Invasión de México (1519 – 1521)

LA INVASIÓN DE MÉXICO

08 DE NOVIEMBRE 1519 – 1521

 

Tercera entrega.

Por Asunción Ontiveros Yulquila

Contexto del  2006. En enero recibo la invitación de la Directora de la licenciatura en Comunicación Intercultural, Elisabeth Bautista Flores, de la Universidad Intercultural del Estado de México, UIEM., ubicada en la ciudad de San Felipe, Estado de México. En agosto arribé a la ciudad de México y recibí la hospitalidad de un periodista y de un sociólogo. Fui hospedado en una casa familiar de zapotecos de Oaxaca, quienes son vecinos del Estadio Azteca. El padre del sociólogo era el utilero de la selección de fútbol (seleccionado “azteca”). El primer domingo fui invitado a comer chapulines fritos con chili, amenizado con mezcal de Oaxaca y un platillo de gusano molido.

La hospitalidad se significa en Mesoamérica con la frase “mi casa es su casa”. En la realidad se cumple esta ley de hospitalidad (Morgan, 1876). La casa de la familia de los padres del sociólogo se caracteriza porque está construida de una montaña de piedra. Se destaca el  baño o sanitario, las paredes son parte de la montaña. Un trabajo de hormigas sin duda, una obra de arte de piedra tallada cuyas matrices derivan del México Profundo. En los primeros días de septiembre 2006, en la Feria Internacional del Libro que organiza el Museo Nacional de Antropología e Historia adquirí la obra: México Antiguo. Lewis H. Morgan y Adolph F. Bandelier, prólogo y edición de  Jaime Labastida” (2004).

Lewis H. Morgan (1818 – 1881) es abogado de profesión, estadounidense, ejerce el oficio aprendido en sus relaciones profesionales con la Confederación Iroquesa (naciones indias), y orienta su vida a la etnografía y arqueología porque considera que la “raza roja” (pueblos indios) ha sufrido un desastre casi total en cuanto a sus representaciones, imaginarios e instituciones. Al respecto del México Antiguo sostiene:

 “Podemos adelantar por último, que las historias de América española […] en lo que respecta a la sociedad y el gobierno indios, sus relaciones sociales y plan de vida, no tienen ningún valor, porque de eso no entendieron nada ni llegaron a saber nada. Estamos en plena libertad de rechazarlos en esos aspectos y empezar de nuevo, utilizando todos los elementos que contengan, que concuerden, con lo que sabemos de la sociedad india. Fue una calamidad para toda la raza roja que los logros de los indios sedentarios de México y Centroamérica, en el desarrollo de sus instituciones, hayan sufrido semejante desastre casi total. El único remedio para el mal que se les hizo es recuperar en lo posible el conocimiento de sus instituciones, que es lo único que puede ubicarlos en sus justo lugar de la historia de la humanidad” (La comida de Moctezuma, 1876).

En el 2006 visité el Museo Nacional de Antropología e Historia, el pabellón Mexica, por tercera vez (1977: 1985; 2006). No me convencen las narrativas ilustrativas de las piezas que se exponen. En septiembre 1977 visité el Museo acompañado de un indio zapoteco, que en su vida real es un cura ligado al Vaticano (actúa de anfibio). Un indio zapoteco, como todo indio cristianizado domina latín y su idioma materno. En 1977 quedé impresionado porque México es indio, así lo niegue la narrativa oficial colonial que prevalece en el sistema educativo y en las Universidades, sean de gestión privada o estatal. La narrativa oficial colonial es el rostro del indigenismo, que es igual al orientalismo descripto y explicitado por Edward W. Said (2004).

Retornando a la segunda Carta de Relación de Hernán Cortes (20/10/1520). El 08 de noviembre de 1519, Cortés, su vanguardia y retaguardia ingresa a Tenochtitlán. En su carta de relación él es el autor y narrador del contenido, y es el protagonista junto a “Dios”, su “alteza” y el apóstol “Santiago”. Trama los acontecimientos teniendo como referencia, como espejo, el relato bíblico y los relatos que se derivan del mismo. Todo lo que hace y logra Cortés es obra de “Dios”. Escribe para la probanza de méritos (industria de la mentira) que era una institución para peticionar mercedes y recompensas por los servicios prestados a su “alteza” y a “Dios”. Por lo tanto, para que la probanza resultase positiva, las cartas de relación de invasor Hernán Cortes están ensalzadas de supuestos hechos ficticios, que en el fondo son mentiras. Cortés hace hablar a Moctezuma:

“Muchos días ha por nuestras escripturas tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales de ella sino extranjeros, y venidos a ella de partes muy extrañas; y tenemos asimismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir donde en mucho tiempo, y tanto que, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían, y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirle por señor, y así se volvió; y siempre hemos tenido que los de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a su vasallos; y según de la parte que vos decís que venís, que a do sale el sol y las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señor natural […].” (Cortés, 1520: 64).

Este relato es ficción pura y está relacionado con el requerimiento que es un instrumento punitivo inquisitorial de los invasores en nombre de “Dios”. Esta mentira se reproduce hasta actualmente en el Museo, MNAH, y en toda narrativa de la historiografía colonial oficial. En abril de 1989, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma en la presentación  de la obra “Los Aztecas”, pone de manifiesto que los cronistas, eruditos y frailes, para dar una explicación sobre nuestro Continente y pueblos recurrían a los mitos bíblicos de la creación del hombre, del diluvio universal, de la torre de Babel y de la dispersión de las tribus de Israel. Señala que el fray Diego Durán, en su “Historia de las Indias de Nueva España”, concluye que los indios son gente baja, y que son naturalmente judíos o gente  hebrea, porque  sus ceremonias y creencias son iguales.

“Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad  y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis tenido, […]. No creáis más de lo que por vuestros ojos veredes, en especial aquellos que son mis enemigos, y alguno de ellos eran mis vasallos, y hánseme rebelado con vuestra venida, y por se favorecer con vos lo dicen; los cuales sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro, y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mis servicios eran asimismo de oro, y que yo era y me hacía dios y otras muchas cosas”.

“Las casas ya la veis que son de piedra y cal y tierra; y entonces se alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: ‘A mi véisme aquí soy de carne y hueso como vos y como cada uno, y que soy mortal y palpable’, asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo: ‘Ved cómo os han mentido; verdad es que tengo algunas cosas de oro que me quedado de mis abuelos; todo lo que yo tuviere teneís cada vez que vos lo quisiéredes; yo me voy a otras casas donde vivo; aquí seréis proveido de todas las cosas necesarias para vos y para vuestra gente. Y no recibirás pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza’. Yo le respondí a todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me pareció que convenía, en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban; y con esto se despidió; e ido, fuimos muy bien proveídos de muchas gallinas y pan y frutas y otras cosas necesarias, especialmente para el servicio del aposento, y de esta manera estuve seis días, muy bien proveído de todo lo necesario, visitando de todos aquellos señores” (Cortés, 1520: 64 y 65).

Cortés siguiendo el formato de la inquisición, desde una posición de escribano, construye una narrativa para apropiarse del territorio Mexica, del oro y someter a los invadidos a un proceso de conversión confesional, llamado en la historiografía colonial como “evangelización de los indios”. La posición de Cortés es ultra excluyente, monogenista y creacionista, como era y continúa siendo, la posición desde arriba hacia abajo del pontificado de Roma y sus vasallos. Deja sentado, de buena fe y en nombre del emperador Carlos V, del pontífice de Roma y de “Dios”, que la naturaleza y el oro son de su majestad, y que la población sometida acepta ser vasallo. Por ello, el 14 de noviembre de 1519 Cortés y sus secuaces secuestran a Moctezuma, para imponer el poder y el mito legitimante del reino de España, del Sacro Imperio Romano Germánico y del Pontificado de Roma.

SECUESTRO DE MOCTEZUMA: 14 DE NOVIEMBRE DE 1519

“Pasados invictísimo Señor, seis días después que la gran ciudad de Timistitan [Tenochtitlán] entré, y habiendo visto algunas cosas de ella, aunque pocas, según las que ver y notar, por aquellas me pareció, y aun por lo que de la tierra había visto, que convenía al real servicio de vuestra majestad y a nuestra seguridad, que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, por que no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a vuestra majestad, mayormente que los españoles somos algo incorportables e importunos; y por que enojándose nos podría hacer mucho daño, y tanto, que no hubiese memoria de nosotros según su gran poder, y también porque teniéndole conmigo, todas las otras tierras que a él eran súbditas vendrían más aina al conocimiento y servicio de vuestra majestad, como después sucedió. Determiné de lo prender [secuestrar] y poner en el aposento donde yo estaba, que era bien fuerte; y por que en su prisión no hubiese algún escándalo ni alboroto, […]”.

[…] y finalmente dijo que le placía de se ir conmigo, y mandó luego a enderezar el aposentamiento donde él quiso estar, el cual fue muy bueno y bien enderezado. Y hecho esto vinieron muchos señores y quitaban las vestiduras y puestas por bajo de los brazos traían una andas no bien enderezadas; y llorando lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuimos al aposento donde estaba, sin haber alboroto en la ciudad, aunque se comenzó a mover; pero sabido por el dicho Mutezuma envió mandar que no lo hubiese. Y así  hubo toda quietud según que antes la había, y la hubo todo el tiempo que yo tuve preso [secuestrado y rehén] al dicho Mutezuma, porque él estaba muy a su placer y con todo su servicio, según en su casa lo tenía; que era bien grande y maravilloso, según adelante diré. Y yo y los de mi compañía le hacíamos todo el placer que nosotros era posible” (Cortés, 1520: 66 – 68).

El secuestro, para el pago del rescate respectivo y el dominio de la situación política del pueblo invadido es una tecnología utilizada en todas las acciones invasoras de los cristianos españoles. El secuestro fue aplicado en La Española (hoy Santo Domingo y Haití), en Jamaica, en Cuba, en Castilla de Oro (Panamá, Costa Rica, Nicaragua), en el Tawantinsuyu (Ecuador, Perú, Bolivia, Norte de Chile y Noroeste de Argentina). Durante la campaña de reconquista de los ibéricos católicos, para expulsar a los moros de la Península, se utiliza el secuestro como principal instrumento de guerra. Se secuestra un califa, se extorsiona para el pago del rescate consistente en la entrega de un espacio territorial, oro, plata, mujeres, y la entrega del sistema del poder político, para su destrucción sistemática en “nombre de Dios” del pontificado de Roma.

Respecto a la tecnología del secuestro utilizada por las llamadas “compañías conquistadoras”, Rafael Varón Gabai, peruano, doctor en Historia, en su obra “La ilusión del poder. Poder, apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú” (1997), explica que Francisco Pizarro, Pedrarias Dávila y otros genocidas acumularon riqueza mediante operaciones de secuestro, rescate y cabalgadas (saqueos), instrumentos técnicos e ideológicos sustentados y avalados por el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición,  cuya cima era el pontificado de Roma.

Considerando el éxito de las operaciones de secuestro, rescate y cabalgadas, en México y en el Tawantinsuyu, el emperador Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico, en la capitulación (contrato: 1536)  que firma con Pedro de Mendoza para la “conquista” de “tierras aledañas al río Solís” (rio de La Plata) se acuerda: “Si en vuestra conquista o gobernación se cautivara o prendiere algún cacique o señor, que todos los tesoros, oro, plata y perlas que se hubieren de él por vía del rescate, se nos dé la sexta parte de ello y los demás se reparta entre los conquistadores” (Pigna, 2012: 14 y 16).

El 14 de noviembre de 1519, Moctezuma es secuestrado violentamente por Hernán Cortes. Es desnudado y expuesto ante el consejo de su gobierno, para que se acate las indicaciones de los invasores, comenzando con el pago del rescate. Cortés describe: “[…] vinieron muchos señores y quitaban las vestiduras […]; y llorando lo tomaron en ellas con mucho silencio, y así nos fuimos al aposento donde estaba” [Moctezuma]. Es el comienzo de la materialización de la  invasión española genocida.

Continuará.

BIBLIOGRAFÍA

Cortés, Hernán. (2002), Cartas de Relación, México, Editorial Porrúa.

Labastida, Jaime. (2004), “México Antiguo. Lewis H. Morgan y Adolph F. Bandelier, prólogo y edición de  Jaime Labastida”, México, Editorial Siglo XXI.

Pigna, Felipe. (2004), Los mitos de la historia argentina. La construcción de un pasado como justificación de un presente, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma.

Varón Gabai, Rafael. (1997), La ilusión del poder. Apogeo y decadencia de los Pizarro en la conquista del Perú, Lima, Instituto de Estudios Peruanos e Instituto Francés de Estudios Andino.

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