Un debate con la izquierda argentina: “Por la derrota militar de la OTAN

 

Por Circulo de Trabajadores

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La guerra ruso-ucraniana (un conflicto de magnitud universal) ha puesto, como la lucha popular misionera, a la vista de todo el mundo la miseria política de la izquierda argentina. El MST, por citar un caso extremo, ha juntado dinero para respaldar al régimen del fascista Volodómir Zelenski; para no ser menos, Izquierda Socialista ha enviado a Kiev a uno de sus dirigentes para respaldar a las milicias neonazis.

El resto del FITU repudia la “invasión rusa” y defiende la “soberanía nacional” ucraniana, como si esa soberanía fuera posible bajo la bota de la OTAN. Otros, como Política Obrera, intentan disimular su política resbaladiza: hacen un análisis correcto de la política agresiva de la OTAN, pero enseguida hablan de una “guerra interimperialista”; es decir, entre potencias de igual condición y, por tanto, habría que repudiar la guerra en general y no asumir la defensa de una nación agredida y decir claramente quién es el agresor y a quién se debe defender. Está claro: no tienen el coraje político de defender Misiones con una movilización nacional, mucho menos lo harán con Rusia.

Desde hace más de 30 años, desde la caída de la Unión Soviética, la OTAN expande sus fronteras hacia el Este. Ahora, Ucrania mediante, procura instalar misiles balísticos en la frontera rusa, a 5 minutos de Moscú. Esto tiene su explicación.

El Congreso de los Estados Unidos acaba de aprobar un paquete de 61.000 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania. Estados Unidos acumula una deuda externa enorme, superior a su PIB, y junto a esa deuda externa se acumuló una deuda interna astronómica con sus propios pulpos bancarios, sumado todo eso a una fuerte recesión empeorada por la pandemia de 2020. El auxilio militar a Ucrania estaba empantanado desde hacía meses en el parlamento, por diferencias entre el bloque republicano y el demócrata, y disputas internas en ambos bloques (la fracción de Trump, por ejemplo, propone un alto el fuego con las fronteras en el punto en que se encuentran después de la ofensiva rusa). Finalmente se impusieron los intereses del complejo tecno-militar, o lobby industrial militar, que tiene en la guerra una fuente magnífica de enriquecimiento y de salida de la recesión.

Es más: no se trata sólo de los Estados Unidos sino del capital imperialista todo, incluido en primer lugar el europeo. Cuando más de la población del planeta se encuentra por debajo de la línea de pobreza y la recesión empequeñece mercados hasta convertir en una monstruosidad la capacidad industrial ociosa, la guerra se transforma en una necesidad imperiosa para el imperialismo. La guerra de rapiña, la guerra de conquista: por eso la expansión de la OTAN -brazo armado del imperialismo- pretende dar ahora un salto cualitativo con la anexión de Ucrania y la amenaza a la frontera rusa.

Se trata de una guerra de agresión del imperialismo, de la OTAN, y de una guerra defensiva para Rusia, que debe ser respaldada a todo trance por más que esté gobernada por una camarilla dictatorial de oligarcas (como respaldamos a la Argentina en la guerra por Malvinas, por más que aquí gobernara la dictadura). Eso no sucede: la izquierda argentina y mundial cometen hoy la mayor traición a la clase obrera que haya podido verse desde 1912/1914, cuando dejaron que la burguesía imperialista enviara al proletariado a la carnicería de la Gran Guerra.

Algunos, como Política Obrera, dicen que estamos en una guerra mundial. Es un absurdo sorprendente, porque un conflicto bélico de esa magnitud ya habría hecho volar las ojivas nucleares y producido un retroceso civilizatorio, un retorno a la barbarie. No ocurre tal cosa pero es la tendencia, es el peligro histórico que vivimos, por eso resulta indispensable ubicar con la mayor precisión las características políticas de los bandos en pugna.

Decíamos que el imperialismo europeo, la Unión Europea, necesita de la guerra tanto como sus socios norteamericanos. Por eso el primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, y el canciller alemán, Olaf Scholz, han hecho una convocatoria conjunta a fortalecer a la OTAN, y recordaron que son los dos mayores socios militares de Ucrania en Europa. De todos modos, el belicismo encuentra su impulso en la crisis y en la crisis encuentra también su freno. Londres y Berlín han desarrollado entre ambos los ultramodernos cañones RCH155y los aviones Eurofighter, pero ni uno ni otro irán a Ucrania.

No debe olvidarse que Rusia no es un país imperialista -sí una nación oprimida pero, a su vez, opresora de otras nacionalidades- aunque sí una potencia nuclear. Y conviene recordar los conceptos de Marx sobre el papel económico de la violencia: Rusia ya estaría aplastada, también China, sin su poderío atómico. Si bien Sunak y Scholz anunciaron la “modernización conjunta” de sus flotas, el jefe alemán aclaró que por ahora no enviará a Ucrania los nuevos misiles Taurus (esto a pesar de las voces parlamentarias que le exigen hacerlo) porque una medida como ésa obligaría a Moscú a dar respuestas de otro nivel.

De todos modos, entre Estados Unidos y Europa ya han hecho llegar más de 200.000 millones de dólares en ayuda militar a Ucrania. Y si no envían más (después de todo 200.000 millones de dólares equivalen apenas a la mitad de la deuda externa argentina) es porque han ido al fracaso: la contraofensiva ucraniana de primavera terminó en un desastre militar y ahora son los rusos los que atacan por el noreste y obligan a los mandos militares de Zelenski a mover tropas desde el sur para sostener malamente sus posiciones.

Rusia parece definitivamente consolidada en el Donbás, la zona ucraniana rusoparlante que vivía bajo el terror de las milicias nazis aplastadas ahora por los rusos.

Debe indicarse que no es sólo Ucrania la que recibe armamentos. También Israel, para facilitarle el genocidio palestino en la Franja de Gaza, y Taiwán, para amenazar a China. Con ellos y con algunos títeres latinoamericanos, Washington y la UE  intentan organizar una especie de Internacional Negra que anticipe la barbarie y sirva de respaldo político a una posible guerra de exterminio. En ese proyecto de bestias intenta Milei -dicho sea al pasar- ubicar a la Argentina.

Ucrania es un país destruido. Tiene 32 millones de refugiados, el 78 por ciento de su población.Han perdido un tercio de la energía necesaria para funcionar, el desgaste de los habitantes que permanecen en sus ciudades es evidente, la moral combatiente de sus tropas se ha derrumbado desde el fracaso de la ofensiva del verano pasado y  el gobierno se admite desbordado. Zelenski ha confesado que teme caer en el olvido de las potencias occidentales, que respaldan con mayor fuerza al nazi israelí Benjamín Netanyahu (ha convertido a Gaza en el campo de concentración más grande de la historia).

La guerra en Ucrania, que como decíamos enriquece a la burguesía tecno-imperialista, no comenzó con el ingreso de tropas rusas en 2022. Ya había empezado en 2013, cuando el entonces presidente Victor Yanukovich anuló el Acuerdo de Asociación de su país con la Unión Europa. Se produjeron entonces una serie de manifestaciones impulsadas por la derecha neonazi con disturbios, barricadas y tiroteos, que terminaron en un golpe de estado contra Yanukovich y el comienzo de un conflicto militar en el Este del país, en la región de Donbás, de población rusoparlante, desde 2014. A partir de entonces las milicias neonazis estaban en conflicto con los milicianos prorrusos, que usaban y usan de estandarte la bandera de la Unión Soviética.

En definitiva, cuando las fuerzas militares rusas cruzaron la frontera y empezó la guerra formal, la población de uno y otro lado la consideraba inevitable desde hacía años, y sobre todo desde que Moscú recuperó la península de Crimea en febrero de 2014.

Mientras tanto, Europa se ve recorrida por luchas obreras como la huelga ferroviaria -derivada en huelga general- que derribó a la primera ministra Liz Truss después de 40 días de mandato. También por una inflación que empieza a volverse intolerable, empeorada por el esfuerzo bélico ucraniano (para una guerra, además, que todos empiezan a considerar perdida).

Y los resquebrajamientos en el frente imperialista han llegado al plano militar. Conviene recordar que el 26 de setiembre de 2022 fuerzas navales de elite -seguramente norteamericanas- volaron los gasoductos Nord Stream 1 y 2, cerca de la isla danesa de Bornholm, para cortar el suministro de gas ruso a Alemania. Esa guerra, al menos potencialmente, tiene más de un frente. Se trata sí, de una guerra imperialista, porque el imperialismo mundial: Washington, el FMI, el Banco Mundial, la Unión Europea, el Banco Central Europeo, emplean su brazo militar, la OTAN, para completar armas mediante y a su conveniencia la reconversión capitalista de Rusia, con la mira última en China, su enemigo estratégico.

Una victoria de la OTAN, una victoria imperialista, significaría una reconstrucción ultra reaccionaria del mapa geopolítico internacional, si no directamente el gobierno mundial de la Internacional Negra.

La posición de una izquierda que pretenda ser revolucionaria necesita sostener muy claramente sus consignas.

¡Abajo el imperialismo!

¡Por la derrota militar de la OTAN!

¡Por la victoria de Rusia!

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