Entre los mapuches del siglo XVI la mujer desempeñaba una función clave en la estructura social. Ellas llevaban a la práctica las alianzas familiares y eran el núcleo mismo de los pactos de amistad-no agresión entre las grandes familias. La historia de Janekew, autoridad para la guerra.
08/03/2020
Si bien siempre hubo maneras mapuches de ejercer resistencia, en general se acuerda que el surgimiento de un movimiento con identidad propia data de los años previos a 1992, cuando ante las aspiraciones estatales de celebrar la llegada de Colón a América, comunidades y organizaciones profirieron una suerte de “Ya basta”. Por el lado del feminismo, también es posible rastrear sus orígenes en tiempos remotos, pero concedamos que irrumpió con fuerza en la agenda pública de la Argentina y Chile en la última década. El interés por conocer cómo fue y cómo es la situación de la mujer en las sociedades indígenas es más reciente todavía. Las respuestas a esas inquietudes pueden ser tantas como pueblos existían en estas latitudes antes de la llegada de los conquistadores europeos.
Hay menciones al papel que desempeñaban las mujeres en el actual este de Estados Unidos que demuestran que el patriarcado es consecuencia de las imposiciones coloniales europeas. Sin embargo, la heterogeneidad parece infinita. Entre los muskogees (creek) y otros pueblos del sudeste norteamericano, rara vez participaban en la toma de decisiones políticas. En cambio, las mujeres haudenosaunees (iroqueses) y cheroquis ejercían considerable autoridad. Entre las mohawks, oneidas, onondagas, cayugas, sénecas y tuscaroras, determinados linajes femeninos controlaban la elección de representantes masculinos en los consejos que adoptaban las determinaciones políticas. Los consejeros eran hombres pero sus electoras tenían derecho a sacar su voz en ese ámbito y si los designados eran demasiado jóvenes o demostraban falta de experiencia, una de ellas participaba en su nombre. Inclusive, las madres de los clanes a través de los cuales se organizaban los haudenosaunees, tenían derecho a destituirlos.
El periodista y escritor estadounidense Charles Mann denominó a ese funcionamiento “el sueño feminista”. En su libro “1491: una nueva historia de las Américas antes de Colón”, suma que las Cinco Naciones estaban gobernadas por las mujeres que eran las cabezas de cada clan y que la Gran Ley decretaba explícitamente que los miembros del consejo “prestaran obediencia a los consejos de sus parientes femeninos”. Aquellas cinco fueron los cheroquis, los chickasaw, los choctaw, los creek y los seminola.
Distintos pero iguales
Aclara el historiador que “la igualdad otorgada de este modo a las mujeres no era como la de las feministas contemporáneas de Occidente: hombres y mujeres no tenían trato equivalente. A uno y otro sexo se le asignaban dos dominios sociales distintos”. Por ejemplo, “ninguna mujer podía ser una cabecilla guerrera” pero al mismo tiempo, “ningún hombre podía encabezar un clan”. Mann admite que no se sabe con precisión qué tan de acuerdo estaban las mujeres con la práctica de “estar separados pero ser iguales”. Añade que según Barbara Mann, historiadora de la Universidad de Toledo (Ohio) y autora de “Iroquian Women: The Gantowisas” (2004), “los consejos liderados por un clan de mujeres decidían los objetivos de la liga”. Es más, según Bárbara, “los hombres no podían tratar asuntos que no hubieran planteado las mujeres”. Por otro lado –continúa Charles- “ellas eran dueñas de las tierras y su producto, y podían vetar decisiones de los hombres de la liga y exigir que se reconsideraran”.
Según los cálculos de los investigadores a partir de la memoria oral, la arqueología y otros cruces disciplinares, la alianza indígena que los colonos europeos conocieron cuando comenzaron a usurpar sus tierras, tuvo su origen en el siglo XII. Pero inclusive dos o tres siglos más tarde, “las mujeres de las Cinco Naciones se encontraban mucho mejor en este régimen que sus equivalentes europeas, hasta el punto de que las feministas estadounidenses del siglo XIX, como Lucretia Mott, Elizabeth Cady Stanton y Matilda Joslyn Gage, que habitaron en la misma tierra, tomaron de su suerte la lógica inspiración”.
Entre los mapuches del siglo XVI y antes aún, está claro que la mujer desempeñaba una función clave en la estructura social, porque la sociedad mapuche se desenvolvía a través de una red de relaciones y desconocía tanto la centralización como el poder del Estado. Ellas llevaban a la práctica las alianzas familiares y eran el núcleo mismo de los pactos de amistad-no agresión entre las grandes familias. Las visitas que practicaban de manera permanente y los intercambios funcionaban como actualizaciones de los acuerdos. El comercio fue su especialidad, inclusive monopólica antes de la llegada de los españoles y varios siglos después. En el verano de 1863, Guillermo Cox observó que todas las ovejas que pacían cerca del río Caleufu, en derredor de las tolderías de Inakayal, eran propiedad de Dominga, una de las compañeras de Winkawala, padre del lonco que falleció en La Plata.
José Bengoa explica la persistente defensa territorial mapuche por tratarse de una sociedad que cultivó –y cultiva- una intensa relación con su territorio y por el profundo grado de intercomunicación que alcanzó. “La comunicación horizontal producida por las canoas de mujeres desplazándose en visitas de familia en familia, los intercambios permanentes de personas y productos constituyeron una sociedad unida en su base estructural. Esa sociedad sin Estado tuvo la capacidad suficiente como para defenderse” (86: 2007). Sin Estado y contra los Estados colonialistas, sumamos nosotros… 470 años después del arribo europeo a su territorio, hay mujeres mapuches que también cantan: “el Estado opresor es un macho violador”.
Janekew
Quizá fuera el historiador decimonónico chileno, Diego Barros Arana, el más persistente misógino, al negar la existencia de Janekew, la única “toki” que registraron los cronistas antiguos. Para el santiaguino, sus andanzas guerreras fueron creación fantástica de un español, aunque Diego de Rosales consagró un capítulo íntegro a las proezas de la “valerosa india”. El relato que circulaba popularmente hasta hace poco decía que al caer su compañero en combate, alrededor de 1587, Janekew heredó el mando militar automáticamente y condujo a los guerreros mapuches a una serie de victorias, antes de buscar refugio en la cordillera ante la llegada de refuerzos desde la Península Ibérica.
Pero esa versión merece reparos. Entre los antiguos mapuches, no cualquiera desempeñaba el rol de “toki”, es decir, de autoridad para la guerra. Su ejercicio no coincidía con el liderazgo político porque eran funciones claramente diferenciadas. Para designar un “toqui general”, como decían los cronistas de cuatro siglos atrás, se ponía en marcha un complejo mecanismo de deliberación a través del “trawün” o encuentro, en el cual confluían varios loncos y sus respectivas gentes. Las discusiones podían extenderse durante varias jornadas, antes de decidir en quién recaería la conducción guerrera. El rol finalizaba al superarse la coyuntura bélica e inclusive, en el caso de derrota o fracaso, era norma dar cuenta del porqué. La versión de Rosales sobredimensiona las ansias de venganza que nacieron en Janekew –él la llamó Anuquepu-, tan intensas que la habrían conducido a la jefatura. Pero la sed revancha debió ser común en todas las mujeres mapuches que perdieron seres queridos durante la invasión española, es decir, centenares de miles de ellas. Si Janekew accedió a desempeñar la función de “toqui general”, fue porque conocía a la perfección táctica, estrategia y logística.
Para las autoridades coloniales, fue especialmente humillante que fuertes y ciudades corrieran peligro o inclusive, tuvieran que abandonarse, por culpa de una jefa guerrera. “Viendo el Gobernador el daño que esta valiente mujer y su hermano hacían en toda aquella tierra, y corrido de que una mujer levantase cabeza contra los españoles y se jactase de victoriosa, no quiso esperar el verano para poner el debido remedio, así despachó luego al Coronel con buena fuerza de gente para que fuese en busca de Quechuntureo y su hermana Anuquepu, como lo hizo, aunque padeciendo indecibles trabajos por la aspereza del invierno, que tenía robados los caminos” (1877: 251). Los invasores consiguieron capturar al primero pero la crónica nada dice de la suerte de Janekew. Puede deducirse que permaneció en la cordillera, fuera del alcance de sus perseguidores y así, se burló del machismo colonialista. Hace poco, la hazaña de la “toqui general” se hizo cómic y su leyenda, al igual que el “sueño feminista” no hace más que agigantarse.
Bibliografía
Bengoa, José (2007): “Historia de los antiguos mapuches del sur. Desde antes de la llegada de los españoles hasta las paces de Quilín”. Catalonia. Santiago.
De Rosales, Diego (1877): “Historia general del Reyno de Chile. Flandes Indiano”. Imprenta del Mercurio. Valparaíso (Chile). Con introducción de Benjamín Vicuña Mackenna.
Dunbar-Ortiz, Roxanne (2015): “La historia indígena de Estados Unidos”. Capitán Swing. Madrid.
Mann, Charles C. (2005): “1491: una nueva historia de las Américas antes de Colón”. ESPA PDF (disponible en línea).
Fuente: https://www.enestosdias.com.ar/4402-el-sueno-feminista-era-realidad-indigena