En el juicio por el asesinato y desaparición de José Díaz durante la represión militar en el cuartel de La Tablada comparecieron el jueves 21 de febrero 3 testigos. El aporte mayor vino quizá del menos esperado: Walter Gualberto Cruz, un enfermero general que hace 3 años se retiró del Ejército. Declaró por primera vez ante la justicia y aportó datos esenciales sobre la caída del sargento Esquivel, a quien la teoría oficial daba muerto por Ruiz y Díaz antes de la supuesta fuga. Como ya está más que claro, ambos fueron desaparecidos por las fuerzas que comandaba el General Arrillaga. Cruz describió cómo Esquivel murió a su lado por fuego cruzado. También fueron testigos un militar que armó un informe que ratifica la versión de Cruz y que el ejército se negó a publicar; y otro que intentó eludir sus propias responsabilidades con un mensaje de paz y unidad que sonó poco convincente.
—¿El Capitán Cabrera es un personaje? —preguntó el abogado querellante Ernesto Coco Lombardi al militar retirado Julio Ruarte.
—Sí, Cabrera es un personaje.
—Esquivel murió en esa circunstancia? —intentó precisar el juez Rodríguez Eggers.
—Para mí sí. Esquivel murió como está ahí —dijo Ruarte señalando su libro.
—¿Y cómo construyó el relato de Cabrera? —preguntó Lombardi.
—Con varios testimonios. Uno de un tal Galeano, Galesi, no recuerdo bien, y seguramente le pregunté al Sargento Cruz.
Ese intercambio, que podría interpretarse incluso como un intercambio literario, fue central en la jornada del jueves. Julio Ruarte, es un militar retirado, autor del libro La Tablada: Un ataque para recordar. Su testimonio había sido solicitado porque en su informe, más tarde publicado como libro, se describe la muerte del sargento Ricardo Esquivel. Su motivación, según expresó varias veces, fue saber qué pasó con Ricardo Rolón, uno de los militares caídos durante el combate y “rendirle un homenaje a mi amigo y camarada”. El informe Ruarte fue escrito entre 1990/1991, y en 2003 el autor ya contaba con una edición para publicar. Sin embargo, en ese entonces, el ejército rechazó su publicación: “Me mandaron una nota que no era conveniente para la imagen de la fuerza, que podía traer problemas al autor” declaró. La querella solicitó que el testigo aporte esa respuesta oficial de la Secretaría General del Ejército, una prueba más del encubrimiento, que además suena amenazante: “la voy a buscar. Tuve varias mudanzas en el medio”, dijo Ruarte, que publicó el informe finalmente en 2016 luego de retirarse un año antes.
Develar los minutos finales del sargento Esquivel es una de las claves de este juicio. Casi sin saberlo, el militar, en su búsqueda personal por saber qué pasó con su amigo Rolón, aportó un dato revelador: cómo fue la muerte de Esquivel. Al ubicar en el lugar a Walter Gualberto Cruz, permitió que se escuchara su relato, por primera vez, luego de 30 años. Otro testimonio que fulminó la versión oficial.
La palabra de Cruz
Walter Gualberto Cruz tiene todo el aspecto de un laburante común y corriente. Sin embargo, fue militar hasta hace casi 3 años. Morocho y petiso, tiene la palabra simple y segura a mano. Es la primera vez que declarara en la justicia por los hechos de La Tablada. Su aporte es esencial; seguramente por eso, justicia encubridora mediante, nunca estuvo ante un tribunal hasta el jueves. Así relató la muerte de Esquivel. “En un momento quedé sólo en medio de una balacera importante, y me di cuenta de que estaba Esquivel cerca, fue entonces que le dije me cubriera mientras avanzaba hacia el Casino de Oficiales”, indicó. “En un momento cruzo para agarrar mi botiquín para seguir avanzando, y sentí un quejido que vino desde atrás. Entonces me di cuenta de que no me estaba cubriendo y me replegué adonde estaba él. Lo vi a Esquivel tirado en el piso, lo ausculté, busqué una herida superficial y no tenía, le giré la cabeza y ahí tenía la entrada de un proyectil 7,62 mm., calibre del FAL, sin orificio de salida”.
En el relato oficial de los hechos, las huellas de Ruiz y Díaz llegaban hasta el oficial Esquivel, quien fue señalado como la última persona que vio con vida a los militantes del MTP, apenas antes de su propia muerte. Esquivel obviamente nunca estuvo para dar su versión. De alguna manera era el testigo perfecto para la versión militar/judicial; no había chance de contradicción alguna. Pero la cadena de mentiras se rompió en la 3ª audiencia, cuando el exmilitar César Ariel Quiroga, ambulanciero en La Tablada, que supuestamente les había entregado a Ruiz y Díaz al sargento Esquivel, no solo negó haberlo hecho, sino que aseguró no haber conocido a Esquivel ni haber tenido contacto con guerrilleros del MTP. En aquella misma jornada ya histórica de diciembre pasado, otro exmilitar, José Almada, se ubicó como testigo ocular de la caída de Esquivel.
“Estuve en las inmediaciones de la Compañía B cuando explota parte del primer piso, por lo que tuve que asistir a varios soldados”, relató Cruz. “Luego apareció Esquivel, que bajó de un vehículo en el cual estábamos haciendo las evacuaciones de los heridos”.
En su detallado testimonio, Cruz indicó que “a viva voz pedí un vehículo para movilizarlo, como tardaba me puse a arrastrarlo, era un hombre fortachón, me costó mucho y a duras penas pude subirlo al blindado. Esa fue la última vez que lo vi, pero ya sabía que era inevitable su deceso, estaba agonizando”, agregó.
Además, sumó un nuevo dato que muestra la complicidad del Ejército para ocultar la verdad y construir un relato que sirviera de coartada. Consultado por la querella sobre si alguna vez había tenido que contar en alguna instancia lo que estaba relatando, luego 30 años, en la sala del TOFC 4, dijo: “Unos meses después me llamaron del Estado Mayor para explicar la muerte de Esquivel. En la parte de legales del Edificio Libertador en Azopardo 250. Les dije que fui el único testigo de la muerte de Esquivel, porque nadie sabía en qué circunstancias había muerto. Nunca más me llamaron, y nunca declaré esto ante la justicia”. Después de esa entrevista, nunca más lo convocaron en cuestiones que tuvieran que ver con La Tablada “hasta anoche, cerca de las 21, que me tocaron el timbre y era la policía con esta citación”. Tras el encubrimiento que se fue develando en el juicio actual, parece sencillo explicar que si no lo convocaron fue porque su testimonio no servía a los fines del encubrimiento. La cita a Cruz en el libro de Ruarte resultó fundamental.
El elegido
En la audiencia del jueves, como ya ha pasado en tantas otras, sólo escuchamos voces militares, una de las características especiales de este juicio. Jorge José Echezarreta, militar retirado, se explayó con cierto histrionismo cuando el tribunal hizo la rutinaria pregunta inicial sobre si hay “algo que le impida decir la verdad de los hechos. Si es amigo, conocido del imputado o la presunta víctima, o tiene deudas con ellos”. Echezarreta dijo entonces: “la guerrilla siempre fueron nuestros enemigos. En este caso particular ya no hay guerra, así que considero que no tengo ninguna animosidad contra ninguna organización guerrillera nacional o lo que fuere, pero quiero aclarar eso nada más. Ya la guerra supongo que terminó, así que yo no estoy en guerra”. Su testimonio había sido requerido la audiencia pasada por la defensa del General Arrillaga y se suponía venía a sostener que no fue Arrillaga quien intimó a la rendición de los y las militantes del MTP el 24 de enero, sino él mismo; al menos eso había indicado el defensor oficial Hernán Silva. En la audiencia no pudo corroborarlo.
—La persona que toma el megáfono era Sergio Fernández? —consultó el defensor, buscando alguien más que quite a Arrillaga del lugar donde lo colocan los y las sobrevivientes del MTP.
—No lo puedo asegurar, no lo puedo jurar. No puedo dar un falso testimonio —expresó a modo de lamento Echezarreta.
Sus palabras fueron, una vez más en este juicio, en el sentido inverso al que la defensa de Arrillaga pretendía. Intentando respaldar la versión oficial, va quedando cada vez más claro qué sucedió con José Díaz e Iván Ruiz, y en muchos casos a través de los propios testigos requeridos por la defensa.
Echezarreta comentó que a las 0:00 del día 24, Arrillaga le pidió que consiguiera un megáfono (“si alguien dice sobre Tablada ‘esto pasó a las cuatro, no está diciendo correctamente”, dijo minutos después Ruarte). Lo único que consiguió -según sus palabras- fue un patrullero de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, un Renault 12 blanco que tenía propaladoras sobre el techo, siempre según su testimonio. Durante toda su intervención del jueves, Echezarreta intentó reforzar la idea que Arrillaga no tenía el control total de la represión. Para el orgullo militar del general debe ser fuerte, pero parece ser a esta altura la única estrategia posible a mano, casi la última brazada desesperada del ahogado. Al mismo tiempo, comentó que Arrillaga le ordenó proteger y acompañar al presidente Alfonsín, al juez Larrambebere y también lo mandó a enfrentar a la prensa: “ahí tuve más miedo que en el combate”, dijo intentando ser simpático. Quizá haya hecho bien en temerle a la prensa de entonces. Un video de Nuevediario, que acompaña esta nota, lo muestra dialogando en las escalinatas del Edificio Libertador con el diputado del Partido Intransigente Oscar Alende.
—Voy a dar una de las razones por las que antes recuperábamos las instalaciones militares con mayor presteza. Y era por las órdenes que existían, que denominábamos de la línea Peugeot porque eran la 404, la 504 y la 505. Esas órdenes fueron emanadas por un documento secreto firmado por María Estela Martínez de Perón y otros decretos que lo complementaban —sostuvo el por entonces Teniente Coronel Echezarreta.
—Eso fue en 1973 —intentó precisar erroneamente Alende en referencia a lo que ocurrió en 1975.
—Esos decretos, que incluían el aniquilamiento —subrayó el militar, remarcando cada letra de ese vocablo nefasto de la historia argentina.
—Quiero aclarar que quienes en aquella oportunidad posibilitaban cumplir con rapidez y presteza esas órdenes, hoy están presos, hoy están detenidos.
30 años después, sin esa prestancia todopoderosa con la que se lo observa en el video reivindicando a sus camaradas genocidas, Echezarreta terminó su declaración, se levantó apoyándose en su bastón e intentó un discurso conciliador.
—Ojalá todo esto termine pronto y que el Movimiento Todos por la Patria seamos todos —sostuvo, justo enfrente de 2 familiares de desaparecidos, Daniel Díaz Padilla (hijo de José Díaz) e Irene Provenzano (hija de Francisco Provenzano).
—No le escuché eso último que dijo —le lanzó Provenzano seria, tensa y sosteniendo su mirada.
—¿Vos sos Irene? —sonrió mientras preguntaba Echezarreta.
—Sí, yo soy Irene.
—Vamos a charlar luego —sugirió, casi ordenó el militar, en un tono amable pero que a todos/as allí nos sonó amenazante por quién lo decía.
—Quizás —respondió sorprendida la hija de Pancho.
En medio de la tensión, en ese corto diálogo y cruce de miradas, quedaron en evidencia dos posiciones antagónicas. La de las/los familiares que construyeron Memoria, Verdad y Justicia, y que no ven reconciliación posible con los genocidas; y la de los aniquiladores de ayer, que hoy, ante la cercanía de esta justicia un poco más justa, impostan un discurso de unidad, paz y reconciliación, sin siquiera decirles antes dónde están los desaparecidos.
*Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com