En el museo del holocausto en Washington DC, una leyenda ilustra la forma en que algunos pueblos renuncian a los principios fundamentales que protegen sus vidas y sus derechos. “Primero vinieron por los socialistas, y yo no hablé porque no era socialista. Luego vinieron por los sindicalistas, y yo no hablé porque no era sindicalista. Luego vinieron por los judíos, y yo no hablé porque no era judío. Luego vinieron por mí, y para ese entonces ya no había nadie quien pudiera hablar por mí.” Eso escribió Martin Niemöller, un pastor luterano anticomunista que apoyó originalmente a Hitler, pero luego se le opuso, y terminó siendo arrestado y confinado.
Un ejemplo de esa erosión paulatina de principios se manifiesta ahora en Bolivia, en forma sorprendente. El año pasado Santa Cruz de la Sierra se salió de su habitual formalidad y se lanzó a las calles para derrocar a Evo Morales en nombre de Dios, aunque aparentemente, hizo un pacto con el Diablo ya que renunció a muchos de los principios antes mencionados.
El del respeto a la vida lo entregó cuando su flamante presidenta ordenó reprimir con impunidad al pueblo que resistía, y Santa Cruz calló ante la masacre de 36 indígenas, porque ellos, los cruceños, no eran ni “collas” ni “masistas” (del MAS), el nuevo insulto para humillar al indígena y a sus defensores.
El principio de respeto al medio ambiente Santa Cruz lo entregó cuando después de arroparse con esa bandera para culpar a Evo Morales por haber expandido la frontera agrícola, calló cuando la presidenta Añez promovió el uso de los transgénicos de Monsanto/Bayer para que Santa Cruz pase al nivel agroindustrial “competitivo” de Brasil y Argentina, lo cual implica un desastre ecológico y sanitario, y una masiva expansión de la frontera agrícola para enriquecer a capitales extranjeros.
El principio de la salud pública como derecho ciudadano y obligación estatal, Santa Cruz lo entregó cuando el sector de los médicos se parapetó en esa bandera para movilizarse contra Morales, luego tomó control del Ministerio de Salud en el cuoteo del poder, y después la presidenta entregó a todos los bolivianos como pacientes cautivos, a la voraz, desregulada, y corrupta industria privada de la medicina.
En política, los principios fundamentales son esas normas implícitas que todos respetan, sean gobernantes o gobernados, o de izquierda o de derecha. Evo Morales, al repostularse a una segunda reelección consecutiva a pesar de haber perdido el referéndum, vulneró el principio de respeto a la Constitución, y vulneró también el de la integridad del Tribunal Constitucional que tuvo que degradarse a avalarlo con el artificio de un supuesto Derecho Humano. Evo erosionó esos dos principios, es verdad, pero los golpistas “cristianos”, en lugar de restaurarlos, los remataron al inventarse la figura del golpe de Estado “constitucional” avalado también por el mismo Tribunal Constitucional, y después exterminaron el resto.
Ahora el Tribunal Constitucional es la piltrafa y estropajo del ejecutivo, el Fiscal General es el mercenario político del Ministro de Gobierno, las Fuerzas Armadas y la Policía son sus sicarios y matones, y el Órgano Electoral elucubra todavía sobre la pose que tendrá su sometimiento. Todos pagarán sus deudas con la justicia cuando, eventualmente, se restablezca el estado de derecho, pero hasta entonces, Bolivia sobrevive en el submundo pestilente de la absoluta carencia de principios.
En cuanto a los cruceños, que solo recibieron militarización de parte del gobierno como “servicio de salud” contra el coronavirus, marcan el paso ante la bota que antes juzgaban de corrupta, y hasta sufren carencias de todo tipo, pero ni en esas condiciones entienden el daño que hicieron para presentes y futuras generaciones. Derrocaron al “indio”, y eso es lo único que les importa. Siguen mintiendo que el golpe fue en defensa de los principios democráticos, pero saben perfectamente que fue un golpe brutal contra todos los principios de igualdad y de soberanía nacional que ese “indio” representaba.