El concepto que se tiene de tiempo no proviene de la naturaleza ni es innato, sino una noción que se produce culturalmente. Las denominaciones de la actualidad nada tienen que ver con la designación mapuche a cada período temporal. Feliz “época de los brotes”.
22/09/2019
Mayoritariamente, todavía se piensa que experimentar el tiempo es un fenómeno que se produce de forma invariable para toda la humanidad. Hegemonías culturales mediante, aún hoy se supone que el tiempo se vive y se describe sin diferenciaciones por parte de los humanos y humanas, sin que importe el grupo cultural del que forman parte ni menos aún, la lengua que hablen. La recurrencia a explicaciones espaciales para entender, aprender y transmitir experiencias temporales, se pretende universal. Así, suponemos que el futuro está delante y el pasado, atrás. Sin embargo, a fines de los 90 comenzó a discutirse esa situación estándar, al tomarse nota de algunas culturas que ubican el futuro hacia atrás y el pasado hacia adelante.
El debate es central para quienes ponen en tela de juicio la supuesta universalidad de los valores, las culturas y las miradas, en tensión con las producciones culturales particulares que históricamente, forjaron maneras otras de ver el mundo. Desde esta perspectiva, puede decirse que es la cultura la que incide en la percepción y organización de los eventos temporales. En particular, existen nociones temporales propias al interior de la lengua y la cultura mapuches que en los hechos, discuten la uniformidad que pretende el calendario de los 12 meses, los 30 días y las cuatro estaciones. Las horas, los minutos y los segundos…
El concepto que se tiene de tiempo no proviene de la naturaleza ni es innato, sino una noción que se produce culturalmente. En términos históricos, no todas las culturas vivieron el paso del tiempo de forma indistinta, más bien la experiencia dependió de producciones culturales, en particular, de las lenguas. En la actualidad, entre nosotras y nosotros rige un sistema de “intervalos temporales basados en el tiempo”, según el cual, esta nota subió a la web a las 9 de la mañana. Pero existen otros sistemas de “intervalos temporales basados en eventos”, según los cuales, la misma crónica estuvo disponible “cuando el Sol terminó de salir”. La diferencia parece sutil pero no es tan así.
Gran parte de la cultura y el conocimiento occidentales tienen su origen en un sistema dentro del cual el tiempo es independiente de los sucesos que en su transcurso se pueden producir, como las puestas y salidas del Sol, determinadas celebraciones o las estaciones. En Occidente, las 9 de la mañana siempre es a las 9 de la mañana, sea de noche, haya amanecido, haga frío o calor. Y la primavera empieza el 21 de septiembre, caiga nieve, explote el viento o efectivamente, brille el Sol.
Pascual Coña
Según el testimonio que Pascual Coña brindó ante el sacerdote Ernesto de Moesbach, los antiguos mapuches describían y se relacionaban con el tiempo de una manera diferente a la hegemónica actual. Si bien Coña residió la mayor parte de su vida en el lago Budi (Araucanía), varios de sus criterios pueden reconocerse como válidos para el Puelmapu, es decir, el Territorio del Este. Su legado se publicó en 1930 y decía: “La gente antigua no tenía nombres para los meses. Para poder orientarse sobre un dato pasado o futuro se expresaban de esta manera: tiempo de escasez (wesa antü *); hambruna general (fücha filla); época de los brotes (pewüngen o fücha pewün), eran nombres de la primavera”. El religioso entendió que su interlocutor se refería a septiembre, octubre y parte de noviembre.
Añadía Coña: “cosecha chica (pichi walüng), de los productos verdes; luna de las primeras frutas (walüng küyen): en esta época se colectaban las vainas y arvejas”, es decir, en noviembre y diciembre. Después, seguía “el Tiempo del sol, de los calores, abundancia (fücha walüng), cosecha general, tiempo de la siega”, para enero, febrero y marzo. La secuencia continuaba con “estación de las lluvias (mawün ngen), invierno (pukem), tiempo de siembra, luna fría, heladas, escasez” en aparente coincidencia con julio, agosto y septiembre. “En tiempos más remotos se distinguía solamente la época de los frutos silvestres, llamándose verano esta estación; en cuanto ya no se podían tomar frutos por haberse acabado todos, era invierno”.
Que antes de la chilenización y argentinización forzadas no se usaran “nombres para los meses” quiere decir que los ciclos lunares no recibían denominaciones específicas o independientes de los sucesos que en su transcurso se desarrollaban. El tiempo no se percibía como cosa modélica sin relación alguna con su contexto, sino en relación íntima con el acontecer del medioambiente y la sociedad. El interlocutor capuchino de Coña ensayó una equiparación entre la descripción de los acontecimientos que escuchaba y los meses del calendario que conocía, al igual que una concordancia entre la periodicidad mapuche y la lógica de las cuatro estaciones por año. Así, interpretó “pukem” como “invierno” y “antüngen” como verano, por ejemplo.
El colonialismo y su lógica hicieron estragos en todos los ámbitos: “Hoy en día se ha chilenizado la gente indígena y se expresa sobre la fecha de cualquier suceso como los chilenos. Por ejemplo: yo emprendí mi viaje a la Argentina el 13 de abril de 1882”, puntualizó Coña. Sin embargo, en su relato no se refirió a la Argentina, sino al “pewenche mapu mew”, es decir, el territorio de los pehuenches. La alteración corrió por cuenta de Moesbach, que se tomó otras cuantas licencias.
¿Antiguos araucanos?
Aún en su descripción del tiempo, en la versión del sacerdote añadió el mapuche lafkenche que “tampoco conocían el reloj los antiguos araucanos. Ellos no preguntaban ‘¿Qué hora son?’ sino ‘¿Cuán alto ha subido el sol?’ Se contestaban: casi es de día (epe wün), casi hay sol (epe antüy), en la aurora; al rayar o salir el sol (tripapay antü), muy de mañana, en la mañana (pu liwen)”. Una vez más, Coña no dijo “antiguos araucanos”, sino “kuyfike mapuche yem”. Como mínimo, antojadizas las traducciones del capuchino…
El tiempo como elemento autónomo y medible es un cuestionable aporte de Occidente al conjunto de la humanidad, en cuya construcción la disciplina laboral que requirió el capitalismo en sus orígenes no sería del todo ajena. Pero existieron y existen todavía “conceptualizaciones otras” que se basan en la percepción de los acontecimientos que se desarrollan en el medioambiente natural y en el acontecer social. Es Antü (Sol) como elemento visible, el que permite mediante su observación y experimentación directa, conceptualizar el tiempo. En el mismo sentido, los intervalos temporales tienen en la cultura mapuche, denominación a través de los fenómenos que tienen lugar en su transcurso, como la claridad o el rocío de la mañana. Estas líneas están disponibles en la web desde el 22 de septiembre de 2019 y se escribieron en territorio mapuche. Feliz, ¿primavera?.
* Los autores utilizaron el grafemario unificado de la Sociedad Chile de Lingüística (SOCHIL), que no es el que habitualmente utilizamos en esta columna.
Bibliografía
Soto Cerda, Alonso; Quidel Lincoleo, José; Mellico Avendaño, Fresia; Huencho Mariqueo, Carlos (2017): “El día es desde que sale el sol hasta que entra. Eventos y espacio en la conceptualización del tiempo en mapudungun”. En Becerra Parra, Rodrigo y Llanquinao Llanquinao, Gabriel: “Mapun kimün. Relaciones mapunche entre persona, tiempo y espacio”. Páginas 137 a 162. Ocholibros. Santiago.
interesantisima nota! muchas gracias!