Una de las más sangrientas represiones en democracia, tuvo lugar durante las jornadas del 16 y 17 de agosto de 2002 en la provincia de Formosa, cuando más de 100 policías vestidos de civil ingresaron al barrio Namqom. Con una violencia inusitada y portando armas largas, abrieron fuego, y el tiroteo duró toda la noche del 16 y la madrugada del 17 de agosto. La comunidad fue víctima de golpes y aberraciones, tratos ultrajantes y vejatorios; sometimiento a servidumbre y aplicación de prácticas de tortura como “submarino seco” y “mojado”.
Por Marisa Figueroa
Las personas detenidas en la razia fueron 84. Niños, adolescentes, mujeres embarazadas y ancianos. Una menor y una mujer embarazada fueron violadas. Mario e Hilario Vega heridos gravemente de bala.
Mario estuvo esposado durante tres semanas en el Hospital Central de Formosa. Además de las balas, sus manos habían sido destrozadas por las pisadas de los borcegos policiales. Luego, lo trasladaron a la Alcaldía, donde permaneció esposado a una camilla. Cuando lo liberaron, desatendido de sus heridas, caminó más de veinte kilómetros hasta Namqom.
Ya en su comunidad, Don Israel “Tito” Alegre consiguió llevarlo en micro hasta el hospital Alejandro Posadas de Buenos Aires. Después de dieciséis horas de cirugía, los médicos le dijeron a Israel que Mario “sobrevivió por milagro”.
– “Y se acercó un policía y me hirió directamente en el brazo y el estómago. Ahora no sirven mis manos, dedos ni pies. Me patearon desde el estómago hasta la cabeza. Cuando estuve en el suelo me patearon de nuevo en las heridas. No sirvo más. Tengo dolor en todo el cuerpo”. – Extracto de la declaración de Mario Vega ante la Corte Interamericana.
Mario Vega fue la séptima víctima que dejó aquella brutal represión. Sin tratamiento ni rehabilitación, partió a las 19 hs. del lunes 14 de mayo de 2018. Ya habían fallecido Bonita Ocampo, Raúl García, Mauricio Ocampo, Oscar Mendoza -golpeado brutalmente en la sien-, Ananía Mendoza y Rita Torrent; quien denunció la violación de su nieta Lisa López, detenida junto a su hermano Santiago, de 10 años.
Por imposición de manos, los ancianos de Namqom confirieron un mandato a Israel Alegre, nombrándolo delegado en la búsqueda de justicia para su pueblo. A partir de entonces, Israel no tuvo descanso ni paz. Y quienes compartimos su camino, entendimos que así sería hasta el final de sus días. Soportó todo tipo de amedrentamiento y amenazas por parte de la gestión provincial más admirada por el gobierno de los derechos humanos y su Instituto Nacional de Asuntos Indígenas: la gestión del gobernador Gildo Insfrán.
Íntegro, coherente y obsesivo, estudiaba incansablemente las “leyes del blanco” para defender a su pueblo. Se interpelaba y nos interpelaba a todos: “Si la constitución nacional dice que yo soy preexistente, ¿por qué necesito que el estado me reconozca con su DNI o personería jurídica para existir?”.
Su lucha lo llevó hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, donde en 2016 y con la voz quebrada, relató las torturas sufridas por sus hermanos. Jamás dejó de acompañar a su comunidad. A través suyo, pude dialogar con Don Mario Vega, a quien acompañó en sus dolores hasta que partió.
Israel creía en la naturaleza, en la renovación espiritual que solo se obtiene en el monte, y en el permiso que se debe pedir para entrar a cazar y pescar en él; tal como le enseñaron sus mayores. Pero del mismo modo y con la misma certeza, creía en Dios. Y era allí, en el monte, donde hacia sus ceremonias; lejos de las fotos y las miradas urbanas. Aunque tuvo muchos ofrecimientos, jamás se calzó pluma o vincha para complacer a los políticos de turno.
Superadas las dos décadas de impunidad sobre los responsables del caso Namqom, quizás deberíamos comenzar a asumir que no supimos cómo aportar a esta búsqueda de justicia. Tal vez fuimos ingenuos, por eso nos prendimos en cada gesta –supuestamente- reivindicativa que, en el fondo, había sido orquestada para distraernos. Quizás, esa ingenuidad, hizo que desparramásemos trompadas a ciegas, y que sirvieran únicamente para desgastarnos; sin siquiera llegar a mover el amperímetro de las humanas prioridades que debería contemplar cualquier gobierno definido democráticamente.
Pero muchos más que los ingenuos, fueron y son los que, a sabiendas, y desempeñando roles institucionales, negaron su respaldo a las víctimas; manteniendo en la oscuridad de los cajones hasta el día de hoy, el caso Namqom.
En el fondo, implícitamente, en pos de sostener la simulación democrática, terminamos conformando el respaldo –voluntario o no- a estos mecanismos de discriminación. Una democracia en terapia intensiva, anémica y anómica que pareciera estar sostenida por nuestras propias declamaciones. Una y otra vez, ante cada aberración, recurrimos a ella.
Aunque cada vez sea más abstracta, la necesitamos; de lo contrario, correríamos el riesgo de percibir que transitamos su opuesto: una dictadura.
De la misma manera recurrimos al estado. Lo traemos una y otra vez, como si no nos hubiésemos dado cuenta que el fetiche, nos devuelve representaciones cada vez más desdibujadas respecto a sus roles. Un estado turbio, nebuloso, devenido en instrumento o caja de disputa, más que en garante de justicia o igualdad social.
Desde la amargura que camina conmigo, y habiendo transcurrido dos décadas del caso Namqom, sostengo que las expectativas depositadas en una sentencia que, -para mayor vergüenza-, provendría de un tribunal “internacional”; operan como placebo. Placebos dádivas, cargos placebos. Talleres de interculturalidad, congresos y catering placebos.
Y así transcurrieron veintiún años donde hasta la menstruación “es política”, pero Namqom no. Y el caso Namqom no es político, porque el indio es “el otro”; y como dice el pampa Larralde: “nadie mezquina salmuera cuando es de otro lomo el tajo”.
Porque el saqueo no discrimina por etnia ni ADN. Porque los wichis de Formosa no acceden al agua potable, pero la villa 1114 o los campesinos de Janta tampoco. Y entonces nos dividen, nos segmentan, dificultando la identificación del saqueo generalizado.
Porque sobrados son los estudios que afirman que somos mestizos, pero no lo podemos asumir; porque paradójicamente, asumir el mestizaje, implicaría reconocernos indios. Entonces se nos complica. ¿Qué hacemos entonces? “Ahh… Si se le manca el zaino no lo monte” –dice Larralde-. Vamos por el estado opresor: nos organizamos y vamos a derribar la estatua del finado Roca. Listo, ahora a dormir tranquilos. Pero Gildo Insfrán mucho más.
En tiempos en que las banderas de las causas más nobles han sido arrebatadas por canallas a sueldo; se incrementa la necesidad de pelearle al olvido y develar las falsas conquistas reivindicativas a cambio de silencio.
Por quienes ya no están presente para dar la pelea.
Porque Israel Alegre partió sin poder cumplir su mandato.
Por los que aún esperan justicia.
Hagámonos cargo de una vez.
Fuente: https://www.anred.org/2023/08/19/formosa-caso-namqom-a-veintiun-anos-de-la-represion-criminal/