Un año más, la disidencia sexual y de género organizada, salimos a las calles para recordar y reivindicar la revuelta de Stonewall, un levantamiento protagonizado por mujeres trans racializadas y migradas, que enfrentaron la brutalidad policial en las calles de Nueva York en junio del 69. Hoy, en un contexto de reacción mundial, recuperar el carácter político y combativo de aquel día es más urgente que nunca.
En todos estos años de lucha hemos conseguido numerosas victorias gracias a la movilización. Conquistas que ayudan a mejorar parcialmente nuestras condiciones materiales, pero que en ningún caso son un fin en sí mismo. El colectivo LGTBIQ+ debe tener claro el objetivo de nuestra lucha para no caer en la desmovilización que, a menudo, acompaña a ciertas victorias institucionales. Así ocurrió en el Estado español hace 20 años, cuando se aprobó el matrimonio igualitario que —aunque un triunfo— también supuso la institucionalización de gran parte del movimiento. Además, la integración de las disidencias sexuales en el marco de la familia nuclear vino acompañada de una homo normatividad excluyente, que impone un ideal de lo LGTBIQ+, en el que solo encaja el hombre cis gay, blanco y con dinero; todo lo que se escapa a esa norma, todo lo queer, queda fuera de su relato.
Pero la asimilación en el sistema y la imposición de la homonorma no son las únicas herramientas que el capitalismo utiliza para intentar desactivar el potencial revolucionario de las disidencias. Hoy el capitalismo se viste de rosa para mercantilizar nuestra lucha, despolitizándola y utilizando nuestros derechos y nuestra simbología como mera estrategia de marketing. El PRIDE convierte el día por la liberación sexual y de género en un desfile de empresas, en puro consumismo, en una fiesta vacía. Las multinacionales tiñen sus logos con el arcoíris una vez al año, para proyectar una imagen progresista tras la que ocultar explotación y miseria. El orgullo se transforma en un escaparate neoliberal que esconde la precariedad que atraviesa a las disidencias, donde el desempleo, el acoso, el sinhogarismo o la violencia institucional son el pan de cada día.
Y ni nuestros derechos acaban en el matrimonio igualitario, ni el Pinkwashing del PRIDE o el Capitalismo Rosa contribuyen a erradicar la LGTBfobia. De hecho, el último estudio en el Estado español sobre las agresiones al colectivo muestra un aumento alarmante: las agresiones físicas o verbales pasan del 6,80/ % en 2024 al 16,25/ % en 2025, y la discriminación en ámbitos como el empleo, el acceso a servicios o la vivienda afecta al 25,25/ % de personas LGTBIQ+. Y no se trata de poner más policía en las calles ni de reformar el Código Penal: casi la mitad de las personas agredidas no denuncia, por miedo y por desconfianza, hacia las instituciones y el sistema judicial cisheteropatriarcal.
Esta situación se replica en todo el mundo. El avance de la ultraderecha a escala internacional y el desplazamiento del espectro político hacia posiciones cada vez más reaccionarias colocan en el punto de mira a personas migradas, mujeres, y disidencias sexuales y de género. Figuras como Milei o Trump patologizan a las disidencias, expulsan a personas trans de cargos públicos y llaman abiertamente a combatir la llamada «ideología de género» o la «agenda woke». En Europa, gobiernos como el de Hungría prohíben las manifestaciones del Orgullo, o se bloquean leyes contra la homofobia y la transfobia, como en Italia, todo el lo ante el silencio cómplice y la inacción de partidos que se autodenominan progresistas. Incluso espacios en teoría «LGBTI–friendly» como Eurovisión ceden ante estas presiones, prohibiendo a las artistas mostrar banderas queer para «evitar mensajes políticos», mientras permiten sin reparo la participación del Estado genocida de Israel. Este avance reaccionario viene acompañado de una caída de caretas: multinacionales como Amazon o Meta, que hasta hace poco participaban del pinkwashing, hoy abandonan esa fachada para alinearse con los gobiernos que ellas mismas han financiado.
Pero estos discursos de odio ya no se limitan solo a la derecha o a la ultraderecha. Cada vez más sectores del movimiento feminista, así como organizaciones que se autodenominan socialistas o marxistas, adoptan argumentos tránsfobos y llaman a movilizarse contra las mujeres trans. Utilizan falacias como el «borrado de las mujeres» o la idea de que las mujeres trans buscan aprovecharse de los espacios o derechos «femeninos», cuando la realidad es muy distinta: las personas trans enfrentan enormes barreras para acceder al empleo, sufren una precariedad extrema y viven en condiciones de exclusión social sistemática. Así, el PSOE — que hace solo unas semanas celebraba hipócritamente actos por los 20 años del matrimonio igualitario— cede al discurso biologicista, eliminando la Q+ de las siglas institucionales y reproduciendo estigmas contra el colectivo.
En este contexto, un sector de la ultraderecha instrumentaliza los derechos del colectivo LGTBIQ+ para justificar sus posturas xenófobas, racistas e islamófobas. Este fenómeno, conocido como homo nacionalismo, es utilizado tanto por organizaciones — como Aliança Catalana— como por gobiernos o estados, como el estado sionista de Israel. Usan nuestra lucha como excusa para impulsar políticas represivas y genocidas; se valen de la defensa de los «valores LGBTI» únicamente cuando les sirve para reforzar fronteras, legitimar la violencia o alimentar el racismo institucional. Nos corresponde a nosotras desenmascararlos: ni nuestra lucha debe servir para justificar genocidios, ni estos están a favor de nuestros derechos. Al contrario, censuran contenidos queer, permiten terapias de conversión, mercantilizan nuestros símbolos y, por supuesto, excluyen sistemáticamente todo aquello que escapa a la homonorma.
El auge de la ultraderecha es una respuesta del sistema capitalista a su crisis estructural. Hace que el debate público gire en torno a la okupación, la migración, o los derechos del colectivo, señalándonos como culpables de una profunda crisis económica que el propio capitalismo causa y es incapaz de revertir. Las élites económicas intentan dividir la respuesta obrera y popular para que esta no se vuelva en su contra; así, la ultraderecha se construye desde la exaltación del nacionalismo, el racismo, el machismo y la LGTBfobia. Es necesario señalar y denunciar sus discursos de odio y su hipocresía, pero también debemos señalar las políticas socialdemócratas que, intentando salvaguardar los intereses del gran capital, empujan a la miseria a la clase trabajadora y a los sectores populares. La ola reaccionaria pone en peligro todas las conquistas que, como movimiento, hemos conseguido, pone en peligro nuestras vidas, y la única forma de pararla es la movilización y la organización. Por eso es necesario organizar una respuesta unitaria, combativa y al margen de instituciones y gobiernos. Pero la defensa de los derechos de mujeres y disidencias no puede desligarse de la lucha de las personas migrantes y racializadas ni del conjunto de la clase trabajadora.
¡¡Este 28J tomamos las calles contra el pinkwashing y el homo nacionalismo, por la libertad de todos los pueblos oprimidos, y por el fin del sistema capitalista y cisheteropatriarcal!
- Contra la precariedad a la que nos condena este sistema, exigimos leyes integrales, trans y LGBTI que avancen hacia la erradicación de las desigualdades sociales y laborales de todas las disidencias sexuales y de género.
- Contra el machismo y la LGTBfobia, exigimos políticas de prevención y reparación y recursos para su aplicación. Por la separación real de la Iglesia y el Estado y por una educación, sanidad y servicios sociales 100 % públicos y con perspectiva de género.
- Contra la instrumentación de nuestra lucha; porque nuestros derechos no sirvan para justificar políticas racistas y xenófobas. ¡Por una Palestina libre desde el río hasta el mar!
28 de junio de 2025
Lucha Internacionalista