Hay algo profundamente visceral en la obra de Juan Martín Argente, una cualidad que, sin sacrificar su carácter vanguardista, logra evocar una familiaridad casi mítica. Argente, profesor de filosofía y autor de El Discurso Adimensional, ha plasmado en su reciente trabajo una intensidad que desafía las categorizaciones convencionales. Su técnica de goteo y salpicado, en la que los pigmentos se entrelazan en complejas redes de azul, blanco y amarillo, genera una dinámica que parece respirar, vibrar, como si la tela misma tuviera vida.
A primera vista, su pintura recuerda al espectador los ecos de una abstracción lírica, aunque de una naturaleza muy personal, repleta de una textura emocional que trasciende la referencia directa. Argente logra una especie de danza cromática que, en lugar de capturar el movimiento externo, intenta capturar el movimiento interno del ser, una pulsión que rebasa los límites de la forma. La relación del artista con el color y la materia es profunda, evocando una especie de “éxtasis controlado”, donde el caos y el orden parecen dialogar en un equilibrio delicado y elocuente.
Es en ese delicado equilibrio donde la obra de Argente se vuelve cautivante. Si bien su estilo podría insinuar paralelismos con ciertos nombres inmortales del expresionismo abstracto, lo que emerge en su trabajo es una voz auténtica, única, que toma las herramientas del pasado y las redefine, adaptándolas a una sensibilidad contemporánea. Argente no se limita a imitar; se apropia, dialoga y crea algo genuinamente suyo. Su trabajo nos recuerda que el arte no es simplemente una reproducción de estilos, sino una constante reescritura de nuestros propios gestos y pensamientos en el lienzo.
Biografía Resumida: Juan Martín Argente nació en Junín, provincia de Buenos Aires, y ha dedicado su vida a la creación en múltiples facetas, abarcando la pintura, el dibujo y la escritura. A pesar de no contar con formación académica formal, su obra ha sido bien recibida, y su colección de poesía El Discurso Adimensional ha sido elogiada por su impronta vanguardista y su estilo reminiscentemente borgeano. La experiencia de la enfermedad y la fe han influido en su visión artística, que se manifiesta a través de un estilo ecléctico que fusiona elementos del expresionismo y la geometría. Además, es profesor de filosofía y amante de la música, disfrutando de momentos de reflexión acompañados de un buen mate.
Detalles Técnicos de su Obra Pictórica: La obra de Argente se titula Todos sus ángeles y utiliza acrílico, laca metálica, pinturas esmaltadas y una capa de barniz sobre lienzo, con dimensiones de 100×120 cm. Su técnica de drop painting se caracteriza por un equilibrio entre el caos y el control, donde cada trazo captura la tensión entre el instante y la eternidad. Su proceso creativo es una danza entre la improvisación y la planificación meticulosa, resultando en obras originales y hechas a mano en su estudio.
Futuras Exposiciones o Proyectos: Recientemente, Juan expuso en la segunda edición de Activando Artistas, donde presentó su serie de retratos The Vanishing of… en la Fundación Casa Pronto. Además, tiene el lujo de anunciar que en enero exhibirá, junto a un querido amigo fotógrafo, en la galería de arte “Tono Local”, una exposición que mezclará fotos y pinturas bajo el concepto “Black and White”.
Q&A con Juan Martín Argente:
Su técnica de salpicado ha suscitado comparaciones con grandes exponentes del expresionismo abstracto como Pollock. ¿Cómo se posiciona frente a dichas comparaciones?
Es natural que existan ciertos paralelismos; después de todo, los grandes artistas dejaron un legado que aún reverbera en nuestra época y uno se impregna de eso. Es imposible escribir desde cero, pintar desde cero. Siempre existen inspiraciones. Varios amigos y conocidos me han dicho cariñosamente “Si Pollock fuese argentino…” Yo lo tomo como lo que es : ¡un halago! ¡Admiro a Pollock! Aunque mi técnica surge de una necesidad interna de explorar el caos y la libertad en el acto de pintar, sin imposiciones ni controles. Siento una afinidad con quienes se atrevieron a liberar el gesto, a ir más allá de la forma convencional, pero creo que cada obra tiene un lenguaje propio.
¿Por qué ha optado por una paleta dominada por tonos azules, blancos y amarillos en sus últimas obras?
Esos colores surgieron de manera orgánica. De hecho, eran los únicos colores que tenía en mi casa. Es cierto que tuve que comprar acrilicos blancos y negros para ciertas capas, pero el resto de los colores estaban en latas del lavadero. El azul me conecta con algo profundo, tal vez un reflejo del mar o del cielo, esas extensiones infinitas que nos rodean. El blanco y el amarillo, por otro lado, representan una especie de luz, un equilibrio. No los elijo conscientemente; simplemente están ahí, buscando su propio lugar en cada obra.
El uso del salpicado genera una impresión de “caos controlado”. ¿Cómo logra ese equilibrio entre ambos?
Para mí, pintar es entrar en un estado en el que el control y el caos se vuelven casi indistinguibles. Me dejo guiar por el instinto, por una especie de energía que se despliega y, aunque parezca azarosa, tiene una intención detrás. Es un diálogo entre la mente y el gesto, una especie de mapa invisible que me guía. Cada movimiento es intencionado, aunque el resultado final pueda parecer impredecible.
Sus cuadros parecen explorar una tensión entre el orden y el caos. ¿Es esta una búsqueda intencional?
Sí, definitivamente. La vida misma es un constante ir y venir entre lo que podemos controlar y lo que nos desborda. La pintura me permite aceptar esa dualidad, reconciliarme con la incertidumbre. Es una forma de abrazar el caos sin renunciar al sentido de orden, de darle un cauce a lo incontrolable.
En El Discurso Adimensional usted explora, entre otros temas, la naturaleza de lo intangible. Diría que en su pintura hay también una búsqueda de esta índole?
Así lo siento. En mis cuadros trato de capturar algo que no se puede explicar con palabras, como si cada trazo fuese una línea que une lo visible con lo invisible. Me interesa la idea de que la realidad es solo una parte de lo que existe; en cada obra intento abrir una puerta hacia esas otras dimensiones, esas que se sienten pero que no siempre se ven.
¿Cómo espera que el espectador interprete su trabajo?
No busco imponer un significado; al contrario, deseo que cada persona encuentre su propia verdad en mis obras. Quiero que actúen como espejos, que reflejen algo íntimo y único en cada espectador. Si alguien siente una conexión, una emoción, creo que la obra ha cumplido su propósito.
¿Cómo visualiza su evolución como artista?
Mi intención es seguir explorando este estilo que siento que todavía está naciendo en mí. Quiero experimentar con nuevas formas, con nuevos matices, siempre en movimiento. Para mí, la evolución en el arte es un proceso constante; quiero que mis obras reflejen esa transformación, que nunca se queden estáticas.
¿De qué manera cree que la cultura argentina se manifiesta en su obra?
Hay una energía particular en Argentina, una intensidad que nos define. Es difícil señalar cómo se plasma en mi pintura, pero creo que está ahí, en la pasión, en la búsqueda de identidad. La cultura argentina tiene una relación especial con el caos, la resiliencia y, en cierto modo, con la idea de reinvención constante. Es algo que, inevitablemente, se filtra en cada pincelada.
¿Cuál considera que es el rol del arte abstracto en el contexto actual?
Creo que el arte abstracto sigue siendo crucial porque desafía al espectador a confrontarse con lo indefinible, con lo que va más allá de lo racional. En un mundo saturado de información, el arte abstracto ofrece un espacio de introspección, una invitación a detenerse y simplemente experimentar. En el siglo XXI, esta libertad interpretativa es, quizás, más valiosa que nunca.
Finalmente, ¿qué significa para usted el arte?
Para mí, el arte es una forma de existencia, una manera de estar en el mundo sin pretender comprenderlo por completo. Es un acto de fe, una entrega, una forma de dejar que algo más grande que uno mismo tome el control. Cada cuadro es una revelación, una mirada hacia esa parte de mí que no puedo ver pero que, de algún modo, siempre está presente.
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