BOLIVIA: LA INSURRECCIÓN OLIGÁRQUICA CONTRA EL “ESTADO PLURINACIONAL” Entrevista a Rafael Bautista

BOLIVIA: LA INSURRECCIÓN OLIGÁRQUICA CONTRA EL “ESTADO PLURINACIONAL”

Entrevista a Rafael Bautista S[1]. por la filósofa Katya Colmenares INFP-México (Instituto Nacional de Formación Política). 16-10-2020

Katya Colmenares: Con la victoria de AMLO hemos comenzado la construcción de la Cuarta transformación de México (4T), precedida de la Independencia de México, la Revolución Mexicana y la Reforma. La 4T vendría a completar un proceso de empoderamiento del pueblo mexicano que supone llevar a cabo una Revolución de consciencias en virtud de que el pueblo pueda convertirse en la fuerza dirigente de este país. El INFP ha inaugurado sus trabajos precisamente en este contexto, para apoyar la revolución de las consciencias, facilitando materiales para la formación política y contribuyendo a la construcción de redes que puedan servir de base a la organización política del país. Se está trabajando a nivel de todo el país en ese sentido y en ese esfuerzo se inscribe también la fundación de ENFP que hemos lanzado apenas hace dos meses. Para comenzar esta entrevista, te preguntaría ¿cómo pensarías tú la Formación Política con el objetivo puesto en llevar a cabo una Revolución de las Consciencias? Comencemos por ahí, la idea es que vayamos avanzando hacia las reflexiones que tienes desde el proceso de Bolivia, precisamente para aprender las lecciones de nuestro país hermano.

Rafael Bautista S.: En primer lugar, habría que clarificar qué tipo de consciencia ha producido la “colonialidad” moderna en la formación social y política de nuestros países; me refiero al tipo de consciencia que ha producido en la subjetividad de los dominados como, lo que llamo, consciencia periférica, o sea, consciencia satelital, como aquel tipo de subjetividad que nunca se toma como centro a sí misma, por lo tanto, siempre vive pendiente de un centro de referencia ajeno que prácticamente le ordena qué hacer, qué pensar, qué proyecto impulsar, qué política asumir, etc., lo cual conduce, entre otras cosas, a nunca tener autonomía de decisión. Este es un fenómeno que ni siquiera Quijano ha podido detallar, es decir, ¿en qué consiste la “colonialidad del poder”?

Así como yo lo estoy viendo, la “colonialidad del poder” puede ser mostrada como la transferencia sistemática de soberanía al centro del mundo. Esa transferencia unilateral de soberanía, es transferencia de voluntad de poder, que en última instancia sería transferencia de voluntad de vida, cesión de plus-vida, que literalmente unge de poder real al centro del mundo, o sea, al centro imperial.

No solamente se transfieren materias primas y recursos energéticos, se transfiere plus-vida, que es aquello con lo que se llena el centro y produce la realización plena y absoluta de su poder en cuanto poder imperial y poder universal.

La “colonialidad del poder” provoca que los poderes locales no tengan ningún tipo de irradiación más allá de lo que establece el poder imperial y esto se da en todos los ámbitos, desde los académicos hasta los artísticos, desde el económico hasta el político, se da en todo nivel, por eso decimos que se trata de transferencia de voluntad de vida, de poder soberano.

Toda producción, que podría ser propia y asumida como nacional, termina siendo simple renuncia a producir-se a sí mismo y anularse como mero consumidor de lo que el centro produce (por esa cesión que hace la periferia, como riqueza plena cedida). Por eso el Imperio piensa de modo universal y a su periferia la condena a no pensar y nunca tomarse, a sí misma, como referencia propia. A lo cual, hay que subrayar: para ser verdaderamente universales, hay que ser primero profundamente locales; y una consciencia satelital nunca empieza siendo local, o sea, nunca se ve a sí misma como centro de sus propias perspectivas.

Entonces, si nos damos cuenta, ese es un factor decisivo para describir en qué consiste la consciencia colonial, la subjetividad colonial o, lo que preferimos llamar, la colonialidad subjetivada; desde ahí el asunto ya no es meramente teórico o de aprendizaje formal o de educación, si se quiere, procedimental. Pasa por algo mucho más profundo; pasa por un ejercicio hasta de “exorcismo” de esta segunda naturaleza, que, como un virus invasivo, prácticamente nos condena a ser consciencia periférica, condenados a estar siempre en torno a un centro que nunca es el nuestro sino en contra nuestra.

Ahí nos condenamos siempre a ser, ya no sólo lo que dice Dussel, “sucursaleros” del centro en todos los aspectos, sino que básicamente nos privamos de nuestra propia voluntad de vida; transfiriendo voluntad de vida a un centro que recibe esa voluntad de vida como una “unción”, si se quiere, hasta superlativa, que la propia periferia le ofrece y, tiene, como consecuencia inversa, en la propia periferia, la deshumanización plena y absoluta de todas sus capacidades morales, intelectuales, teóricas, productivas, etcétera.

Las propias élites del tercer mundo, como ejecutores de esta situación, renuncian de modo voluntario a ser hacedores y productores de su propio poder, de su soberanía de decisión, cediendo eso al centro del mundo y privándose (y privando a su propia nación) de voluntad de vida, que, de modo unilateral recibe el centro imperial como la magnificación absoluta de sus posibilidades, que, y señalamos, por dialéctica inversa, se manifiesta en nosotros como imposibilidades, en todos los aspectos. Entonces, el ser consciente de eso es básicamente entender, por qué una revolución, en la propia subjetividad, tiene que ver con superar este tipo de percepción de sí mismo como el mero reflejo de la percepción imperial. En ese sentido, “argumentar contra sí mismo”, es la consecuencia de ser consciencia periférico-satelital.

Katya Colmenares: Entonces digamos la formación política como medio para la revolución de las consciencias tendría que contribuir primero a la comprensión de cómo nos hemos constituido subjetivamente como colonia, pero también será necesario que la consciencia emprenda el camino de la voluntad práctica, hacia la construcción y la organización política de un proyecto en concreto. ¿Ahí qué papel tiene la formación política y cómo tendría que ser esta formación política?

Rafael Bautista S.: Teniendo como referencia siempre a Bolivia, nosotros, en el Taller de la Descolonización, lo que hemos advertido es que, esto nos conduce a una transformación que no es simplemente teórica o política sino existencial; es decir, tiene que producirse en cuanto “cambio de vida”.

La descolonización implica un proceso de “limpieza” de todo aquello que nos ha constituido como colonialidad subjetivada, es decir, como dominación naturalizada; eso pasa por enfrentar al propio sistema de creencias y proponerse existencialmente una nueva creencia, es decir, inevitablemente pasa por la tematización o tomar consciencia de las estructuras mítico-simbólicas que nos presuponen, y eso es lo que puede dar origen a producir una nueva sensibilidad; sin un nuevo sentimiento no puede haber un nuevo pensamiento, porque la razón sólo puede objetivar en conceptos (o sea, conocimiento), lo que ha vivido en cuanto experiencia.

La única forma que uno tiene de descreer definitivamente del sistema de creencias que ha producido la modernidad en nuestra propia subjetividad, es producir una especie de “exorcismo” en uno mismo; eso paralelo a un tipo de formación política en el mejor de los sentidos, y acompañado de una necesaria restauración de lo ceremonial y ritual que poseían nuestras culturas.

Aquí en Bolivia, nosotros hemos descubierto una cosa: cuando los españoles en la conquista pretendieron concluirla con la famosa “extirpación de las idolatrías”, que básicamente tenía el propósito de sacarle el alma al indio, nuestros sabios respondieron con el “taki unquy”; una práctica ceremonial que cumplía la función de “exorcismo”, en el sentido de extirpar el espíritu invasivo que vino con la conquista; que no solamente destruyó los templos, aniquiló a nuestros sabios, amautas, quemó nuestros códices, quipus y en general el conocimiento de nuestras culturas; sino que, en última instancia, siempre se propuso extirparnos el “ajayu”, el espíritu mismo, que es como la vida para nuestros pueblos.

Reponer el espíritu, el “ajayu” es algo que al pueblo le ha costando entender, advertir; pues mientras más las relaciones moderno-capitalistas se expandían, no solamente en la ciudad, sino incluso en el campo, más se desplegaba ese espíritu invasivo que, bajo la consigna de la “modernización”, lo que hace es apagar la capacidad popular de liberación mediante el abandono paulatino de lo más nuestro, desde los alimentos, la medicina, hasta la espiritualidad propia.

Entonces, una formación política vista de modo clásico no sirve, si no es acompañada por esta necesaria vuelta al carácter espiritual que nuestros pueblos habían desarrollado en consonancia con una forma de vida “natural”, es decir, de respeto con la fuente de la vida; y esto pasa por insistir en la recuperación de esa vivencia telúrica, que la política, hasta de izquierda, nunca ha tomado en serio.

Por ejemplo, el hecho de “wajtar” (ofrendar como permiso, como agradecimiento) antes de hacer una reunión. En el Taller de la Descolonización hemos trabajado algo que, a Karl Otto Apel (el máximo representante de la “Ética del Discurso”), en su exposición del concepto de la “comunidad ideal de argumentación”, le falta: un capitulo serio que nos indique el modo de ingreso a una “comunidad de argumentación”, y eso nuestros pueblos lo tenían bien claro.

No se ingresa directamente a una “comunidad de argumentación” de modo práctico social, cumpliendo sólo formalidades. Hay que ingresar de modo ritual. Por ejemplo, los indios de Norte América antes de conversar fuman la pipa; aquí, antes de conversar nos “pijchamos” coca, ¿por qué?, porque necesitamos generar el ambiente ideal para que la discusión no se haga pelea, sino que se convierta en diálogo. Así se produce, de modo real, una “comunidad ideal de argumentación”, es decir, se generan las condiciones plenas para que podamos crear palabra, ya no solamente palabra viva, sino palabra dulce y pacificadora, limpiadora y curadora.

En la “wajta” siempre invocamos a los ancestros, siempre invocamos al pasado, a la antigüedad sagrada, para que ellos también sean participes de la “comunidad de argumentación”. Entonces, recuperar los rituales ceremoniales es fundamental, porque eso nos conduce a poder producir un nuevo sistema de creencias y eso es, en definitiva, el parteaguas que hace posible generar un nuevo sentimiento, una nueva sensibilidad, que es la base de todo nuevo pensamiento.

Cuando esa nueva creencia la asumes ya de modo consciente y, paralelamente, realizas su articulación con una adecuada formación política, entonces se empiezan a desmoronar todas las falacias y las miserias en las cuales se revuelca el mundo moderno y el capitalismo. Ahí es cuando empiezas a ver que, lo que comes, lo que piensas, lo que vistes, lo que lees, lo que aprendes; todo eso, está pensado y producido para hacernos miserables, para quitarnos la voluntad, el alma.

Descubrir eso, en uno mismo, es fundamental; si la formación política no tiene ese componente, es una formación sólo superficial y no toca el meollo del asunto que es, sacarnos ese virus invasivo llamado “modernización” que, mediante sus propios mitos, como son el “desarrollo” y el “progreso”, básicamente opera, en nosotros, una segunda existencia que nos toma como simples mediaciones para que se reproduzca, se renueve y se restituya el espíritu depredador de la modernidad y el capitalismo.

Katya Colmenares: En México lo tenemos doblemente difícil en ese sentido porque en Bolivia todavía hay una población originaria mayoritaria pero aquí la mayor parte de la población de las urbes es moderna, o sea, es mestiza y hay un empobrecimiento muy fuerte de la cultura, entonces no tenemos ese bagaje ni esas raíces tan cercanas, o sea, las hay en los pueblos originarios, pero realmente pensemos que ahorita están en menos del diez por ciento de la población de México.

Rafael Bautista S.: No te creas que aquí es tan distinto. El golpe en Bolivia fue también provocado por ese racismo solapado a nombre de modernidad que impacta sobre todo en sectores populares (quienes históricamente son los más excluidos del “goce moderno”); por ejemplo, cuando se tiene poder adquisitivo para comprar un celular, cambia las nociones y los parámetros del horizonte de expectativas que se tiene, modernizándolas. ¿Dónde se podría incidir para que esto sea posible de interpelación en las propias expectativas?

La juventud actual está inclinándose, aunque sea de modo romántico, a estas opciones llamadas “ecologistas”; lo que llaman, por ejemplo, la “comida consciente”; por ahí se puede abrir brecha para introducir esta tematización del “retorno a lo natural”, de la recuperación de lo espiritual y ceremonial en nuestras vidas. El ecologismo ahorita es una puerta que nos puede servir para recuperar lo espiritual que hemos perdido, lo mismo que un alimento consciente, para aprender a valorar lo nuestro. Esta moda de “volver a lo natural” debe dejar de ser moda y hacerse apuesta de vida; abrir capítulos referentes a eso, en la formación política, es necesario; además de permitirle al individuo sentirse como en una verdadera comunidad, en la cual, la producción no es mera producción sino lo que produce humanidad.

Por ejemplo, la “Escuela India de Warisata”, aquí en Bolivia, era una escuela productiva; los estudiantes no solamente aprendían, sino que producían, sembraban, cosechaban. Yo creo que ahorita una “escuela de formación política” debe ser al estilo de Warisata; es decir, tiene que promoverse una generación de cuadros políticos que sepan qué significa producir el alimento, es decir, qué significa producir la vida. Y desde ahí empezar a transformar su sistema de creencias; ahí la formación se cualifica y encaja ya no solamente en el deseo de liberar al pueblo o producir un mundo nuevo, sino que se hace efectiva actualidad en uno mismo: uno mismo tiene la experiencia de cómo su vida se está transformando para bien, y eso es lo que genera en uno lo que llamo consciencia anticipatoria, es decir, anticipar en uno mismo el mundo que queremos proyectar.

Katya Colmenares: Efectivamente ese podría ser el camino para descubrir, como diría Hinkelammert, “el circuito natural de la reproducción de la vida” que sería no un modelo utópico a seguir, sino un horizonte para analizar las condiciones de posibilidad de la vida humana y producir alternativas prácticas al modo de producción que ha impuesto la modernidad.

Ahora bien, pensando en la formación política que llevó a cabo el proceso de cambio en Bolivia, ¿cómo se puede entender lo que está pasando ahora?, ¿qué se hizo en formación política?, ¿qué no se hizo?, ¿qué faltó? y ¿cuál es tu lectura en ese sentido para poder comprender lo que está sucediendo? Porque de alguna manera, procesos como el de México nos estamos mirando en un espejo a propósito de lo que podría pasar también acá si es que no se hace un cierto trabajo de formación política. Nos llama la atención que Evo Morales llegó a la presidencia con una aplastante mayoría y con un pueblo sumamente organizado, era común ver a la gente de a pie reunida en las calles tomando decisiones en asamblea.  ¿Qué pasó durante estos 13 años en los que Evo Morales ocupó la presidencia respecto a la formación política? ¿Por qué cuando viene el golpe no vimos inmediatamente toda esa organización popular que había cuando él llegó? Recién después de 9 meses pareciera que poco a poco el pueblo comienza a despertar.

Rafael Bautista S.: Se descuidó por completo la formación; pero estoy hablando de “formación” en el pleno sentido de lo que eso significa, digamos como la conformación del sujeto de la revolución, es decir, la formación del “hombre nuevo”, como decía el Che.

No hay que olvidar que Evo procede de una escuela sindical. Y “escuela sindical” es, entre comillas, porque básicamente los dirigentes se forman de modo improvisado, a la sazón de la lucha política. ¿En qué consiste la escuela sindical?; en una que otra charla de algún intelectual, que suele, por lo general, hacerles un análisis de coyuntura. Pero eso no es “formación”, eso no es escuela. Mucha dirigencia que, en el gobierno del MAS, estuvo en ámbitos de decisión, provienen de esa tradición sindical, es decir, nunca vieron a la formación como algo fundamental. Muchos de los dirigentes sostenían: “yo no me he formado y mira, he llegado a ser dirigente máximo o diputado”. En el fondo piensan que la formación no es tan necesaria. Entonces, cuando el MAS asume el gobierno, los propios dirigentes descuidan la formación política de las bases, porque ellos mismos no proceden de la experiencia de una sistemática formación política.

Alguna vez, uno de los que tenían un puesto de decisión me confesó: “hemos confundido formar con informar”. Se acostumbraron a “informar”. Para ese tipo de dirigencia, que se hace en la lucha y llega a instancias de poder, la formación es secundaria, porque la lucha misma lo es todo; entonces eso suele degenerar en la mera astucia y persuasión como mérito político y creen que les basta aquello cuando ya se trata de ejercer poder.

Ellos mismos han sido producto de una experiencia que no ha sido de las mejores. Por ejemplo, casi toda la dirigencia que le ha acompañado a Evo, es producto de una lucha sumamente hostil contra el régimen neoliberal, contra los gobiernos neoliberales. La lucha era a muerte, de manera que ellos vivían con la muerte a diario. Entonces, una vez siendo ya poder político, siguen actuando desde esa experiencia, no la superan y, por ejemplo, reaccionan ante cualquier crítica o desviación de la línea impuesta, como si fuese traición; eso genera el celo político, la negación de cualquier desvío de la línea política impuesta. Es como si en la vida pública, continuasen viviendo en la clandestinidad. Ese tipo de cosas debe saber superar el revolucionario, para que la formación no se reduzca a ser simple adoctrinamiento.

Alguna vez una dirigenta criticó las escuelas de formación política, porque estaban formando “gente crítica”. Entonces la pregunta era: ¿qué tipo de militante se quiere? Si el cuadro político no es crítico, será un simple “obediente” a todo lo que dicta la línea matriz de los dirigentes de arriba. Esa es la idiosincrasia que el sindicalismo tampoco ha superado. Y es una tara que se arrastra y que, en momentos decisivos, como fue el golpe de Estado del año pasado, nos enseña a qué tipo de consecuencias conduce esa ausencia de verdadera formación política, como formación integral de un “hombre (varón y mujer) nuevo”.

Por otra parte, previo al golpe, desde 2018, estuve anunciando que se estaba produciendo una “revolución de colores” en Bolivia. Un texto nuestro que se llamó: ¿Cómo se produce una revolución de colores? El fenómeno consiste en implosionar un proceso desde adentro. Entonces, ¿qué pasaba? El gobierno del MAS, sobre todo desde la promulgación de la nueva Constitución, fue cediendo sistemáticamente las banderas de la propia revolución. Fue cediendo hasta el “vivir bien”, la descolonización y el Estado plurinacional.

El propio vicepresidente cuando hablaba del Estado, no se refería para nada ya al Estado plurinacional, sino sólo al Estado liberal. Por su parte, Evo estaba encantado con los logros económicos, pero en la misma lógica del capitalismo y la economía del crecimiento. Mucha gente que había apoyado al principio el “proceso de cambio”, se empezó a desencantar cuando el gobierno hizo pactos bastante sospechosos con la agroindustria, con el sector oligárquico del oriente del país; incluso se postergaron normativas constitucionales sobre la tierra, y eso les permitía a los grandes hacendados seguir acumulando grandes cantidades de tierra. Eso permitía que la oligarquía, no sólo asegurase su poder económico y político, sino que lo amplifique.

Es costumbre que cuando la elite revolucionaria desconfía del pueblo, tiende a pactar con la elite sobreviviente de la oligarquía todavía reinante. Esto condujo, no sólo a una serie de errores, sino a una pérdida de horizonte histórico y de horizonte político.

El gobierno empezó a perder legitimidad y, por dialéctica, alguien tiene que recibir, como beneficio inmerecido, esa pérdida de legitimidad. Sin hacer nada, la derecha empezó a recibir esa perdida de legitimidad que estaba sufriendo el gobierno cuando ya no mantuvo la fidelidad a las banderas que hicieron posible el “proceso de cambio”. Las fue cediendo. El descontento se agravó cuando tuvimos el incendio provocado de la Chiquitanía y el pantanal boliviano. Se manipuló muy bien el asunto, para hacer creer a toda la gente que esto era responsabilidad absoluta del gobierno, cuando en realidad, por detrás había cierto tipo de intereses, por ejemplo, de los hacendados del oriente, que vieron como una amenaza el hecho de que el gobierno del MAS dotara de tierras a los “interculturales” (campesinos colonizadores de tierras) del occidente del país, para que fueran a poblar extensas zonas del oriente.

El racismo señorialista vio esto como una especie de invasión “kolla” (del mundo aymara). Estuvo muy bien urdido el incendio, como un “falso positivo” que concluyó en la escenografía perfecta para provocar el golpe. La quema no fue sólo responsabilidad de los “interculturales” en el chaqueo (chaquear se dice a la quema de tierras para sembrar). La mayor cantidad de quema de tierras era responsabilidad de los hacendados, que necesitaban “limpiar” extensas cantidades de tierra para hacer posible la extensión de monocultivo de la soya y palmito para su futura exportación.

Había intereses crecientes en desplomar la imagen del MAS y, sobre todo de Evo, por lo que representa, de modo que todo se fue enervando, inflamando el regionalismo cruceño por la presencia de interculturales “kollas”; ese fue el pretexto para generar, otra vez, el regionalismo “anti-kolla”. El descontento se atizó más todavía cuando el MAS aprobó un decreto que extendía la frontera agrícola y permitía trasformar bosques en tierras de sembradío (y esto favorecía más que todo a la agroindustria), aunque la reglamentación estaba en suspenso. Con todo eso, la merma de legitimidad del MAS sufrió la implosión definitiva.

El desencantamiento coadyuvó a la insurgencia oligárquica y fue instrumentalizada muy bien para decantar el racismo señorialista urbano, que empezó a transferir a la figura del Evo todo lo peor que uno pueda imaginar. Ahí trabajaron muy bien los medios de comunicación para horadar la legitimidad del gobierno y, a través de una muy sutil propaganda del desprestigio, se encendió el racismo prevalente sobre todo en las clases medias urbanas.

No hubo otro gobierno que haya desarrollado tanto la infraestructura nacional, incluso generando un amplificado ascenso social, sobre todo en las urbes, pero, aun así, el señorialismo urbano no iba a consentir jamás que un indio y “el indio hecho poder”, le desafíe el liderazgo nacional. La oposición urbana, subsumida por el interés oligárquico en reponer su liderazgo, fue la base de legitimación de la insurrección derechista que, magnificada por los medios, hizo creer al mundo en una “rebelión popular contra el tirano”.

El propio discurso gubernamental ya había ido vaciándose de contenido plurinacional y, de ese modo, cediendo legitimación a una derecha de creciente empoderamiento. Los últimos discursos presidenciales y, sobre todo, del vicepresidente, ya no tenían ni la fuerza ni la mística de antes; mientras el pueblo estaba vaciándose de unción democrática, por el empoderamiento derechista, no se dieron la tarea de ungir, otra vez, al pueblo, con el espíritu democrático-popular-revolucionario. Todo el discurso gubernamental se había hecho profundamente tecnocrático, fuera de foco, prácticamente anacrónico mientras se rearticulaba la reacción derechista bajo lenguaje democrático, haciendo aparecer al pueblo como antidemócrata.

Cuando el pueblo estaba siendo vaciado de unción democrática y las clases medias empoderadas y cooptadas por el racismo señorial, eran las depositarias únicas de “lo democrático”, se generaron las condiciones sociales y la escenografía de una supuesta “revolución democrática”. Entonces, cuando se da el golpe, con el ejército y la policía desconociendo al gobierno constitucional, el pueblo, que ha sido vaciado por el propio gobierno de su unción democrática se encuentra arrinconado, porque se encuentra huérfano, sin poder enfrentar la movilización urbana que ya decantaba un racismo abierto. Se había producido un vaciamiento de legitimidad del propio movimiento popular, cosa que el gobierno nunca comprendió y que se tradujo en la pérdida de los propios valores simbólicos del propio proceso (que tanta ilusión habían despertado).

Incluso, retóricamente, se fue abandonando la descolonización, el “vivir bien” y el Estado plurinacional; el eurocentrismo de la izquierda exponía, otra vez, su ausencia de identidad plurinacional y aparecía con un lenguaje electoralista y con los mismos tonos de la derecha. Se había perdido lo sagrado de la política, el horizonte que daba sentido al “proceso de cambio”, y sólo quedaba el puro cálculo político, la lucha espuria por la pura mantención del poder.

En esa apuesta el gobierno se había metido de modo ingenuo en el propio juego de la derecha. Era como si el “proceso de cambio” mismo hubiese sido exclusivamente una aventura personalista, dictatorial, autoritaria, totalitarista; la derecha tenía todos los argumentos para defenestrar todo lo que hacía el gobierno, aunque fuese lo mejor para el país.

Todos estos factores son indicadores de que hubo una premedita y sistemática provocación de un escenario que sólo podía acabar en violencia. La supuesta “sucesión constitucional”, con participación, en su negociación, incluso de agentes externos, demostraron que se trataba de la ejecución de una “guerra híbrida” cuya conclusión es un “golpe blando”, pensado para implosionar la propia democracia, o sea, se trataba de una “revolución de colores”.

Conclusión: el pueblo no puede ser abandonado a su suerte, no puede ser desplazado por un sujeto sustitutivo, que en este caso fue la representación gubernamental de la izquierda del siglo XX, empoderada en el “proceso de cambio”, y que repitieron simplemente sus dramas y sus credos revolucionarios –que ni en el siglo XX funcionaron– y que, de modo empecinado, quisieron ver en el “proceso de cambio” boliviano una simple continuación de sus dogmas.

Todo eso fue instrumentalizado muy bien, no por la derecha de acá, sino por injerencias externas que hicieron que esta suerte de transferencia de legitimidad a la derecha provocara el “golpe blando” (aunque eso también entre comillas), porque la función del ejército fue fundamental para que hubiese esa espuria figura de la “sucesión constitucional”.

Con Evo, ni el ejercito ni la policía salieron a reprimir a los manifestantes clasemedieros, pero una vez que los golpistas se hacen con el poder, ese mismo ejército y esa misma policía producen más de cincuenta muertos en la rebelión popular contra el golpe. Entonces tampoco fue un golpe tan “blando”, sino que fue un golpe digitado desde los ámbitos mas oscuros de los poderes fácticos con capacidad de injerencia sobre los aparatos coercitivos del estado (que, en Bolivia, siempre tuvieron tradición antinacional y golpista).

 

Katya Colmenares: Para ir cerrando, ¿cómo verías el papel del partido en todo este proceso de construcción de la transformación? Te comento brevemente lo que ha pasado aquí en México, MORENA se consolida como partido con muy poco tiempo y realmente se registra como una maquinaria electoral que acompaña a Andrés Manuel López Obrador para poder lograr el objetivo de ganar la presidencia y se logra. Se aglutinan realmente millones de voluntades en torno a su liderazgo y se alcanza la meta. Pero entonces MORENA realmente tiene muy poca historia como partido, e inmediatamente que AMLO ocupa la presidencia se vacía, porque todos los mejores cuadros, esto es, los actores políticos que tienen mayor claridad se van al gobierno. En consecuencia, nos queda un partido muy débil, y viene la tarea de construir recién ese partido, el cual ahorita está en medio de un montón de pugnas porque, además, en la vorágine de sumar para lograr el objetivo, ingresó gente con intereses más bien autorreferentes, que no necesariamente ven la política como un ejercicio al servicio del pueblo y están más preocupados por ocupar puestos. Me gustaría que nos compartieras tu reflexión sobre ¿cuál es el papel que tiene el partido político una vez que se ha logrado el objetivo de llegar a las instituciones del ejercicio del poder?, ¿cuál sería su papel acompañando, pero también en algún sentido, yendo más allá?, porque, como bien dices, el partido no se puede quedar en un adoctrinamiento de nuevos cuadros, sino que tiene que ir también formando cuadros para un futuro, para nuevas metas que quizá al mismo líder que está en este momento, ni siquiera vislumbra. ¿Tú como verías ese trabajo que tendría que haber hecho el partido, por ejemplo, en este caso, el MAS en Bolivia? Además, quisiera resaltar que tenemos una similitud, los dos son partidos se plantean ser “movimiento”. MORENA es el Movimiento Regeneración Nacional y el MAS es el Movimiento al Socialismo, es decir, son partidos que no solamente tienen una identidad estática, sino que se plantean precisamente como un proceso, más allá de lo que son en el presente. Entonces ¿cómo verías tú ese papel del partido, del partido movimiento que tendría que haber tenido el MAS y del cual podríamos aprender ahora aquí en México?

Rafael Bautista S.: Bueno, en primer lugar, mucha gente da por acababa la historia de los partidos, pero yo no lo veo de ese modo. ¿Por qué la derecha puede prescindir de la forma partido? Porque la derecha, tiene en todos nuestros países, a las universidades, como sus ideales centros de formación política. Entonces, no le hace falta la forma partido, porque el papel de centros de formación política lo cumplen las universidades, formando neoliberales, profesionales de derecha, incluso fascistas.

Ahora bien, la izquierda sí necesita la forma partido como centro de formación política, como centro de formación de cuadros. Algo que aquí no se hizo, y es una gran deficiencia, que en su momento criticamos, y creo que es lo que deberían de hacer en México; además de generar (paralelamente a la forma partido), auspiciados por los ministerios o secretarías, centros de formación de la burocracia pertinente al Estado que quieran constituir; de tal forma que la burocracia actual pueda ser desplazada poco a poco, por nuevos cuadros burocráticos que estén siendo formados bajo los nuevos ideales y el nuevo horizonte político del nuevo Estado.

Ahí, por ejemplo, como decimos, matas dos pájaros de un tiro: toda la burocracia en el nuevo Estado necesita de un aval, pero ese aval no puede ser político, ese aval tiene que ser un aval de formación, que le permita al militante ascender jerárquicamente como burócrata, pero asegurando que ese burócrata no solamente tenga compromiso, sino que sepa muy bien hacia dónde se dirige y conduce el horizonte político del Estado que se quiere construir.

Eso acá no se hizo; porque las escuelas dedicadas a la formación de la burocracia, lo único que enseñaban era la modalidad normativa del neoliberalismo, es decir, las leyes canonizadas por el neoliberalismo, que hacían funcionar al Estado como mero administrador. Nunca formaron cuadros burocráticos que desarrollen el papel político (lo político, no la politiquería) del Estado.

Ustedes podrían hacer lo que aquí no se hizo: los ministerios o secretarías tienen que tener sus propias escuelas de formación donde se eduque a los funcionarios en el nuevo horizonte estatal y que eso sea requisito para el propio ascenso profesional; de tal forma que, al interior de las propias secretarías, se pueda ver quiénes son los mejores elementos, los más idóneos para estar en ámbitos de decisión y, poco a poco, ir desplazando a la burocracia antigua, para que ya no esté en ámbitos de decisión, sino la nueva burocracia, producto de las escuelas de formación político-ideológica.

Entonces, el partido y las escuelas de formación de la burocracia deben formar cuadros burocráticos, ambos son paralelos, porque una vez siendo gobierno hay que aprovechar esa circunstancia de poder conformar una nueva burocracia que sea pertinente al horizonte que se traza el nuevo Estado o lo que quieran hacer como nuevo gobierno.

Ahora bien, tal vez esto te va a parecer medio loco. Hasta ahora los partidos de izquierda nunca se pusieron a estudiar seriamente cómo las iglesias evangélicas logran, no solamente audiencia, sino amplificar su foco de irradiación y en el mejor de sus momentos, logran inclusive una masa crítica suficiente para ser una suerte de referente nacional. ¿Cómo lo hacen?

Yo creo que ahí los políticos de izquierda deberían de ponerse a estudiar cómo hacen las iglesias evangélicas, porque si te das cuenta, la iglesia evangélica logra lo que los partidos políticos ya no pueden lograr, que es básicamente llamar la atención e incluir a una buena cantidad de gente que sufre el anonimato, la perdida de referencias vitales y hasta existenciales. Las iglesias evangélicas logran muy bien captar ese tipo de gente, y eso es lo que deberían de hacer los partidos políticos de izquierda. Por eso también estoy hablando de generar una nueva creencia, donde la gente pueda recuperar su propia humanidad perdida.

Me parece que los políticos deberían aprender cómo hacen las iglesias evangélicas, no para copiar, pero sí para entender cómo le hacen, porque básicamente un partido debería constituir desde la base, comunidades de argumentación política, pero subrayo, comunidad. Por eso el factor productivo es clave. Imagínate ¿cómo podrías formar políticamente a madres de barrio, si no es a partir de darles insumos prácticos que les sirvan en su vida diaria?, como por ejemplo cursos de cocina, promoviendo alimentación consciente, cursos para aprender a tejer, promoviendo la recuperación de la artesanía popular, actividades que son básicas y fundamentales, no sólo para sobrevivir sino para recuperar identidad y consciencia nacional.

Se puede empezar a generar y relacionar comunidad, producción y formación política; para esto se requiere la transformación de la idea misma del partido como un ente sólo político; el concepto de partido tendría que ser algo mucho más expansivo, como un centro autentico de formación integral, en todos los sentidos.

Katya Colmenares: El partido sería un centro de la reproducción de la vida digna en comunidad.

Rafael Bautista S.: Claro, porque la gente ¿a qué es fiel? La gente es fiel a los lugares donde puede, de modo comunitario, solidario, recíproco, producir y reproducir su vida, incluso aunque sea sólo de modo afectivo; a eso es fiel la gente. Eso demuestra la vulnerabilidad humana y el hambre actual de reconocimiento y humanidad.

¿De qué le sirve a uno ir a un centro de formación donde lo que recibe es abstracto, especulativo o carente de interés?, ¿simplemente por un afán de buscar un posible trabajo que pueda tener? Yo no soy fiel a eso, estoy ahí de modo circunstancial. ¿Dónde soy fiel?, donde me siento persona, donde me siento productivo. El problema de los políticos es que siempre tienen visión inmediatista y quieren resultados rápidos, circunstanciales; pero la formación no es rápida ni tiene resultados inmediatos, pero sus logros, en el largo plazo, son siempre mucho más contundentes y duraderos.

 

[1] Rafael Bautista S., es escritor y pensador boliviano. Ha publicado 18 libros, entre los cuales destacan: La Descolonización de la Política (Plural, 2014); Reflexiones Descoloniales (rincón ediciones, 2014); Del Mito del Desarrollo al Horizonte del vivir bien (yo soy si Tú eres ediciones, 2018); El Tablero del Siglo XXI. Geopolítica des-colonial de un orden global post-occidental (yo soy si Tú eres ediciones, 2019), etc. Dicta conferencias, seminarios y cursos, a nivel nacional e internacional, además de dirigir “El taller de la descolonización” y la “comunidad de pensamiento amáutico”, en La Paz y El Alto, Bolivia. Es además columnista en diversas páginas de información y pensamiento alternativos, como: rebelión, aporrea, argentinaindymedia, ALAI, bolpress, etc.

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