Mujer y medicina: una historia de usurpación y violencia (I y II)

Mujer y medicina: una historia de usurpación y violencia (Parte I)

Ana Arambilet
mayo 30, 2022
“Mujer y medicina: una historia de usurpación y violencia” es una serie de artículos que iremos publicando en nuestra página web y que analizan la historia de la mujer, la salud y la medicina y cómo la sabiduría ancestral de las mujeres sobre la salud fue usurpada por medio del patriarcado.
Por qué hablamos de usurpación
Durante siglos, las mujeres se ocuparon de la curación. Tenían un amplio conocimiento empírico de las plantas y de sus capacidades medicinales; su concepción holística de la vida les permitía tener una aproximación al cuerpo humano y a su funcionamiento como una totalidad (no se cura un órgano para enfermar a otro), y una relación de respeto y conocimiento con la naturaleza, de la que extraían los productos para la elaboración de remedios naturales. Eran mujeres de las clases populares de la sociedad que atendían las necesidades de la gente y, de manera especial, de las demás mujeres: conocían remedios para la fertilidad, eran parteras y también sabían y podían detener un embarazo no deseado. Sin necesidad de una formación teórica, sin necesidad de reconocimientos oficiales, su experiencia, su relación con el mundo natural que las rodeaba y su contacto con la naturaleza, les permitieron adquirir los conocimientos prácticos que las convirtieron en sanadoras, conocimientos que después compartían y transmitían a otras mujeres. Eran compañeras y cómplices de la naturaleza y de las demás mujeres; su conocimiento empírico estaba al servicio de la comunidad, y sobre todo de las clases populares. Abrazaban a la gente con su sabiduría médica y humana, generando sociabilidad.
“A mi bisabuela, la abuela de mi madre, la llamábamos la yaya velleta (la abuelita viejita). Vivía en una casa que ya no existe, en una calle que ya no existe. Recuerdo que tenía un gran saco de arpillera en el que guardaba pequeñas bolsas llenas de plantas, con las que elaboraba remedios, que después las vecinas venían a buscar. Yo creo que ella recolectaba esas plantas en el campo, en aquella Lleida rural de los años sesenta. Su casa era pobre, su barrio estaba habitado por personas sencillas”. L. T.
Siglos antes esas prácticas se habían visto como algo peligroso, algo que había que “demonizar”, castigar, y usurpar. La terrible persecución, el genocidio que supuso la llamada “caza de brujas”, (de la que hablaremos en el segundo artículo Brujas y médicos), no solo destruyó físicamente a miles de mujeres, destruyó también un saber, una forma de vida, una concepción de la relación entre cuerpo, mente y salud, todo ello en perjuicio de las mujeres y de las clases populares, y en beneficio del hombre y de las clases dominantes.
La atención a la salud pasó de las mujeres (mayoritarias en este ámbito, aunque también había curanderos) a los hombres blancos europeos, formados en las academias, que se podían permitir los gastos de esta formación. El acceso a la sanación paso a tener un coste inasumible para muchas la mayoría de la sociedad (el acceso a estas academias estaba prohibido a las mujeres), la enfermedad y su curación se mercantilizaron. Se perdió, además, el control sobre la propia salud; pasamos a consumir fármacos de los que desconocemos su composición y efectos sobre nuestras peculiaridades físicas, de precios elevados y que en no pocas ocasiones se han demostrado ineficaces, cuando no francamente peligrosos (como en el caso de la talidomida, fármaco recetado para aliviar las nauseas de los primeros meses de embarazo, que ocasionaron en los fetos gravísimas malformaciones genéticas).
“Durante los primeros meses de embarazo, las nauseas eran terribles, vomitaba continuamente, hasta el olor del pan recién hecho me hacía vomitar. La ginecóloga me recetó un medicamento para reducir las nauseas, pero después de leer el prospecto, desistí de tomarlas; recordaba a algunas personas afectadas por la talidomida que había visto, y pensaba en mi absoluta falta de conocimiento y control sobre las consecuencias que algún medicamento, aunque fuera recetado por una doctora, podía tener sobre mi pequeña. Seguí aguantando estoicamente las nauseas; una señora mayor, medium, a la que solía visitar, y que me había manifestado al comienzo del embarazo que la hija que esperaba me ayudaría mucho en la vida, me recomendó que, para aliviar las nauseas, me tomara una copita de cava. Tampoco me atreví. Ahora sé que existen diferentes plantas medicinales que alivian algo tan habitual como son las nauseas en el embarazo. Mi hija nació a comienzos de 1994.” F.A.
Ya en el siglo XIII, y a pesar de la oposición de la iglesia, para la que el mundo es un valle de lágrimas -sobre todo para los más desfavorecidos- y minimizaban el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, se empiezan a crear las escuelas de medicina; la posterior caza de las sanadoras, acusadas de brujería, fue alejando a las mujeres de la sanación que habían practicado tradicionalmente. Su saber quedo reducido al ámbito de la superstición y el médico quedó como único poseedor legal de la capacidad de curar.
Por qué hablamos de violencia
Hablamos de violencia porque la medicina, una vez despojadas las mujeres de su posibilidad de sanar, también les usurpó su acceso a la sanación.
Los estudios médicos se centraron en los síntomas y patologías de los varones de determinadas características, y obviaron la sintomatología de las mujeres. El sesgo de género en la medicina hace referencia a la falta de investigación y diagnóstico diferenciado entre hombres y mujeres, como denuncia la Dra. Carmen Valls; desde la descripción de los síntomas del infarto, referido sólo a los síntomas que se dan en el hombre y que son diferentes a los que se dan en la mujer, hasta muy recientemente los ensayos clínicos de las vacunas contra la COVID-19, con menor representación femenina en sus ensayos. Debemos tener en cuenta que el sexismo no se produce sólo en el campo de la medicina: la arquitectura y el urbanismo, disciplinas ejercidas sobre todo por hombres durante mucho tiempo, conciben y diseñan una ciudad pensada para un usuario masculino, de edad media, buen nivel económico y poseedor de coche. No sólo las mujeres, sino también personas de edad, vulnerables, con movilidad reducida y medios económicos escasos, quedan fuera de los diseños teóricos de la ciudad (bancos en los parques sin respaldo, demasiado altos, separados entre sí, auténticas barreras para la socialización o el descanso). En “Urbanismo feminista”, el colectivo catalán Punt 6 tiene como punto de partida esta premisa: “El modelo urbano responde principalmente a las experiencias y necesidades de un sujeto masculino y a la explotación económica”. El sexismo científico que determina cada rincón de la vida humana, conlleva dificultades especialmente para las mujeres que se repercuta en su salud física y mental también.
Cuántas mujeres han muerto de infarto porque sus síntomas no se corresponden con los que experimenta el hombre (el conocido dolor en el brazo izquierdo no se da tanto en las mujeres, que perciben el inminente infarto de una manera más vaga, de malestar general, que se puede relacionar con la supuesta tendencia de la mujer a sufrir depresiones y malestares de origen emocional).
Como afirma la doctora Carmen Valls, que contempla su actividad terapéutica con perspectiva de género, hay una tendencia a medicalizar con psicofármacos a mujeres que acuden a la atención primaria con síntomas que se suelen atribuir a causas psicológicas. En el año 1963 Betty Friedan escribió “La mística de la feminidad”. En su libro, la autora expuso el problema de la ansiedad que, de forma “incomprensible”, manifestaban muchas mujeres de clase media en los Estados Unidos. Mujeres perfectas en las cocinas bien equipadas de sus confortables casas, que preparaban los desayunos, llevaban a los niños al colegio en coche, compraban y cocinaban, utilizaban los nuevos electrodomésticos, arreglaban el jardín, y en ocasiones bebían demasiado alcohol y hablaban con sus amigas de “el problema que no tiene nombre”, mientras sus maridos pasaban el día en la oficina. Alcoholismo y depresión fue el precio que muchas mujeres pagaron por su cómoda vida de perfectas mujeres casadas. “El ángel del hogar” de la España del siglo XIX.
“Me desperté una noche con la sensación de que había ocurrido algo terrible. Mi compañero dormía a mi lado. Fui a la habitación de mi bebé de cuatro meses; dormía plácidamente. Esa fue la primera noche de los cinco años que padecí crisis de ansiedad; el doctor me definió los síntomas como de “muerte inminente”, y realmente es eso lo que sentía. Fui al psiquiatra y me recetó antidepresivos. “Los tendrás que tomar siempre, si quieres llevar una vida normal”: ese fue el terrible diagnóstico. Al poco tiempo dejé de tomarlos porque con ellos, no era yo. Me impuse una gran disciplina, y poco a poco las crisis se fueron espaciando y acabaron por desaparecer. Yo nunca había tenido depresiones. Cuando mi hija nació, me sentí enormemente feliz y “realizada”. Mi compañero trabajaba por la mañana y estudiaba por la tarde; cuando mi hija se despertaba de madrugada, me levantaba a darle de mamar intentando no despertarle, porque estaba siempre cansado. Estábamos justos de dinero y vivíamos en un tercer piso, en una casa sin ascensor. Yo había tenido a mi hija con 39 años. Años después entendí que yo había sufrido una crisis de agotamiento. Le pregunté a mi compañero: “cuando empecé con las crisis, ¿qué hicieron los médicos?: recetarte ansiolíticos, me contestó. Y tú ¿qué hiciste?, añadí: te llevaba a urgencias cuando te venía la crisis”. Pero mi día a día seguía siendo el mismo: dormir poco, cuidar a la pequeña, intentar que mi compañero estuviera tranquilo y descansado, limpiar la casa, programar menús sanos y variados con el escaso presupuesto que tenía, etc.” A.M.
El filósofo francés Michel Onfray escribió el libro “El postanarquismo explicado a mi abuela”. Se trata de una frase habitual (cuéntalo como para que lo entienda tu abuela) y una manera de expresar la supuesta falta de conocimiento y capacidad de las mujeres, y sobre todo de las mujeres mayores. Lo relacionado con la mujer puede ser risible y menospreciado: la menstruación, la menopausia, procesos habituales que acompañan a la mujer durante muchos años de su vida, son tratados como algo poco natural, incluso negativo (está nerviosa porque tiene la regla; las mujeres, cuando les llega la menopausia, entran en depresión) y generalmente medicalizado.
En el año 2014, la ONU cuestionaba y condenaba ciertos métodos habituales en las prácticas obstétricas. En 2019, la OMS reconoció el término “violencia obstétrica”, que engloba la mala praxis en el embarazo y el parto. Dos años después, este término fue rechazado por el Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos, mostrando la influencia de este organismo, la resistencia a reconsiderar protocolos y actuaciones erróneos y por tanto la dificultad de un debate serio y unas propuestas encaminadas a evitar ciertas violencias que se producen durante el embarazo y el parto. Este tema se tratará en el artículo 4º. En el campo de la práctica médica el corporativismo actúa como una barrera casi infranqueable.
En un artículo del 24 de noviembre de 2021, “Violencia institucional negada, violencia legitimada”, la psiquiatra Miriam Selfa Carranza, la antropóloga Diana Arce y la psicóloga Itxaso Gardoki afirman que la violencia obstétrica, la violencia psiquiátrica, la violencia hacia las denunciantes de abuso en el tratamiento de menores, o en los centros de internamiento de migrantes, etc., existe, como violencia institucional, jerárquica, no por parte de los trabajadores directos, que pueden sufrir la presión de la institución que pretenden cuestionar: “… las personas que nombran la violencia (desde el rol de víctima o por desacuerdo con el ejercicio violento) son nombradas agresoras, en tanto en cuanto ponen en duda la jerarquía y hacen tambalear la estabilidad del sistema…”. (Audre Lorde).
Por último, un caso paradigmático del sesgo de género en la medicina es la fibromialgia, sólo reconocida como patología por la OMS a partir de 1992, y considerada durante mucho tiempo como una “somatización” de causas de tipo psicológico. La mayoría de las personas que lo sufren son mujeres.
Esta usurpación y esta violencia contra las mujeres ha marcado uno de los capítulos más negros de nuestra historia; la caza de brujas, que provocó la muerte de miles de mujeres, y la aparición de la figura del médico, que usurpó el saber de las sanadoras y las apartó del ejercicio de la curación.
fuentes: Ana Arambilet / Jineoloji.org
info@kurdistanamericalatina.org
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-Parte II-
Brujas y médicos. La caza de brujas y la apropiación de la medicina
Autora: Ana Arambilet
Bruja: Diccionario de la lengua Española. 2. Ave nocturna, 3. Mujer que, según la opinión vulgar, tiene un pacto con el diablo… 4. Mujer vieja y fea.
Antes de cumplir los 60 años decidí dejar de teñirme el pelo. Quería ver cómo era de verdad su color. Durante unos meses vi cómo el cabello blanco se iba abriendo paso entre el color castaño de mi pelo teñido. Después pude disfrutar de mi nuevo aspecto, una media melena entre blanco y gris, rizada de manera natural. Un día, en un cine club, hablando sobre el paso de los años, el coordinador manifestó: las mujeres mayores tienen más presión sobre su aspecto físico; por ejemplo, el pelo blanco les da un aspecto descuidado. T.M
Legitimación de la caza de brujas
En el año 1484 el Papa Inocencio VIII declara oficialmente la creencia de la iglesia católica en la existencia de las brujas (creencia declarada hasta el momento como herejía), en su Bula “Summis desiderantes affectibus”. En 1487 se publica en Alemania el “Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas) de los frailes dominicos e inquisidores Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, libro que inspira una campaña de caza de brujas que provocó incontables muertes -sobre todo de mujeres- en Europa, entre los siglos XV al XVIII En el Malleus se establecían las “pruebas” de la existencia de la brujería, se describían sus formas de actuar y manifestarse, y cómo detectar y conseguir la confesión de las brujas mediante la tortura, práctica habitual durante siglos para conseguir las confesiones de los acusados de diferentes delitos. En el Malleus se expone, entre otras muchas sentencias, que las hijas de las brujas son sospechosas de imitación de los crímenes de sus madres, es decir, que toda la generación se encuentra infectada, o que las que practican mayoritariamente la brujería son mujeres, debido a que son formadas de manera defectuosa de una costilla curva de Adán.
El Malleus estableció todo un imaginario de akelarres, misas negras, conjuros… bien acogido por la creencia popular. Goya, entre otros, representó los akelarres de brujas y brujos alrededor de la siniestra imagen del diablo, el macho cabrío.
En el libro “Las brujas y su mundo”, el antropólogo Julio Caro Baroja manifiesta que la información que se posee de la hechicería es más abundante del lado del que se cree embrujado, que del lado de la que se cree a sí misma bruja. Entonces, ¿quién define a la bruja? Y sobre todo, a quién interesaba infundir el temor a las brujas, hasta el punto de generar una opresiva atmósfera contra ellas, plagada de denuncias anónimas y solicitudes de su eliminación.
Reflexiones sobre el porqué de la caza de brujas
1) Misoginia
Existe una tradición ancestral de misoginia y desprecio, o temor, hacia las mujeres. Los textos de Aristóteles -filósofo griego de referencia para el pensamiento occidental- fueron fuente de inspiración para toda teoría sobre la inferioridad natural de las mujeres. Para San Agustín, padre de la iglesia, la mujer no solo era inferior al hombre, sino también fuente de maldad y origen del pecado (Eva). Otro padre de la iglesia, Tertuliano (150-230) en el libro 1, capítulo 1 de su libro “De cultu feminarum”, escribía: “Mujer, deberías ir siempre de luto, estar cubierta de harapos y entregada a la penitencia, a fin de pagar la falta de haber perdido al género humano”. Y una oración matinal judía rezaba: “Loado sea el señor, rey del universo, por no haberme hecho mujer”.
Pero la misoginia existía desde hacía siglos, y la creencia en la existencia de la hechicería se remonta a la antigüedad; por tanto, ¿que otros motivos pusieron en marcha la caza de brujas desde finales del XV?
2) Cuestiones económicas
La mayoría de las acusadas, perseguidas y ajusticiadas por brujería eran mujeres, y muchas de ellas, mujeres mayores. En los siglos medievales, y en algunas zonas de Europa, las mujeres eran propietarias de tierras, y de un patrimonio heredado de sus cónyuges en el caso de las viudas, que podían ser fideicomisarias de los bienes del marido mientras no se volvieran a casar. Utilizando el ambiente de crispación que la caza de brujas había ido creando, no es improbable que la acusación de brujería se utilizara, por parte de los propios familiares, para despojar a algunas mujeres de su patrimonio.
La caza de brujas no tuvo la misma intensidad en todos los territorios, y aunque la represión y la persecución afectó en mayor medida a mujeres mayores, solteras o viudas, en general campesinas y de escasos recursos, como afirma la historiadora Isabel Pérez Molina desde las páginas del Centro de Investigación en Estudios de las Mujeres Duoda: “cualquier mujer que gozara de cualquier tipo de independencia era proclive a ser considerada bruja… En opinión de Mary Daly (Filósofa y Teóloga feminista 1928-2010), en la historia de las brujas y de la caza de brujas también se debe tener en cuenta la existencia de restos de lo que ella denomina “Vieja Religión”, prepatriarcal y precristiana, de adoración a la Diosa y que sería mantenida por las mujeres. La Diosa evoca la presencia femenina en la sociedad, la mujer fuerte, independiente y sabia, que se intentará destruir con la caza de brujas, desmembrando y matando a la Diosa”.
Silvia Federici, en libros como “Calibán y la bruja”, y en el “Primer encuentro feminista sobre la historia de la caza de brujas”, celebrado en Iruña en marzo de 2019, expone una interesante teoría, al relacionar la caza de brujas con el primer capitalismo. Yendo más allá de Marx y su examen de la acumulación que permite el desarrollo de la sociedad capitalista, Federici destaca aspectos que no se contemplan en los análisis de Marx, como el sometimiento del trabajo femenino, la función reproductiva de la mujer para la reproducción de la fuerza de trabajo que necesita la economía capitalista, y la consiguiente exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y de la propiedad. En la crisis del feudalismo, las mujeres, opuestas al orden establecido, representan y desarrollan modos de vida comunal, contra los que lucharon señores, mercaderes y la alta jerarquía eclesiástica.
Basándose en los estudios de Torras Elias y A.Vassberg, el historiados M.K nos hace llegar el siguiente resumen: “Hubo diferentes ataques a la propiedad comunal, propia de la sociedad medieval: muchas tierras comunales se perdieron, en la zona de Castilla, por la presión fiscal que ejercía la Monarquía Hispánica para mantener el Imperio (siglos XVI al XIX). Las desamortizaciones del Estado liberal (s.XIX) dieron el golpe de gracia a este proceso de expropiación. Otra práctica que se utilizó para acabar con las tierras comunales, fueron los cercados y la usurpación de montes, baldíos, ejidos, etc… hasta entonces propiedades comunales. La presión demográfica motivada por el aumento de población en el siglo XVI, después de las crisis de los siglos XIV y XV, provoca la expansión de las zonas de cultivo y el traspaso de las propiedades comunales a manos de campesinos ricos.”
3) Dominación de la mujer como productora de mano de obra
Había que disciplinar a la mujer en un momento de cambio económico y social hacia el capitalismo. Se produce en Inglaterra el fenómeno de los cercamientos de tierras, y en muchas partes, la usurpación de las tierras del común, tierras que pertenecían a los pueblos, como ya hemos comentado. Se desarticulan las relaciones comunales, propias de la edad media, en las que las mujeres jugaban un papel importante, y se establecen los nuevos roles al servicio del sistema capitalista; en estos roles, la mujer no es ya propietaria, o curandera, o miembro activo de la comunidad, sino que es encerrada en el ámbito privado del hogar, dedicada a la producción y cuidado de la mano de obra imprescindible para la sociedad capitalista. El capitalismo ve el nacimiento de la mujer sumisa, domesticada, el ángel del hogar, productora de mano de obra para el trabajo asalariado. Esta obligación de procrear supone una violencia contra el cuerpo de las mujeres, convertidas en máquinas de proporcionar trabajadores; la mujer mayor que ayudaba a parir, y también a abortar, tiene que desaparecer; el aborto y el infanticidio, acusaciones con las que se enfrentaban las brujas en muchas ocasiones, son pecados capitales.
La misoginia tradicional y la caza de brujas colaboraron con esta política de disciplinar a las mujeres, llevada a cabo por la iglesia y los poderes civiles, pero no sin resistencia por parte de las mujeres: se conoce como “La querella de las mujeres” el debate que se produjo desde finales del XIV hasta el XVIII, y en el cual mujeres literatas y académicas defendieron la capacidad intelectual de las mujeres, generando un abundante material escrito. Desde Christine de Pizan (La ciudad de las damas, 1405), a Olimpe de Gouges (que participó activamente en la Revolución francesa y escribió “Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana”, al ver que las mujeres quedaban excluidas de la Declaración de los derechos de los ciudadanos. Fue guillotinada el 1791, pues ser guillotinada era uno de los pocos derechos comunes que tuvieron hombres y mujeres), o Mary Wollstonecrat (Vindicación de los derechos de la mujer, 1897).
Consecuencias de la caza de brujas
a) La mujer es apartada de la sanación, dejando el camino libre al hombre médico. La caza de brujas supuso que las mujeres fueran apartadas de sus prácticas médicas, lo que significó un ataque a una concepción holística de la naturaleza de terribles consecuencias.
Otra consecuencia de la caza de bruja y del borrado de sus memorias como sanadoras, es la percepción que hoy en día se tiene en cuanto al uso de las plantas medicinales se refiere. La medicina moderna ha hecho desaparecer estas tradiciones para que la química se imponga. Aún hoy en día utilizar plantas u otros remedios caseros para sanarse es cosa de brujas en el sentido irónico de la palabra, obviando así el sentido empírico del uso de las plantas y la medicina tradicional. A.B.
b) Desaparece la vida comunal medieval en beneficio del incipiente capitalismo.
c) Genocidio femenino. El número de personas ajusticiadas, casi todas mujeres y de clases populares, varía según las fuentes, y esta persecución y genocidio no ha sido reconocida ni investigada como se merece en los países donde se produjo. Al parecer, solo en Europa hubo 400.000 encausadas, un 25% ajusticiadas finalmente.
De Zugarramurdi a Salem
La caza de brujas se extendió fundamentalmente de 1450 a 1750, pero con mayor intensidad entre 1550 y 1650. Además de las causas que hemos apuntado, hay que tener en cuenta también el contexto histórico de estos años: peste negra entre 1347 y 1353 (que diezmó la población europea), la revolución de Lutero (1519) que provocó el cisma del catolicismo, el paso de la sociedad feudal a la capitalista…
La base de las denuncias es la delación, entre vecinos e incluso entre familiares, lo que contribuye a instalar la desconfianza y a romper las relaciones de la comunidad. Un estudio de la universidad de Ginebra del 2019, estableció que entre 1580 y 1640 hubo, en Europa, 110.000 juicios de brujería, con unas 70.000 sentencias de muerte, el 75% mujeres, en su mayoría mujeres mayores, solas y de baja extracción social. Los casos fueron más elevados en la Europa Central que en la Europa Mediterránea, y a pesar de que en principio fue la inquisición la que llevó estos procesos, posteriormente fueron sustituidos por tribunales civiles, más crueles incluso que los tribunales eclesiásticos.
Los procesos de Zugarramurdi y Salem son, dentro de los innumerables procesos que se produjeron, los más conocidos popularmente. Arthur Miller escribió la novela “El crisol”, adaptada después al cine, sobre lo sucedido en Salem a finales del siglo XVII. Con respecto a Zugarramurdi, el antropólogo e historiador Julio Caro Baroja, dedicó parte de su obra al proceso de Zugarramurdi; lamentablemente, este dramático hecho no ha contado con el mismo tratamiento cinematográfico que Salem, y en el año 2013 se estrenó la película “La brujas de Zugarramurdi”, que utiliza el suceso para elaborar un argumento que no tiene ningún punto de contacto con el proceso real (salvo el nombre), que llevó a la muerte a muchas personas y que sumió esa zona de Navarra en el horror.
Cuando llegué a Zugarramurdi me llamó la atención lo pequeño que es, unos 220 habitantes. Es una localidad rodeada de las verdes montañas de Euskalerria. En esta pequeña y bonita localidad se celebró hace 400 años el proceso de caza de brujas más sonado del estado español, durante el cual, 11 personas de la localidad fueron condenadas y quemadas en la hoguera. Zugarramurdi, hoy en día, mantiene el recuerdo de aquellos hechos.
Al final de una calle de piedra se encuentra el Sorginak Muzeoa (Museo de las brujas). La primera planta está dedicada al proceso de Zugarramurdi, con los nombres de las más de 40 personas del pequeño pueblo que fueron juzgadas, 11 de ellas condenadas a la hoguera; a las demás se les perdonó la vida pero fueron condenadas a diferentes castigos, como la galera, el destierro, o llevar de por vida el sambenito (una especie de ropaje en forma de saco que tiene diferentes símbolos en referencia al crimen que has cometido). Entre estas personas la franja de edad iba desde los 12 años hasta más de 80; por supuesto en su gran mayoría mujeres, pero también hombres. En la primera planta del museo se explica detalladamente la historia de dicho proceso, que fue posteriormente anulado -gracias a la intervención del inquisidor Alonso de Salazar y Frías- lo que no devolvió la vida a las personas ajusticiadas o castigadas, ni pudo borrar el horror vivido durante el proceso. Se instauró la ley del perdón y el silencio, por el cual durante 400 años nadie habló ni supo de lo ocurrido, hasta hace apenas 40 años. La segunda planta del museo está dedicada, por un lado, a la mitología vasca, que toma sus raíces del paleolítico y en la cual la figura principal es la Diosa Mari, y por otro lado, a la etxekoandre (la mujer de casa) donde se explica el importante rol de la mujer vasca dentro de la familia-hogar.
Al salir del museo nos dirigimos a las cuevas de Zugarramurdi. Era una sensación muy extraña y profunda al pensar que hace varios siglos las gentes del pueblo se juntaban allí y en el prado que hay a su lado, a celebrar la vida y la comunidad, manteniendo vivos los saberes y valores más antiguos del ser humano, en unos encuentros que pasaron a ser conocidos como akelarre (prado del macho cabrío) motivo por el cual, tanto en Zugarramurdi como en otras muchas partes, fueron acusadas de relacionarse con el diablo, asesinadas y torturadas de muy diferentes maneras, miles y miles de personas, en especial mujeres.
Después de todo esto, quedamos con una mujer, del pueblo de toda la vida, que era de la primera generación que hace 40 años empezó a conocer de la historia de las brujas de Zugarramurdi, y pudimos escuchar de viva voz cómo fue toda la historia y el proceso de la inquisición en este pueblo. Ahora luchan para dejar de reproducir a las brujas con la imagen de mujeres viejas y feas, nariz grande, escoba en mano y gorro puntiagudo, ya que “nuestra gente no era así”.
Nos explica también cómo de las 11 personas condenadas a la hoguera, 10 no habían confesado. De haberlo hecho, seguramente hubieran podido escapar de la hoguera (se confesaba bajo tortura), como las demás, pero su integridad las mantuvo valientes y no llegaron a confesar. (D.T)
En Salem, Massachusetts, en 1692 se inició un proceso contra varias mujeres acusadas de brujería. En un complejo caso iniciado por unas niñas que afirmaron estar poseídas, y en un ambiente de miedo y superstición alimentados por los sermones de algún ministro puritano, fueron juzgadas casi 50 personas, de las cuales, 19 fueron ejecutadas, y otras murieron en prisión, pudieron huir o fueron finalmente perdonadas; un hombre, Giles Corey, esposo de Martha Corey (ajusticiada), fue torturado hasta la muerte. Martha Corey tenía 72 años.
Evidentemente, no existen pruebas de aquello de lo que acusaban a las brujas: vuelos sobre escobas voladoras, aquelarres, poderes extraordinarios (que no las libraron de la tortura y la hoguera).
En los últimos años se ha producido, por parte de las mujeres, una reivindicación de la figura de las brujas y su carácter independiente; hoy en día es habitual ver mujeres mayores que no se tiñen el pelo y lucen sus canas, sin querer rejuvenecer su aspecto con cabellos tintados. Este mes de enero, el Parlament de Catalunya ha aprobado una propuesta de resolución reconociendo a las brujas como víctimas de una persecución misógina, un paso para reconocer y reparar institucionalmente la memoria de las miles de mujeres acusadas de brujería.
El Borrado de las mujeres
La aportación de la mujeres ha sido borrada de la historia, un relato encorsetado en libros escritos por hombres, y que han eliminado la presencia y aportación de las mujeres al complejo espacio del devenir humano. La historia es un relato, y el que hemos recibido tiene un profundo sesgo que ha primado el relato de los hombres que han detentado el poder; ni mujeres, ni niñas, ni clases bajas, ni personas con otras capacidades o con otras manera de interpretar lo que nos rodea han tenido una presencia en el relato histórico.
De la historia han desaparecido las mujeres pintoras, las científicas, las sanadoras… El caso de las pintoras es emblemático del borrado de mujeres; por poner dos ejemplos, Judith Leyster (s. XVII), discípula de Franz Hals, no aparecía en las enciclopedias sobre pintores, y sus cuadros se atribuían a su maestro. También es doloroso el caso de la gran pintora Artemisia Gentileschi, violada por su maestro (s. XVII). En sus cuadros, como en “Judit decapitando a Holofernes”, Artemisia refleja su fuerza como mujer y artista.
Las mujeres, tradicionalmente, han curado, cocinado, elaborado la ropa de la familia;
Aquellos años fueron muy duros, mi familia había emigrado a Barcelona, porque en el pueblo se morían de hambre. En esos fríos días de la posguerra, mi madre fregaba los portales de las casas de la zona alta de Barcelona. Yo tenía que hacer la comunión, con las otras niñas de mi clase, pero no había dinero para comprarme el vestido. Mi madre, entonces, utilizó la tela de una paraguas para hacerme una faldita, abullonada, y completó el vestido de comunión con una blusa blanca, para la que utilizó un trozo de sábana. Yo iba un poco avergonzada, pero mi vestido no deslucía en el grupo de niñas con las que hice mi primera comunión, en la España gris de la posguerra. C.V.
En un cierto momento, estas acciones que la mujer ha realizado durante siglos en el ámbito más cercano -familia, aldea- de manera creativa y generalmente también gratuita, se profesionalizan y mercantilizan y son usurpadas por los hombres; aparecen entonces los médicos, los cocineros de alta cocina, modistos y diseñadores, mediáticos y con elevadas retribuciones.
La caza de brujas fue un acontecimiento largo y complejo, en el espacio y el tiempo, y de hecho continua en algunos países. Aquí nos hemos limitado a dar algunas pinceladas sobre este proceso.
La apropiación de la medicina
La misoginia en la ciencia y la aparición de la figura institucional del médico en el contexto del desarrollo del capitalismo y la pérdida de la vida comunal, mercantiliza la medicina y convierte los cuerpos no elitistas en campo de experimentación. La profesión médica se impone sobre la antigua práctica de la sanación, practicada fundamentalmente por mujeres. Al implantarse la medicina como profesión, se exige una titulación de la que estaban excluidas las mujeres- que tenían prohibido acceder a las universidades- por lo que las prácticas curativas de ellas se consideran ilegales. A comienzos del siglo XV los médicos poseen ya el monopolio de la práctica de la medicina -a excepción de la obstetricia; a las mujeres les quedó una única posibilidad en el ejercicio de la medicina: la enfermería, creándose el dúo perfecto de hombre médico y mujer enfermera. La medicina es un poder, los profesionales de la medicina se sitúan en lo más alto de las profesiones, al tener en sus manos algo tan importante como la salud de las personas. La caza de brujas fue una gran aliada de la medicina patriarcal contra la tradicional. Sin embargo, se mantiene la herencia del conocimiento de las mujeres a otras mujeres, y se siguen utilizando muchos preparados curativos conocidos desde siempre.
Con la ciencia moderna, durante tiempo, la medicina de las plantas queda relegada al ámbito de los pobres, de la gente que no tenía recursos para acceder a la medicina moderna, cuando no era tan accesible como hoy en día. Por ser “de pobres”, la gente en general renegaba de esta medicina. Durante la Guerra Civil, eran las personas sin recursos las que utilizaban las plantas medicinales, ya que no tenían otra solución. Pero de un tiempo a esta parte, el panorama está cambiando, y ante el fracaso de la ciencia, que no puede dar respuesta a muchas cosas, y cuyos intereses son evidentes, se está produciendo una legitimación bastante general de toda esta medicina de las plantas. M.K.
Nancy Molina Boscán y Nidian Molina Boscán, en “La misoginia en la construcción del discurso científico en la época clásica” destacan ejemplos de resistencia de las mujeres en el campo de la medicina: por ejemplo, entre 1840 y 1880 surge en EEUU el Movimiento Popular para la Salud, impulsado y reforzado por el movimiento feminista y el movimiento obrero, que supuso un ataque frontal contra la medicina elitista y una reivindicación de la tradicional. Igualmente, el movimiento feminista centra su atención en la salud de la mujer, y surgen Sociedades Fisiológicas Femeninas, que proporcionan a las mujeres conocimientos básicos para cuidar y mejorar su salud.
La medicina de la modernidad capitalista usurpa el saber holístico de las mujeres y compartimenta el cuerpo humano en áreas separadas de diagnóstico y tratamiento. El abuso de los medicamentos fabricados con sustancias químicas, o los tratamientos específicos para una dolencia concreta que olvida los efectos en el resto del organismo, contrasta con una visión holística de la salud, y la recuperación de los remedios naturales que ya conocieron y utilizaron nuestras antepasadas.
Próximo artículo: La visión holística de la mujer con respecto a la salud y la curación. Remedios naturales vs industria farmacéutica.
Referencias y bibliografía
– Las brujas y su mundo. Julio Caro Baroja (1961)
– Calibán y la bruja. Silvia Federici (2004)
– Brujas, parteras y enfermeras. Una historia de sanadoras. Barbara Ehrenreich, Deirdre English (1973)
– La misoginia en la construcción del discurso científico en la época clásica. Nancy Molina Boscán y Nidian Molina Boscán.
– Notas sobre la enfermería. Florence Nightingale.
fuente: Ana Arambilet / Jineoloji.org
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