En su libro El malón que no fue, el psicólogo e investigador del genocidio indígena argentino Marcelo Valko rescata una historia que es, literalmente, de película. El 21 de abril de 1904, en San Javier, Santa Fe, se llevó a cabo una terrible matanza de indios que se disfrazó como un intento de defensa por parte de los locales frente a una avanzada de “incivilizados”. Todo esto hubiese quedado en una nota al pie de no mediar la película que realizó el joven periodista y político Alcides Greca en 1917: El último malón es la primera cinta en 35 mm filmada fuera de Buenos Aires y un gesto pionero insólito. Rodada en las locaciones de San Javier, utiliza como actores a los mocovíes sobrevivientes, en un giro que hubiese hecho las delicias de Werner Herzog. Artefacto curioso, mudo y con una sola actriz profesional, funciona como un importante documento de una matanza que, de otra manera, quizá no sería recordada.
Mauricio Rugendas, El malón, óleo de 1845.
16/09/2018
“¿No tenían voz los indios?”, pregunta David Viñas al comienzo de uno de sus mejores libros, Indios, ejército y frontera. Y sigue hablando de la voz del indio como figura que sintetiza una versión ausente de los hechos: “quizás, los indios, ¿fueron los desaparecidos de 1879?”. El libro apareció en 1979, cien años después del genocidio que en nuestra historia pasó a conocerse con el nombre de “Conquista del Desierto”. Un año significativo, por demás, para poner esa palabra, ese término que pesa y arrastra y conmociona: desaparecido. El malón que no fue, del psicólogo e investigador del genocidio indígena Marcelo Valko, es un trabajo que buscar raspar el discurso oficial para encontrar detrás las voces silenciadas de los habitantes originarios de nuestro territorio a partir de un caso singular, un caso que, bien podemos decir, es de película. El 21 de abril de 1904, en el pueblo de San Javier, provincia de Santa Fe, durante los últimos meses de la segunda presidencia de Julio A. Roca, se lleva a cabo una terrible matanza de indios que es disfrazada como un intento de defensa por parte de los locales frente a una avanzada de “incivilizados” que buscaban tomar el lugar. Con cien bajas encima, entre muertos y heridos, los nativos pasan a ser catalogados rápidamente como sediciosos que mordieron la mano del que les dio de comer. Pero todo esto, como bien destaca Valko, hubiese quedado en apenas una nota al pie en la larga historia de masacres indígenas, si no hubiese sido por una película. A lo largo de 1917, Alcides Greca, un joven periodista y político que hasta el año anterior había sido diputado provincial por el radicalismo, filma una película conocida con el nombre de El último malón, la primera en 35 mm filmada en un lugar de la Argentina que no era Buenos Aires. Situado en las locaciones donde se dieron los hechos de la matanza de indios, en el mismo pueblo de San Javier, Greca utiliza como actores en su película muda a los mocovíes sobrevivientes de la masacre. Marx tenía razón. La historia tiene ese gusto caprichoso por darse dos veces: primero, como tragedia. Después, como farsa. El malón que no fue no es otra cosa que un libro que trata de encontrar en estos dos hechos la lógica discursiva de un sistema de represión que sigue operando hasta nuestros días. Porque no se juega solamente en estos sucesos la manera de contar la historia argentina. Ni Viñas ni Valko están diciendo eso. Lo que se juega es entender de qué manera opera el enemigo, cómo borra con la mano lo que escribe con el codo. Y cómo, sobre todo, busca siempre justificar lo que lisa y llanamente es un asesinato. Uno de ayer. O uno de nuestros días.
OPERACIÓN MASACRE
Valko, a la manera de un Rodolfo Walsh enfocado en los sucesos de comienzos del siglo XX en San Javier, reconstruye los hechos confrontando las diversas fuentes periodísticas para entender qué es lo que había sucedido en el lugar. Y, sobre todo, cuál fue el principal motivo de la masacre. El caso puntual del único asesinado en el supuesto bando defensor, el vecino Félix Lena, le sirve a Valko para ver las incongruencias del relato oficial y poder permitirse sembrar por todos lados la semilla de la duda. Lena, supuestamente, viendo el clima agitado entre los indios y el gobierno, cae víctima de un lanzazo por parte de los primeros en su posición de defensa. Los diarios La Prensa, La Nación y El País publican respectivas notas en donde informan de la baja. Dos días después, los primeros dos diarios anuncian que Lena falleció en un hospital, luego de sufrir largamente por las heridas infligidas por los indios. A fin del mes de abril, sin embargo, esos medios dan a conocer una crónica de los hechos en donde Lena es asesinado en el mismo día del levantamiento por parte de un grupo de violentos que lo atacaron a hachazos, lanzazos y hasta “balazos”, dejándolo tendido en el suelo para luego quitarle la ropa. Lena, según esta última versión, dada a conocer por periódicos como La Prensa, se había plantado frente a los indios, reclamando uno de sus caballos, harto del robo que los vecinos sufrían de manera constante por parte de los bárbaros que infundían temor y atentaban contra sus propiedades. Félix Lena, muerto dos veces, el 21 y el 23 de abril, se convierte en el mártir de una guerra justa. Y es quien justifica, retrospectivamente, la masacre. Y la única baja del bando “defensor”.
La cantidad de indios participantes varía según el medio. Algunos hablan de un centenar, otros llegan a los 500 o 600, otros, finalmente, proponen la desproporcionada cifra de 1000. Los supuestos atacantes avanzan por la calle central hacia la jefatura, con el fin de desarmar a las fuerzas defensoras, pero los diversos cantones logran contener y rechazar ese movimiento. Los vecinos, parapetados en las terrazas de sus casas, acompañados por sirvientes e “indígenas fieles”, están armados con fusiles Winchester y Rémington, los mismos usados durante la campaña militar de Roca. Los mocovíes sólo tienen lanzas, chuzas, boleadoras y algunos fusiles de retrocarga. No había que ser muy inteligente para darse cuenta cuál de los dos bandos estaba en clara desventaja.
Los datos son confusos, porque cada diario retoma el hecho de la manera en que mejor le parece y aporta datos que no están en los demás. O porque, también, el mismo periódico puede afirmar una cosa un día y negarla a la semana. No se sabe muy bien el horario del hecho, por ejemplo: la avanzada de los indios pudo darse al mediodía como a la madrugada, ya que aparece repartido el dato de que todo ocurrió a la 1 de la tarde o entre la 1 y las 2 de la mañana. Tampoco se sabe cuántos indios resultaron muertos: el conteo más alto llega a 20, pero se desconoce el número de heridos. Los cuales deben haber sido numerosos, si pensamos que fueron acribillados desde las terrazas con fusiles de repetición. Lo cierto es que un buen número resulto prisionero y La Prensa del 28 de abril cuenta cómo los mocovíes cautivos empezaron a sufrir a causa del contagio de sarampión. Puestos a dormir en el barro y hacinados, comienzan a ser un nuevo peligro que asusta a los vecinos de San Javier.
Los motivos del levantamiento también resultan difusos. O los mocovíes cayeron bajo la influencia de chamanes o algún perdido “Tatadios” que los convenció de que era momento de hacerse con el pueblo y reclamar sus tierras. O, como señala Valko, pudieron haberse sublevado contra un poder policial que hacía no poco tiempo había llevado adelante una represión brutal de mocovíes en el pueblo de San Martín Norte, a 50 kilómetros al noroeste de San Javier, como represalia por el asesinato de un colono francés de apellido Cardot. O, también, como revuelta originada por los malos tratos sufridos constantemente por las fuerzas del orden. Sea de la manera que sea, lo que queda puesto en evidencia es el esfuerzo de los medios liberales por disfrazar a la masacre de acción defensiva, erigiendo sus mártires y justificando un accionar que sería el debido intento de la civilización por sobreponerse frente a la barbarie imperante. Algo de todo esto se va a conservar en la película de Greca.
INDIOS A LO HOLLYWOOD
Alcides Greca fue un hombre de su tiempo. Un joven de avanzada, que apoyó la Reforma Universitaria de 1918, que incursionó por varias profesiones, todas ligadas a la lógica liberal de la época (periodista, abogado, político y hasta novelista y cineasta), y que también supo considerar la importancia que tuvieron los mocovíes en su vida. Oriundo de San Javier, creció toda su vida rodeado de los habitantes originarios, y con quince años, en 1904, se encuentra estudiando en el colegio secundario Inmaculada de la ciudad de Santa Fe. Pese a la distancia, la matanza de mocovíes deja una marca indeleble en su personalidad. Por eso, volverá sobre los hechos del 21 de abril de 1904 con su única película, filmada de manera independiente, El último malón, y con la novela que publicó en 1927, Viento norte, la cual cuenta los hechos de esa triste jornada.
Para poder llevar adelante la filmación, Greca le pone un condimento bastante hollywoodense al levantamiento de los mocovíes. Primero, concentra las tintas en la disputa entre dos hermanos, personajes reales que protagonizaron los hechos y que conforman otras de las explicaciones del por qué de la avanzada indígena. Mariano y Juan López, dos hermanos que se disputaron en su momento el liderazgo de los mocovíes de la zona, y que aparecen en la película como los dos extremos de los hechos. Mientras Mariano funciona como un cacique cómplice de las fuerzas políticas de San Javier, Juan es el líder que quiere tomar el poder y que critica a su pariente por elegir el bando de los opresores. Pero, en la película, Juan aparece con el sugerente nombre de “Jesús Salvador”, remarcando un papel destinado al sacrificio. Segundo, le suma a la disputa real por el poder la figura de una mujer, Rosa Paiquí, interpretada por la única actriz efectiva de la cinta, Rosa Volpe. Esa disputa amorosa funciona como una estructura más o menos reconocible por parte del gran público para entender el motivo del enfrentamiento. Por lo demás, el guión de Greca se ajusta a la versión oficial de los hechos, como el ya citado asesinato de Félix Lena. Pero no por eso deja de funcionar, según Valko, como un importante documento de una masacre que no podría ser recordada o analizada si no fuese por El último malón. Estrenada en Rosario en abril de 1918, a catorce años de la matanza, es recibida con alegría por un público que olvida lo sucedido en 1904 y se entrega a un cierre espectacular, con Rosa Paiquí y Salvador aprendiendo, luego de su fuga hacia el “Gran Chaco”, lo que la misma civilización les había dado y ellos no habían aún probado: el beso. Vecinos de San Javier y mocovíes sobrevivientes habían aparecido en los planos anteriores, actuando según un guión que les pedía que repitieran sus roles en el día del 21 de abril, pero los espectadores quedaron más encantados con los mocovíes ejecutando el cierre romántico que el cine mudo hollywoodense ya había impuesto como conclusión lógica de cualquier película.
Marcelo Valko, autor también de libros como Pedagogía de la desmemoria (2010) y Cazadores de poder (2015), vuelve en El malón que no fue sobre una serie de hechos que parecen sacados de alguna película de los hermanos Coen, o que puede perfectamente citarse para observar el sinsentido que a veces impera en la historia. Los mismos indios reprimidos repiten su papel frente a otra mirada vigilante, la del hombre blanco, el miembro de las sanas juventudes sanjavieranas que quiere contar un relato para rescatar la memoria de los mocovíes, siempre y cuando se adapten al guión oficial. Pareciera que, en algún sentido, todo intento de recuperación del otro, toda forma de reclamar por ciertas injusticias particulares, tiene que seguir el sistema interpretativo del que los busca representar y defender. Porque la verdad, la furiosa verdad de los hechos, quedó sepultada con las víctimas de la matanza, cuyos nombres no podemos conocer, cuya versión se nos escapa, cuya película nunca podremos ver.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/142259-solo-por-ser-indios