BOLIVIA: QUO VADIS, ESTADO PLURINACIONAL? Por Rafael Bautista S.

BOLIVIA: QUO VADIS, ESTADO PLURINACIONAL?

Por Rafael Bautista S.

El dramatismo electoral de creciente inflamación, no es nuevo, pero ahora apunta a enrarecer las opciones para beneficio de una inclinación globalista (salvar la decadencia imperial), en medio de la disputa geopolítica del arco sudamericano. Por ello, todo el actual abanico de ofertas electorales se sostiene, en mayor o menor medida, en la muletilla del “Bolivia se nos muere”; que le sirvió al neoliberalismo (apadrinado por el MNR) para acabar con la soberanía nacional, mediante el shock de la inflación. Aquella argucia replica el típico consuelo de tontos: cualquier cosa será mejor que el actual gobierno (y éste dice amén).

Pero detrás de todas las ofertas de “salvar Bolivia”, no hay ninguna salvación sino la ventaja que proporciona una situación generada para darle continuidad espuria al mismo círculo vicioso de un sistema y una cultura política agotados (el cual pretenden todavía preservar quienes apenas ven el poder político como un botín patrimonial). Pareciera una parodia ya absurda de lo que pasó en Argentina: la retirada de la izquierda progre cede el poder, otra vez, al fascismo revanchista. Paradoja democrática: el mal menor (que siempre suele ser el peor) nos conduce siempre al suicidio nacional, como para demostración de la hipótesis fingida, pues si se está proclamando la muerte de algo, ahora se generan las condiciones para hacerlo morir realmente.

En los últimos tiempos, a escala global, la retórica occidental ha consistido en dar por muertos, Estados que ahora no sólo no han fenecido sino que están generando un nuevo reordenamiento del tablero geopolítico. Es decir, la realidad es siempre distinta de lo que se inventa mediáticamente. Un Estado no muere ni siquiera por insolvencia. Los motivos son otros y exceden la excesiva importancia que se le da a los fragmentarios diagnósticos economicistas. Un Estado acaba cuando pierde todo sentido de existencia. Esto es lo que le conduce al desmoronamiento cultural, social, político y económico (lo que sí está pasando en Europa y USA).

Por ello, la crítica que ya iniciamos con el segundo volumen del Pensar Bolivia[1], insistía en que, el abandono de las banderas del “proceso de cambio”, o sea, la no transformación estructural del Estado colonial-republicano-señorial en Estado plurinacional, iba a conducirnos al vaciamiento del sentido mismo del cambio y, en consecuencia, a la reposición de las prerrogativas del Estado colonial y su disputa patrimonialista. Esto es lo que fue desinflando la mística inicial del “proceso de cambio”, que debió siempre entenderse como revolución democrático-cultural.

Pero el MAS, en sus 14 años + 5, no supo comprender la incompatibilidad del concepto liberal de Estado-nación –concebido para mantener nuestra condición periférico-colonial– con las expectativas creadas por el nuevo óptimo nacional encaminado ya a constituirse en poder popular. La disputa doméstica que estamos presenciando son la consecuencia de que “el gobierno del cambio” jamás comprendió los auténticos desafíos que había que enfrentar y esto significó también que nunca advirtieron la crisis estructural del Estado-nación (y su versión criollo-mestiza) en su verdadera dimensión.

El MAS nunca comprendió eso, teniendo la posibilidad, desde el proceso constituyente, de poder encarar el reto de recomponer estructuralmente un Estado reconfigurado en torno al horizonte político propuesto por el nuevo sujeto plurinacional. Pero no sólo cedieron esa posibilidad sino inclusive, una vez aprobada la nueva constitución en Oruro (porque las fuerzas de choque oligárquicas la habían expulsado de Sucre), el propio gobierno, hizo posible que el orden instituido, el que debía de ser sustituido, se sobreponga al nuevo poder constituyente y quedase el Estado plurinacional encadenado en las prerrogativas de otro ciclo estatal del Estado colonial-republicano-señorial.

Eso lo denominamos un golpe de Estado al Estado plurinacional, un autogolpe del “gobierno del cambio”. Eso sucedió en las mesas de concertación, en Cochabamba, el 2008[2]. Allí se evidencio que la dirigencia masista, sobre todo el “círculo q’ara blancoide”, replicaba la paradoja señorial que Zavaleta le imputó al movimientismo: podían haber sido los gestores de una trasformación real del Estado, empero sus cabezas seguían dependiendo del Estado que los había parido.

Creyeron que con reformas circunstanciales se podía asegurar el poder necesario para darle vigencia a la gestión gubernamental, bajo la demagogia señorialista que, con nuevo rostro, esta vez indígena, el Estado-nación reponía su anacrónica presencia en un contexto que ya no iba a generarle las garantías de su permanencia. Sin cambiar el carácter liberal del señorialismo estatal, la dirigencia del MAS, no se dio cuenta de que, en realidad, sólo estaban administrando un cadáver. El Estado que había fenecido con la huida del último presidente neoliberal, era el mismo que se quería reponer ya por razones sólo instrumentales de cooptar todo el poder que se pueda.

En parte, el golpe del 2019, fue consecuencia del administrar un cadáver que, en su insistencia anacrónica, sólo regeneraba las condiciones, bajo las cuales, la disputa por el poder político era condición del ascenso social, o sea, del aburguesamiento clasemediero. Pues ese cadáver estatal, instituido como sistema político, se había extendido también como cultura política y social. Por eso el neoliberalismo no se propone cambiar al Estado movimientista porque éste se sostenía en la corrupción hecha cultura política y social; de ese modo, se podía barrer continuamente con la soberanía de una nación ofertada a la gula transnacional porque, tributario de la mitológica democrática gringa, naturalizaba la obediencia social y política de su propio país a los valores liberales y burgueses. Anulado el sujeto, anulado el proyecto. Sólo así podía impedir la constitución del pueblo en bloque histórico y éste en sujeto político; lo que hemos denominado el pueblo en tanto que pueblo.[3]

En los 14 años del “gobierno del cambio”, también se continuó con el prebendalismo y al corporativismo dirigencial para empoderar sectores por pura conveniencia política. Si se realiza eso en el actual gobierno, es porque sólo saben replicar la gestión anterior. Así se observa que preservar el Estado colonial convenía para los únicos afanes de permanencia en el poder; “cambiar para que nada cambie” fue una apuesta que cercenó también la legitimidad del “gobierno del cambio”. Y generó también, otra vez, las condiciones para justificar un retorno de las comedidas representaciones nacionales de los intereses imperiales pero, esta vez, al estilo “libertario”, para terminar de acabar con el Estado plurinacional y la esperanza de un país entre iguales.

La improvisada gestión gubernamental actual, nos demostró que el MAS no tenía ni idea de cómo remediar los desvíos y regresiones que provocaron las apuestas de la elite masista y que habían coadyuvado al golpe del 2019. Ni siquiera tomaron en cuenta que, la pérdida de legitimidad se convierte inevitablemente en una transferencia de esa legitimidad hacia una derecha que fue y sigue recibiendo, sin merecerlo (porque además toda esa rancia hermandad estaba involucrada en la ruptura democrática y constitucional del golpe del 2019), la confianza renacida de una sociedad urbana domesticada en la propaganda.

Un honesto, adecuado y necesario diagnóstico del estado del sistema político boliviano, debía de estimular la profundización del proyecto plurinacional y la adopción categórica del “vivir bien” como horizonte político. Porque el zombi político que, como cadáver, deambulaba entre los estertores del fascismo señorialista, era el Estado heredado del 52. Y decimos que se trataba y se trata de un cadáver porque, como sistema y cultura política, es la podredumbre que intenta reponerse en toda aventura emancipatoria que sólo tramite un mero cambio de elites.

Del mismo modo como señalan los analistas financieros y los mega especuladores, cuando se refieren a que el sistema financiero está roto, nuestro sistema político está podrido. Cuando todo el sistema está corrompido, su necia continuidad no hace más que acelerar el derrumbe de todo el Estado, sea cual sea éste. Que la derecha no se dé cuenta de aquello, se entiende, pero que el MAS, en todas sus versiones, desde el evismo hasta el arcismo, sean ciegos al respecto, no hace sino coadyuvar aun más a su propio derrumbe como auténtica opción política.

Desde el gobierno de los 14 años, no interesó la trasformación estructural del Estado sino sólo parchar sus deficiencias y administrar, en lo posible, sus prerrogativas de funcionamiento. Pero ni aquello supuso logros estratégicos, ya que, si de un cadáver se trataba, su vida dependía, en última instancia, de la cesión de voluntad de vida que precisaba para aparentar una existencia al menos fingida. El problema era que esa cesión era cesión de voluntad de vida de su propio pueblo y aquella existencia lograda sólo insistía más en su carácter de “Estado aparente”.

Ahora que los evistas pretenden “salvar Bolivia”, no se dan cuenta que, en realidad, preservar el actual orden instituido es seguir clavando la efigie del proyecto plurinacional (por eso llaman “salvar Bolivia” a lo que, en realidad, es sólo retornar al poder, sea como sea, cueste lo que cueste y pactar con quien sea). Nadie se da cuenta que, si el propio sistema está podrido, todo intento por preservarlo acelera la demolición planificada de la propia soberanía estatal. Si todo su plan de gobierno no contempla transformar lo que la propia elite masista se encargó de preservar en los 14 años, que es el carácter liberal del ordenamiento jurídico-administrativo del Estado, se entiende que su lucha no es por remediar nada sino por una pueril pugna de poder con el arcismo.

¿Por qué, por ejemplo, fracasa el “modelo económico social-comunitario)? Porque nunca se removió nada del carácter liberal de la economía, lo cual dejo incólume la propia estructura colonial dependiente de Estado periférico. La nueva elite que desplazo al sujeto plurinacional y se puso como sujeto sustitutivo incluso ufanamente se puso a celebrar la fórmula espuria del “capitalismo andino” como proyección del modelo económico. En esas pretensiones ya se podía imaginar la tozuda insistencia en preservar un Estado que ya no tenía ninguna actualidad, sobre todo, en una crisis civilizatoria que presagiaba el fin del globalismo y la mitología del libre mercado que, ahora, ni USA está dispuesta a admitir.

Una necesaria lectura geopolítica, en el momento de asunción del gobierno arcista, debía de proponerse actualizar, por lo menos, un “modelo económico” que distaba mucho de ser plural, cuando toda la normativa jurídica sólo estaba y está diseñada para amparar, proteger y desarrollar únicamente las estructuras capitalistas de dependencia en un país periférico-colonial. Pero lejos de enmendar siquiera alguna acentuación capitalista del “modelo económico”, sin imaginación ni lucidez alguna, sólo se dieron a la tarea de un continuismo lineal que iba a hacer aguas en la creciente curva de dislocación entre un sistema económico global desorientado y un poder financiero que apunta a un reseteo mundial.

El “modelo económico” fracasa porque insistir en la matriz de una producción para la exportación, no tenía en cuenta que las nuevas potencias emergentes, no sólo alteraban el diseño geoestratégico de los circuitos de suministros sino que redirigían la economía mundial hacia otros destinos, lo cual implica una nueva cartografía de las rutas comerciales. Todo ello significaba adelantarse en medidas de redirección del destino de nuestra producción, además por razones estratégico-geopolíticas. Por ello, ya señalamos con anterioridad, antes de festejar ingenuamente el concepto de “industrialización con sustitución de importaciones”, lo que debía de pensarse era un nuevo concepto de industria (en la nueva escenografía postindustrial) con sustitución de paradigmas.

¿Por qué, por ejemplo, la Federación Rusa puede resistir y salir exitosa de las miles de sanciones económicas que le propician USA y la UE? Porque actuaron anticipadamente y orientaron su economía a sobrevivir en condiciones críticas, es decir, adoptaron el concepto de “economía de guerra”. Algo similar debían de pensar las economías periféricas de los gobiernos de izquierda. No estamos en condiciones consideradas “normales”, por eso hasta USA opta por el proteccionismo y genera la actual guerra de aranceles. En una trasformación dramática del tablero geopolítico global (que está ya sucediendo, sin que nos demos cuenta), todo se trata de sobrevivir. En tal caso, hablar de una “economía de guerra” no es presagiar la guerra sino ver en qué medida hay adaptación positiva a los cambios dramáticos que se viene produciendo en todo el mundo; más aún cuando las potencias sobrevivientes se están disputando el mundo y sus respectivas esferas de influencia.

Todo se discute ahora en la farándula mediática electoral, pero nunca lo que verdaderamente importa. Todos obvian el hecho (los ingenuos masistas, evistas o arcistas, por desubicación total, y la derecha porque presumen su pronta desaparición) de que nos encontramos en un Estado que, por referéndum nacional, ha decidido constituirse en plurinacional. ¿En qué condiciones puede éste sobrevivir en el virtual des-orden tripolar? Nadie se hace la pregunta. Porque nadie es capaz de situarse en la nueva realidad que determinará el destino nuestro como país. Todos refieren sus programas electorales como si no hubiese pasado nada en los últimos 20 años.

Para la derecha la cosa parece simple, porque nunca hicieron uso de las facultades racionales, porque quien sustituye lo real, termina por romper sus sesos. Si de producir una regresión al pasado de sus nostálgicos esquemas se trata, es decir, volver al carácter señorial-republicano, entonces serán los promotores de una guerra civil. El pueblo ya no va a renunciar a todos los logros que ha promovido y de los cuales se siente creador. Prueba de ello fue la resistencia y la recuperación democrática del 2019-2020. Un año pudieron asaltar impunemente el Estado los golpistas, pero eso les costó la pérdida de legitimidad que el MAS no supo administrar para retomar la iniciativa que hubiese significado una reforma moral. Pero todo el aparato anterior ya corrompido, por anuencia de la elite desplazada, ya se encontraba incrustada en el gobierno para horadar su gestión y hacerla un mero apéndice de los requerimientos concurrentes al retorno del “rey cercado”[4].

La pugna intestina actual apareció con ese acoso constante que reducía a la gestión gubernamental a ser un mero administrador del retorno mesiánico de un líder que ya no gozaba con la legitimidad que tuvo merecidamente en el momento del máximo potencial político del MAS. La desobediencia, ahora señalizada contra todo aquel que desdiga los dictámenes del “jefe”, fue la medida de orden político que, al modo inquisitorial, pone de manifiesto una pérdida de orientación y horizonte político.

Por otro lado, el gobierno, en su improvisada y errática gestión, ya no sabe de dónde ni cómo recuperar la legitimidad que tuvo en sus inicios. Las medidas trascendentales siempre hay que tomarlas cuando se cuenta con el máximo de legitimidad, pero para ello había que hacer la tarea e iniciar el rencauce que todo el pueblo exigía como devolución moral de todo aquello que le costó la recuperación democrática. Pero la elite del “gobierno del cambio”, que el 2020 estaba reunido en un solo bloque triunfante, nunca estuvo a la altura de lo que el pueblo les puso como responsabilidad política.

Ahora el panorama es el menos alentador, pero aun así, hay que dejar el pesimismo para mejores tiempos y, a pesar de todo, esperar que el pueblo tome la vanguardia de las decisiones de nuevo. Siempre hay que dejar que el pueblo sea el protagonista. Toda nuestra región se está jugando su existencia en esta coyuntura global. Bolivia es una de las más amenazadas. El “vivir bien”, la descolonización y lo plurinacional son un mal ejemplo para las oligarquías de la región y lo ponen de este modo: “si cedemos en los más mínimo, estos indios nos llevaran de nuevo a la edad de piedra”.

Por eso acudirán al Imperio, aun en su decadencia, como esclavos que sufren las cuitas del amo como suyas. No tienen dónde más acudir sino al tipo de mundo que ya no existe, aun cuando siga en pie. Como un coloso de pies de barro, se empieza a desmoronar y su caída afectará en mayor medida a su cohorte funeraria. Porque todo aquel que se alinea con el derrumbe imperial también derrumbará su propia suerte. Porque sucede a nivel local lo que a nivel global y esto significa que, lo local, es el modo cómo se experimentan las crisis globales.

Si el sistema es fraudulento y está corrompido en su propia médula, esto significa que el sistema mismo está podrido. ¿Cómo se salva algo que está podrido por dentro? Cuando el sistema financiero que, para colmo, ha subordinado a toda la economía a sus exigencias, lo que nos vende es una pura ilusión sin ninguna base material, lo que nos vende, en realidad, no vale nada (la vida moderna consiste precisamente en eso). Ahora bien, ¿cómo hacer de la nada, nueva riqueza? En esta interrogante nace la proyección del poder financiero. Por eso la necesidad que tienen de resetear el sistema, o sea, reiniciarlo. El dinero físico supuestamente ya no tiene valor a la espera de un nuevo valor general que equilibre cualquier intercambio comercial, sujeto a las prerrogativas financieras.

En eso consiste, en parte, el reseteo global. Cuánto dure el reseteo que les interesa, será el margen de ganancia de los billonarios para sobrevivir mientras se mueren los pobres del planeta; porque además el relato sigue funcionando: cuando la economía se hunde, la culpa es siempre de los pobres, los excluidos, las víctimas del Sur global (extendido ahora a los cuatro puntos cardinales donde se produzca empobrecimiento). Por eso se expropia a los pobres su patrimonio, sus derechos y conquistas políticas y sociales, para salvar a los verdaderos ricos. La ecuación les funciona bien: la esencia de las finanzas es producir crisis tramitada como guerra extendida, porque el valor real de la guerra es la deuda que crea. El reseteo es la guerra declarada, el mundo no puede compartirse, en eso consiste el cinismo proclamado como nuevo “realismo”.

Por eso no puede, hoy en día, hablarse de una revolución si ésta no significa una revolución cultural-civilizatoria que transforme y reponga éticamente el propio sistema de creencias y el horizonte de expectativas. En tal caso, lo determinante de una revolución cultural es una revalorización del campo como lugar esencial de la producción, de aquella que hace posible la vida de todos (el diseño geopolítico centro-periferia es también un diseño antropológico que se manifiesta de modo evidente en el diseño urbano que posibilita a la ciudad, como centro, la expropiación del ámbito de las decisiones políticas, dejando al campo, como periferia, ser mero suministrador de las necesidades exclusivas de la ciudad).

En tiempos de crisis, restaurar la confianza es la primera medida política a largo plazo; y la primera confianza nace de que los propósitos de la producción apunten a asegurar el consumo nacional, en justicia y dignidad, sentando las bases de una transformación y reconstitución de la subjetividad nacional (aquí lo plurinacional no es una fórmula que la pueda determinar un decreto; su expresión política es un Estado que asume, como su propia realidad, el universo ético de su propio contenido nacional). En ese sentido, si la nueva elite era consciente de eso, debía de cambiar, por ejemplo, el liderazgo ministerial, poniendo a los nichos de la tecnocracia detrás de los ministerios ideológicos, cuya misión debía ser el diagnóstico y la proyección política del nuevo Estado en el nuevo contexto regional y global.

Pero en las refriegas domésticas del MAS, no sólo cavan su propia tumba política, sino que, el verdadero perdedor, está siendo el bloque popular. Aunque se proclamen agendas para “salvar al país”, los tonos querellantes demuestran que, en realidad, se trata de una lucha intestina entre facciones pequeño-burguesas que responden a una misma creencia señorialista: “ser el nuevo patrón que salve al indio de sí mismo”. Tanto la derecha como la izquierda creen ingenuamente que, seguir insistiendo en los modelos vigentes, ha de “salvar” la economía.

Nadie se refiere al caso, pero lo que estamos presenciando es, a nivel local, el desmoronamiento de un diseño de mundo. Todos los Estados periféricos se están desmoronando en su propio anacronismo geopolítico y ese desmoronamiento, en nuestro caso, está arrastrando al carácter plurinacional del Estado boliviano; que quedó sólo en un cambio nominal, porque –desde la promulgación de la nueva constitución– nunca se desmontaron las estructuras jurídico-administrativas del Estado colonial. La nueva elite política sólo se sirvió de éstas para darle estabilidad a su mayor concentración de poder que, se creía, era la garantía de su permanencia en el Estado como patrimonio ahora suyo.

Lo que está en juego es el futuro del Estado plurinacional. Es capaz que retorne la derecha con el voto, para deshacerse de toda soberanía estatal, porque esa es su agenda. La derecha se unirá por la única razón que hace credo en sus valores oligárquicos: el juramento de superioridad ante los indios. Esto significa reponer el Estado republicano (una determinación cavernaria, como la pretendida reposición del orden unipolar). Pero esa insensata y obstinada resolución, ¿a dónde nos va a conducir? A la guerra civil. Porque el pueblo ya no va a consentir aquello. El Estado plurinacional es obra suya y es lo que le ha permitido ya no ser perpetua resistencia sino transformación efectiva. No va a renunciar a lo que considera fruto de su lucha histórica.

Aquí hay responsables históricos que el pueblo debe saber identificar, llevándonos a esta debacle del proyecto popular. Porque el proyecto no ha fracasado sino que nunca fue impulsado por un sujeto sustitutivo clasemediero con aspiraciones burguesas que, en su lucha por la concentración de más poder, sólo está coadyuvando a la descomposición del propio bloque popular.

La Paz, Chuquiyapu Marka, 3 de mayo de 2025
Rafael Bautista S., autor de: “El Ángel de la Historia, volumen II:

La disputa del arco sudamericano y la geopolítica del reinicio global”

yo soy si Tú eres ediciones, 2024.

Dirige “el taller de la descolonización”
rafaelcorso@yahoo.com

[1] Rafael Bautista S.: Pensar Bolivia del Estado colonial al Estado Plurinacional. Vol. II. La reposición del Estado señorial. 2009-2012, rincón ediciones, La Paz, Bolivia, 2012.

[2] Ver: ¿Estado autonómico o Estado plurinacional?, en Rafael Bautista S.: El tablero del siglo XXI. Geopolítica des-colonial de un nuevo orden post-occidental, yo soy si Tú eres ediciones, La Paz, Bolivia, 2019.

[3] Ver Rafael Bautista S.: El ángel de la Historia. Volumen II. La disputa del arco sudamericano y la geopolítica del reseteo global. 2020-2024, yo soy si Tú eres ediciones, La Paz, Bolivia, 2024.

[4] Ver El Síndrome del Rey Cercado, Hacia una Geopolítica del Poder Popular, en Rafael Bautista S.: El Ángel de la Historia. Vol. I.  Genealogía, ejecución y derrota del golpe de Estado 2018-2020. yo soy si Tú eres ediciones, La Paz, Bolivia, 2021.

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