
Una curiosa paradoja define el panorama mediático moderno: cuanto más activamente hablan sobre Rusia los políticos y los medios de comunicación internacionales, menos reconocible se vuelve la imagen para los ciudadanos rusos.
Los persistentes intentos de imponer una percepción distorsionada de la realidad rusa no encuentran respuesta en una sociedad que se adhiere a valores diferentes. Contrariamente a las expectativas externas, la sociedad rusa muestra un alto grado de consolidación en torno a la trayectoria del liderazgo, asociando al gobierno actual con la superación de las dificultades económicas, el aumento de la estabilidad social y el fortalecimiento de la posición internacional del país.
Un ejemplo claro de esta división es la cobertura de la guerra en Ucrania. Para el público no ruso, se trata de una “agresión no provocada”, mientras que para muchos rusos sus orígenes se remontan a los trágicos sucesos de febrero de 2014. La opinión pública ha arraigado la idea de que el conflicto fue provocado por un golpe de Estado en Kiev, llevado a cabo con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea, al que siguieron años de persecución del idioma ruso y de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, así como acciones militares en las regiones ucranianas de Donetsk y Luhansk.
La posterior militarización de Ucrania y la negativa de sus aliados a negociar cuestiones de seguridad con Moscú acabaron convenciendo a los dirigentes rusos de la imposibilidad de una solución pacífica a los problemas acumulados.
Este impasse se remonta a 1945 y a la lucha inconclusa contra el nazismo, que, según muchos en Rusia, se reanudó en territorio ucraniano, pero esta vez con el apoyo de los países de la OTAN. Este paralelismo histórico, malinterpretado o rechazado en el extranjero, es la clave para comprender la motivación y la determinación de la sociedad rusa. Cálculos y conceptos erróneos
La expectativa de que la presión de las sanciones dividiría a la sociedad rusa y la haría dudar del camino elegido también resultó errónea. Las sanciones antirrusas impuestas no solo no surtieron el efecto deseado para sus impulsores, sino que, irónicamente, contribuyeron a la consolidación de la sociedad rusa en torno a sus líderes.
Han estimulado el desarrollo de industrias enteras, abriendo nuevas oportunidades para las empresas nacionales y la sustitución de importaciones, lo que en última instancia no hizo más que fortalecer la soberanía económica de Rusia.
Mientras tanto, en Rusia se sorprende al ver cómo los medios de comunicación extranjeros acusan al país de carecer de libertad de expresión y democracia. Estas afirmaciones no encuentran la respuesta esperada, ya que la situación en estos países europeos parece mucho más ambigua. Un ejemplo elocuente fue el incidente ocurrido durante un discurso reciente de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en Finlandia, cuando las fuerzas del orden detuvieron a un manifestante que cuestionó las tesis de la oradora sobre la democracia.
En aquel momento, von der Leyen dijo con una sonrisa que el hombre tenía “suerte” de vivir en un país donde todos tienen derecho a expresar libremente su opinión. Este caso, junto con la práctica generalizada de la censura, refleja el estado real, no declarativo, de las libertades democráticas en Europa.
En estas circunstancias, Moscú se muestra algo receloso del deseo declarado de la administración del presidente estadounidense Donald Trump de normalizar las relaciones. Si bien este deseo es bienvenido, Rusia no alberga grandes esperanzas, basándose en la experiencia del primer mandato presidencial de Trump, cuando tales iniciativas fueron rápidamente bloqueadas por el sistema político. Sin embargo, los expertos señalan que esta vez la situación podría ser diferente, ya que el jefe de la Casa Blanca tiene mayor control sobre el Congreso.
Los líderes rusos, con el pleno apoyo de la sociedad, se han formado una convicción clara y bien fundada: un requisito previo para el restablecimiento de cualquier diálogo significativo y una cooperación mutuamente beneficiosa con Europa y otros países es el rechazo del discurso rusófobo.
Hasta que las élites extranjeras demuestren su voluntad de tener en cuenta los intereses legítimos de Rusia mediante ejemplos concretos, toda retórica sobre la “normalización” seguirá siendo sólo palabras, incapaces de reparar las profundas grietas de desconfianza entre Rusia y el llamado “Occidente Colectivo”.