Este 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, llega en un contexto internacional marcado por la ofensiva colonialista de Israel en el territorio palestino. Un genocidio avalado por el imperialismo norte-americano y europeo y que cuenta con la complicidad de las instituciones internacionales, que son incapaces de pronunciar-se contundentemente contra el estado sionista y aplicar las sanciones que corresponden. En cambio, los pueblos del mundo han recuperado su espíritu de solidaridad internacional con movilizaciones históricas y masivas de solidaridad con la resistencia palestina, a pesar de las amenazas represivas de los varios gobiernos contra el activismo antisionista. El movimiento feminista no hemos dudado de nuestro lugar: siempre con las oprimidas y explotadas, porque tenemos claro que luchar contra la violencia patriarcal es también luchar contra la opresión colonialista. La derrota de Israel y el triunfo de las palestinas sería, sin lugar a dudas, un triunfo internacional para todas las luchadoras del mundo.
Por eso, en primer lugar, este 8 de marzo, tiene que ser una jornada internacional de solidaridad con el pueblo palestino en la lucha por su liberación. Y tiene que ser una denuncia también a la hipocresía sionista y occidental, que se llenan la boca hablando de democracia, derechos humanos, igualdad de género, entre otros, mientras son cómplices de este brutal genocidio. Detrás de este discurso no hacen más que esconder su carácter imperialista, racista e islamofòbico. Exigimos a los gobiernos la ruptura inmediata de todo tipo de relaciones con el estado de Israel, empezando por el comercio de armas que todavía en el mes de noviembre se continuaba realizando por parte del Ministerio de Defensa.
Mientras los gobiernos continúan aumentando su presupuesto en defensa, las políticas feministas continúan con presupuestos más que insuficientes. Además, el carácter patriarcal de las instituciones, como la justicia, nos deja a las mujeres todavía más indefensas ante las violencias machistas.
La crisis económica, expresada sobre todo en la pérdida del poder adquisitivo y la precariedad, nos afecta todavía más a las mujeres y disidencias. Lo podemos ver en el mismo conflicto del sector agrario, pues, son las mujeres temporeras las más afectadas, con salarios de miseria, condiciones insalubres, violencia sexual y deportaciones. Mientras tanto, el gran capital del campo y los grandes comerciantes y distribuidores cada vez ganan más a expensas de la mayoría trabajadora, de las trabajadoras del campo, y más todavía de las migrantes, que siempre son las más afectadas. También lo vimos con las enfermeras y trabajadoras de la sanidad, que recientemente protagonizaron importantes jornadas de huelga y movilización denunciando los salarios miserables y las jornadas exhaustivas de trabajo.
Una encuesta del CIS publicada en enero de este año hacía énfasis en que más del 44% de los hombres encuestados piensa que “las mujeres hemos ido demasiado lejos” con nuestros exigencias. Además de la utilización mediática y tergiversada de esta encuesta, los datos económicos y sociales no hacen más que ratificar la necesidad de nuestra lucha y organización. En realidad, la encuesta evidencia como sectores del capital, y en particular la derecha y ultraderecha, nos ponen en su punto de mira y nos utilizan para dividirnos como clase trabajadora. VOX, Milei, Trump o Bolsonaro son ejemplos. Pero este crecimiento en la crítica al movimiento también nos da otra lección: cuanto más presentes nos hacemos en las calles, más crecemos como movimiento y ganamos espacios. Hay que combatir a los discursos racistas, machistas y LGBT-fóbicos de organizaciones reaccionarias; pero también tenemos que hacer frente la institucionalización de nuestra lucha y la cooptación por parte de gobiernos que se autodenominan feministas, pero continúan financiando a la retrógrada iglesia o son cómplices del genocidio de Israel. No podemos permitir que se tergiverse nuestra lucha, y menos todavía ilusionarnos con que mediante las instituciones acabaremos con el patriarcado.
Este 8M es una oportunidad para recuperar nuestro espíritu de lucha en la calle, aquel que protagonizó históricas huelgas feministas, aquel que denunció a la Manada y consiguió visibilizar el consentimiento como elemento clave. Es una oportunidad para continuar construyendo un movimiento que luche contra la precariedad laboral, contra la brecha laboral y contra la brecha salarial que sufren las mujeres pensionistas. Que luche contra las instituciones xenófobas del estado español y de toda la unión europea, que pactan leyes que apuntalan las violencias racistas y condenan a miles de trabajadoras migrantes a la economía sumergida, a la clandestinidad y a la más absoluta miseria.
Este 8M nos sobran los motivos para salir a las calles y hacer de este día otra jornada histórica de lucha del movimiento feminista. Por eso hacemos un llamamiento a organizar asambleas en los centros de estudio, de trabajo y en los barrios. Porque solo con organización y movilización pararemos las violencias de este sistema capitalista, racista y cis heteropatriarcal que nos explota y nos oprime. Porque esta crisis ¡no la pagaremos las trabajadoras!
Mujeres de Lucha Internacionalista