hidro-climática de los años anteriores. Para crear el Atlas se unieron investigadores de Argentina, Chile, Bolivia, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, que recopilaron datos del tronco de más de 15.000 árboles de especies longevas en 300 bosques a ambos lados de la Cordillera, desde el sur de Perú hasta Tierra del Fuego.

Desde la década de 1960, el Atlas muestra una frecuencia sin precedentes de sequías y lluvias extremas generalizadas, que los investigadores asocian a fuertes anomalías de la Oscilación Sur de El Niño y la Oscilación Antártica producto de las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero. Esto se combina con factores específicos de la región que contribuyen a aumentar la magnitud de la crisis hídrica.

Uno de esos factores es el estado de las reservas de aguas subterráneas. Un informe de la Universidad de California, en Estados Unidos, señaló en 2015 que 13 de los 37 mayores acuíferos del mundo, estudiados entre 2003 y 2013, se estaban reduciendo porque se extrae más de lo que se repone, reciben poca o ninguna recarga. Entre ellos se encontraba el Guaraní, justamente debajo de la Cuenca del Plata.

Además de las lluvias, los grandes ríos se alimentan de los manantiales subterráneos con los cuales suelen estar conectados. La investigadora uruguaya Graciela Piñeiro sostiene que el consumo excesivo de agua del Acuífero Guaraní es una de las causas de la crisis hídrica en la región. Unos 24 millones de personas habitan en el área del acuífero, a cuyo uso principal en el suministro de agua potable se le agregan usos industriales y agrícolas en gran escala, además del turismo térmico.

El Acuífero Ogallala, que se extiende por los territorios de Texas, Nuevo México, Nebrasca, Kansas y Oklahoma, en Estados Unidos, está entre esos casos. Regando durante años cultivos de algodón, soja y otros, en 1997 ya se había consumido la mitad del agua de este acuífero y hoy está cerca de desaparecer. En China se estima que han desaparecido, en los últimos 20 años, 28 mil ríos por la misma causa.

Al mismo tiempo, la falta de lluvias se ha vuelto un problema gravísimo en los últimos años en la región sudeste de Brasil, la más poblada, rica e industrializada, con 78 millones de habitantes. Sumado a los efectos del cambio climático, la deforestación de la selva amazónica, acentuada por el gobierno de Jair Bolsonaro, tiene una relación directa con la reducción de las lluvias en aquella región. Los investigadores científicos de la Amazonia vienen advirtiendo desde hace años sobre este fenómeno.

Los ríos aéreos de la Amazonia

“La Amazonia tiene cinco secretos. Es algo que los pueblos nativos siempre supieron y que nuestra civilización no percibió”, afirma el brasileño Antonio Donato Nobre, que viene investigando la Amazonia desde hace 36 años, primero en el Instituto Nacional de Pesquisas da Amazonia y hoy en el Instituto Nacional de Pesquisas Espaciais, en São José dos Campos, en el estado de São Paulo. Nobre publicó en 2014 “El futuro climático de la Amazonia”, donde explica cuáles son los cinco secretos.

El primer secreto es la manera cómo el bosque amazónico mantiene la atmósfera húmeda a 3.000 kilómetros del océano y hace que la lluvia llegue hasta la Patagonia y a los Andes, a casi 4.000 kilómetros. A otras regiones del planeta que están lejos del océano a la misma latitud, como el desierto del Sáhara, no les llega agua. En América del Sur eso no pasa y se debe al primer secreto: los chorros verticales de agua.

Los árboles amazónicos son bombas que lanzan al aire 1.000 litros de agua diarios. La extraen del suelo, la evaporan y la transfieren a la atmósfera. Toda la Amazonia pone diariamente 20.000 millones de toneladas de agua en la atmósfera. Para tener una idea de lo que esto significa, el río Amazonas, el más caudaloso del mundo, vierte en el Océano Atlántico 17.000 millones de toneladas de agua en el mismo lapso.

Los investigadores Victor Gorshkov y Anastassia Makarieva desarrollaron la teoría de la Bomba Biótica de Humedad según la cual la transpiración abundante de los árboles, y una condensación muy potente en la formación de nubes y lluvias –mayor que en los océanos contiguos–, provoca una disminución de la presión atmosférica sobre el bosque amazónico, que aspira el aire húmedo del Océano Atlántico hacia el interior del continente, garantizando las lluvias en cualquier circunstancia.

“¿Cómo podemos entender la circulación del agua por el paisaje?”, pregunta Nobre. “Son los ríos aéreos, que traen el agua fresca, renovada en la evaporación del océano. Para completar el sistema circulatorio faltaba solamente el corazón… La teoría de la bomba biótica vino a explicar que la fuerza que propulsa los vientos canalizados en los ríos aéreos debe ser atribuida al Gran Bosque, que funciona entonces como el corazón del ciclo hidrológico”, responde el investigador.

Esto explica por qué la porción meridional de América del Sur, al este de la Cordillera de los Andes, no es desértica, al contrario de lo que ocurre en la misma latitud al oeste de los Andes y en otros continentes. El bosque amazónico no sólo mantiene el aire húmedo para sí mismo, sino que exporta ríos aéreos de vapor que llevan el agua de las abundantes lluvias que irrigan regiones distantes en el verano hemisférico.

La deforestación y el fuego en la Amazonia interrumpen ese proceso y generan un clima dramáticamente inhóspito. Hace más de 20 años que los modelos climáticos anticiparon los efectos dañinos de la deforestación sobre el clima, ya confirmados por las observaciones. Entre estos, la reducción drástica de la transpiración, el cambio en la dinámica de las nubes y lluvias, y una mayor duración de la estación seca.

El daño infligido en el clima de la Amazonía por la deforestación, el fuego, el humo y el hollín ya es manifiestamente evidente. La deforestación actual se acerca al 20% de la cobertura original y se estima que la degradación forestal ya habría afectado más del 20% adicional de la cobertura original. Análisis basados en los modelos climáticos actualizados y sobre nuevas teorías físicas predicen un futuro peor.

fuente: https://ecoa.org.br/hay-una-emergencia-hidrica-inedita-en-la-cuenca-del-plata

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