Despacio, las voces del público comienzan a asomar. Es inevitable cantar, como quien silba bajito, los himnos que trae Silvio Rodríguez. Su poesía, sus reivindicaciones, sus recuerdos se entretejen con las historias de quienes ocupan una butaca y forman un solo coro, un grito colectivo, de lucha y de esperanza. Si hay algo claro es que allí nadie tiene el “corazón condicional”.
Tras presentarse en Rosario y en Córdoba, Silvio Rodríguez llegó a Buenos Aires para brindar dos conciertos en el Luna Park y ayer, en Avellaneda, de forma gratuita, como hace tres años lo había hecho en Lugano.
Silvio siempre dice “hay poco que ver” cuando se le grita que no lo ven. Y quizás sea así en alguien que ha hecho de la canción su forma de vida. El mismo Silvio que recorre los barrios de su amada Cuba y que lleva más de 90 recitales callejeros en la isla.
Quizás no importe ver al hombre sencillo que cuando se presentaba solo usaba su pie de soporte para la pierna que sostenía la guitarra o al de ahora, el que acompañado por músicos, se permite el énfasis con sus manos o el ritmo en una pierna. Pero quienes estamos sentimos ese imán de no poder quitar la mirada.
Nadie espera un Silvio demagógico y, si alguien lo espera, pues bien equivocado está. Trae su canción, alguna anécdota, otra pequeña explicación y nada más. Allí está todo. No hace falta más.
De nuestro lado, claro, están los oídos y después tímidamente las voces, que irán fundiéndose.
El recital, dirá Silvio, estará en una buena parte dedicado a la mujer. A esa mujer que escribió y está escribiendo la historia. A esa mujer a la que él le desea lo más digno: ser libre. Por eso comienza con “Yo te quiero libre”, una canción de 1984, donde afirma que anhela a la mujer “libre de verdad”. Un momento aún más emotivo es el que trae “Eva”, otra canción de la década del 80, esa Eva que “deja de ser costilla”. Generaciones de mujeres con sus matices y sus historias cantan y aplauden al unísono. Y también se abrazan de manera invisible. Para algunas significa la ruptura con el mandato social, para otras el reclamo por el derecho al aborto legal. El epílogo de “Eva” será con los pañuelos verdes enarbolados y la exigencia de que sea en el hospital y no en la clandestinidad donde las mujeres puedan elegir.
La memoria viva de Ernesto Che Guevara es otro clásico en los recitales de Silvio. Siempre es bueno recordar que “al buen revolucionario solo lo mueve el amor” y por eso canta “Tonada del albedrío”, del álbum “Segunda Cita”. En otras canciones se hablará de heridas sangrantes de la historia de los pueblos, como en “Viene la cosa”, en la que habla del presente en Cuba, o “América”. No faltó desde el público, y como respuesta, el llamado “hit del verano” que ya atravesó más de una estación y que le dedica unas simples pero contundentes palabras al presidente Mauricio Macri.
Habrá tiempo también para el amor como lo conoce Silvio. Con la siempre bella “De la ausencia y de ti”, “Te amaré” y “Oleo de mujer con sombrero”; canciones que entremezclan a la mujer, al hombre, a la revolución y al amor, eternas pasiones del cubano.
Pasarán también canciones nuevas y otras históricas, como “Ojalá” (que fue el cierre del jueves), “Historia de las sillas” (el del viernes) y “Ángel para un final” (la última en Avellaneda), precedidas del “El necio”, “La maza”, “La gaviota”, “Pequeña serenata diurna” y “Quién fuera”, entre otras.
En sus tres recitales en Buenos Aires hubo tiempo para otros: en el primero, Nahuel Pennisi deslumbró a quienes no lo conocíamos; el viernes, el instrumental de “Mujeres” interpretado por los músicos que acompañan al trovador maravilló a todos; y Jorge Boccanera fue el invitado en Avellaneda, donde recitó cuatro poemas.
También estuvo presente en “Tonada para dos poemas” el escritor cubano Rubén Martínez Villena, a través de la musicalización de La pupila insomne y El anhelo inútil.
A medida que el recital avanzaba se disfrutaba pero también había algo de angustia. “Que no se vaya”, piensa más de uno. Es que allí está Silvio, el que nos permite el canto colectivo, el que nos recuerda a los muertos de nuestra felicidad, el que morirá como vivió. El que pide como deseo un simple rabo de nube.
No es fácil despedirse de Silvio. Dejará los sentidos alterados y el sueño (entendido como descanso) también será diferente. Seguirá resonando mucho más allá de la puerta 6 del Luna Park.
Pienso, y sé que no me equivoco, que mientras exista su guitarra y su voz, todos y todas estaremos un poco más acompañados. Y que estos días grises de neoliberalismo, más tarde o más temprano, terminarán porque seguiremos matando canallas.
Fuente: http://www.anred.org/?p=105968