Por Xavier Vall Ontiveros.
En primer lugar, la destrucción de la franja de Gaza por parte de Israel ha puesto de manifiesto la crueldad extrema de una guerra que no es una guerra, porque es totalmente asimétrica, desigual; porque enfrenta a uno de los ejércitos mejor provistos militarmente del mundo contra una milicia; porque tiene como principal objetivo el aniquilamiento de la resistencia del pueblo palestino, su desaparición del mapa. No sucederá de forma inmediata, pese al elevado número de víctimas. Lo que espera el estado de Israel y el sionismo con esta operación totalmente desproporcionada es crear una sensación de terror tal que nunca más ningún palestino se atreva a levantarse y a resistir; causar una ola de desesperanza y una desbandada hacia ninguna parte, una nueva nakba; que nunca más ningún país de la región se atreva a poner en entredicho a Israel (más allá de palabras vacías). No obstante, la resistencia del pueblo palestino ha demostrado ser muy tenaz durante casi 8 décadas de ocupación.
En segundo lugar, a raíz del estallido de la brutal agresión, se ha evidenciado con total crudeza la hipocresía del discurso humanitario occidental. Estados Unidos y todos sus vasallos sin excepción han dado cobertura y han justificado por activa y por pasiva el derecho de Israel a “defenderse”. Pero la retórica del «orden mundial basado en reglas» se ha esfumado; ninguna referencia a la vulneración del “derecho internacional”; ninguna denuncia de “crímenes de guerra” cometidos por el ejército invasor (hospitales, escuelas, universidades y bloques de viviendas son en este caso objetivos militares totalmente legítimos). Aunque la agresión israelí ha resquebrajado la unanimidad total en el discurso que caracterizó la intervención por delegación en la guerra entre Rusia y Ucrania, las reacciones de los gobiernos occidentales van desde la justificación total de la intervención israelí, pasando por alto y obviando descaradamente las masacres cometidas contra la población civil, hasta cierta indignación moral que en los hechos no se acompaña de ninguna medida efectiva y que en todo caso queda diluida y compensada por la esta sí necesaria condena “al terrorismo de Hamás”. No sólo los intentos de mantener cierto discurso humanitarista (que no pasa de la compasión y las muestras de rechazo) no son creíbles; es que delatan la falacia misma del discurso, aplicable sólo en función de la conveniencia para los intereses occidentales. Lo que se ha presenciado hasta el momento es que Israel ha gozado de impunidad total para destruir literalmente Gaza; que todos los países que apoyan la intervención israelí han permanecido impasibles; o, a lo sumo, impotentes, cuando han intentado (o fingido intentar) poner límites a esta brutal agresión. Basta con ver el patetismo con el que han estado suplicando a Israel que bombardee con medida (¿se puede ser más hipócrita y vil?). Sin embargo, en la práctica, Estados Unidos y sus lacayos europeos han vetado sistemáticamente las propuestas de resolución introducidas en el Consejo de Seguridad de la ONU para imponer un alto al fuego y han apostado, en cambio, por el establecimiento de «pausas humanitarias» (¿se puede ser más retorcido?); pausas “humanitarias” que Israel aplica, obviamente, a su modo y según le conviene.
En tercer lugar, la brutalidad de la agresión ha ido acompañada de un simbolismo atroz que tiene como objetivo solidificar el imaginario de la invencibilidad y la superioridad del agresor a través de la negación de la humanidad de los palestinos. Todo vale para conseguir el objetivo de la derrota total y la humillación del “otro” bárbaro. El ataque al hospital Al Shifa ha sido uno de los episodios más crueles de esta campaña de destrucción y exterminio. El argumento, apoyado por los propios servicios de inteligencia americanos, es que justo debajo del edificio se encontraba el cuartel de Hamás: probablemente otra historia sobre supuestas armas de destrucción masiva… Naturalmente, no importan los muertos provocados por este y otros criminales ataques que se han cebado en hospitales y centros sanitarios, en la población civil. Tampoco importa si realmente había un cuartel de Hamás o no. Otro hecho simbólico significativo es el ocupación militar y destrucción del parlamento de Gaza, parlamento que, dicho sea de paso, ya había sido destruido previamente en 2009. El mensaje que contiene este acto simbólico es evidente: los palestinos nunca podrán auto-gobernarse, porque están destinados a sucumbir y a desaparecer. Todo ello acompañado de la inestimable colaboración de los medios de desinformación de masas: los criminales bombardeos israelíes son tratados desde una aséptica neutralidad, cuando no se relativizan los costes humanos y cuando no se omite descaradamente que se trata de crímenes de guerra. Un contraste chocante con la orientación altamente emocional y dramática de la cobertura de la Guerra de Ucrania, por ejemplo. Ya se sabe que hay diferentes categorías de muertos…
En cuarto lugar, lo que también ha puesto de manifiesto esta guerra de exterminio es la irreversible deriva fascista del sionismo. Israel, desde que se constituyó como estado, ha ido construyendo un régimen de apartheid, basado en la desposesión y la expulsión de los palestinos de sus tierras. Desde hace más de un siglo, el sionismo ha ido construyendo su proyecto sobre la lógica europea y norteamericana de la colonización: se afirma que los colonos tienen un derecho inalienable a apropiarse de tierras vacías; sólo que estas tierras no están realmente vacías y sus habitantes son expulsados por la fuerza, esgrimiendo los colonizadores la hostilidad o no-humanidad de los moradores del lugar. Aunque el sionismo fue durante la mayor parte del siglo XX fundamentalmente laico, su fusión con un identatitarismo judío ortodoxo, racista y excluyente, era un camino natural. El arrinconamiento del progresismo es, en este sentido, fruto de la propia insostenibilidad de asociar todo proyecto progresista (ya no digamos de izquierdas) a una lógica de expansión y colonización que conduce directamente al aniquilamiento del pueblo palestino. El gobierno de extrema derecha de Netanyahu sólo es la expresión acabada de esta confluencia inevitable entre el proyecto sionista y el discurso identitario de los colonos ultra-ortodoxos radicalizados, más interesados que nadie en consolidar el gran Israel y en hacer totalmente inviable cualquier forma de autogobierno palestino. De hecho, si hay que atenerse a la realpolitik, ya lo es: aunque la “comunidad internacional” –Estados Unidos y su corte– hable de la solución de los «dos estados», no se le otorga ningún tipo de posibilidad fáctica.
En quinto lugar, es sorprendente que el lobby sionista continúe, a estas alturas, empleando la acusación de antisemitismo como arma arrojadiza contra todo aquel que osa condenar el estado de Israel por su expansionismo y su política de apartheid – a pesar de que esta deriva fascistizante y que las acciones militares indiscriminadas y terroristas del régimen de Israel deberían escandalizar a todo aquél que tenga presente la memoria del holocausto–. Obviamente, esta acusación se dirige especialmente contra la izquierda anti-imperialista e internacionalista, pero la sombra del antisemitismo se cierne también sobre cualquiera que se atreve a cuestionar el relato sionista del jardín democrático crecido en medio del desierto. Esta estrategia difamatoria acaba banalizando el concepto antisemitismo, identificándolo con el anti-sionismo (cuando las víctimas de la barbarie nazi o los pogromos eran totalmente ajenas al movimiento sionista) y descontextualizándolo históricamente. El proyecto sionista, esencialista y etnicista por naturaleza, acaba siendo blanqueado en nombre de la memoria del holocausto, que se convierte, por una de esas paradojas crueles y diabólicas de la historia, en un pretexto para justificar una política de colonización y exterminio.
En sexto lugar, aunque no se haya hablado demasiado de ello, detrás de esta brutal guerra de aniquilación está la omnipresencia de la geopolítica imperial. La estrategia geopolítica de Israel pasa por la culminación de la creación del gran Israel, con la consiguiente expulsión del gran grueso de la población palestina de sus territorios o su arrinconamiento en guetos. También pasa por la creación de un estado de terror que paralice y divida al mundo árabe: sólo así espera neutralizar la natural hostilidad circundante. De hecho, desde la Guerra de los Seis Días (1967), los regímenes árabes, conscientes de la imposibilidad de vencer a Israel, han ido abandonado a los palestinos a su suerte, en nombre de un realismo político que a los palestinos parece traición. Sin embargo, tampoco puede olvidarse que Israel ha logrado formar su potencial militar a partir del apoyo activo de Estados Unidos y sus vasallos. Israel es, en este sentido, un gendarme y un peón al servicio de los intereses de Occidente, fomenta la inestabilidad en la región y constituye una amenaza para los países que le rodean (ver Siria, país del cual Israel se anexionó la región del Golán y al cual rinde tributo enviándole periódicamente regalitos en forma de misiles; impunemente). Pero es al mismo tiempo un peón con una agenda propia y que escapa al control estricto del imperio americano. La pulsión expansionista irresistible del Gran Israel puede derivar en una guerra regional de consecuencias imprevisibles. No está nada claro, pese al apoyo firme del Tío Sam y a pesar de las numerosas bases militares que tiene esparcidas por los países árabes (también en Siria y en Irak, donde nunca se les ha invitado…), que el padrino norteamericano, con frentes abiertos en Rusia y por abrir en China, esté dispuesto a una aventura tan explosiva y peligrosa. Por el momento, la reacción genocida de Israel puede haber sepultado por años los acuerdos de Abraham, a partir de los cuales el imperio americano había empezado a conseguir el reconocimiento formal de Israel por parte de algunos países árabes y magrebíes (la misma Arabia Saudí estaba a punto de firmar), a cambio de contrapartidas. Un cambio de cromos tan escandaloso como propio del mercadeo geopolítico.
Por último, la criminal guerra de Israel contra Gaza parece haber interrumpido, de momento, el hechizo atlantista de buena parte de la izquierda europea, que en los últimos tiempos se ha tragado alegremente el cuento de hadas de la guerra de Ucrania y ha apoyado, en nombre de la lucha por la democracia y la libertad, el gasto armamentístico y la remilitarización del continente. El perfil bajo de la OTAN y los distintos gobiernos europeos a la hora de apoyar a Israel, conscientes de la importancia del apoyo popular a la causa palestina, es más que indicativo al respecto. Las contradicciones estallan por todos lados: imposible justificar totalmente la agresión. Por mucho que se haya intentado la estrategia de situar el inicio de la historia del conflicto en el ataque de Hamás del 7 de octubre, por mucho que los medios hayan colaborado gustosamente a simplificar los hechos y la historia, es realmente difícil borrar de la memoria el oprobio que ha sufrido el pueblo palestino bajo la bota de Israel desde 1948. La movilización contra esta guerra de agresión empieza a organizarse y es buena noticia. Sin embargo, habrá que ver si va más allá del callejón sin salida de la condena moral y resulta ser una oportunidad para reconstruir una posición internacionalista y anti-imperialista sólida y coherente.
Fuente: https://rebelion.org/algunas-tesis-sobre-israel-y-la-criminal-destruccion-de-gaza/