Introducción
Frente a la crisis civilizatoria que se está manifestando a escala mundial en la que el uno por ciento de la población mundial sigue enriqueciéndose exponencialmente en detrimento del noventa y nueve por ciento restante, nos empuja a detenernos un instante y comenzar a plantearnos los motivos por los cuáles hemos caído en la trampa de dejarnos avasallar en todas las dimensiones posibles y que aceptáramos como sujetos pasivos, observadores inmutables, el sendero hacia el patíbulo que nuestra sociedad está transitando. Sin embargo, este proceso no es nuevo, sino que data de varias décadas, al menos en nuestra Nación, puesto que desde épocas decimonónicas Argentina viene siendo víctima de un claro proceso de desguace de su propia historia, sus tradiciones, su identidad, su patrimonio cultural, y, definitivamente, su memoria. La sociedad ha entrado en un estado de amnesia colectiva, de anomia y de alienación. El individualismo se exacerba amenazando la convivencia en una comunidad organizada que promueve el buen vivir, entendido este último como la posibilidad de que, a pesar de las diferencias, todos puedan alcanzar un modo de vida digno, seguro y sin carencias de ninguna naturaleza.
Grandes pensadores argentinos y latinoamericanos visualizaron esta situación mucho tiempo antes de que la misma ocurriera. Y, a pesar de tanto tiempo invertido en el análisis de las consecuencias de tales acciones sobre la nación que amaban, y de tanta tinta derramada en páginas enteras en aras de generar un despertar de conciencia, nuestra sociedad ha caído sistemáticamente en el ardid de discursos apócrifos que promovían un modo de vivir ajeno a nuestro sentipensar nacional pero que nos garantizaba un supuesto bienestar general.
Cultura y resistencia
Sin lugar a dudas, uno de los pensadores que sí la vio venir fue Juan José Hernández Arregui, quien en el capítulo VIII de su obra Imperialismo y Cultura define a esta última como “ un estilo de vida con rasgos regionales o nacionales diversos articulados a valores colectivamente intuidos como frutos del suelo mediante el nexo unificador de la lengua y experimentados como la conciencia, cerrada en sí misma, en tanto resistencia a presiones externas, de una continuidad histórica en el espacio y en el tiempo, afirmada en tendencias de defensa y en la voluntad de trascender fuera de sí” (Hernández Arregui, 2005[1964]:237). Si bien existen múltiples y polisémicas definiciones de cultura, resulta vital analizar esta conceptualización en clave arreguiana para poder elucidar los conflictos que está padeciendo nuestro país gobernado por la ultraderecha que procura arrasar con todo aquello que esboce pinceladas de una identidad cultural propia.
Asimismo, el propio Hernández Arregui destaca que esta definición se basa en la existencia de tres elementos fundamentales, a saber:
- “Una comunidad económica con su correlativa base técnica de sustentación asentada en el área geográfica;
- Valores y símbolos homogéneos vivificados por la lengua;
- Conciencia atemporal de la propia personalidad histórica colectivamente experimentada como distinta de otras personalidades históricas;” (Hernández Arregui, 2005[1964]:237).
Esta definición requiere de análisis mucho más profundo que incluye la inmersión en las propias profundidades de la Cultura en las que se halla, junto a las formas estáticas, materiales y espirituales, tales como mitos, ritos religiosos, tradiciones, sistemas de comunicaciones naturales, estilos artísticos, lenguajes, etc., que regulan y cohesionan la vida en comunidad, coexisten, al decir del filósofo pergaminense, otros productos de “contextura psíquica distinta: las formas dinámicas y renovadoras, periódicamente impuestas por individuos aislados, particularmente artistas y pensadores, que son los elementos creadores, verdaderos genes mutantes de la Cultura, y la correspondiente asimilación por el grupo comunitario de estas creaciones espontáneas del psiquismo individual, que, por otra parte, el individuo toma inconscientemente del mundo de los valores colectivos propios de la constelación cultural a la que pertenece” (Hernández Arregui, 2005[1964]:238). Esta caracterización de Cultura por parte del pensador argentino se vincula netamente con la gestación de subjetividades y corporalidades propias tanto del patrimonio de una nación, es decir a escala colectiva, como del propio individuo. En otras palabras, la Cultura posee un doble carácter puesto que la interacción entre el individuo y su comunidad es constante y dinámica. De ahí, como concluye Arregui, la identificación emocional, antes que mental, de un sujeto con una región, con una nación, con un territorio y una territorialidad, con su patrimonio natural y cultural, ya sea este último de carácter material o inmaterial. En este sentido, puede afirmarse que el concepto de Cultura fue evolucionando a tal punto que confluirá en el concepto de Patrimonio Cultural esbozado por la UNESCO en su Conferencia Mundial celebrada en México en el año 1982. Desde allí, este organismo entiende que “El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas surgidas del alma popular y el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo, la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas” (UNESCO, 1982). Y de aquí podemos establecer que Hernández Arregui no necesitó esperar a que la UNESCO se pronunciara puesto que ya en su definición de Cultura estaba implícito el de Patrimonio Cultural. Mas del análisis de esta definición, se puede inferir que el patrimonio es un elemento esencial en la identificación que un grupo social hereda de sus antepasados, con la obligación de conservarlo y acrecentarlo. El patrimonio cultural está integrado por valores vigentes y objetos concretos de existencia real. Son los testimonios sensibles de la identidad de un grupo social y, por ende, constituye la memoria histórica vigente. Y en este último punto es donde radica la importancia de preservar y conservar el patrimonio cultural de los pueblos puesto que allí radica la esencia y la substancia del mismo. Sin embargo, la salvaguarda del mismo debe configurarse dentro de un marco epistemológico periférico basado en locus de enunciación propio y en un sentipensar situado ya que allí radica la autenticidad del mismo. Resulta necesario apelar a una matriz de pensamiento local que garantice la mismidad de la propia cultura del lugar.
En consecuencia, la preservación y conservación de la Cultura y del Patrimonio Cultural dependerá pura y exclusivamente de las políticas públicas implementadas por cada gobierno en dicha materia. Sin embargo, ya en los albores de la década del ’90 del siglo XX, con la llegada al poder del capitalismo neoliberal globalizado, comienzan a visibilizarse las primeras políticas públicas en materia de recortes presupuestarios para cultura y educación, sumado a la descentralización de dichas carteras a escala provincial y municipal. Esta práctica se tornó recurrente en aquellas naciones periféricas víctimas del soft power en las que se intentaba homogeneizar la identidad cultural a partir de la sistemática cancelación de políticas en dicha materia.
En pocas décadas, hemos sido inoculados con un claro proceso de desposesión material e inmaterial que podríamos denominar como cultura del despojo. Ello puede visibilizarse en el propio modo de vivir de nuestro país en el que fuimos cambiando nuestro patrimonio gastronómico por el que comenzamos a consumir alimentos que nunca fueron ni serán propios de nuestra cultura e identidad pero que los tomamos como sí lo fueran. El alimento, incluso aquél que no nos es propio, trae consigo información propia del lugar en el que fue concebido. Así, se fueron incorporando infusiones y bebidas, hábitos alimentación propios de otras culturas que nos garantizarían el buen vivir. Lo mismo ocurrió con el patrimonio musical en el que se han inoculado ritmos que ni siquiera poseen musas inspiradoras en nuestra propia geografía o e nuestra propia territorialidad. Nuestros espacios habitacionales fueron configurados a imagen y semejanza de las viviendas despojadas y carentes de personalidad propias de naciones centrales en las que, la introducción de los espacios culinarios de concepto abierto, ha sepultado al típico espacio de cocina con comedor diario, como lugar de reunión familiar, de estudio, de recreación, o hasta de trabajo en caso de que existiera una tradicional máquina de coser. Reemplazamos las típicas casas por propiedades horizontales en las que nos prometen calidad de vida por la cantidad de servicios (amenities) que nos brindan, pero que no permiten que dispongamos de espacios para conservar una biblioteca o recuerdos y objetos que conforman el patrimonio familiar. El minimalismo en su máxima expresión nos obliga a despojarnos de todo aquello que nos es propio. Al asimilar dichas prácticas sin resistencia, las políticas públicas diseñadas por gobiernos de derecha van subiendo la apuesta y, como en el caso de Argentina desde el 10 de diciembre de 2023, viene padeciendo recortes presupuestarios en carteras indispensables para el normal desarrollo de una nación como ser cultura, educación y salud.
La cultura del despojo es tomada, inexorablemente, en forma pasiva por la ciudadanía a la que le van cercenando derechos adquiridos y permanecen en un estado anestésico colectivo sin que la reacción popular se manifieste como debiera. De este modo, se desfinancia la educación, en especial la universitaria, con el consentimiento de parte de la población que lo sigue concibiendo como un gasto antes que una inversión. Se cierran museos como es el caso del Museo Nacional de la Historia del Traje, primero en América Latina en su temática, y quinto en ser creado en el mundo, sin que la sociedad se resista. Se desfinancia la industria nacional del cine que tanta identidad cultural nos dio a escala mundial, ante los ojos impávidos de quienes apoyan políticas del despojo. Transformamos Monumentos Históricos Nacionales como la Casa Victoria en Mar del Plata, en espacios mundanos que rentabilicen el patrimonio para entretenimiento de terceros. Promovemos la clausura de espacios de la memoria como la ESMA que fuera declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO por ser un testimonio vivo del genocidio ejecutado en la última dictadura eclesiástico-cívico-militar en la Argentina entre 1976 y 1983, a la vez que es un claro espacio de reflexión de las políticas en materia de derechos humanos en las que nuestro país fue pionero. Se cercenan prestigiosas carreras de profesionales altamente calificados como son los casos de los directores de la Biblioteca Nacional y del Museo Histórico Nacional que son los que garantizan no sólo el bueno funcionamiento de dichas instituciones, sino que, además, son los garantes de la salvaguarda de un patrimonio que podría estar en peligro de desaparición. Dicha suerte es la que está corriendo una emblemática casona del siglo XIX conocida como el Castillo de Banfield que, pese a los reclamos vecinales, el concejo deliberante del municipio de Lomas de Zamora dictaminó su demolición. En otras palabras, nos encontramos frente a una de las épocas más oscuras para el patrimonio cultural nacional.
Otro tanto ocurre con el avasallamiento sobre los pueblos originarios quienes vienen padeciendo la cancelación desde las épocas mitristas y quienes más de un siglo después vuelven a padecer con el cierre del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) negando así un patrimonio histórico y arqueológico de inconmensurable riqueza. Y en este sentido, tampoco podemos olvidar nuestras raíces afro que tanto están presentes en nuestro genotipo al igual que las indígenas. Negar su existencia es negar todo un cúmulo de saberes que nos son propios en nuestra argentinidad.
Empero, esta situación no sólo afecta a la cultura sino también a la naturaleza. La desafectación de ciertas áreas naturales protegidas para la explotación de recursos naturales o hidrocarburíferos, sumado a la erradicación de humedales para la construcción de barrios cerrados, no son más que muestras de complacencia de un sector de la sociedad argentina que apoya dichos emprendimientos ya que brindarían mejor calidad de vida a un segmento social diminuto, pero cuyos impactos ambientales pueden ser exponencialmente terribles. Uno de los casos más emblemáticos es el del barrio privado Nordelta donde se promueve la esterilización de carpinchos cuando éstos, al estar en su ambiente natural, son tomados como intrusos y molestos para sujetos que usurparon sus nichos ecológicos. Lo mismo ocurre con la flora nativa la cual durante décadas fue reemplazada por especies exóticas traídas del Viejo Mundo y del hemisferio Norte. A pesar de que en los últimos años se ha dado una corriente que recuperó parte de la flora nativa, existe mucha resistencia, aún, al respecto. Sin embargo, al destruir el patrimonio natural se está destruyendo simultáneamente las fuentes de inspiración de artistas como músicos, pintores, poetas, escritores, etc., que han basado sus producciones en la representación del patrimonio natural.
Consecuentemente, es la propia sociedad la que debe reparar dicho daño tomando conciencia de cómo se ha caído en el engaño de la cultura del despojo que nos hace perder patrimonio, identidad y memoria histórica. Cuando a un pueblo se lo despoja de su memoria histórica, se lo está despojando de sus propias raíces, de su propia ancestralidad y, al mismo tiempo, formatea la conciencia del mismo para que al momento en que se sucedan pérdidas territoriales, de soberanía, de recursos naturales, culturales e hidrocarburíferos que puedan servir como moneda de cambio, sea dicha sociedad la que permanezca en estado anestésico permanente y facilite el trabajo sucio de liquidar una nación por parte de una casta política que gobierna, no para los intereses y el beneficio de su pueblo, sino para las ambiciones de corporaciones transnacionales en los que también están presentes fondos de inversión. Permanecer en silencio no implica más que justificar una posible balcanización sin que la ciudadanía reaccione a tiempo.
La conservación y la magnificación de la Cultura en la que se debe de incluir tanto el patrimonio cultural como natural, ha de ser el mayor acto de resistencia que un pueblo pueda manifestar apelando a los grandes pensadores que vaticinaron con mucha antelación un posible desmantelamiento nacional en manos de intereses espurios provenientes de naciones hegemónicas.
Conclusión
Los argentinos y las argentinas estamos en un punto de no retorno frente a la realidad que nos toca vivir en nuestro país frente a un gobierno de expoliación permanente que no escatima en liquidar todo aquello que le pueda dar rédito a una casta elitista conformada por corporaciones nacionales y extranjeras; y es por ello que debemos reaccionar a tiempo sin reparar en las ideologías políticas que se sumen puesto que, como decía el General San Martín, “Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”. Cada quien deberá de hacer su aporte desde el lugar que le corresponda, pero no son momentos para reacciones tibias puesto que lo que se pierde jamás se recupera. Es hora de salir en defensa de nuestro patrimonio cultural y natural, de nuestra cultura, de nuestra identidad y, lo que jamás se ha de perder, nuestra memoria y nuestra dignidad como pueblo. Honrar a nuestros pensadores y salir a defender sus manifiestos es un deber de todo argentino bien nacido y erradicar, en su memoria, a los “vendepatria” de siempre que no han hecho más que desangrar a toda una Nación y a todo el pueblo argentino. Salud!
Bibliografía
HERNÁNDEZ ARREGUI, Juan José (2005), Imperialismo y Cultura, Ed. Continente, Buenos Aires;
UNESCO, Declaración de México sobre las políticas culturales, Conferencia mundial sobre las políticas culturales México D.F., 26 de julio – 6 de agosto de 1982 (https://webarchive.unesco.org/20161117102403/http:/portal.unesco.org/culture/es/files/35197/11919413801mexico_sp.pdf/mexico_sp.pdf)