En el día de hoy, a los 91 años de edad falleció Osvaldo Bayer, historiador, escritor, periodista, anarquista, y profundamente querido y admirado compañero.
Bayer nació en la ciudad de Santa Fe en 1927 y fue autor de obras fundamentales como “Los vengadores de la Patagonia trágica”, “Rebeldía y esperanza, Severino Di Giovanni” y “La Patagonia Rebelde”, entre muchas otras.
En 1958 fundó La Chispa, al que denominó como “el primer periódico independiente de la Patagonia”. Un año después fue obligado por la Gendarmería a punta de pistola a abandonar Esquel, acusado de difundir “información estratégica” en un punto fronterizo.
Durante la presidencia de María Estela Martínez de Perón, Bayer fue perseguido por la Alianza Anticomunista Argentina dirigida por José López Rega, y marchó al exilio a Berlín Oeste donde vivió desde 1975 hasta el final de la dictadura genocida en 1983.
Fue Secretario General del sindicato de prensa entre 1959 y 1962. En su cumpleaños número 90, que se festejó como una fiesta popular en la plaza Alberti de la ciudad de Buenos Aires, fue declarado Secretario General honorario del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA).
“De todo lo que he hecho en mi vida, el oficio de periodista es aquello con lo que me siento más identificado. Soy un periodista nato, lo seguiría haciendo siempre. A los 65 me jubilé pero igual seguí colaborando”, declaró en aquella ocasión. “El periodismo hoy, como siempre, continúa el poder de grandes empresas y faltan más cooperativas, pero hay que seguir luchando. Fui secretario general del gremio de prensa y así me fue: fui preso”.
[…] historiador, escritor, periodista, anarquista, y profundamente querido y admirado compañero. Por Indymedia […]
Nuestro viejo
Por Esteban Bayer
Hace semanas que Osvaldo tenía necesidad de partir. No aguantaba no estar haciendo nada, sentado en su casa en el Tugurio. Quería hacer sus valijas. Se despertaba, asegurando que tenía que salir a un congreso para debatir sobre derechos humanos, que lo esperaban en tal pueblo remoto de la Pampa para hablar del cambio de nombre de la calle principal que llamaban por el genocida de indios innombrable, o que lo convocaban de una escuelita en la Puna jujeña, por la que nunca había pasado nadie, pero el no podía faltar para hablar sobre los derechos de los pueblos originarios. Al mismo tiempo lo esperaban en la Universidad en Berlín y en la asamblea de un sindicato patagónico. Tenía que estar.
Preguntaba por su valija, si el pasaporte y el pasaje estaba a mano. Con Claudia, la gran compañera que cuidaba de él en estos últimos años, desarrollamos códigos para convencerlo que debía postergar el viaje. Hoy no aceptó dilaciones. Decidió partir. Como buen anarco y para joder a todos los que prendiamos las velas de un arbolito verde, eligió la fecha exacta.Lo constataron entre lágrimas las nietas en Hamburgo: el abuelo se fue jodiendo a la iglesia . En su ley.
Estoy convencido que sus prisas se debieron a la realidad del país. Había asegurado que iba a llegar “molestando”, como decía, hasta los 100 años, uno menos que su querida tía Griselda de Santa Fe. Le respetaba los años. Pero la realidad lo venció, ya no tenía explicaciones por lo que leía en los diarios y escuchaba en las calles.
Ahora estaba necesitado de conocer más verdades. Las terrenales las había denunciado. Andaba queriendo discutir con los que nunca pudo: siempre quiso debatir con Severino el tema de la violencia y el derecho de matar el tirano, él que era pacifista y sin embargo entendía lo que hizo; ; con Antonio Soto debatirá el deber de respetar las decisiones de las asambleas, aunque sea que eligieran la muerte; esperaba encontrarse con Simón Radowitzky y con ese personaje que lo fascinó como Kurt Gustav Wilckens, nacido a pocos kilometros de donde estoy escribiendo estas líneas urgentes; en la agenda, inelubdible, estaba la reunión con Arbolito, uno de los primeros justicieros de la república naciente. No tenía tiempo para esperar porque tiene que sentarse a tomar un cafe con su compañero Rodolfo, con su amigo Haroldo, con Paco. También quiere anotar la historias de la desaparición y asesinato de Klaus, porque la de Elisabeth ya la había descubierto y denunciado;
Pero sobre todo, esperaba poder juntarse con todos los anónimos que lucharon por creer en una justicia terrenal, por no haber claudicado, por no darse por vencidos. A esos anónimos que luchan todos los días. Sin aparecer en los diarios. A esos a los que el viejo siempre escuchó y les dio voz.
Viejo querido, gracias por todo lo que nos enseñaste, como hijos, como militantes, como ciudadanos, como seres humanos.
Un abrazo, como el último que nos dimos hace apenas una semana.
Gracias tanto osvaldo
Hoy noestas pero el mañana es nuestr(@)