Los gobiernos del desencanto

Cuando los gobiernos no pueden o no quieren cumplir la voluntad popular, surge el desencanto y es ahí, en ese espacio del deseo insatisfecho, donde nace el descontento social y el crecimiento de las ultraderechas.
MONUMENTO A LA BATALLA “VUELTA DE OBLIGADO” Y A LOS GOBIERNOS QUE LUCHAN POR LA SOBERANÍA

GOBIERNOS DE BAJA INTENSIDAD

Cuando los gobiernos no pueden o no quieren cumplir la voluntad popular, surge el desencanto y es ahí, en ese espacio del deseo insatisfecho, donde nace el descontento social y el crecimiento de las ultraderechas.

No tenemos la suficiente certeza si ya vamos por la cuarta carta de Mempo Giardinelli dirigida al presidente, pero lo que sí tenemos en claro es que ninguna de ellas logró modificar ni un ápice la postura errática, irresoluta, vacilante y muchas veces ambigua de Alberto Fernández.

A pesar de la decisión de colocar a Sergio Massa en el ministerio de Economía para demostrar una ortodoxia que tranquilice al establishment, el aumento de la desocupación, la pobreza y la deuda externa por habitante, arrasa con cualquier expectativa de estabilidad y sólo nos indica que es sólo un paliativo para llegar al 2023.

Sabemos que el gobierno de Macri fue una bomba atómica. Una trampa perfecta para encorsetar cualquier decisión emancipadora y activar nuevamente la dependencia argentina del capitalismo transnacional, menospreciando la gesta de la Vuelta de Obligado de la misma manera que banalizó el hundimiento del ARA San Juan recibiendo a los deudos de los tripulantes en medio de un partido de golf y vestido de jogging.

Asimismo, como si esto fuera poco, por detrás de Macri el capitalismo ha ingresado en una nueva fase a nivel mundial en la que la concentración de la riqueza alcanza niveles alucinantes, al punto tal de prescindir de los gobiernos y de la propia democracia.

En estos últimos años, el neoliberalismo ha empezado a mutar en un nuevo tipo de estado de excepción, prescindiendo del clásico golpe militar para afianzarse a través de los poderes judiciales y los monopolios mediáticos.

En consecuencia, los márgenes de operaciones que tienen los partidos denominados nacionales y populares son bastante acotados.

Resulta patético ver al gobierno tratando de adoptar actitudes conservadoras, cada vez más impostadas, intentando seducir  a un círculo rojo y a una oligarquía agroexportadora cuya saciedad no tiene fondo ni límites.

En este caso la responsabilidad no es sólo del Frente de Todos, dado que esta arremetida de la derecha se está dando contra todos los partidos progresistas a escala internacional, en donde la izquierda  se ha vuelto paliativa y sólo toma actitudes defensivas.

GOBIERNOS REVOLUCIONARIOS

Precisamente, los sucesivos gobiernos neoliberales que comenzaron a partir del nefasto experimento pinochetista, han destruido tanto a su paso que los progresismos, aunque ganen elecciones, apenas pueden moverse sobre tanta tierra arrasada.

El paradigma cuasi romántico de los revolucionaros de la década del 70 siempre hizo hincapié en  las contradicciones entre las relaciones de producción y la tasa decreciente de ganancias.

Incluso, luego del mayo francés, la revolución iba a cambiar las relaciones sociales de producción sin intervenir en la tasa de beneficios, dado que esta se modificaría automáticamente por el capital variable de la estructura social.

Ahora, en cambio, lo que se denomina “progresismo” o “nacional y popular” es apenas un intento de lograr mínimos retoques en esa tasa decreciente, apenas un tosco maquillaje para apaciguar el descontento social.

Y nunca dejando jamás una impronta estructural definitiva, como sería el caso de recuperar nuevamente nuestra principal vía navegable al haberse vencido la concesión, o una reforma de la Constitución para ordenar los desaguisados de la justicia.

GOBIERNOS ERAN LOS DE ANTES

En tal sentido, hoy se han modificado de tal manera los gobiernos progresistas en el mundo que los estados de bienestar se va desmantelando poco a poco, quedando sólo como una teoría económica de épocas pretéritas en la que la democracia era su centro de aplicación.

Quizá la caída del muro de Berlín acentuó la construcción de muros en el interior de las sociedades, incluso en Rusia, acelerando el individualismo y el aislamiento del propio individuo como regla a seguir.

En este cambio de paradigma, se le atribuye a Putin la frase de que “quien no tiene memoria para recordar la URSS, es un desagradecido, pero el que quiere volver a lo que fue la URSS, es un descerebrado”.

Precisamente, uno de los mecanismos privilegiados del neoliberalismo es destruir todos los puntos de anclaje históricos para que el sujeto no se reconozca en ningún legado de tal manera que no pueda leer la historia, con lo cual se le quita el horizonte o los proyectos.

Así como lucha Mempo Giardinelli desde una tribuna periodística, deberíamos todos los ciudadanos luchar con el voto para que esta dependencia demencial no vuelva.

Por tal motivo, parafraseando a Putin, recordemos el próximo 20 de noviembre el día de la soberanía para no ser desagradecidos con quienes nos legaron un país independiente y soberano, pero evitemos volver al neoliberalismo macrista para no ser descerebrados.

Alejandro Lamaisón

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