La inmensa obra de Osvaldo Bayer abarca miles de páginas dedicadas al estudio del movimiento obrero anarquista que se alzó en Argentina contra los dominios del capital. Son libros, artículos, conferencias y entrevistas, donde documenta y da testimonio del surgimiento de los primeros organismos de base “las sociedades de resistencia”, las luchas a brazo partido contra las patronales, la represión del aparato estatal como única respuesta a las demandas populares y la perspectiva de construir una sociedad basada en los principios del comunismo libertario, la forma más bella de vivir el socialismo en libertad.
A partir de distintos trabajos intentaremos reconstruir, de la manera más fidedigna, la mirada de Bayer sobre los sucesos de aquella lejana semana de enero.
Partimos de una premisa básica: El convulsionado siglo XX fue sacudido por un ciclo de revueltas sociales iniciado por la revolución mexicana de 1910 y que tomó el cielo por asalto con la revolución rusa de 1917. En ese contexto los poderosos del mundo impulsaron una ofensiva brutal contra la amenaza “roja” que recorría como un fantasma las calles de la vieja Europa, y que en nuestro país, se expresaba en el poderoso movimiento anarquista, en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y su llamado a los trabajadores y las trabajadoras a construir el comunismo anárquico.
La oligarquía argentina y el miedo al anarquismo en la reina del plata
“Pero no es para menos. Nadie se puede tomar a mal -desde el punto de vista de los que tienen algo- que cada uno se defienda como pueda. El miedo lo justifica todo. Las noticias de las matanzas de nobles, de propietarios, de terratenientes en Rusia a manos de los revolucionarios han quitado el sueño a los dueños y a los señores. No es hora de vacilaciones ni de espíritu cristiano. Cada clase, a defender lo suyo. Así en todo el mundo y en nuestro país en especial, con un movimiento sindical muy importante y un anarquismo en acción. Pero el gobierno parecería no enterarse de esta sorda lucha de clases que se ha instaurado en calles y campos. Y por eso caen sobre Yrigoyen las protestas de los obreros que lo acusan de permitir cuerpos armados fuera de la ley y de los patrones que le reprochan su falta de energía para reprimir huelgas y actos terroristas.
Hipólito Yrigoyen fue el primer presidente argentino surgido por el voto universal, secreto y obligatorio, en 1916. Representante de un movimiento de profundas raíces populares, caudillo querido por las capas pequeñoburguesas y proletarias (con excepción de los trabajadores concientizados que respondían a las corrientes anarquistas y socialistas), Hipólito Yrigoyen y su Unión Cívica Radical habían logrado arrancar por la vía constitucional el gobierno a la oligarquía terrateniente y comerciante, aunque no el poder. Su tímido reformismo logró sí democratizar, aumentar la participación de las masas, intentar una política exterior más independiente, llevar más justicia en la distribución. Pero esa misma timidez, esa propensión al diálogo y al compromiso fueron insuficientes para enfrentar la crisis por las que atravesó su gobierno. Cuando los trabajadores industriales de Buenos Aires se levantaron, él dejó que la oligarquía reprimiera a través del Ejército y los comandos de “niños bien”. Se originó así la “Semana Trágica” de enero de 1919, Cuando el trabajador rural patagónico exigió con firmeza una serie de reivindicaciones y ese movimiento amenazó con salir de su cauce meramente sindical -de acuerdo a las informaciones que iban llegando a Buenos Aires- dejó que el ejército defendiera el orden latifundista a sangre y fuego.
Yrigoyen, por ironía del destino, se convierte así en verdugo de movimientos populares, pero no por casualidad. Lo que no ocurrió bajo el régimen oligárquico de antes de 1916 -durante el cual la represión no llegó a alcanzar las características de matanza colectiva- sucedió bajo el gobierno populista de Yrigoyen”.
“Cerramos esta crónica haciendo un llamado a todas las organizaciones obreras de la ciudad.
Sin falta, trabajadores, vengad este crimen. Dinamita hace falta ahora más que nunca”
(Periódico anarquista La Protesta 8/1/1919)
La “Semana Trágica” del 19. Así nos informaban casi en secreto los de la generación anterior, sí, aquí, en Nueva Pompeya, nunca se sabrán cuántos obreros murieron. Los anarquistas nunca quisieron llamarla “Semana Trágica” sino simplemente “La Semana de Enero”, porque nada trágico hay en la lucha de los pueblos por su dignidad, aunque cayeran cientos de ellos. Todos los años, a principios de enero, cuando la ciudad se vaciaba, Francomano -ese anarquista siempre joven que en aquella Semana de Enero del pasado enfrentó a la policía, descalzo y con el guijarro en la mano- nos contaba en el viejo local de la FORA, en Barracas, cómo había sido la movilización popular, cómo la represión de la policía y el ejército, y cómo el triunfo de los obreros regateado por los burócratas de siempre. Triunfo, sí, a pesar de las víctimas tan queridas que habían tenido que enterrar mientras entonaban “Hijo del Pueblo”.
Ha sido la fecha histórica más negada de nuestro pasado, al igual que los fusilamientos de la Patagonia y la represión de La Forestal. ¿O acaso en alguna escuela o algún colegio se hizo referencia alguna vez a lo que pasó en aquel comienzo del 19? Fue sintomático cómo todos los gobiernos sin excepción taparon cualquier intento de recordación. Cuando a la plaza de los talleres Vasena se la quiso bautizar con el nombre de “Héroes Obreros de la Semana de Enero”, todos los mandamás se apresuraron a denominarla oficialmente “Martín Fierro”, para que nadie pudiera discutir el nombre. Una resolución sacada del bolsillo del chaleco para silenciar cualquier recuerdo de cuando los obreros se posesionaron de la ciudad y exigieron y obtuvieron derechos.
Los huelguistas de ese enero tuvieron un gran respaldo barrial, y de Nueva Pompeya se trasladó a la ciudad entera. Todo comenzó cuando los huelguistas –cuyas exigencias eran bien modestas pero imprescindibles– quisieron parar a los llamados “carneros” y “crumiros” que eran custodiados por la policía, por expresa orden del jefe de esa institución, Elpidio González, que luego pasaría a ser vicepresidente de Yrigoyen en su segunda presidencia. El 7 de enero la policía volvió a defender a los crumiros a balazos y el tiroteo dejó en el suelo a víctimas proletarias. La reacción del barrio fue instantánea, los trabajadores de toda Nueva Pompeya salieron a la calle a protestar. La noticia trascendió rápidamente y la FORA del V Congreso, anarquistas, declaró la huelga general en todo el país adhiriéndose a la misma la FORA del IX, sindicalista.
El 8, la huelga es total, grupos de obreros recorren la ciudad para vigilar que nadie trabaje. El 9, se realiza la inhumación en la Chacarita de los obreros muertos. Allí la multitud obrera es atacada a tiros por tropas del ejército y la policía. Los proletarios entonces asaltan las armerías y usan sus armas contra los represores. El 10 de enero, la FORA sindicalista trata de conducir la huelga, mientras la ciudad se encierra en sí misma y en las calles combaten obreros contra uniformados. Un nuevo aliado tiene la policía y el ejército: es la denominada “guardia blanca”, luego “Liga Patriótica Argentina”. En ella se agrupan jóvenes de familias del Barrio Norte, muchachos católicos de derecha y todo aquel que tiene como filosofía de vida la defensa de Dios, Familia y Propiedad. La presidirá Manuel Carlés, un conservador –pero a la vez funcionario de Yrigoyen y después de Alvear, y profesor del Colegio Militar– y en la comisión directiva estarán nada menos que los estancieros Martínez de Hoz y Joaquín de Anchorena, monseñor Miguel de Andrea, el almirante Domecq García, el perito Francisco P. Moreno, el general Eduardo Munilla, los radicales Carlos M. Noel, Vicente Gallo y Leopoldo Melo. Esos grupos aprovecharán la represión obrera para, junto con la policía, atacar a los barrios donde podrían esconderse los “soviets” argentinos.
Y es así como producen el primer pogrom de la Argentina. Atacan al barrio judío del Once. Entran en los domicilios, castigan con cachiporras a todo aquel que no tenga cara de cristiano y destruyen los pequeños comercios. Yrigoyen, mientras tanto, actúa a dos manos: por un lado permite la actuación de esas bandas armadas, de la policía y del ejército y por el otro –de acuerdo con Vasena– acepta las exigencias de los obreros de esos talleres: entre ellas las ocho horas y aumento de jornales. La FORA sindicalista levanta entonces la huelga general. La FORA anarquista prosigue la huelga para obtener mejoras para otros gremios. Pero la represión, la deserción de los afiliados a la central sindicalista y al Partido Socialista determinan que las fábricas y los medios de transporte recomiencen con sus tareas. Los obreros habían triunfado a medias, ya que la misma Vanguardia, órgano socialista, denunciará que el número de obreros muertos se elevaba a setecientos.
Yrigoyen guardará silencio sobre la masacre; las bancadas radicales, también. Sólo Elpidio González, vocero oficial de la presidencia, felicitará a la policía y dirá en una orden del día: “Felicito al personal policial por la energía y el valor demostrado. Un pequeño esfuerzo y habremos terminado dando una severa lección a elementos disolventes de la nacionalidad argentina”. Más adelante expresaba su fervor “contra las ideas y sistemas basados en la más baja satisfacción de apetitos materiales”. Obediencia debida.
Eran años de profunda inquietud obrera en el mundo. Apenas un día después de la Semana de Enero de Buenos Aires, era asesinada Rosa Luxemburg, en Berlín, justamente por integrantes de bandas oficiales de extrema derecha.
Claro, del pasado no se habla porque estaban involucrados Yrigoyen, los radicales, el ejército y personajes de la “guardia blanca” que luego pasaron a ser próceres: Manuel Carlés, el Perito Moreno, el cura Miguel D’Andrea e, infaltable, el estanciero Martínez de Hoz, hijo de aquel presidente de la Sociedad Rural que recibió de Roca 2.500.000 hectáreas de la tierra donde vivían antes los pampas y los ranqueles, bisabuelo del murciélago que luego fue ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas. Toda una estirpe familiar heredera del autollamado “liberalismo positivista” del roquismo.
Algunos tratan de disculpar a Yrigoyen de su responsabilidad en la matanza. Pero lo que no se le puede disculpar es que permitió que los grupos de extrema derecha hayan reprimido hombro con hombro con la policía y que hubo militares en las filas de la Liga Patriótica.
Pero si se trata de entender a Yrigoyen, mucho más hay que comprender a los obreros que lucharon y cayeron en esos tiempos por su dignidad. Por eso, la Semana Trágica o de Enero, debe ser desde ya un capítulo imborrable de nuestra Memoria.
Fuentes consultadas:
“La Patagonia Rebelde I, Los bandoleros” (1992) editorial Planeta.
“La semana trágica y nuestra memoria” incluida en el libro “En camino al paraíso”(1999) textos libres vergara.
“La semana trágica” (2006) publicada el 16 de enero en el diario Página 12.
Publicado en Contrahegemonia web