Me he quedado de piedra cuando vi el video de sus majestades los reyes de España llegando a las puertas del teatro Manuel de Falla para unirse a una especie cajoneada callejera organizada por el Instituto Cervantes y el Ayuntamiento de Cádiz. De repente, como si se tratara de una película de ciencia ficción aparece mayestático el rey Felipe VI, un coloso de 1.97 metros de altura tan estirado que parecía uno de esos armariotes rococó del Palacio Real. Detrás venía muy modosita doña Leticia cual maniquí de pasarela delgadísima ¿anoréxica? trajeada con un vestido negro de transparencias muy sensuales “made in Spain” que tímida y curiosa observaba la “encerrona”. Los reyes del sacro imperio parecían dos alienígenas recién desembarcados de un platillo volador que desconfiaban de esos terrícolas que con pintas de perroflautas los invitaban a sentarse en los cajones para acompañarlos en la improvisada juerga. Pero no dieron mucho de si sus majestades, estaban descolocados y hasta incomodos. ¡Qué falta de espontaneidad y empatía con sus lacayos y vasallos!
Rodeados por más de una docena de guardaespaldas y otros tantos agentes de seguridad que desde las azoteas de los edificios cercanos vigilaban con rifles de mira telescópica el más mínimo movimiento sospechoso para garantizar la integridad de la joya de la corona. ¡Qué sería de los españoles sin su glorioso timonel! ¿Pero cómo interpretar el carácter osco y la frialdad de la pareja real? Estos dos saboríos y con sangre de horchata parecían más bien los reyes de algún país escandinavo ¡ni siquiera se les pegó esa gracia tan natural en Andalucía, la tierra de la chirigota y el cachondeo! Y eso que estamos en primavera y nada de menear el esqueleto pues seguían más tiesos que el palo de la bandera. Pero eso sí puedo apostar que su primo el rey Carlos III de Inglaterra y Camila tienen mucha más marcha y jaleo. ¡Que imagen más deprimente! Y allí se sentaron en los cajones sus majestades y lo peor es que no sabían ni siquiera golpear uno de los instrumentos más primitivos que hay en el planeta. Si solo se trataba darle palmaditas por puro teatro o para complacer a sus súbditos. Pero nada de nada, vaya muermo, desganados, cariacontecidos, sin humor ni alegría y cero de espontaneidad. No saben improvisar porque ya tiene un libreto establecido por sus consejeros de la Casa Real. Y los artístas mientras tanto dale que te pego palmoteando los cajones y cantando coplas gitanas. Pero ni aun así sus majestades se dignaron a tararear las estrofas. ¿Pero cómo es posible que los reyes de España se junten con esa chusma de perroflautas seguro todos colgados por los efectos del kifi de quetama? ¡Que reyes tan aburridos! no saben lo que es el placer, el divertirse o el perder el tiempo. Su filosofía se resume a recibir las órdenes de los maestros de protocolo, medir los gestos, las palabras y con cara de palo matemáticamente estirar el pescuezo y levantar sus brazos al viento saludando a los lacayos. Nos impresionó la actitud de la reina Leticia con una sonrisa al estilo Mona Lisa para que no se le arrugue la comisura de los labios, una barbie rejuvenecida por los milagros del bisturí, una eterna adolescente que de veras ha hecho pacto con el diablo. Y sentada sobre el cajón gitano ni siquiera quiso golpearlo por temor a estropearse sus serenísimas manos. Ni chistes ni guasa ni un ole que quite el sentido porque sus súbditos lo que necesitan son altas dosis de éxtasis para sobrellevar la larga travesía de la postpandemia. Felipe VI por vergüenza intentó llevar el ritmo dándole unas palmaditas al cajón y al momento todos sus cortesanos lo aplaudieron a rabiar proclamándolo uno de los músicos más geniales sobre la faz de la tierra. Sus majestades más bien son especialistas en las ceremonias fúnebres donde se han aprendido de memoria como marcar el paso al son de la marcha real, agachar la cabeza, poner cara de viernes santo y fingir el llanto de las plañideras.
Ante tanta abulia y falta de entusiasmo, pasión y desenfreno lo mejor es jartarnos de vino y otras yerbas. Pero esto no puede ser porque su padre el rey emérito Juan Carlos I era más bohemio y enrollado, como lo demostró con todas sus amantes, en especial su alteza la princesa Corinna Sayn- Wittgenstein -con un cache de 60.000.000 de euros- y providencial antídoto para regenerar su precaria salud sexual. Con ella andaba de desmadre en desmadre convirtiéndose la pareja en los reyes, nunca mejor dicho, de los saraos nocturnos. Y es que ese tipo de macho ibérico ya está en vía de extinción. El pobre rey emérito ha tenido que cargar con la pesada cruz de la increíblemente sosa y aburrida doña Sofía dedicada más a los encuentros cercanos del tercer tipo y a las cadenas de oración. Y como no a Felipe VI la genética le ha jugado una mala pasada pues heredó esa tara por parte de la familia griega. Faltarían dos bufones medievales que les hagan cosquillas y los pullen a estos plastas a ver si les da un poco de alegría al cuerpo macarena. Vaya muermos y es que nunca se debió dejar a sus majestades hacer tamaño ridículo pero obligados por las circunstancias tuvieron que sentarse sobre unos cajones gitanos para que los fotógrafos les tomaran unas históricas instantáneas que perduraran por los siglos de los siglos. Así que resignación cristiana. Todos sus lacayos y vasallos deben aceptar los hados del destino. Pero muy por el contrario enloquecidos por el espectáculo que estaban presenciando enfervorizados aplaudían y vitoreaban a sus majestades ¡viva el rey! ¡Queremos un hijo tuyo! ¡viva la reina! ¡guapísima! ¡vivan Las caenas! homenajeando la dinastía borbónica corrupta y reaccionaria.
Carlos de Urabá 2023