A 18 años de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 que tiraron abajo al gobierno de De la Rua, nuestro país vive otra derrota de un proyecto político neoliberal, pero que esta vez pudo completar su mandato a pesar de su naufragio económico, fue echado en las urnas y el peronismo capitalizó ese triunfo. A casi dos décadas de esa rebelión popular que puso en cuestionamiento el régimen político al grito de “¡Que se vayan todos!” y que en forma muy incipiente desarrolló un proceso de asambleas populares -que no pudieron extenderse y consolidarse-, la situación actual como izquierda nos encuentra absolutamente desorientades. ¿Qué pasó en este tiempo? ¿Se cerró el ciclo político del 2001? ¿Hay una institucionalización o derechización popular? ¿Cuál fue el papel del kirchnerismo en ese proceso y cuál el de las izquierdas anticapitalistas?
No contamos, por supuesto, con respuestas acabadas a estas preguntas. Pero sí queremos colectivizar algunas reflexiones sobre el ciclo y periodo político que vivimos.
El estallido de 2001 puede plantearse con dos grandes vertientes: por un lado, el agotamiento de un modelo que durante una década venía desarrollando enormes niveles de pobreza, que fueron respondidos por el pueblo con grandes luchas que también cuestionaban la consolidación del paradigma neoliberal en la Argentina. El surgimiento del movimiento piquetero que agrupó a desocupadxs para resistir el desempleo masivo provocado, en primer lugar, por las privatizaciones de empresas públicas, fue una singularidad histórica que mantiene su continuidad, con sus distintos procesos, hasta el día de hoy. El crecimiento de la resistencia popular, que se fue construyendo lentamente desde abajo, entroncando con otros movimientos como la juventud estudiantil que resistió las leyes federales antieducativas, el movimiento de DDHH con sus agrupamientos a la cabeza contra la impunidad de los genocidas y contra las razzias y el gatillo fácil de la “democracia”, maduró a lo largo de más de una década, incluso dos. Esa resistencia con camadas militantes fogueadas al calor de la lucha contra la ofensiva neoliberal del menemismo, primero, y de la Alianza, después, se enlazó con una crisis económica global y nacional que implicó un quiebre parcial con el paradigma neoliberal en una parte importante de la región. El corralito y los patacones fueron el quiebre final de un modelo agotado para garantizar el pago de la deuda que empujó a enormes sectores de la denominada “clase media” -asalariadxs con sueldos por arriba del promedio que podían contar un ahorro en dólares en el banco- a salir a las calles. La profundidad de la crisis económica radicalizó a grandes franjas de la población que confluyeron con el movimiento piquetero al grito de “Piquete y cacerola la lucha es una sola”. El “Argentinazo”, como las enormes movilizaciones en Ecuador y Bolivia fueron grandes irrupciones de los pueblos contra el modelo del FMI y EEUU que mantuvieron una hegemonía prácticamente indiscutible en la región luego de la derrota de las organizaciones armadas en la década del 70 y la caída del muro. Sólo la Cuba socialista resistió en soledad y con enormes sacrificios la época del Consenso de Washington y el discurso único, en donde las alternativas populares o de transformación no surgían en el horizonte. El 2001 vino a cambiar eso significativamente y a cristalizar un cuestionamiento de otro alcance a los pilares de la dominación imperialista.
Sin embargo, un elemento central para entender el desenlace de diciembre de 2001 es que las izquierdas en sus distintas tradiciones provenían en general de grandes derrotas y divisiones, y por más que aportaron activamente a la resistencia contra el neoliberalismo en distintos niveles, no hubo capacidad de articular una propuesta o incluso solo un espacio que permitiera dotar a una mirada anticapitalista de una mayor perspectiva de masas. Sin duda el periodo posterior al 2001 y la politización de nuevas camadas de jóvenes significó una bocanada de aire fresco a las izquierdas que en los siguientes años pudieron desplegar mayores posiciones y una expresión política que, aunque minoritaria, tiene un lugar ganado en el tablero político. Uno de los balances que hemos desarrollado quienes nos identificamos dentro de la nueva izquierda o por fuera de sus expresiones tradicionales, es que un límite a ese desarrollo estuvo en las propias prácticas y concepciones de esa izquierda, muchas veces marcada por el sectarismo, la autoproclamación y el machismo, y por una interpelación ultimatista de los últimos procesos sin preocuparse por la relación entre las consignas y el estado de conciencia popular. Pero tampoco desde quienes cuestionamos eso hemos logrado dar pasos certeros en estructurar una propuesta superadora, teniendo serias limitaciones para “el salto” de lo social a lo político y la construcción de alternativa política.
En esas condiciones, la crisis de 2001-2 a nivel continental dió lugar a la emergencia de gobiernos progresistas o posneoliberales en Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Bolivia, Ecuador e incluso experiencias en Paraguay y Honduras -abortadas rápidamente por el imperialismo- que implicaron la apertura de un nuevo ciclo político regional. Aupados por el aumento del precio de las commodities en el mercado mundial -alimentado por el ingreso de la demanda de China-, estos gobiernos representaron distintos vectores de moderación y radicalización en el continente. Pero un punto de partida fundamental, especialmente en los casos de Argentina, Ecuador, Brasil y Uruguay fueron las renegociaciones y reestructuraciones de deuda como un elemento de salida a la crisis. Estas quitas o reprogramaciones según el caso fueron planteadas como una salida concreta y viable para mantener el pago de la deuda sin afectar el crecimiento económico.
En líneas generales todos estos gobiernos desenvolvieron una serie de concesiones a los reclamos populares y una agenda de ampliación de derechos, mientras que se preservaron los pilares fundamentales del modelo neoliberal de dependencia de las materias, con una gran cantidad de privatizaciones y reformas que no fueron revertidas e incluso, en algunos sectores, la profundización del extractivismo y el saqueo.
Durante este periodo, como señalamos, las izquierdas pudieron desplegar mayores niveles de actividad a la luz de un cuestionamiento más generalizado al neoliberalismo. En nuestro país, bajo el kirchnerismo, se desarrollaron importantes luchas y conquistas para la izquierda, con el avance por un lado de la conformación del Frente de Izquierda que logró luego de mucho tiempo bancas parlamentarias para la izquierda anticapitalista – esta experiencia fue bastante excepcional a nivel regional, donde el peso de la izquierda que se reivindica socialista y revolucionaria es aún más marginal- y un desarrollo creciente de experiencias de nueva izquierda en espacios sociales – territoriales, feministas, juveniles, culturales, sindicales, etc,- por el otro. Sin embargo, ante el proceso de agotamiento del ciclo progresista con el comienzo de la crisis internacional en 2008 primero -con el quiebre del bloque patronal que apoyaba al gobierno en el conflicto con el campo- y los retrocesos electorales posteriores por la disgregación de la alianza de poder -salida de Massa y Moyano-, la crisis del kirchnerismo se plasmó no en una salida por izquierda, sino en una derrota electoral a manos de una alianza neoliberal encabezada por un empresario. Un elemento que entendemos jugó un límite para desarrollar más ampliamente una experiencia unitaria de la izquierda anticapitalista desde el FIT es, por un lado, su falta de apertura a las otras expresiones de la izquierda y, por el otro, su falta de diálogo con procesos populares más amplios, o el impulso a avances parciales que permitan construir otros pisos de interpelación con la base que deposita su confianza en el peronismo.
Un despertar en la conciencia que no se abandona
La llegada del macrismo fue vista por el imperialismo y la clase capitalista de nuestro país como la fuerza que venía a cerrar definitivamente el cuestionamiento y la crisis abierta en el modelo en 2001 a través de una nueva derrota histórica contra la clase trabajadora. El paquete de reformas neoliberales (laboral, previsional, tributaria) fue el gran caballito de batalla de Cambiemos que, sin embargo, se encontró, por un lado, con una activa resistencia popular con un punto de inflexión en diciembre de 2017 en Congreso en la rebelión contra la reforma previsional -tirando por los aires el ‘reformismo permanente’ de Macri- y, por el otro, con la continuidad de la crisis internacional que agotó rápidamente su financiamiento a un proyecto político al cual no le terminaba de ganar confianza y lo obligó a acudir al FMI con un plan (dos, en realidad, al cabo de solo algunos meses) que solo profundizó la recesión económica y el malestar popular.
Tras el triunfo pírrico con la reforma previsional y los acuerdos con el FMI, la luna de miel del macrismo estaba más que agotada y se desarrolló un debate sobre las consignas más adecuadas, y obviamente, las tareas del movimiento popular frente al gobierno fondomonetarista. “Fuera Macri” fue levantado por gran parte de las izquierdas mientras que “Hay 2019” levantado unánimemente por el kirchnerismo. A pesar del agravamiento cada vez mayor de la crisis con devaluaciones, despidos, etc, fue esta última consigna la que se impuso sin lugar a dudas. El aluvión de votos a F-F en las PASO y en las generales confirman que fue la apuesta mayoritaria del pueblo para echar a Macri. Lxs trabajadorxs no quisieron otro 2001 sin que hubiera una perspectiva o alternativa a la vista ante una acción popular de esa envergadura, sino una salida electoral a través de un frente promovido entre el kirchnerismo y el peronismo que explotó a fondo el descontento contra el ajuste y la represión.
En este proceso de retroceso del macrismo, paradójicamente, la izquierda viene retrocediendo y fragmentándose. A las divisiones organizativas, de las cuales también somos parte, hemos sufrido un retroceso electoral. Creemos que parte de este retroceso se debe a que importantes organizaciones de izquierda colocaron estos años sus mayores cuestionamientos a las organizaciones kirchneristas en vez de la denuncia centrada en derrotar el modelo macrista, que era la preocupación popular por lejos más instalada en nuestro pueblo.
De parte de quienes no compartimos este abordaje táctico -aunque en nuestro caso integramos las listas del FIT con nuestros planteamientos-, y promovimos la unidad de acción en las calles con independencia política para golpear en común al ajuste y la represión, tampoco pudimos construir una propuesta superadora, y nos disgregamos, incluso con distintas organizaciones que se integraron al Frente de Todos y mayor fragmentación en el llamado bloque de la nueva izquierda.
Humildemente creemos que es un error confundir el voto al Frente de Todos con el cierre de un periodo más vasto, con sus idas y venidas, de un cuestionamiento con un alcance más generalizado al modelo neoliberal cristalizado en diciembre de 2001. Ese voto expresó un canal para echar al gobierno macrista que se había cimentado en una resistencia popular previa, donde por ejemplo los movimientos sociales hijxs del 2001 jugaron un rol protagónico. Es cierto también que los movimientos sociales apuntan ahora a formar un sindicato de trabajadorxs de la Economía Popular. Pero su institucionalización es una conquista de la continuidad de la lucha popular con todos sus límites. Si fuera por la burguesía, no existirían los movimientos sociales. Su peso como un elemento en la lucha popular debe ser considerado desde esa dimensión.
En este escenario, la contraposición entre la movilización popular y la disputa institucional creemos que es un error que no refleja la evolución y las tareas que se han ido planteando a la luz de los distintos desenlaces que ha ido teniendo la crisis en nuestro país. Desde las izquierdas debemos alentar por relacionar movilización popular con todas las posibilidades de disputa y lucha política para acumular a un proyecto anticapitalista que pueda plantearse una perspectiva superadora.
A nuestro entender, la mayor lección que nos deja el 2001, en momentos donde los pueblos de Nuestramérica vuelven a levantarse contra la ofensiva del imperialismo y la derecha fascista, es la necesidad de construir una izquierda que intervenga de lleno por el triunfo de las causas populares y que se proponga intervenir políticamente en la disputa, sin caer en el delimitacionismo u abstencionismo. Una izquierda que se plantee repensar las dimensiones táctica y estratégica que viene construyendo que, en los últimos tiempos, no nos están dando respuestas para construir una alternativa emancipadora con vocación de masas.
Desde Venceremos-Abriendo Caminos nos reconocemos como hijxs de la rebelión del 2001 y nos proponemos retomar el hilo histórico no para la repetición, sino para la creación heroica como reclaman los tiempos que corren en Nuestramérica.