En la dinámica de la creciente protesta social y gremial, agosto cerrará con una multitudinaria Marcha Nacional Universitaria este jueves. Para septiembre ya se anunciaron tres paros nacionales: el 12 los estatales, el 24 el moyanismo con un sector de las CTAs y el 25, ese gran y pesado elefante, la CGT.
Luego del paro general el pasado 25 de junio, la CGT entró en un largo compás de espera. Mientras la curva ascendente de suspensiones y despidos públicos y privados crecía día a día, mientras el gobierno pisaba el acelerador del ajuste e intensificaba los ataques contra gremios y activistas, mientras amplios sectores de trabajadores formales e informales tomaban las calles, la mayor central obrera argentina se sumía en la parálisis por enésima vez.
La fuerte disputa en su interior fue una de las razones. Por una parte, el triunvirato de conducción enfrascado en una línea “dialoguista”, propia de las peores tradiciones del sindicalismo vernáculo. Por el otro, una amplia cantidad de gremios en disidencia por distintos motivos: algunos por reclamar una silla en la mesa chica de negociación; otros, por resultarles cada vez más insostenible la cordialidad cegetista ante el gobierno, las patronales y -la gota que colmó el vaso para muchos- los delegados del Fondo Monetario Internacional.
Entienden entre los disidentes que la foto de la CGT con el FMI, que ya cogobierna el país, es darle legitimidad a un acuerdo tan anti-popular como impopular y que ni siquiera pasó por el Congreso.
El triunvirato, una figura no contemplada por el estatuto de la CGT, nació en 2016 como una forma de emparchar una difícil unidad entre corrientes muy disímiles y se erosionó a gran velocidad. En pocos meses, al ritmo creciente del ajuste neoliberal y sus respuestas siempre extraordinariamente lentas (un slow motion digno de Matrix), la flamante conducción quedó expuesta a una multitud obrera que le reclamaba huelga al grito de “poné la fecha la puta que te parió” y se llevó el atril. El 17 fue un año demasiado largo para la conducción confederada y terminó en un paro que no cumplió casi nadie.
En aquellas jornadas del 14 y el 18 del último diciembre fueron muchos los activistas y las organizaciones sindicales y populares que salieron a las calles a luchar contra la reforma previsional y, aunque no lograron frenar la medida, el sacudón político que generaron junto a los masivos cacerolazos puso en pausa la reforma laboral macrista. En esa lucha la CGT jugó un rol de gran patetismo, con una medida de fuerza que ni siquiera logró ser simbólica. Entonces, el triunvirato tiró la toalla y pidió la hora. Se iniciaron largas y discutidas negociaciones para su salida decorosa.
Pero la crisis atizada por el macrismo no detuvo su marcha y el malestar de sectores cada vez más amplios de gremios golpeados por los despidos masivos en la industria y el Estado, como de las regionales de un interior cada vez más castigado y lejano de la blindada agenda mediática porteña, empujó a la convocatoria del paro general del 25 de junio, de gran contundencia. El triunvirato se abrazó a la medida y se declaró fortalecido. La interna, una vez más, se disparó, y la central, una vez más, se paralizó.
Así se llegó al plenario de secretarios generales que se realizó hoy. En vez del Confederal en el que se votaría una nueva conducción, el triunvirato convocó al único órgano que según el estatuto cegetista es no resolutivo. No asistió ni el espacio de gremios disidentes que se reúne en la sede de los pilotos de APLA y que agrupa a Camioneros, la Corriente Federal, SMATA, Canillitas, Suterh y Aceiteros junto a otros gremios, ni el Movimiento de Acción Sindical Argentino (MASA) que lideran el taxista Omar Viviani y el ferroviario Sergio Sasia. Este último jugó fuerte durante el año su postulación a secretario general cegetista y, en ese sentido, hizo muy buena letra con el ministro Jorge Triaca, gran operador del Ejecutivo en la interna de la CGT. Firmó el 15% del techo paritario del 2018 y flexibilizó su Convenio Colectivo de Trabajo. Sin embargo, obtuvo muy poco a cambio de sus gestos: ni siquiera le cumplieron el premio consuelo de una silla en la mesa chica de la Central a la hora de negociar con el gobierno.
A diferencia del despecho de Sasia, la inasistencia del espacio de gremios disidentes -o grupo Lezica, o Frente Gremial en lucha, o “los que se juntan en APLA” como se los define alternativamente en distintos medios- estuvo fundamentada en un planteo político-gremial donde le reclamaron al gobierno el cambio de política económica, el fin del acuerdo con el FMI, la derogación de las reformas previsional y tributaria y el “cese de toda intervención o negativa de reconocimiento o multas extorsivas que afectan a varias organizaciones sindicales”. A la conducción cegetista le demandaron una mayor democratización de la vida interna de la central, el recambio de la conducción y un “urgente llamado a un plan de lucha en defensa de los intereses de los trabajadores”.
Este espacio envió hoy una mínima delegación al plenario a leer el documento. Luego, pasadas las 13 horas, Camioneros anunció, junto a la CTA de los Trabajadores de Hugo Yasky y la porción de la CTA Autónoma que acompaña a Pablo Micheli, un paro de 36 horas con movilización para el 24 y 25, a la que con seguridad se sumará el conjunto de gremios disidentes. Por su parte, los estatales de ATE Nacional conducidos por Hugo Godoy -que se encuadran en la CTA Autónoma que conduce Ricardo Peidro- ya habían anunciado un paro para el 12 de septiembre y confirmaron que se sumarán con su propia modalidad a las medidas del 24 y 25.
En este contexto, la convocatoria del triunvirato a un nuevo paro aislado y distante se explica más por su propio instinto de supervivencia que por una preocupación por los intereses de la clase trabajadora argentina. Queda por ver si resultará suficiente ante la conflictividad creciente de un fin de año que hasta los analistas más cautelosos del poder económico local observan con preocupación. No se puede jugar indefinidamente al ajedrez en la cubierta del Titanic.
[…] Fuente: Indymedia Argentina […]
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