La cuestión policial

 

Escribe Alejandro Guerrero

 

La posición que se asuma ante la cuestión policial y de las instituciones armadas en general se desprende de una visión estratégica: si en determinado momento todo el problema de la revolución se resumirá en un problema militar o si, por el contrario, será suficiente con acumular diputados y reformas parlamentarias. O, eventualmente, acudir al foco guerrillero para derrotar militarmente a las fuerzas represivas.

Esta última variante se discute poco hoy en día: la catástrofe foquista de los años 70 y sobre todo su papel provocador, perjudicial para la enorme lucha obrera de entonces, hacen que el asunto esté ahora fuera de debate salvo por algún grupito marginal, de esos que se hacen foquistas cuando nadie tira tiros y se puede ser guerrillero sin necesidad de saber usar un 22. Es decir, sin riesgo alguno.

Que las corrientes mayoritarias de la izquierda rechacen las rebeliones policiales, o, como ocurrió en el caso misionero, la abundancia de posturas del tipo “ésos arreglan y vuelven a reprimir”, o que otros propongan conciliar sin más con los policías en conflicto y postulen la organización de sindicatos policiales, habla de la confusión reformista que produce la cuestión.

Es lógico: que muestre resquebrajaduras el riñón del Estado burgués, que eso es su aparato represivo, habla de las tendencias a una situación revolucionaria. Y como diría el trotskista boliviano Guillermo Lora, a esta gente una situación revolucionaria le altera su tranquila digestión. Ellos quieren amontonar diputados, alguna que otra reforma, el dinero que reciben anualmente por cada banca y nada más. Si coquetean con las movilizaciones es para contenerlas y porque, después de todo, esas movilizaciones les justifican la existencia.

Si se acepta en cambio que en un momento dado, en el momento culminante de la revolución, la lucha se resolverá mediante las armas; esto es, que la revolución es una catástrofe social necesariamente violenta, la cuestión militar adquiere otra dimensión.

Nunca la lucha de los trabajadores podrá equiparar el poder de fuego del Estado burgués, su capacidad represiva. No hay revolución posible sin quebrar ese poder de fuego, sin ganar a una minoría del aparato armado del Estado.

Estamos llevando el conflicto misionero a su último extremo, un extremo mejor analizado por la burguesía que por la izquierda reformista, por eso se apuraron tanto a arreglar con la policía, y por eso los dirigentes policiales burocráticos -ellos también los tienen- se apresuraron a aceptar una migaja, aprovechando el desgaste de 13 días de acampe: es lógico que un cabo primero tenga mucho menos resistencia que un maestro a la hora de luchar. La fusión de la movilización de docentes, personal de la salud y productores yerbateros (pequeños o medianos campesinos) tenía perspectivas políticas que el gobierno provincial y el nacional no se podían permitir.

En ningún momento los efectivos sublevados dejaron de actuar como lo que son: policías. Convocaron a los maestros a no cortar rutas a pesar de que ellos mismos estaban cortando. Es un cuidado que toda movilización que atraiga la solidaridad policial, o que confluya con un conflicto de la policía, debe tener: se necesita arrastrar a la policía detrás de la lucha, jamás permitir que la policía dirija la lucha.

Otros dicen que los policías “no son trabajadores”. Eso no merece ser discutido: se empieza a romper el aparato represivo del Estado, cosa que abre una crisis política formidable, y ellos vienen con una discusión sociológica.

En cuanto a los sindicatos policiales, tampoco faltan quienes los proponen desde adentro y desde afuera de las fuerzas. En general, no se trata de sindicatos sino de organismos de mediación que aceptan el principio reaccionario y antiobrero de “servicio esencial”, que impide las huelgas. Un sindicato no existe si no tiene permitida la huelga. Además, estatutariamente, un sindicato debe tener prohibidísimo reprimir a los afiliados de otros sindicatos. En este punto no se puede sostener una posición en general: sindicatos sí, sindicatos no. Hay que ver caso por caso. No por casualidad en Misiones la propuesta sindical no apareció.

Se trata, hay que reiterar, de un problema estratégico, de concepción de la revolución.

Círculo de Trabajadores

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