La mutación neocón [*]

Jorge Alemán: “Es más fácil pensar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Sin embargo… “no existe crimen perfecto”

 

Por Héctor Cepol

Está por verse si el neoliberalismo cumple con su sueño de hacernos ingresar definitivamente a una tecnosociedad de soberanía (su verdadera utopía porque aun la sociedad disciplinaria le significa el desorden). O si genera otras temibles rebeldías de derecha. O si frenándolas, y solo frenando (que no es poco ni fácil pero acaso se consiga), avancemos hacia el viejo sueño de una sociedad de emancipación.

El final está abierto. Ojalá incline la balanza el hecho que nos jugamos esta supervivencia semicivilizada y la elemental supervivencia ambiental. Y ojalá ayude estar más autoconvocados, más efervescentes que ayer…, y hasta el acicate del mismo neoliberalismo.

Criaturas de nuevo tipo

Sí, el acicate que en mala hora nos proporcionan “estas criaturas humanas de nuevo tipo”, según las definiera Sandra Russo, que se preguntaba [1]:

“¿Qué es eso que siente y que expresa ese tipo de funcionarios completamente blindados frente al dolor del otro? ¿En qué lugar de sus propias subjetividades se apoyan para provocar sufrimiento y aislarse en su propia indiferencia?”

Y se rascaba la cabeza ante:

“…la receta de una torta que nunca sale bien, una construcción argumental basada en una total falta de empatía. El neoliberalismo no concibe ningún intento cooperativo, en el amplio sentido de la palabra, ni reconoce como motivación legítima la necesidad de dignificar la vida humana.”

En realidad, lo que Russo nos viene a decir es que detrás de nuestra perpetua naturaleza Jekyll-Hyde, no está solo el Jekyll que se transforma arrasadoramente en Hyde, sino también un Hyde más letal. Alguien que, en lugar de desaparecer en Jekyll y despertar solo ocasionalmente, en algunos sujetos toma su forma a toda hora. Y no solo en apariencia –modales y gestos– sino en su ser social, en no actuar ni mejor ni peor como cónyuge, madre o padre, hijo o hija, amigo o amiga que cualquiera de nosotros. Y que solo debajo de eso despliega su natural siniestro.

“Estos tipos –agrega Mempo Giardinelli– son más que meros psicópatas perversos. Son abusadores de la confianza de millones de ciudadanos a los que primero engañaron, y ahora los violan en sus derechos e ilusiones.” [2]  Exacto, abusan y pueden hacerlo en virtud de esa especie de máscara de Jekyll al servicio de Hyde.

Y aquí llegamos a lo que nos interesa. De qué modo y por qué el neocón es un neocón. Cómo demonios se articula ese discurso que hacia fuera es pura excusa, una mera racionalización. Y decimos hacia fuera, no porque sus emisores descrean de ella. Al contrario: muchísimos la militan con fervor revolucionario, sin mencionar que es creíble para quien esencialmente quiere creerla, o mejor: para quien necesita creerla. Pero, por lo mismo, que es burda y se da de patadas con los resultados. Hace más de tres décadas que la Unión Europea cayó en manos de esta gente, y ahí está no solo el sufriente sur europeo sino la brecha social aterradora y el reverdecimiento fascista en el centro y el norte, incluyendo en esto a la poderosa locomotora alemana; de hecho, Inglaterra y EE.UU., los decanos ya cerca de cumplir cuarenta años bajo el neoliberalismo, tampoco están para brindar: los ingleses sobreviven cada vez más como un gigantesco y venenoso paraíso fiscal al que el Brexit vuelve insuficiente; los otros enfrentan una rebelión por izquierda y por derecha, mientras Israel bajo su protección incondicional volvió la shoá una excusa criminal [3].

(…) Pero, insistimos, no son marcianos, son inhumanamente humanos y de nueva generación, una nueva burguesía nacida en la segunda posguerra como respuesta al keynesianismo y a las revoluciones de las primeras décadas, y madurada en los ’70 con el colapso del liberalismo tradicional y la llegada del petrodólar).

Bien, ¿y de qué modo inhumanamente humanos?

Acá haría falta un último esfuerzo para terminar de entender a criaturas tan pero tan alejadas de las deliciosas y perfumadas de Gardel.

(…) Jorge Alemán explica bien una parte fundamental:

“El sujeto es un accidente fallido y contingente que emerge en el lenguaje atravesado por la incompletud y la inconsistencia. Radicalmente dividido, agujereado y que necesita siempre de distintos recursos fantasmáticos para soportar su falla constitutiva. Esta es la verdadera razón por la cual la promesa neoliberal puede encontrar su anclaje en el sujeto, e incluso ser deseada.” [4]

Que “puede encontrar” ese anclaje, dice cuidadoso Alemán, no que siempre lo encuentra. La falta, es un imán para el ágalma neoliberal y para todos los ágalmas, por más que el autor no se detiene –no hace falta– en explicar por qué esa promesa de prosperidad puede encontrar otros caminos fantasmáticos, incluido el falso mal menor –la pasividad–, o la rebeldía franca aunque ligada a otras ilusiones, o hasta impactar en los incasillables. Es obvio que Alemán también sobreentiende que las constituciones psíquicas personales y las experiencias de vida pueden actuar como barreras y hasta vacunas con el neoliberalismo. Pero acá lo pertinente es que nos reorienta. Porque, digamos, ¿qué cableado es distinto en algunos, qué vacuna no recibieron para que la plenitud perdida y anhelada –la falta– los haya acercado o precipitado al neoliberalismo? ¿Qué hace que persigan ese vellocino de oro?

Sí…, pareciera que nosotros mismos, nos respondemos. Sin embargo, el oro irresistible siempre brilló. No, es más complicado que eso.

Naranjo en flor

Bien, y llegamos a toda una cuestión a partir de algo simple. Sin la muchedumbre de fracasados, la meritocracia sería imposible: la pirámide carecería de base. Y la base es a la meritocracia lo que la fuerza de trabajo vuelta plusvalía es al capital. Un zócalo de carne y hueso, una ruina para sostener un éxito, que en el plano psíquico nos revela la existencia de… un plus de sufrir. Sí, una auténtica y eficaz forma de sufrir, matizada según los niveles que, para simplificar, vamos a agrupar en dos: el del zócalo, la base de la pirámide, y el de los que al menos consiguen escapar de allí y hallan su lugar más arriba. Pero a ambos (o a todos los matices) no les falta siquiera la homología entre el recorte capitalista de la plusvalía para reinvertir y el goteo de módicos honores sobre una pequeña burguesía dispuesta a fungir de cancerbera con los de abajo, o de dejarle a los fracasados absolutos algunas migajas de placer y dejar a los fracasados absolutos apenas algunas migajas de placer.

Para qué serviría esto? Para lo mismo que la plusvalía y el goce: para gozar del otro, aunque en un diabólico perfeccionamiento a nivel de la víctima de la nueva plusvalía especulativa [p.  299/2]). O como el plus de goce le sirve al de arriba para gozar de los suyos –mientras disciplina a los demás con el goce ilimitado del Otro– (esquema de más adel.); el de sufrir le sirve al del medio para gozar aun cuando no advierta (o le importe) ser gozado–, y al de abajo para boquear, o respirar al menos, cuanto más que “a veces se puede gozar de la demanda insatisfecha”, recuerda Alemán (5), que nos habla de marginalidad, o de eso que reaviva el dolor de la finitud, tiene olor a muerte y hace abrazar con desesperación las astillas de vida. Alemán lo llama “metamorfosis de la pobreza”. Lo es: es la mutación del plus de goce en plus de sufrir, un goce para perdedores y, de paso, valioso escombro para los cimientos sin los cuales no hay pirámide.

Cuidado, con todo no es un invento neocón, se hunde en el pasado más remoto, y tiene su base en el impulso masoquista y el matrimonio de conveniencia con el plus de goce, cuyo vástago ha sido hoy afinado y puesto al día.

Es decir, hablamos de una suerte de desdoblamiento, ya que la función de

(esencialmente) gozar –aun tocando el sufrimiento–, incorporó la función de (esencialmente) sufrir sin dejar de gozar. ¿De qué? Hoy de un salvavidas del emprendedurismo ilusorio, de un flotador del fracaso para multitudes del medio y de abajo de la pirámide inducidos por una oligarquía meritocrática que se reserva la cúspide y se desrresponsabiliza del desastre social.

Por supuesto, salvavidas que en muchos casos la inmensidad de la miseria vuelve inútil…

Se objetará que una supuesta función de gozar/sufrir es masoquismo liso y llano, o incluso un error de perspectiva –digamos, el plus de goce visto desde su extremo doloroso–. No, y menos en la circularidad neoliberal. Ni puro masoquismo (que también es un matrimonio con el plus de goce pero por amor y no por conveniencia), ni el goce ilimitado de esa circularidad. Ni siquiera es el plus de sufrir corriente en tiempos de Lacan: el del trabajador desproletarizado y carente casi de flotador, ni menos recicla al del proletario de Marx, con flotador pero sin emprendedurismo ilusorio (salvo en los países-factoría o bajo un desarrollismo brutal). No, lo que tenemos hoy en las víctimas es la estructura del plus de goce originario, ese que con las pulsiones se asentó siempre en el ello, y que a través de otra de sus transacciones con el yo también incorporó históricamente la función de sufrir con autocontención (sin autoaniquilarse) gracias a amplificar las gratificaciones mínimas. Aunque ahora, atención, con el flotador mejorado al servicio de la meritocracia y el emprendedurismo.

Es decir, estamos ante el engranaje básico, el gran dispositivo de la utopía meritocrática que a unos, a los que necesita en el medio de la pirámide, les hace gozar sin que reparen en ser gozados ni les importe el costo social (ya que al menos la pasan bien respecto a los de abajo, lo que, además es todo un requisito: v. La utopía de la desigualdad, pp. 77 y 80/6). Y a otros les deja sobrevivir (también al menos) mientras son gozados como zócalo. Sí, la peste llegó (n. 9), y en parte es esta nueva y lograda fórmula de la servidumbre voluntaria: “Al menos gozo del fútbol, del sexo, del cable, de la comida…”. Es el flotador ante la hiperconcentración demencial de la riqueza. Y lo es a partir de este segundo modo, materializado en el significante “al menos”, que es la clave: es el logro adverbial sobre los del medio y los abajo para modificar los verbos gozar y sobrevivir y dotarlos de discursos piramidales: “Al menos gozo…”, dicta el flotador, fortalecido incluso por la esperanza (Hay que dar tiempo…) y hasta por el amor propio de no admitir la burrada personal. Lo cierto es que el plus de sufrir ¡a tres años y medio de iniciado este desastre resplandece en la Argentina, y no cambia el apoyo al gobierno de un tercio del electorado, del cual un 60 o 70 por ciento no pertenece al patriciado sino al medio y a la base de la pirámide!

Claro, sabemos también que la perversidad del emprendedurismo radica en sembrar culpa por fracasar, o sea, en la deuda eterna que genera, lo que no deja de sorprender ante la existencia del plus de sufrir (n. 1374). Es más, damos por hecho que la depresión –el antiflotador– es el desenlace natural en muchas personas. Y lo es, pero la razón de que no se generalice aun más es que quien compra el emprendedurismo, recibe el flotador, de modo que la depresión solo la atribuye al mal uso y no al emprendedurismo al que la víctima seguramente seguirá defendiendo. De todos modos los deprimidos, los autocríticos, tampoco se desperdician: densifican, consolidan el terreno que rodea los cimientos.

Y aun así…

Como también dice Alemán, no existe crimen perfecto. A diferencia de la función de gozar sin autocontención casi de la meritocracia, en la que todo indica que se reproduce generacionalmente, el nuevo plus de sufrir –que no perdió autocontención–, no vuelve irrecuperables a sus víctimas ni estas tienden a castrar éticamente a sus hijos. Es más, salvo extremos como la alienación religiosa, mantiene viva la posibilidad de la rebeldía. ¿Se advierte hasta donde la emancipación se las arregla para introducir sus cortes potenciales en la nueva circularidad?

Pucha, es uno de los mejores tangos pero Homero Expósito nos dejó además la fórmula exacta de este plus:

Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento.
Perfume de naranjo en flor,
promesas vanas de un amor
que se escaparon en el viento.

Ahí está todo.

O todo lo que hace al desconsuelo existencial ligado al amor, porque, atención, en la proyección política de estos versos, los únicos lugares en los que hacen pie son respectivamente en los desencantados de la política, y luego, al comienzo nomás de la estrofa, en el fantasma neoliberal respecto a sus víctimas, en los libros posapocalípticos de Byung-Chul Han y en la cabeza de algunos psicoanalistas que dan por hecho el triunfo cultural del neoliberalismo. Algo, querido lector, que si fuera cierto, ni usted estaría leyendo esto ni se hubiera escrito ni seríamos capaces de seguir disfrutando Naranjo en flor.

Privatización del alma

(…) Ahora bien, si el Amo liberal pasó a neoliberal es porque en el discurso capitalista viraron “algunas cositas”, como malició Lacan [6] . Cositas que eclosionaron a finales del siglo pasado, porque no fue sino en el nuevo siglo que la dimensión social del yo (7)(8) rediseñó su empatía por completo y acabó de perfeccionar tanto la máscara Jekyll como el plus de sufrir de sus víctimas (pp. 45ss). Es decir, que extendió hacia fuera esos dispositivos para manipular mediante marketing el patrimonio social de significantes sensibles. Y que hacia dentro desplegó el narcisismo de una oligarquía meritocrática.

Pero obsérvese: afectos y dispositivos que se mantuvieron fielmente dirigidos hacia el otro. Bien que en modo perverso, y en ambos sentidos de la palabra.

Porque no es que se esfume la dimensión social del yo ni algo tan trascendentes como la empatía –imposible al ser estructurales–, sino que trabajan de otro modo. Es como si el Otro burgués de Jekyll, o mejor: su parte más crudamente Hyde –su dimensión individual y la representante de su par en el ello–, hubiera logrado privatizar la dimensión colectiva del yo (9), y habilitar así solo un mínimo de empatía sana para el círculo familiar y social del sujeto mientras trasmuta el resto en manipulación y falta de autocontención.

Y decimos como si, y tal vez nos quedamos cortos, ya que la hipótesis es que son mentes educadas para ser privatizadas, o para que el Amo interior, a través de padres y maestros, les privatice realmente la dimensión social (v. Sembrar otra sociedad: p. 466).

Por cierto, el neoliberal se muestra falto de impulsos altruistas a simple vista, pero está claro: conserva bien entera su libido social y su empatía. Solo que de modo perverso. O con un remanente de empatía sana reservada a los suyos, mientras el resto deja de ponerse en el lugar del otro… para decidirle el lugar. Porque no lo humaniza, lo cosifica. Una reversa que ya era, en realidad, un atavismo cultural ligado al esclavismo y a todos los absolutismos, pero que ahora se perfecciona con la máscara, y genera además ese plus de goce elitista para sí y los suyos –una empatía oligárquica, incapaz de apertura o centrifugosidad alguna–, así como otro plus de sufrir para los ajenos a ese círculo (un plus de goce modificado que amplifica el goce residual de las víctimas y perfecciona la servidumbre voluntaria) (p. 45ss). Y todo ello, como resultado de liberar nuevamente el viejo goce ilimitado del Otro para volver a dominar al yo con un pseudo plus de goce (sin autocontención) sobre sus víctimas).

Estamos, en definitiva, ante lo que alteró o exacerbó la realidad psíquica de la burguesía (pp. 278/2 y 295/3ss), ligándola ahora de modo yihadista a un fantasma oligárquico-meritocrático (también puro goce del Otro), o una distopía producida, repetimos, por el Otro burgués impactando clivando el goce, como vemos, en tres partes y superindividualizando el yo.

O es como si, paralacanianamente, lo simbólico –el reino del padre– subsume buena parte de lo imaginario y lo real [10]. Al menos hasta un punto en que la dimensión colectiva se achica y amuralla en distinto medida según los individuos. De ahí también distintos matices y grados de compromiso social en estos sujetos (11) sin que se les altere esencialmente el perfil.

Aquí, en homenaje a la claridad, nos concentramos quizá demasiado en el neocón de paladar negro. Pero también hemos hablado algo del resto de la fauna(p. 249/3), y enseguida, y sin ánimo precisamente de disculparlos nos ocuparemos de la heteronomía que los esclaviza pese a toda su omnipotencia, o sea, en las determinaciones históricas que los llevan de la nariz (v. Circularidad del mundo, p. 256).

Freud concluyó en que “Dios sabe que parte importante del yo se hunde en lo inconciente”. Bien, ahora lo entrevemos. O se confirma que algunos yo llegan aun más allá de lo reprimido y se reacercan al ello a través del Otro. ¿Donde ello estaba, yo vuelve a acercarse? ¿Será ese el sino?

Al menos es el peligro.

Algo de aquella opinión de Freud intuyeron siempre los Homero, los Dante y tantos exploradores del alma que visitaron los arcanos y volvieron (salvo Freud, que volvió pero de un viaje distinto, más ávido de detalles y de ahí su queja). Hoy el neocón, ja, muestra que otros también llegan, aunque no poéticamente ni en pos de investigar…, sino privatizadoramente, o como brutales virreyes que se apropian de territorios y almas, y fletan el tesoro a la metrópolis de la objetalización. O del deseo de Dios, diría Lacan. Y de un modo inverosímil, ilimitado, y por lo mismo insostenible y suicida.

En fin, convengamos al menos que hay algo que le permite al neoliberal andar con sus oscuros fines bajo la luz del sol, cosa que el otro, el burgués, no se permitía. Ambos ocultaron y ocultan sus medios, por cierto (12), pero curiosamente en el proceso metapsicológico del capitalismo algo se invirtió: pareciera que la actitud neocolonial –siempre más sosegada– ha precedido a la conquista y al colonialismo neoliberal. Vemos que en la historia los absolutismos se han ido suavizando. Y sin embargo el capitalismo, en sus 500 años de zigzagueos lleva una tendencia general al endurecimiento que ahora busca su apogeo.

O tal vez nos equivoquemos, tal vez el proceso tenga una perspectiva más vasta, y lo que consideramos actitud neocolonial, deba verse como cinco siglos de complejo desembarco en treinta de civilización, y el sistema esté pasando a la conquista rumbo a una colonización irrealizable porque, bueno…, o se lo impedimos o acaban con todo, con civilización y biósfera.

Sí, parecen monstruos de origen galáctico encerrados en la nave tierra. Pero no, somos nosotros… solitos solitos.

 

Notas:

1. La cuestión de la empatía, Sandra Russo: pagina12.com.ar/diario/contrata pa/13-303774-2016-07-09.html

2. La tarea, 6-2-17: pagina12.com.ar/autores/1856-mempo-giardinelli

3. Y que lo hace no solo en conexión con los intereses petroleros y el biblismo de los EE.UU., sino con el propio neoliberalismo que asume en Israel su mejor máscara Jekyll (pp. 245ss). El sojuzgamiento palestino es un impulso nacido de un nacionalismo atendible en sus orígenes pero descargado sobre inocentes, y como se dijo más de una vez, en alianza con el mismo Occidente homicida (el de los lager pero también el que pudiendo bombardear las vías férreas a Auschwitz eligió no hacerlo). Vale la pena mencionarlo tantas veces como haga falta porque son excelentes ejemplos de hipocresía internacional, así como de la complejidad de los nacionalismos tan capaces de pasar de la legítima defensa a la agresión más abyecta. (Este moderno Israel, tan alejado, y no solo en el tiempo, de aquel histórico reino del mismo nombre                           –cosmopolita, abierto, politeísta, la contratara del atrasado y sombrío reino hermano de Judá–, ha venido a traicionar al propio humanismo judío y, de paso, a anticipar la utopía neoliberal de la exclusión. Por otro lado, adviértase la cercanía entre el apoderamiento de los aliados de la ciencia y la técnica nazis, y estas recetas israelíes calcadas de sojuzgamiento –racismo, gueto, militarismo, impiedad– que expresa el nacimiento de Israel, en simultáneo con la previa Hiroshima, y la Sociedad Mont Pelerin, el think tanks originario del neoliberalismo creado en 1947 por von Hayek. Es decir, cuanto menos habría que investigar cuánto hay de originalidad y cuánto de aprovechamiento en estos paralelismos). Pero aquí lo mencionamos porque, además, el Israel actual, tan ultramoderno y pluralista en su ritmo interior, es un perfecto ejemplo, de como Jekyll enmascara a Hyde.

4.¿Qué es la subjetivación neoliberal?, Jorge Alemán, 5-6-17: pagina12.com.ar/42162-que-es-la-subjetivacion-neoliberal

5. Vgr. el pobre que accede al mendrugo de los gadgets –celu, televisión satelital, etc.– sin salir de la pobreza. (Horizontes neoliberales de la subjetividad, 2016, p. 179). Curiosamente, otro premio consuelo que, entre otras cosas, vemos reaparecer entre los clasemedieros en forma de entusiastas ventas piramidales (cosméticos, menaje), o cadenas de felicidad tipo “telar de la abundancia” (dinero) son estafas claramente inspiradas en el paradigma de los derivados financieros, también piramidales y propios de la financiarización neoliberal que, en ambos casos, enriquece a los iniciadores y deja el tendal de perdedores.

6. Lacan dice en efecto que se produce “apenas una cosita que gira” en el discurso capitalista, y se modifica el discurso del amo (Seminario 18, clase 3). Y luego lo repite y amplía diciendo: “es un hecho que al detectar, en el sentido del discurso capitalista, la plusvalía como su resorte esencial, Marx confirió de pronto al discurso del amo una consistencia y un poder cuyos resultados no han terminado ustedes de percibir.” (Conferencia sobre la experiencia del pase, 3-11-73). Es decir, tampoco hablamos aquí de la noción estrictamente freudiana de perversión, limitada a lo sexual, sino de este concepto más amplio de Lacan (…que además reprocha a los suyos no haber entendido la trascendencia de Marx o el nuevo límite marcado al lazo social).

7. Quizá habría que reajustar un poco una tópica freudiana que, a la hora del genial testamento intelectual del autor –su Esquema del psicoanálisis–, seguía vitalmente en revisación. Y que tampoco en Lacan, que la reformula y amplía, es extraída de un encapsulamiento básico. ¿Cuál? Ambos sostuvieron con todas las letras que la psicología individual es necesariamente social (Freud hasta alcanzó nada menos que la noción de un superyó colectivo –Kulturüberich– aunque sin seguir adelante y volver a replantear su tópica. Y tampoco lo haría Lacan pese a no dar un uso incidental a la idea de “lazo social” ni dejar de advertirlo de otras maneras). Es decir, ambos inscribieron esto en un dualismo relativamente secundario, que colgaron casi como un telón de fondo al no concentrarse más que en una única dimensión psíquica: la individual, la de un “pájaro de un ala sola” (según la significativa expresión de Mauricio Kartun para hablar en su caso del individualismo). Alumbraron ese ala, por cierto, como nadie; casi no vieron, o no contemplaron plenamente que alumbraban solo uno de los dos polos de la psiquis. Es más, a diferencia de la sociología que siempre interpeló a ambos polos, o la propia psicología vincular que llega muy cerca de formularlos taxativamente, las escuelas psicoanáliticas dominantes continuaron con la deconstrucción de la subjetividad individual. Desde luego, pudo ser un paso indispensable y ciertamente fértil, pero hoy ya cumplió con creces el tiempo de ampliar el enfoque y empezar a manejarnos, tópica y dinámicamente con al menos dos dimensiones. Dos tan inseparables como distintas: la individual y la colectiva, tan obvia esta como la otra a la luz de cosas como el surgimiento del lenguaje, la condición inconciente y siempre colectiva de ciertos paradigmas, la voz como objeto privilegiado según Lacan, nuestro natural gregario, las fuerzas “controlantes” supraindividuales de los procesos colectivos, la episteme, la propia civilización que ya subrayaba Freud con su Kulturüberich, amén de mecanismos como la empatía, la transferencia, la conformación del psiquismo imposible sin el otro, la propia psicopatología inseparable de la alteridad, la alta conductividad anímica e ideológica del colectivo y su contracara reactiva, los cambios del yo según el interlocutor, la autoteleología emancipatoria (p. 263/3ss), hasta la maravillosa electricidad del todo suprafutbolera en los mundiales de fútbol, vamos, el lazo social de actividades no solo imposibles de confinar a la esfera individual, sino de reducir a la suma circunstancial de individuos. Y eso, aunque efectivamente todas ellas se asienten en cada sujeto y no en ningún “inconciente colectivo” (exceptuando, guarda, el de Charly, inobjetable; léase si no…, o siéntase, toda la letra de esa canción).

Por supuesto, tomamos “individuo” (negación de dividuus, lo divisible) para designar, paradojalmente al sujeto dividido, y subsumir a ese individuo (solo indiviso en la mitad que interacciona con lo colectivo) en el marco de una nueva división. Una donde lo individual, lo colectivo y el discurso construyen el sujeto político, y en la que su incipiente pero claro giro en la actual coyuntura de irrepresentado y autoconvocado es el nuevo sujeto político. Bien, en ese giro –la cosita de Lacan que recordábamos–, aunque haciendo vórtice en otro sector de la psiquis, cabe la eclosión asambleística del 19 y 20, las demás puebladas latinoamericanas que expulsaron a la generación anterior de neoliberales (p. 100/2), el subversivo Ni una menos, la silenciosa pero ascendente economía solidaria y, seguramente, la próxima oleada de restauración democrática junto a la contrucción a reanudar de un esquema semidirecto. (Hasta se podría trazar otro diagrama de flujo como el de la máscara Jekyll (p. 253) pero donde el efecto neoliberal se traduce en rebeldía y no en sumisión cuando el Otro burgués impacta –vía máscara J– en el yo de sus víctimas colectivizando su dimensión individual y generando autoconvocatoria y afán de justicia. Y, por cierto, hasta es posible un tercer diagrama extendido al terrorismo –u horrorismo contemporáneo– donde análogamente se destaque un yo fundamentalizado [p. 258/1 y fig. p. 267]). (Ver n. sig.).

8. (De la n.ant.)

Por último, si se excluyen las dimensiones tampoco es posible apreciar acabadamente otras tópicas más avanzadas de hoy día. Tomemos, por ejemplo, la de nuestro Enrique Carpintero, que basándose en Spinoza no menos que en Freud, desenfoca la psiquis para mirar el cuerpo en tanto este lisa y llanamente es el ser. “Al cuerpo lo constituye un entramado –sostiene– de tres aparatos: el psíquico –con las leyes del proceso primario y secundario–; el orgánico, con las leyes de la físico-química y de la anátomo-fisiología, y el aparato cultural, con las leyes económicas, políticas y sociales.” (Las pasiones y el poder en la construcción de nuestro mundo subjetivo, conferencia de oct de 1983: grasalud.blogspot .com.ar/2007/08/la-salud-tiene-que-ver-con-el-poder-y.html). Ahora bien, solo percibiendo en esos aparatos sus dimensiones colectivas                                  –extensivas a todos ellos– se transparenta por entero el marco social que determinan y los determina –y con el que hacen máquina, diría Deleuze, haciéndolos más evidentes–. O sea, solamente si identificamos la dimensión social del aparato psíquico con el lenguaje, el “instinto gregario”, la Kulturüberich de Freud, la dualidad dimensional del plus de goce, y hasta incluimos la misma episteme foucaltiana (o la dimensión magmática de Castoriadis o el inconciente social de Bourdieu); si ubicamos en el aparato orgánico, la genitalidad, la fonación, la audición y nuestro nicho ecológico mismo…, o si vemos en el cultural la misma “relación de inclusión” en lo colectivo que alcanzamos con los otros aparatos, se nos despliega plenamente este entramado anfibio u holístico de la psiquis con un pie en el sujeto y otro en la realia. Y sentimos mucho más cerca una tópica integral.

O más directo, yendo a Freud y a Lacan: solo aplicando las dos dimensiones tanto a instancias y estados como a los registros, se hace más sencillo conciliar el corte tópico de uno con el funcional del otro. Por caso, ¿dónde ubicar en Freud con rango tópico el lenguaje que domina en el registro simbólico de Lacan? ¿En qué instancia? La dificultad se allana, sin embargo, y todo se acomoda cuando el nuevo protagonismo asignado al lenguaje, se visualiza en la dimensión social del yo y el superyó (a punto tal que en el soliloquio y el diálogo interior subsiste la naturaleza dialógica, como señala Kristeva).

En suma, hablamos de un intercambio que debe continuar entre esos enormes observadores metonímicos –que van de la parte al todo–, y nosotros, metonímicos al vesre y militantes de la política que vamos del todo a las partes (y tan faliblemente como el Marx militante, que no por nada fue el Marx más falible), porque ese intercambio, decimos, todavía ofrece tela para cortar.

9. Recuérdese que en el Seminario 10 y en el “discurso capitalista” Lacan ya ponía al burgués a las órdenes del Otro. Pero, atención, todo ocurria en forma menos radical de lo que alcanzaría después el neoliberalismo. Al fin, el Otro burgués, aunque más lanzado que el Otro precapitalista, seguía autocontenido desde que conservaba mucho más intacto su plus de goce. Es más, la burguesía había obtenido su fuerza espectacular, precisamente de privatizar el goce sin violar en demasía el plus, y Lacan lo tenía bien presente al extremo de subrayar la plusvalía como el gran hallazgo de Marx. Por lo demás, concibe estas cosas a principios de los 70, y muere en 1981, es decir, todavía sin los resultados a la vista de las políticas de la Thatcher y de Reagan, pero ya entreviendo que estaba al caer el… “discurso de la PESTE”. Lo hace apenas con el desvío de proponer un efecto destructivo del discurso analítico sobre el capitalismo y no un efecto del propio discurso capitalista (según la mejor ley de la ironía a la que era afecto), pero previendo que este último está “destinado a reventar” y marcha hacia su “consunción” (Conferencia de Milán, 12-5-72). ¿Cómo hubiera reaccionado Lacan ante los ‘90 y la maldad explícita del neoliberalismo, además de rearfirmar aquellas opiniones? Es probable que hubiera seguido afinando la puntería y definido el discurso neoliberal como sepulturero del capitalista. Hoy día sus seguidores, en su mayoría gente talentosísima pero carente de su audacia o la de Freud, parecen permanecer en el tiempo y en la mirada avanzada pero finalmente conservadora y sesentista del penúltimo Lacan (todavía a treinta años del apogeo que alcanzaría la globalización tras caer la URSS también después de su muerte). Y, por cierto, que se mantienen pesimistas en cuanto a que la cultura pueda disparar cambios psíquicos profundos (recuérdese el límite supuestamente infranqueable de los puercoespines freudianos), o sostienen un rechazo excesivo a la dialéctica (de modo bastante simétrico a los que la endiosan linealmente). Es decir, siguen sin ver otra cosa en la sociedad posindustrial y en la posterior globalizada que un perfeccionamiento capitalista y sus efectos, no lo que ellas muestran como doblaje de la apuesta opresora ante los avances del paradigma emancipador –la liberación sexual y de las costumbres, el estado de bienestar, el feminismo, el impulso de los DD.HH., las puebladas antineoliberales, el sujeto autorrepresentado (p. 260/3)–, avances y contragolpes que preanunciaron en algún caso y en otro desplegaron y protagonizaron una nueva formación histórica, una nueva época nada menos que debería mostrarles que el poder siempre ha doblado la apuesta en lo inmediato, y siempre acabó por transar hábilmente a largo plazo para sobrevivir. Incluso, que ahora –y quizá es lo que late en la idea de la PESTE–, emerge finalmente una máscara Jekyll (p. 277/3) que rompe los límites empujándonos a un ellos o nosotros. Hoy no solo puede conjeturarse que un nuevo significante príncipe estuvo en formación en estas últimas décadas –y es el gran culpable del despelote actual, sino que su desarrollo muestra una progresiva aceleración hacia algún final, es cierto, aun abierto y con la probabilidad aparente de que lo gane la PESTE. Aparente, porque también sabemos que es imposible, que no podría, que solo puede ser ganado por nosotros… o por ninguno (n. 627/4). (V. tb. Un final Abierto, p. 265).

(Sobre una nueva formación histórica, véanse ns. 805 y 1236, y pp. 71/7, 74/4, 258/6, 267/2, 365/2, 408/2 y 420/2).

10. Decimos paralacanianemente pero…¡cómo suena al “ultimísimo Lacan”, no?

11. En realidad, es tanta la codicia y la ausencia de autocontención, que al menos en Argentina, con su patología de economía hiperinflacionaria, se acentuó el canibalismo intraestablishment y se violó la solidaridad clasista en beneficio de camarillas, del capitalismo de amigos como se lo ha dado en llamar, y con el que el macrismo directamente había arrancado operando desde el principio.

Por lo demás, quien abrigue dudas sobre la verdadera amplitud de estos matices, lo invitamos a que preste atención al discurso de la diputada Silvia Lospennato (PRO, provincia de Buenos Aires), para fundamentar su voto favorable a la legalización del aborto que expuso de un modo vibrante y conmovedor contra la opinión de su propio sector: youtube.com/watch?v =NcPG9jwxy7A (14-6-18). Y agréguese que no fue la excepción: integraba un conjunto de 14 o 15 legisladores a favor dentro de una bancada neoliberal de 53 diputados (15-6-18: tn.com.ar/ politica/silvia-lospennato-conto-que-debatian-el-aborto-fuera-del-bloque-de-cambiemos-para-no-pelear_875752). (V. tb. foto de p. 251). Alguno opinará que aun con manzanas podridas sale un buen pastel si se rescatan las partes sanas, y quizá hasta mejor que con manzanas frescas pero ácidas. Sería muy cáustico. Es mas justo reconocer que la plasticidad pulsional, la riqueza de nuestras uniones pulsionales, simplemente dan para eso y para tantísimas cosas más.

12. En un texto publicado en el poscierre del Mataburrros, Hugo Ruda recuerda que “neoliberalismo” es un rótulo claramente vergonzante para sus portadores, y que “el término es más utilizado por quienes atacan (esa ideología, ya que) se escucha en la resonancia de esa palabra la amenaza más importante a la existencia de cualquier lazo social digno.” (14-9-17: pagina12.com.ar/62716-que-hacemos-cuando-hablamos). Lo interesante es que el término fue acuñado en 1938 por Alexander Rustow, un liberal de izquierda, para designar, en realidad, una filosofía socialdemócrata que enfrentara al laissez-faire sin caer en el colectivismo, “algo parecido –por no decir idéntico– a la socialdemocracia tradicional del Partido Laborista del Reino Unido o del Partido Demócrata con su new deal de Franklin D. Roosevelt”. Y con igual sentido fue luego retomada por la Escuela de Freiburg para oponerse al liberalismo, aunque siempre “permaneció como un obscuro concepto que manejaban solo los académicos e intelectuales, muy ajeno al conocimiento del público en general. No fue hasta los años setenta que la palabra empezó a popularizarse y a usarse de la manera como en la actualidad se usa; para describir de manera negativa a los defensores de la libertad.”, nos cuenta otro autor obviamente neoliberal, que admite y fustiga indignado la carga negativa del término (Sergio Villalta, septiembre 2017: webcache.googleusercontent.com/search?q=cache:rhFi_JkVmJYJ: https://www.institutolibertad.org/blog/eres-neoliberal/+&cd=19&hl=es-419&ct=clnk&gl=ar).

El texto inicial de Ruda remata con que “se subraya con razón la importancia de la llamada batalla cultural, pero no se pone lo suficientemente en evidencia que se da en el campo de las palabras”.

 

[*] Adelanto del “Mataburros Neoliberal: apéndice del siglo XXI”, de descarga libre en:

http://mercadosolidariorosario.com.ar/#!/-bienvenido/

 

 

 

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