Reinaldo Ortega, fallecido el 2 de junio pasado, fue un fotógrafo capaz de retratar la luna y el asfalto con el mismo compromiso. El temprano desarraigo de su Bolivia natal marcó su mirada sobre las personas vulneradas de la sociedad y una búsqueda para conectarse con la cultura andina. Su obra fotográfica denota una construcción identitaria y un abanico de luchas sociales.
Fotos: Reinaldo Ortega. Ultima foto de Carlos Arellano / Kolifato22.
Hay fotógrafos sociables, fotógrafos discretos, fotógrafos silenciosos y otros que gustan del escándalo. Fotógrafos que encuentran inspiración en las sombras y otros que aún de día disparan con flash. Fotógrafos que muestran y otros que ocultan, y tantos otros que buscan todavía qué mirar.
Existe una vieja teoría según la cúal la cámara fotográfica revelaría el carácter profundo de cada persona. El artefacto de captura de imágenes tendría la facultad de sacar a la luz la naturaleza de cada individuo porque nadie sería capaz de controlar la fugacidad de su guillotina interna.
Los absolutismos son siempre limitantes y según estas categorizaciones sería imposible entender la obra de Reinaldo Ortega, un fotógrafo capaz de retratar la luna y el asfalto con el mismo compromiso.
Su infancia en Bolivia, y su temprano desarraigo, separado de sus padres a los 16 años para trabajar confeccionando ropa con su hermano en Buenos Aires, pueden ser una pista para entender sus primeras fotos a los niños de la calle en la estación de tren de Constitución. La mirada del gurí migrante aflora en las primeras fotos que hace en 1985 con una reflex Minolta a rollo de haluros de plata. Una ternura particular se percibe en estas escenas que Reinaldo retrata con distancia y cercanía a la vez, como si el pudor y el respeto lucharan contra la voluntad casi heroica de querer mostrar a las personas vulneradas de la sociedad.
El abandono que resalta en ese primer ensayo continúa en el trabajo del Borda y algo de ese impulso quijotesco perdura en toda su obra. Reinaldo ha participado de Cooperanza hasta su muerte ayudando a internos del hospital neuropsiquiátrico en su vida diaria, involucrándose en tareas que completaban su aporte de denuncia como reportero gráfico.
Todos recuerdan su vínculo con Eber, otro paisano del hospital, a quien ha facilitado las salidas para conectarse con la cultura andina. Esa misma cultura que Reinaldo persiguió también a lo largo de su vida.
Todas sus fotos denotan de una búsqueda personal, la construcción identitaria de obrero mecánico, trabajador socialista, migrante indigena y originario, padre, luchador y amante de la belleza de la vida. La teoría no es tán errónea finalmente y la obra de Rei es como una gran bandera multicolor que lo pinta de cuerpo y alma. Ironía del destino o predicción mágica, una de sus últimas coberturas, un mes antes de contagiarse de Covid, lo llevó a fotografiar la quema de barbijos de los anti todo en Plaza de Mayo.
Todo lo que podamos decir sobre Reinaldo está en sus fotos y alcanza con recorrer sus redes sociales para apreciar el abanico de temas a los que le ponía el cuerpo, como fotógrafo y como ser humano. Desde Cromañón a la lucha de las Madres, de las capturas analógicas de diciembre del 2001 a las imágenes de las comunidades originarias de Formosa, la sonrisa de Reinaldo Ortega se hará sentir en miles de expresiones todavía por mucho tiempo.
Desde su fallecimiento, el 2 de junio pasado, su perfil de facebook está desbordado de mensajes de despedidas que vienen a rebalsar la catarata de fotografías a las que ya nos tenía acostumbrados. Se comparten sus fotos como una manera de recordarlo más que de homenajearlo porque al fin y al cabo, su legado va mucho más allá de su aporte fotográfico. Su figura con la whipala se hizo bandera y acompaña desde entonces las marchas a las que su cuerpo ya no puede acceder.
Articulo publicado en Agencia TierraViva:
Gracias a Iara Ortega, Carlos Arellano; Nico Solo y Ernesto Gut por la ayuda para confeccionar este articulo.